Jesús, Su vida y mensaje: Conflictos con los fariseos (2ª parte)

noviembre 13, 2018

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Conflict with the Pharisees (Part 2)]

Los cuatro evangelios hablan de la continua oposición de los fariseos a Jesús y Sus enseñanzas. Otro grupo religioso de la época de Jesús eran los saduceos. Estos tendían a ser más adinerados, eran aristócratas y ocupaban cargos influyentes. El sumo sacerdote solía ser un saduceo, así como muchos de los principales sacerdotes. Por lo general, los saduceos tenían una postura más favorable a Roma y los gobernadores romanos. Los fariseos eran populares entre los pobres y tenían influencia en las sinagogas de las distintas localidades, mientras que los saduceos tenían más poder en el Templo de Jerusalén. Así como Jesús tuvo una relación conflictiva con los fariseos, con los saduceos fue igual. Los llamó generación de víboras[1], y advirtió a Sus discípulos que se guardaran de sus enseñanzas[2]. En el libro de los Hechos consta que estaban llenos de envidia y que intervinieron en el encarcelamiento de los apóstoles[3].

Los fariseos, tal como se indicó en la 1ª parte de esta serie, cumplían escrupulosamente las leyes escritas de la Torá (los cinco primeros libros del Antiguo Testamento), así como la tradición oral, consistente en comentarios e interpretaciones que consideraban necesarios para completar la Torá.

En los Evangelios consta que los fariseos no estaban de acuerdo con lo que Jesús enseñaba, rebatían Su interpretación de las Escrituras, criticaban tanto a Jesús como a Sus discípulos, trataban de desacreditarlo, le tendían trampas para que dijera algo que pudiera causarle complicaciones con las autoridades romanas, y al final tramaron Su muerte.

Se acercaron los fariseos y le preguntaron, para tentarlo, si era lícito al marido repudiar a su mujer[4].

Los fariseos […] le dijeron: «Tus discípulos hacen lo que no está permitido hacer en sábado»[5].

Le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos para que lo sorprendieran en alguna palabra[6].

Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este recibe a los pecadores y come con ellos»[7].

Lo acechaban los escribas y los fariseos para ver si en sábado lo sanaría, a fin de hallar de qué acusarlo[8].

Los principales sacerdotes y los fariseos enviaron guardias para que lo prendieran[9].

Los fariseos criticaban a Jesús, y a lo largo de los evangelios está registrado que Él censuró el comportamiento de ellos.

Jesús comenzó a decir primeramente a Sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía»[10].

Oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de Él. Entonces les dijo: «Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación»[11].

Los escribas eran otro grupo que se oponía a Jesús. Eran hombres bien versados en la ley mosaica. Sabían leer y escribir, a diferencia de mucha gente de aquel tiempo, por lo que estaban en condiciones de elaborar documentos para otras personas, como contratos de venta de propiedades, hipotecas, testamentos, contratos de matrimonio, etc. En el Evangelio de Lucas se los suele llamar «intérpretes de la Ley». Como conocían muy bien la ley y la tradición judías, analizaban, cuestionaban y criticaban lo que Jesús decía. Al igual que los fariseos y saduceos, intervinieron en la crucifixión de Jesús.

Dos días después era la Pascua y la fiesta de los Panes sin levadura. Los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderlo con engaño y matarlo[12].

Vino Judas, que era uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes, de los escribas y de los ancianos[13].

Los que prendieron a Jesús lo llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos[14].

Los principales sacerdotes, junto con los escribas, los fariseos y los ancianos, se burlaban de Él y decían: «A otros salvó, pero a Sí mismo no se puede salvar»[15].

Más adelante, en el libro de los Hechos, consta que también intervinieron en el martirio de Esteban.

[Unos judíos] alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas; y arremetiendo [contra Esteban], lo arrebataron y lo trajeron al Concilio[16].

Tanto los escribas como los fariseos fueron objeto de las fuertes censuras y denuncias de Jesús que hay en el capítulo 23 de Mateo y que estudiaremos en este y en los dos artículos siguientes. En este capítulo hay una distinción entre los doce primeros versículos y el resto del capítulo. En la primera parte, Jesús hace comentarios sobre los escribas y fariseos; en los versículos restantes, se dirige a ellos.

Entonces habló Jesús a la gente y a Sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; pero no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, pero no hacen»[17].

Si bien los maestros solían estar sentados cuando enseñaban, la expresión «sentarse en la cátedra de Moisés» no alude a ningún asiento en particular; quiere decir que enseñaban y explicaban la Ley que le había sido entregada a Moisés. Los escribas y fariseos se consideraban con autoridad para determinar cómo se debía aplicar lo que Moisés había mandado.

Algunos biblistas interpretan este pasaje en el sentido de que Jesús estaba recomendando observar lo que enseñaban los escribas y fariseos, pero no imitar su conducta. Otros opinan que Jesús habló con ironía cuando dijo que había que seguir lo que ellos enseñaban; en realidad quería decir que no había que hacer lo que enseñaban ni imitar su conducta. En cualquier caso, Él dejó bien claro que no había que seguir el ejemplo de ellos, ya que no practicaban lo que predicaban. Su comportamiento desvirtuaba Sus enseñanzas.

Seguidamente dio ejemplos concretos de cómo exigían mucho del pueblo judío en cuanto a observancia de la Ley, pero no ofrecían ayuda para cumplir tales exigencias.

Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas[18].

Ellos le imponían reglas a la gente conforme a la manera en que ellos interpretaban las leyes de Moisés. Los que seguían sus enseñanzas debían cumplir ciertos deberes religiosos, incluidos los relativos a la pureza ritual, que eran particularmente gravosos para un trabajador normal y corriente. Sin embargo, ellos no estaban dispuestos a ayudar a los que tenían dificultades por causa de las reglas y normas que ellos habían impuesto.

A diferencia de los escribas y fariseos, que ponían cargas pesadas sobre las espaldas de los demás, Jesús se ofreció a aliviar nuestras cargas:

Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar. Llevad Mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque Mi yugo es fácil y ligera Mi carga[19].

En Mateo 23, Jesús continúa Su poco halagadora descripción:

Antes bien, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres, pues ensanchan sus filacterias y extienden los flecos de sus mantos; aman los primeros asientos en las cenas, las primeras sillas en las sinagogas, las salutaciones en las plazas y que los hombres los llamen: «Rabí, Rabí»[20].

Señaló que realizaban sus prácticas religiosas con la intención de granjearse la aprobación de los demás. Esto va de la mano con lo que Él mismo enseñó en el Sermón del Monte:

Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres[21].

Jesús mencionó las filacterias y los flecos como ejemplos de ostentación religiosa. Las filacterias son cajitas de cuero en las que se guardan versículos de las Escrituras y que uno se pone en la frente y en un brazo para la oración matinal y la vespertina.

Estas palabras que Yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. […] Las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos. […] Pondréis estas Mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, las ataréis como señal en vuestra mano y serán como insignias entre vuestros ojos[22].

Algunos comentaristas creen que Jesús se refería al hecho de que algunos ensanchaban y por consiguiente hacían más vistosas o bien las cajas, o bien las correas de cuero con que estas se sujetaban a la frente y al brazo, llamando así la atención. Otros opinan que Jesús se refería a que se las ponían con mayor frecuencia de la señalada, no solo para la oración matinal y la vespertina. En cualquier caso, el propósito de las filacterias era glorificar a Dios; pero algunos por lo visto se servían de ellas para hacerse ver.

Los flecos que mencionó Jesús eran borlas que colgaban de la prenda exterior que uno llevaba. Dios le dijo a Moisés:

Habla a los hijos de Israel y diles que se hagan unos flecos en los bordes de sus vestidos, por sus generaciones; y pongan en cada fleco de los bordes un cordón de azul. Llevaréis esos flecos para que cuando los veáis os acordéis de todos los mandamientos del Señor. Así los pondréis por obra[23].

Jesús llevaba esos flecos en Su túnica, como se evidencia por los pasajes sobre personas que se curaron al tocarlos.

Una mujer quien hacía doce años que sufría de una hemorragia continua se le acercó por detrás. Tocó el fleco de la túnica de Jesús. […] Jesús se dio vuelta, y cuando la vio le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha sanado». Y la mujer quedó sana en ese instante[24].

Cuando la gente reconoció a Jesús, la noticia de Su llegada corrió rápidamente por toda la región, y pronto la gente llevó a todos los enfermos para que fueran sanados. Le suplicaban que permitiera a los enfermos tocar al menos el fleco de Su túnica, y todos los que tocaban a Jesús eran sanados[25].

Las borlas debían servir de recordatorio visual de un hecho espiritual; pero alargarlas, como por lo visto hacían los escribas y fariseos, no era sino una manera de llamar la atención. Era un intento de anunciar la presunta piedad del que las llevaba, de pregonar que se tomaba muy en serio los mandamientos divinos.

Jesús señaló que a esos hombres les encantaban «los primeros asientos en las cenas, las primeras sillas en las sinagogas, las salutaciones en las plazas y que los hombres los [llamaran]: “Rabí, Rabí”»[26]. Buscaban ocasiones de recibir honra.

En los banquetes, el anfitrión se sentaba en la cabecera de la mesa, y los invitados de honor se reclinaban sobre divanes a uno y a otro lado de él. Cuanto más cerca del anfitrión uno se sentaba, mayor el honor. Si bien no se sabe del todo cómo se asignaban las sillas en las sinagogas en tiempos de Jesús, por lo visto algunas eran consideradas mejores que las demás, y las personas que se sentaban en ellas, más importantes. Algunos comentaristas mencionan que había una plataforma desde la que se leían las Escrituras y se daban los sermones, y es posible que en esas plataformas hubiera algunas sillas en las que se sentaban las personas más distinguidas. Por lo visto los escribas y fariseos ansiaban ocupar esas sillas para que se los viera recibir honra.

También les encantaba que los saludaran en las plazas. En cualquier ciudad o pueblo, la gente se reunía en la plaza del mercado. Jesús «muy probablemente se refería a alguna forma recargada de saludo que indicaba que la persona saludada era importante»[27]. El tratamiento de rabí se usaba con los maestros, y también para reconocer como superior a la persona a la que uno se dirigía. Era como llamar a alguien «mi maestro».

Pero vosotros no pretendáis que os llamen «Rabí», porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos[28].

Los discípulos de Jesús no debían ser como los escribas y fariseos. Debían evitar los títulos honoríficos como rabí. Jesús era el maestro de los discípulos, y estos eran todos hermanos. Por tanto, no debía haber entre ellos una jerarquía que pusiera a unos por encima de otros.

Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos[29].

Jesús no estaba desaprobando que un hijo llamara «padre» a su padre físico. Pero como Él había hecho hincapié en que los discípulos se relacionaran con Dios como su padre celestial, no debían emplear ese término con otras personas. Los biblistas mencionan que era frecuente que los grandes y venerados maestros judíos fueran llamados «padres», y que Jesús enseñó a Sus discípulos a no llamar así a sus compañeros creyentes.

Ni seáis llamados maestros, porque uno es vuestro Maestro, el Cristo[30].

La palabra griega traducida como «maestro» («preceptor» en la NBLH, y «líder» o «guía» en otras versiones de la Biblia) se empleaba para referirse a los que mostraban a los demás el camino, intelectual o espiritualmente[31]. El único maestro de los discípulos era el Mesías (Cristo). En los evangelios sinópticos[32], Jesús solo se atribuyó ese título en dos ocasiones: aquí y en Marcos 9:41: «Cualquiera que os dé un vaso de agua en Mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa». En un pasaje anterior de este evangelio, Él había prohibido a los discípulos que emplearan ese término para referirse a Él: «Mandó a Sus discípulos que a nadie dijeran que Él era Jesús, el Cristo»[33].

El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo, porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido[34].

Con estas palabras, Jesús puso patas arriba la manera de pensar de Su época. Los fariseos se consideraban importantes y encumbrados, pero Jesús declaró que los humildes serían honrados.

Varias veces en los evangelios Jesús mandó a Sus discípulos ser humildes.

Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?» Llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos»[35].

El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo[36].

Jesús habló en contra del orgullo y la prepotencia, en contra del ansia de popularidad y enaltecimiento, y mandó a Sus seguidores ser humildes. Los escribas y fariseos aspiraban a ocupar los lugares de honor y los mejores asientos, a recibir saludos en la plaza del mercado y a ser tratados como personas de honra y prestigio. Jesús dijo que en el reino de Dios los papeles se invierten. Los que tengan humildad y modestia, que no busquen su beneficio personal, serán bendecidos por Dios. Según Jesús, en el reino de Dios la humildad es vital.

(Continúa en la 3ª parte.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 3:7.

[2] Mateo 16:12.

[3] Hechos 5:17,18.

[4] Marcos 10:2.

[5] Mateo 12:2.

[6] Marcos 12:13.

[7] Lucas 15:2.

[8] Lucas 6:7.

[9] Juan 7:32.

[10] Lucas 12:1.

[11] Lucas 16:14,15.

[12] Marcos 14:1.

[13] Marcos 14:43.

[14] Mateo 26:57.

[15] Mateo 27:41,42.

[16] Hechos 6:12.

[17] Mateo 23:1–3.

[18] Mateo 23:4.

[19] Mateo 11:28–30.

[20] Mateo 23:5–7.

[21] Mateo 6:1,2.

[22] Deuteronomio 6:6,8; 11:18.

[23] Números 15:38,39.

[24] Mateo 9:20,22 (NTV).

[25] Mateo 14:35,36 (NTV).

[26] Mateo 23:6,7.

[27] Morris, El Evangelio según Juan.

[28] Mateo 23:8.

[29] Mateo 23:9.

[30] Mateo 23:10.

[31] France, The Gospel of Matthew, 864.

[32] Mateo, Marcos y Lucas.

[33] Mateo 16:20.

[34] Mateo 23:11,12.

[35] Mateo 18:1–4.

[36] Mateo 20:26,27.