Jesús, Su vida y mensaje: Conflictos con los fariseos (4ª parte)

noviembre 27, 2018

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Conflict with the Pharisees (Part 4)]

Damos inicio al último artículo de esta breve serie sobre los conflictos de Jesús con los fariseos, centrado en lo que Él dijo en el capítulo 23 de Mateo. Al final del artículo anterior vimos que hizo una analogía con insectos impuros y camellos[1], que tocaba de refilón el tema de las leyes de pureza. Luego se refirió directamente a tales leyes.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego!, limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera quede limpio[2].

Los fariseos ponían mucho cuidado en el meticuloso cumplimiento de las acciones externas que mandaba la ley mosaica, para que los demás lo vieran y los consideraran piadosos, justos y puros. Jesús, en cambio, se refirió a la auténtica pureza interior, por oposición al falso alarde de pureza de los fariseos. Los escribas y fariseos se preocupaban por la limpieza ritual de las vasijas que usaban para comer, beber y preparar la comida. El Evangelio de Marcos dice:

Los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si no se lavan muchas veces las manos, no comen. Y cuando regresan de la plaza, si no se lavan, no comen. Y otras muchas cosas hay que se aferran en guardar, como los lavamientos de los vasos de beber, de los jarros, de los utensilios de metal y de las camas[3].

Sabiendo que se preocupaban por la pureza ritual de los recipientes para cocinar y utensilios para comer, Jesús se valió de eso para ilustrar una vez más que ponían el énfasis donde no había que ponerlo. Entre los fariseos había diferencias de opinión en cuanto a cómo limpiar esos recipientes. Unos, por ejemplo, consideraban importante limpiar el interior del vaso antes que el exterior, mientras que a otros no les preocupaba tanto el orden que se siguiera. Jesús no pretendía tratar la cuestión de cómo limpiar físicamente las superficies de esos recipientes, sino que se sirvió de eso como trampolín para referirse a la impureza moral del corazón, tema que ya había abordado de manera similar en un pasaje anterior de este mismo evangelio.

Lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre, porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre[4].

Jesús utilizó la metáfora del interior y el exterior de la vasija para aludir al interior y el exterior de las personas. Aunque uno cumpla en apariencia todas las leyes de pureza ritual, no significa que por dentro sea moralmente puro. Por mucho que los fariseos simularan ser limpios y puros, por dentro estaban llenos de robo y de injusticia. Otras traducciones de la Biblia dicen «avaricia» o «rapiña» en vez de «robo», y «desenfreno» en vez de «injusticia». La idea que se quiere transmitir con «desenfreno» es la de rodearse de lujos, tener un alto nivel de vida y buscar placeres. Aunque aparentaban ser piadosos, los fariseos y escribas no permitían que su religión coartara su codicia. Jesús dijo que, cuando una persona se limpia por dentro, eso se refleja en su conducta externa. Con eso dio a entender que los escribas y fariseos se equivocaban al hacer tanto hincapié en la observancia ostentosa de las reglas en vez de preocuparse por la auténtica fe interior.

En el sexto ay, Jesús continúa con el tema de la pureza y la dualidad exterior/interior.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad[5].

La ley mosaica incluía reglas específicas sobre el contacto físico con cadáveres. Si alguien tocaba el cuerpo de una persona muerta, quedaba ritualmente impuro por siete días. Cuando alguien moría en una carpa, todos los que estuvieran en la carpa en ese momento, o que entraran en ella, también quedaban impuros por siete días. Todas las vasijas, como vasos o jarras, que no tuvieran tapa y que estuvieran en una carpa donde alguien fallecía también se volvían impuras[6]. Todo el que tocara un hueso humano o un sepulcro también quedaba impuro por siete días[7].

Como a las personas no se las enterraba necesariamente en un cementerio como hoy en día, las tumbas en cuevas o talladas en la roca —normalmente para los ricos—, así como las sepulturas cavadas en la tierra, podían estar en lugares donde al cabo de un tiempo pasaran inadvertidas. Era posible que los que transitaran por ahí no las vieran y las tocaran sin querer, con lo que quedaban ceremonialmente impuros. Una vez al año, un mes antes de la Pascua, se encalaban las tumbas y sepulcros, a fin de que los que viajaran a Jerusalén para la festividad no los tocaran accidentalmente, con lo que quedarían ritualmente impuros y no podrían participar en la celebración religiosa.

Las tumbas se veían limpias y relucientes, aunque en ellas hubiera huesos inmundos de muertos. Con esos sepulcros recién encalados comparó Jesús a los escribas y fariseos. Ellos, con su rigurosa observancia de la Ley, daban la impresión de ser rectos; pero por dentro no eran así ni mucho menos. Jesús afirmó que por mucho que fueran quisquillosos sobre el meticuloso cumplimiento de la Ley tal como ellos la entendían, en realidad estaban llenos de iniquidad. Se preocupaban tanto por lo externo, por las reglas y leyes, que pasaban por alto la importante obligación de practicar la justicia, el amor, la misericordia y la fidelidad.

El séptimo y último ay compara a los escribas y fariseos con los que mataron a los profetas de la Antigüedad.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: «Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no habríamos sido sus cómplices en la sangre de los profetas». Con esto dais testimonio contra vosotros mismos de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros, pues, colmad la medida de vuestros padres![8]

Los asesinos de los profetas desde luego no honraron sus sepulturas; pero por lo visto generaciones posteriores los veneraron construyendo mausoleos y monumentos en su honor. Hay textos antiguos que aluden a «la magnificencia de las tumbas de los patriarcas del Antiguo Testamento y el costoso monumento de mármol blanco que mandó erigir Herodes a la entrada del sepulcro de David (mencionado también en Hechos 2:29)»[9]. Los escribas y fariseos honraban a los profetas y a otras personas justas cuidando de su tumba.

Desde una perspectiva histórica, esos hombres entendían que el asesinato de los profetas había estado mal, y decían que si ellos hubieran estado vivos en aquellos tiempos no habrían tenido parte en su muerte. Si bien ellos se distanciaban de las malas obras de sus padres (antepasados), Jesús los relacionó con esas gentes de épocas anteriores, ya que ellos también estaban rechazando a los mensajeros de Dios —Juan el Bautista y Jesús— exactamente de la misma manera que sus ancestros habían rechazado a los antiguos profetas.

Así como los profetas del Antiguo Testamento le decían a veces a la gente que siguiera pecando[10], Jesús les soltó irónicamente: «¡Vosotros, pues, colmad la medida de vuestros padres!»Los animó a ir y terminar lo que habían comenzado sus antepasados. Estos se habían opuesto al mensaje de los profetas y los habían matado, y sus descendientes estaban a su vez rechazando las palabras del Hijo de Dios y pronto lo ejecutarían, colmando así la medida de sus padres.

¡Serpientes, generación de víboras!, ¿cómo escaparéis de la condenación del infierno?[11]

Jesús empleó con los escribas y fariseos la misma expresión poco halagüeña —«generación de víboras»— que había utilizado con ellos Juan el Bautista.

Al ver [Juan] que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: «¡Generación de víboras!, ¿quién os enseñó a huir de la ira venidera?»[12]

Tanto Juan como Jesús calificaron a esos hombres de serpientes. Jesús fue incluso más explícito acerca de su destino final al decir que iban de cabeza al infierno.

Por tanto, Yo os envío profetas, sabios y escribas; de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas y perseguiréis de ciudad en ciudad. Así recaerá sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel, el justo, hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el Templo y el altar[13].

Antes de Jesús, Dios envió como representantes y testigos Suyos ante el pueblo judío a profetas y personas justas, que fueron repetidamente rechazados. Jesús dijo que Él de la misma manera les enviaría profetas, sabios y escribas —representantes Suyos— y que, tal como habían hecho sus padres, ellos también perseguirían, azotarían y crucificarían a los mensajeros de Dios.

En un pasaje anterior de este evangelio, Jesús dijo a Sus discípulos que sufrirían persecución:

Yo os envío como a ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa Mía, para testimonio a ellos y a los gentiles[14].

Así como Jesús fue perseguido, flagelado y muerto, lo mismo les sucedió a algunos de Sus primeros seguidores, y a muchos otros a lo largo de la historia del cristianismo. Aunque Jesús estaba hablando a los escribas y fariseos de su persecución de los profetas, sabios y escribas, muy probablemente se dirigía a la gente de Jerusalén en general, no solo a los líderes religiosos.

Al decir que «toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra» recaerá sobre Sus oyentes, da la impresión de que se refiere a que ha llegado el momento culminante de ese proceso histórico en que Dios ha estado enviando profetas y mensajeros, pues les ha enviado nada menos que a Su Hijo. Por supuesto que iba a continuar levantando profetas y mensajeros mediante el ministerio de los apóstoles y la iglesia; pero el apogeo fue cuando envió a Su Hijo. Al hablar de la sangre de Abel el justo y de Zacarías, Jesús escoge a esos dos mártires porque delimitan un período, ya que Abel fue el primer mártir[15] del Antiguo Testamento y Zacarías el último[16]; o sea, que incluye a todos los mártires habidos entre uno y otro. Al hacer eso, Jesús también identifica a las personas a las que se dirige con los asesinos de todos los profetas de épocas anteriores. Según la tradición judía, la sangre de Zacarías, como la de Abel, pidió venganza contra los que lo mataron.

De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación[17].

Jesús termina con la solemne promesa de que lo que ha declarado sucederá en vida de algunos de los escribas y fariseos a los que se dirige. En el año 70 d.C., los soldados romanos conquistaron Jerusalén y destruyeron el Templo. En todo este evangelio, Jesús condena repetidamente a «esta generación», la de los que lo rechazaron y pidieron Su muerte.

¿A qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas y gritan a sus compañeros, diciendo: «Os tocamos flauta y no bailasteis; os entonamos canciones de duelo y no llorasteis»[18].

La generación mala y adúltera demanda señal, pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás[19].

Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entran y habitan allí; y el estado final de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación[20].

¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar?[21]

Habiendo anunciado esos siete ayes contra los escribas y fariseos, Jesús deja el tema de los fallos específicos que han cometido y menciona la hostilidad histórica manifestada por la ciudad de Jerusalén contra los profetas que Dios le ha enviado.

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste! Vuestra casa os es dejada desierta, pues os digo que desde ahora no volveréis a verme hasta que digáis: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!»[22]

Al hablar de apedreamientos alude a lo que le ocurrió a Zacarías (mencionado más arriba), al que «apedrearon hasta matarlo, en el patio de la casa del Señor»[23]. No obstante, a pesar de que los habitantes de la ciudad rechazaron a los profetas que vinieron antes y pronto van a rechazar a su salvador, Jesús habla de ellos con compasión y manifiesta que siente afecto por ellos y desea que se refugien en Él, así como la gallina ofrece refugio a sus pollitos, imagen de cómo protege Dios a los Suyos bajo Sus alas.

Con Sus plumas te cubrirá y debajo de Sus alas estarás seguro[24].

Guárdame como a la niña de Tus ojos; escóndeme bajo la sombra de Tus alas[25].

Lamentablemente, la mayoría de los pobladores de Jerusalén no quisieron hacerlo y por tanto fueron destruidos.

Cuando Jesús dice que su casa es dejada desierta, se refiere al templo de Jerusalén. Tradicionalmente el Templo era llamado la casa de Dios. En un pasaje anterior de este evangelio Jesús lo llama «Mi casa»; aquí lo llama «vuestra casa», la cual va a quedar desierta porque Dios la va a abandonar. La palabra griega traducida como «desierta» también puede verterse como «desolada». Cuando anuncia: «No volveréis a verme hasta que digáis: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”», se refiere al establecimiento del reino definitivo de Dios, después del retorno de Jesús cuando se acabe el mundo.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] V. la 3ª parte.

[2] Mateo 23:25,26.

[3] Marcos 7:3,4.

[4] Mateo 15:18–20.

[5] Mateo 23:27,28.

[6] Números 19:11–22.

[7] Números 19:16.

[8] Mateo 23:29–32.

[9] France, The Gospel of Matthew, 877, nota al pie 53.

[10] «Anda, y dile a este pueblo: “Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, pero no comprendáis”» (Isaías 6:9).

«¡Deteneos y maravillaos; ofuscaos y cegaos! ¡Embriagaos, pero no de vino; tambaleaos, pero no por sidra!» (Isaías 29:9).

[11] Mateo 23:33.

[12] Mateo 3:7.

[13] Mateo 23:34,35.

[14] Mateo 10:16–18.

[15] Génesis 4:8.

[16] 2 Crónicas 24:20–22.

[17] Mateo 23:36.

[18] Mateo 11:16,17.

[19] Mateo 12:39.

[20] Mateo 12:45.

[21] Mateo 17:17.

[22] Mateo 22:37–39.

[23] 2 Crónicas 24:21.

[24] Salmo 91:4.

[25] Salmo 17:8.