Jesús, Su vida y mensaje: La cuestión de la autoridad de Jesús

enero 19, 2021

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: The Question of Authority]

Los tres evangelios sinópticos[1] hablan de una ocasión en que los líderes religiosos judíos le preguntaron a Jesús quién le había dado autoridad para hacer lo que hacía[2]. También cuentan cómo respondió Jesús cuando esos mismos líderes religiosos le hicieron una pregunta sobre el pago de tributos al emperador romano[3]. En este artículo estudiaremos estos dos incidentes siguiendo la narración del libro de Lucas.

Conflicto con los líderes del templo

Sucedió un día que, enseñando Jesús al pueblo en el Templo y anunciando el evangelio, llegaron los principales sacerdotes y los escribas, con los ancianos, y le hablaron diciendo: «Dinos ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién es el que te ha dado esta autoridad?»[4]

No se indica con exactitud en qué momento ocurrió esto, solo que fue en uno de los días en que Jesús enseñaba en el templo de Jerusalén. Probablemente, siempre que estaba en la ciudad frecuentaba el templo.

Ese día, mientras enseñaba y anunciaba la buena nueva del evangelio en el templo, se le acercaron representantes del Sanedrín de Jerusalén: los principales sacerdotes, los escribas, que eran expertos en temas jurídicos, y los ancianos. En un pasaje anterior de este mismo evangelio, Jesús había mencionado que sería rechazado por esos tres grupos.

Es necesario que el Hijo del hombre padezca muchas cosas y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto[5].

En un pasaje anterior también dice que «los principales sacerdotes, los escribas y los altos dignatarios del pueblo procuraban matarlo»[6].

La pregunta era para averiguar qué clase de autoridad tenía Jesús y quién se la había dado. Los que se la hicieron cuestionaban el origen de Su autoridad y le pedían que revelara de dónde le venía. Para los lectores de este evangelio, el origen de la autoridad de Jesús no es ningún misterio, pues ya se les ha dicho quién es Él en realidad.

Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, Su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y Su Reino no tendrá fin. […] El Espíritu Santo vendrá sobre ti [María] y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios[7].

En este evangelio no consta que Jesús respondiera a la pregunta; lo que hizo fue formular él otra.

Respondiendo Jesús, les dijo: «Os haré Yo también una pregunta. Respondedme: El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?»[8]

Jesús exigió una respuesta de esos líderes antes de contestar a la pregunta sobre Su autoridad. El Evangelio de Marcos refiere que Jesús les dijo que les contestaría siempre y cuando ellos respondieran primero a Su pregunta.

Jesús, respondiendo, les dijo: «Os haré Yo también una pregunta. Respondedme y os diré con qué autoridad hago estas cosas»[9].

La pregunta de Jesús puso a los líderes religiosos en un brete. Les preguntó muy concretamente si Juan había sido enviado por Dios. Era una pregunta sencilla, pero difícil de responder para los líderes religiosos, porque el ministerio de Juan y el de Jesús estaban ligados. Juan se refirió al ministerio de Jesús cuando dijo: «Yo a la verdad os bautizo en agua, pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de Su calzado; Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego»[10]. Y Jesús dijo de Juan: «Os digo que entre los nacidos de mujeres no hay mayor profeta que Juan»[11].

Los líderes comenzaron a discutir entre sí.

Entonces ellos discutían entre sí, diciendo: «Si decimos “del cielo”, dirá: “¿Por qué, pues, no le creísteis?” Y si decimos “de los hombres”, todo el pueblo nos apedreará, porque están persuadidos de que Juan era profeta». Respondieron que no sabían de dónde era[12].

Los líderes judíos se dieron cuenta de que Jesús los había puesto en un aprieto, pues ellos habían rechazado el ministerio de Juan el Bautista. Si decían que el bautismo de Juan era de Dios, la siguiente pregunta sería por qué no se habían hecho bautizar por él. Por otra parte, si decían que no era de Dios, incurrirían en la ira de quienes habían creído en el mensaje y el bautismo de Juan. Por consiguiente, adujeron ignorancia.

Entonces Jesús les dijo: «Yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas»[13].

Así como los líderes religiosos de Jerusalén se negaron a responder las preguntas de Jesús, el Hijo de Dios se negó a responder las de ellos. Su tentativa de desacreditar a Jesús cuestionando Su autoridad fracasó por completo.

La pregunta sobre el tributo para el César

El texto dice que los líderes religiosos reaccionaron mal al escuchar la parábola de los arrendatarios malvados (que en el Evangelio de Lucas figura justo a continuación).

En aquella hora, los principales sacerdotes y los escribas procuraban echarle mano, porque comprendieron que contra ellos había dicho esta parábola; pero temían al pueblo. Y, acechándolo, enviaron espías que simularan ser justos, a fin de sorprenderlo en alguna palabra, para entregarlo al poder y autoridad del gobernador[14].

Los líderes judíos, tras el enfrentamiento con Jesús que los dejó en evidencia, se retiraron y mandaron a ciertas personas a sus órdenes a fin de proseguir su campaña para desacreditarlo. Enviaron, pues, a algunos que se fingieron creyentes y en realidad eran espías. El vocablo griego traducido como «espía» significa literalmente «contratado para estar al acecho», lo cual sugiere la idea de que andaban merodeando, controlando lo que hacía Jesús y buscando una oportunidad de perjudicarlo y acabar con Él.

Valiéndose de subterfugios, los líderes religiosos intentaron pillar a Jesús en alguna palabra que pudieran utilizar en Su contra. Si los espías le oían decir algo sedicioso, que las autoridades romanas consideraran peligroso, tendrían oportunidad de eliminarlo. En un pasaje anterior de este evangelio, esos mismos líderes ya habían usado esa táctica contra Jesús.

Diciéndoles Él estas cosas, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo en gran manera y a provocarlo para que hablara de muchas cosas, acechándolo y procurando cazar alguna palabra de Su boca para acusarlo[15].

En otros pasajes de este evangelio, las autoridades religiosas habían intentado pillar a Jesús en alguna transgresión de la ley religiosa judía que les diera oportunidad de acusarlo. «Lo acechaban los escribas y los fariseos para ver si en sábado lo sanaría, a fin de hallar de qué acusarlo»[16]. «Aconteció que un sábado Jesús entró a comer en casa de un gobernante fariseo, y ellos lo acechaban»[17].

Le preguntaron, diciendo: «Maestro, sabemos que dices y enseñas rectamente, y que no haces acepción de persona, sino que enseñas el camino de Dios con verdad. ¿Nos es lícito dar tributo a César, o no?»[18]

Los escribas y los principales sacerdotes comenzaron su pregunta con halagos, declarando que Jesús hablaba y enseñaba rectamente, es decir, que presentaba correctamente el camino de Dios. En segundo lugar, lo elogiaron por no hacer acepción de personas, a pesar de que en un incidente anterior mencionado en este mismo evangelio lo habían criticado por eso mismo.

Leví le hizo un gran banquete en su casa; y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos. Los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: «¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?»[19]

Por último, dijeron que Jesús enseñaba «el camino de Dios»[20].

Tras halagar a Jesús, le hicieron la pregunta con la que pretendían hacerle caer en una trampa: «¿Nos es lícito dar tributo a César, o no?» La pregunta está en nosotros, pues se referían a los judíos. El tributo al que aludían se conocía con el nombre de capitación. Tenía un valor de un denario, que equivalía a un jornal, y era un impuesto que pagaban cada año a Roma todos los varones adultos. Constituía un recordatorio de que los habitantes de Israel eran súbditos de Roma.

Pero Él, comprendiendo la astucia de ellos, les dijo: «¿Por qué me tentáis? Mostradme la moneda. ¿De quién es la imagen y la inscripción?» Respondiendo dijeron: «De César»[21].

Jesús sabía que aquellos hombres tenían malas intenciones y se dio cuenta de que aquello era una artimaña. La moneda romana en cuestión tenía en el anverso la imagen de Tiberio, el emperador romano, y una inscripción que decía: «Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto». En el reverso aparecía la madre del César, Livia, representada como la encarnación de la diosa de la paz.

Entonces les dijo: «Pues dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios»[22].

Jesús les respondió que pagaran el tributo al César. Al hacerlo, reconoció que era necesario pagar impuestos como parte de la responsabilidad cívica de una persona. Cierto autor escribe: «Su respuesta implica reconocimiento de la autoridad del gobierno político»[23]. Por otra parte, Jesús añadió que Dios debía también recibir la honra que se merece.

Y no pudieron sorprenderlo en palabra alguna delante del pueblo, sino que, maravillados de Su respuesta, callaron[24].

Los líderes judíos, que se habían propuesto hacer caer a Jesús en una trampa, fracasaron rotundamente. Por mucho que lo vigilaron de cerca y enviaron espías que se hicieron pasar por creyentes sinceros a fin de pillarlo en alguna palabra que pudiera incriminarlo y conducir a Su detención, no lograron su propósito. No solo no consiguieron nada con que incriminarlo, sino que se quedaron admirados de lo sabiamente que les había callado la boca. Aunque el arresto y la crucifixión de Jesús se cernían sobre el horizonte, todavía no había llegado Su hora.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995 © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo, Marcos y Lucas.

[2] Mateo 21:23–27, Marcos 11:27–33 y Lucas 20:1–8.

[3] Mateo 22:15–22, Marcos 12:13–17 y Lucas 20:21–26.

[4] Lucas 20:1,2.

[5] Lucas 9:22.

[6] Lucas 19:47.

[7] Lucas 1:32,33,35.

[8] Lucas 20:3,4.

[9] Marcos 11:29.

[10] Lucas 3:16.

[11] Lucas 7:28.

[12] Lucas 20:5–7.

[13] Lucas 20:8.

[14] Lucas 20:19,20.

[15] Lucas 11:53,54.

[16] Lucas 6:7.

[17] Lucas 14:1.

[18] Lucas 20:21,22.

[19] Lucas 5:29,30.

[20] Lucas 20:21.

[21] Lucas 20:23,24.

[22] Lucas 20:25.

[23] Bock, Luke Volume 2, 1613.

[24] Lucas 20:26.