Jesús, Su vida y mensaje: Discipulado (1ª parte)

septiembre 12, 2017

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Discipleship (Part 1)]

Los evangelios cuentan la vida, ministerio, muerte y resurrección de Jesús. También hablan de lo que Él enseñó a los que lo siguieron como discípulos. Los cuatro evangelios describen la relación y comunicación de Jesús con Sus seguidores y la evolución espiritual de estos últimos hasta llegar a comprender quién era Jesús. En este y en los siguientes artículos nos centraremos en las enseñanzas que Jesús impartió a Sus discípulos, en los problemas que surgieron las veces en que estos las malentendieron y en la significación de dichas enseñanzas para Sus seguidores de hoy en día.

Antes de estudiar las instrucciones concretas de discipulado que dio Jesús a Sus discípulos, puede resultar útil echar un vistazo a la imagen general de discipulado que dan los evangelios[1]. Con referencia a los discípulos de Jesús hay bastantes paralelismos en los evangelios, pero también algunas diferencias. Por ejemplo, el Evangelio de Lucas habla de los doce discípulos (a los que Jesús nombró apóstoles) y también de un grupo más amplio de 72 discípulos, aparte de los doce, a los que no se menciona en los demás evangelios. El Evangelio de Lucas también alude a la «multitud de los discípulos».

Cuando llegó el día, llamó a Sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles[2].

El Señor escogió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de Él a todas las ciudades y los lugares que tenía pensado visitar[3].

Cuando ya se acercaba a la bajada del Monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto[4].

Los evangelios retratan a los discípulos como personas normales y corrientes, que se equivocaban, malentendían lo que Jesús decía, discutían entre sí y se comportaban de forma orgullosa o egoísta, pero que por otra parte se quedaron con Jesús cuando otros lo dejaron y con el tiempo llegaron a comprender que Él era el Mesías, el Hijo de Dios.

Respondiendo Simón Pedro, dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente»[5].

En tiempos de Jesús, los varones judíos que deseaban honrar a Dios obedeciendo plenamente Su Palabra se hacían a veces discípulos de rabinos. Para ello era preciso que tomaran la iniciativa de identificar y escoger a un rabino de quien aprender y a quien servir; de esa manera entablaban con él una relación discípulo-maestro. Con Sus discípulos, Jesús invirtió el procedimiento habitual, ya que Él los escogió, al menos a algunos.

Saliendo Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo que estaba sentado en el banco de los tributos públicos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió[6].

Les dijo: «Venid en pos de Mí, y os haré pescadores de hombres»[7].

No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en Mi nombre, Él os lo dé[8].

Aunque Jesús escogió y llamó a Sus discípulos, fueron ellos quienes respondieron a Su llamado, como se observa en el caso de los hermanos Simón (Pedro) y Andrés, los cuales «dejando al instante sus redes, lo siguieron»[9], y Jacobo y Juan, que «dejando a su padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros, lo siguieron»[10]. La aceptación del llamado para ser discípulos produjo un cambio importante en su estilo de vida.

Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de Mí, este la salvará, pues, ¿qué aprovecha al hombre si gana todo el mundo y se destruye o se pierde a sí mismo?[11]

También significaba establecer una nueva relación con otros creyentes de la familia de Dios:

Mientras Él aún hablaba a la gente, Su madre y sus hermanos estaban afuera y le querían hablar. Le dijo uno: «Tu madre y Tus hermanos están afuera y te quieren hablar». Respondiendo Él al que le decía esto, dijo: «¿Quién es Mi madre y quiénes son Mis hermanos?» Y extendiendo Su mano hacia Sus discípulos, dijo: «Estos son Mi madre y Mis hermanos, pues todo aquel que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos, ese es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre»[12].

Cuando Jesús estuvo en la Tierra, ser discípulo significaba ser ante todo leal a Cristo; hoy en día significa la mismo. Dicha lealtad adoptó diversas formas en los evangelios. Jesús pidió a los doce apóstoles, y también a otros discípulos Suyos, que lo dejaran todo —su profesión, sus bienes, su familia— para acompañarlo en Su ministerio, el cual requería viajar frecuentemente de un sitio a otro.

Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios. Lo acompañaban los doce y algunas mujeres […]: María, que se llamaba Magdalena, […] Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que ayudaban con sus bienes[13].

Ese pasaje habla de que durante la vida pública de Jesús había discípulos de ambos sexos que viajaban con Él.

A los discípulos se les pedía que fueran más leales a Jesús que a ninguna otra persona. Eso no significa que dejaran de tener la obligación de amar y ser leales a sus padres y a su familia, sino que debían ser por encima de todo leales a Jesús.

El que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí[14].

Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de Mí, la hallará[15].

Si bien a todos los discípulos se les exigía que tuvieran en cuenta el costo del discipulado, el llamamiento para dejar todo lo material y seguir a Jesús de ciudad en ciudad no era para todos. Eso se aprecia, por ejemplo, en el pasaje sobre el hombre que, después de haber sido liberado por Jesús de un demonio, le suplicó que le permitiera seguirlo como discípulo. La respuesta que Él le dio fue: «“Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido misericordia de ti”. Él se fue y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban»[16]. Obedeció a Jesús y tuvo éxito predicándolo, por lo que se comportó como un discípulo sin acompañar a Jesús en Sus viajes.

José de Arimatea se hizo discípulo en algún momento, pero por lo visto siguió formando parte de la clase dirigente religiosa. Era un «miembro noble del Concilio»[17], «un hombre rico»[18], y al mismo tiempo un «discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos»[19]. Mostró su lealtad a Jesús cuando «fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diera el cuerpo. Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña»[20]. Aun en tiempos de Jesús, los discípulos no siempre abandonaban su trabajo, su hogar y su familia, y no por eso dejaban de ser llamados discípulos.

En los evangelios está claro que los discípulos distaban mucho de ser perfectos. Con frecuencia no entendían las enseñanzas de Jesús. También se observa que, con el transcurso del tiempo, cada vez fueron comprendiendo más. Dice que, a pesar de las debilidades de los discípulos, Jesús les enseñaba[21] y corregía[22], con lo que se fortalecieron y fueron capaces de ganar otros discípulos y divulgar el evangelio por todo el mundo de su época.

Los cuatro evangelios exponen lo que Jesús enseñó a Sus discípulos, pero el de Lucas y el libro de los Hechos, ambos escritos por Lucas, nos muestran por una parte las enseñanzas de Jesús y por otra cómo se aplicaron en la iglesia primitiva. Ambos libros juntos nos permiten hacernos una idea de lo que significaba ser un discípulo en el período que siguió a la resurrección de Jesús. En los Hechos se observa que el término discípulo era sinónimo de creyente.

En los Hechos de los Apóstoles, Lucas habla de «creer en Jesús» y de «seguir a Jesús» con el significado de «ser discípulo». A todos los que creían en Jesús y seguían Sus enseñanzas los llama seguidores del «Camino». Está el ejemplo de cuando el fariseo Saulo (que al creer en Jesús se convirtió en el apóstol Pablo) le pidió al sumo sacerdote «cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallaba algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajera presos a Jerusalén»[23]. Más adelante dijo: «Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres»[24]. Los seguidores del Camino eran creyentes —discípulos— que fueron perseguidos por su fe.

Luego habla de la conversión de Pablo y del período que pasó predicando en Damasco. Explica que al cabo de un tiempo hubo un complot para matarlo, y los discípulos lo ayudaron a escapar. A continuación él se dirigió a Jerusalén, donde «trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuera discípulo»[25]. No se fiaban de que fuera creyente en Jesús, ya que hasta poco tiempo antes había perseguido a los creyentes.

Más adelante narra que Pablo llegó a Éfeso y que «hallando a ciertos discípulos, les preguntó: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” Ellos le dijeron: “Ni siquiera habíamos oído que hubiera Espíritu Santo”»[26]. Esos creyentes en Jesús (llamados aquí discípulos) no habían oído hablar del Espíritu Santo. Dice también que, después de predicar en varias ciudades, Pablo y Bernabé regresaron a ellas «confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que permanecieran en la fe y diciéndoles: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”. Constituyeron ancianos en cada iglesia»[27]. Aquí se observa de nuevo que a los creyentes se los llama discípulos, y que fueron nombrados ancianos que estuvieran a cargo de ellos.

Lucas hace hincapié en que para entrar en el Camino de la salvación y el discipulado, para ser un creyente y un seguidor, es preciso tener fe en Jesús. En la primera parte del libro de los Hechos se alude al «Camino», y en la última parte del libro y en las epístolas se observa que los creyentes son llamados «la iglesia». Con el tiempo, a los seguidores del Camino y a los fieles de la iglesia se los llamó cristianos:

A los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía[28].

Discípulos, seguidores del Camino y cristianos eran términos utilizados para referirse a los que creían en Jesús. Cuando entendemos que ser cristianos es sinónimo de ser discípulos de Jesús, nos damos cuenta de que lo que consta que Él dijo que deben creer y hacer los discípulos se aplica a todos nosotros como creyentes. No son solo pautas para las personas que han sido llamadas a consagrarse totalmente a servir a Cristo, como los misioneros, propagadores, sacerdotes y predicadores. Las palabras de Jesús van dirigidas a todos los creyentes; todos hemos sido llamados a creerlas y aplicarlas. Muchas son tremendamente exigentes, en particular las que hablen de anteponer nuestra lealtad a Cristo a cualquier otra. Las enseñanzas de Jesús acerca de negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz cada día, seguir Sus pisadas y ajustar nuestra actitud frente a las riquezas materiales requieren acción y cambios: cambios interiores en nuestra forma de pensar y cambios exteriores en nuestro modo de vivir. Para ser cristianos, para ser discípulos, es preciso que entendamos lo que enseñó Jesús y que lo apliquemos a nuestra vida cotidiana.

Los siguientes artículos se centrarán en las enseñanzas y dichos de Jesús sobre el discipulado, con la intención de arrojar más luz sobre lo que Su llamado a ser discípulos significa para nosotros que creemos en Él y en Su Palabra.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Los distintos puntos de este artículo son un resumen de la sección «Discipleship», de M. J. Wilkins, de la obra Dictionary of Jesus and the Gospels (ed. Joel B. Green y Scot McKnight. Downers Grove: InterVarsity Press, 1992), 182–188.

[2] Lucas 6:13.

[3] Lucas 10:1 (NTV).

[4] Lucas 19:37.

[5] Mateo 16:16.

[6] Mateo 9:9.

[7] Mateo 4:19.

[8] Juan 15:16.

[9] Marcos 1:18.

[10] Marcos 1:20.

[11] Lucas 9:23–25.

[12] Mateo 12:46–50.

[13] Lucas 8:1–3.

[14] Mateo 10:37,38.

[15] Mateo 16:24,25.

[16] Marcos 5:19,20.

[17] Marcos 15:43.

[18] Mateo 27:57.

[19] Juan 19:38.

[20] Mateo 27:58–60.

[21] Marcos 4:10–34.

[22] Mateo 16:5–12.

[23] Hechos 9:2.

[24] Hechos 22:4.

[25] Hechos 9:26.

[26] Hechos 19:1,2.

[27] Hechos 14:22,23.

[28] Hechos 11:26.