Jesús, Su vida y mensaje: Discipulado (3ª parte)

septiembre 26, 2017

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Discipleship (Part 3)]

En el anterior artículo sobre discipulado vimos que Jesús hizo declaraciones bastante contundentes sobre lo que significa seguirlo. Él quiso dejar bien claro que ser un discípulo Suyo tenía su precio, y que los requisitos no eran fáciles de cumplir. Uno se comprometía a reorientar su vida, su lealtad, sus deseos y sus amores; y hoy en día es igual. Eso puede resultar especialmente difícil en lo relativo a nuestros parientes más cercanos.

En el Evangelio de Lucas dice:

Si alguno viene a Mí y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser Mi discípulo[1].

En el de Mateo, Jesús dice:

He venido a poner en enemistad al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Así que los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí[2].

Sin embargo, en otros pasajes de esos mismos evangelios Jesús manifestó Su conformidad con el mandamiento de honrar a los padres. Cuando un hombre le preguntó qué debía hacer para obtener la vida eterna, Jesús le dijo: «Guarda los mandamientos». Y cuando el individuo le pidió que le aclarara cuáles, Jesús enumeró varios de los Diez Mandamientos, incluido el que dice: «Honra a tu padre y a tu madre»[3]. En otra ocasión, Jesús reprendió a los escribas y fariseos por entregar hipócritamente dinero y otras cosas para el tesoro del templo, con lo que dejaban de estar disponibles para sus padres necesitados, mientras que ellos todavía las podían utilizar para sí.

Dios mandó diciendo: «Honra a tu padre y a tu madre», y «El que maldiga al padre o a la madre, sea condenado a muerte», pero vosotros decís: «Cualquiera que diga a su padre o a su madre: “Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte”, ya no ha de honrar a su padre o a su madre». Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición[4].

También se advierte que Jesús tenía una actitud favorable a la familia cuando habla en contra del adulterio y del divorcio[5], y cuando se refiere a que el matrimonio fue instituido por Dios, pasaje que termina con:

No son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó no lo separe el hombre[6].

Jesús propugnó que los padres se amaran entre sí y amaran a sus hijos, y que los hijos amaran y cuidaran a sus padres. Por consiguiente, Su declaración de que Sus seguidores deben aborrecer a los miembros de su propia familia debe interpretarse dentro del contexto más amplio de lo que dijo acerca de las relaciones familiares.

Ser discípulos es alinearnos con Cristo, y al hacer esa realineación nuestra escala de prioridades cambia. Si queremos ser discípulos, es preciso que le concedamos a Él el primer lugar, que le demos prioridad. No es que lo que priorizábamos antes deje de ser importante, sino que ya no ocupa el mismo lugar. Cuando Jesús habló de aborrecer a padre, madre, cónyuge e hijos, no se refería a hacerlo literalmente. Ese llamado a aborrecer es un llamado a «amar menos en comparación», como se observa en otros pasajes de las Escrituras.

Jacob durmió también con Raquel, y la amó mucho más que a Lea. Y se quedó allí y trabajó para Labán los siete años adicionales. Cuando el Señor vio que Lea no era amada, le concedió que tuviera hijos, pero Raquel no podía concebir[7].

La palabra hebrea sane’, traducida aquí como «no amada», se traduce como «aborrecida» en las versiones NBLH y RV 1909, con lo que el texto dice así:

Vio el Señor que Lea era aborrecida, y le concedió hijos. Pero Raquel era estéril[8].

De las nueve versiones que yo consulto, solo dos traducen sane’ como «aborrecida». Las demás traducen esa palabra como «no amada» o «menospreciada». Hay otros pasajes en los que se utilizan las palabras aborrecido y no amado como alternativas de traducción de la misma palabra hebrea. Por ejemplo, el versículo: «Si un hombre tiene dos mujeres, una amada y otra aborrecida…»[9] se traduce así en otras versiones de la Biblia: «Si un hombre que tiene dos mujeres ama a una y a la otra no…»[10].

Jesús estaba estableciendo un orden de prioridades. Los discípulos debemos amar más a Jesús que a nuestros demás amores. En el Evangelio de Mateo se presenta la misma idea que en el de Lucas, pero desde la perspectiva de no amar a los padres más que a Jesús, en vez de aborrecerlos en comparación con lo que lo amamos a Él.

El que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí[11].

El discipulado consiste en darle a Jesús máxima prioridad en nuestros afectos y lealtades. No se nos pide un amor excluyente, no dice que solo podamos amar a Jesús, sino que ese llamamiento nos hace jerarquizar lo que amamos y concederle a Jesús el primer lugar.

Jesús dio ejemplo de priorización cuando antepuso Su misión a Su madre y Sus hermanos.

Su madre y Sus hermanos vinieron a Él; pero no podían llegar hasta Él por causa de la multitud. Y se le avisó, diciendo: «Tu madre y Tus hermanos están fuera y quieren verte». Él entonces respondiendo, les dijo: «Mi madre y Mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la obedecen»[12].

Él fue fiel a Su llamamiento y consideró que en aquel momento atender a los demás era la máxima prioridad. Si bien un discípulo debe honrar a sus padres, Dios tiene prioridad sobre ellos. Por consiguiente, cuando Él llama a un discípulo y los padres se oponen, el discípulo entiende que, aunque ame a sus padres, su llamamiento es amar más a Dios y por tanto seguirlo a pesar de las objeciones de sus padres.

El llamado a ser discípulos que nos hace Jesús es un llamado a reordenar lo que consideramos importante, las cosas y personas a las que profesamos lealtad. Es un llamado a tener a Jesús como nuestro primer amor, la persona a quien más leales somos, porque nos identificamos con Él y con Su misión. No es que no amemos a nuestra familia y amigos o no les seamos leales, sino que a veces el discipulado nos exige poner abnegadamente al Señor por delante de otras personas que amamos.

Los que siguieron a Jesús cuando Él estuvo en la Tierra, así como los que se unieron a la iglesia después de Su resurrección, en los decenios subsecuentes, se vieron con frecuencia apartados de su familia, por considerarse que habían abandonado la práctica correcta de la fe judía. Refiriéndose a lo que significaba volverse seguidor de Jesús en el siglo I, Darrell Bock escribe:

En el siglo I no se podía profesar una devoción superficial a Jesús. La decisión de seguirlo marcaba a la persona y tenía automáticamente un costo. […] En el mundo occidental moderno se da el fenómeno de que decidirse en favor de Cristo es algo bien visto dentro de la colectividad social; no era así en el entorno de Jesús. […] Si uno optaba por asociarse a Él, se enfrentaba a una reacción negativa, por lo común en su propia casa[13].

Uno se da cuenta de lo negativa que llegaba a ser esa reacción al leer lo que dijo Jesús sobre la división que podía causar la decisión de seguirlo:

No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada, porque he venido a poner en enemistad al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Así que los enemigos del hombre serán los de su casa[14].

La decisión de seguir a Jesús trae aparejado el riesgo de división entre los miembros de una familia. Si bien tal división no es deseable, existe claramente la posibilidad de que ocurra. A veces es tan marcada que los miembros de la familia del creyente llegan a ser considerados enemigos.

Jesús dijo que en algunos casos los propios miembros de la familia promoverían la persecución y hasta el martirio de los creyentes:

Seréis entregados aun por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos; y matarán a algunos de vosotros[15].

Consta que, al menos al principio, también hubo algo de división en la propia familia de Jesús:

Se juntó de nuevo tanta gente que ni siquiera podían comer pan. Cuando lo oyeron los Suyos, vinieron para prenderlo, porque decían: «Está fuera de sí»[16].

Ni aun Sus hermanos creían en Él[17].

Las Escrituras enseñan: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es»[18]. Parte de esa nueva vida en Cristo consiste en ajustar nuestra escala de prioridades; más concretamente, en transferir nuestra primera lealtad y pasarla de la familia a Dios. Ahora nos identificamos con Jesús; de ahí que le profesemos más amor y lealtad que a nadie. No abandonamos por completo nuestros demás afectos, lealtades y obligaciones, sino que entendemos que hemos establecido una relación con Dios que se ha convertido en nuestra relación primaria.

No es fácil jerarquizar nuestras relaciones de modo que Dios quede en primer lugar; pero es algo que Él premia, tal como Jesús indicó:

Cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por Mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna[19].

Aunque Jesús nos llamó a amar a Dios por sobre todas las cosas, también nos mandó amar al prójimo. A la pregunta: «“¿Cuál es el primer mandamiento de todos?” Jesús […] respondió: “El primero de todos los mandamientos es: ‘Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. Este es el principal mandamiento. El segundo es semejante: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay otro mandamiento mayor que estos”»[20]. Debemos amar a Dios por encima de todo y también amar a los demás, sobre todo a los más cercanos a nosotros.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Lucas 14:26.

[2] Mateo 10:35–37.

[3] Mateo 19:16–19.

[4] Mateo 15:4–6.

[5] Mateo 5:27–32.

[6] Mateo 19:6.

[7] Génesis 29:30,31 (NTV).

[8] Génesis 29:31 (NBLH).

[9] Deuteronomio 21:15 (NBLH).

[10] Versión RVR 1995.

[11] Mateo 10:37.

[12] Lucas 8:19–21.

[13] Bock, Luke Volume 2: 9:51–24:53, 1285.

[14] Mateo 10:34–36.

[15] Lucas 21:16.

[16] Marcos 3:20,21.

[17] Juan 7:5.

[18] 2 Corintios 5:17.

[19] Mateo 19:29.

[20] Marcos 12:28–31.