Jesús, Su vida y mensaje: Discipulado (4ª parte)

octubre 3, 2017

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Discipleship (Part 4)]

Al examinar lo que dijo Jesús acerca de creer y vivir como discípulos Sus enseñanzas, se hace evidente que quien verdaderamente crea en Él debe modificar su escala de prioridades. Como ya vimos en anteriores artículos sobre este tema, Jesús indicó que a los creyentes se les pide que sean leales a Él por encima de todo, que le profesen ante todo fidelidad a Él. En este artículo estudiaremos que eso incluye priorizarlo sobre nuestros bienes materiales, como pone de relieve Su encuentro con un joven adinerado.

Los tres evangelios sinópticos cuentan que un joven dirigente le preguntó a Jesús qué debía hacer para tener vida eterna[1]. Seguiremos el texto del Evangelio de Marcos, al que incorporaremos algunos detalles de Mateo y Lucas. El relato comienza así:

Al salir [Jesús] para seguir Su camino, llegó uno corriendo y, arrodillándose delante de Él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios»[2].

Marcos dice que el hombre era rico. En el Evangelio de Mateo se lo describe como joven. Lucas señala que era un dignatario[3]. Tradicionalmente este relato se conoce como el del joven rico. Es improbable que se tratara de un dirigente de la sinagoga, ya que para eso habría debido de tener más años. Pero es posible que fuera un influyente y adinerado líder cívico[4].

Jesús desaprobó que el hombre lo llamara bueno. ¿Por qué? Existen distintas opiniones, ya que podría entenderse como un gesto de respeto. Por otra parte, como proponen muchos comentaristas, da la impresión de que el hombre estaba adulándolo, quizá con la esperanza de que Jesús le devolviera el favor de alguna manera, algo común en aquella época. Jesús, sin embargo, le respondió con una leve reprensión, declarando que solo Dios es bueno. Cualquiera que fuera el motivo por el que Jesús se opuso a que el joven lo llamara bueno, es probable que quisiera indicar que la bondad suprema y la perfección eran exclusivas de Dios, y que Su Padre era la fuente de toda bondad[5].

Seguidamente Jesús le dijo al hombre:

Los mandamientos sabes: «No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre». Él entonces, respondiendo, le dijo: «Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud»[6].

La frase: «No defraudes» no aparece ni en Mateo ni en Lucas. Por su parte, Mateo agrega: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»[7].

Jesús, sabiendo que el hombre era buen conocedor de la Ley, le respondió citándole los Diez Mandamientos, en los que estaba plasmada la voluntad de Dios para Su pueblo. Como el joven era acaudalado, quizá no codiciaba los bienes de su prójimo, y por eso Jesús no incluyó ese mandamiento en la enumeración. Por otro lado, es posible que Él sospechara que el joven, siendo rico, había engañado a otras personas en el curso de sus negocios, por lo cual añadió el mandamiento: «No defraudes», que no se encuentra en el Decálogo.

Jesús señaló que el hombre conocía los mandamientos, y este lo confirmó al declarar que los había guardado desde su juventud. Debía de asistir con frecuencia a la sinagoga, y dejó bien claro que no solo los conocía, sino que los había observado. Su postura reflejaba el concepto judío convencional de lo que significaba ser bueno[8]. Se trataba de un judío cumplidor de la Torá, que probablemente vivía bien y quería estar seguro de que heredaría la vida eterna.

En el pasaje de Mateo el joven dice:

Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?[9]

Aunque había guardado los mandamientos, él sentía que le faltaba algo, que con la simple observancia de los mandamientos no había satisfecho su anhelo de conocer sinceramente a Dios y servirlo. Así que le preguntó a Jesús qué era ese algo.

Entonces Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme»[10].

Jesús exhortó al joven a ajustar su orden de prioridades. Si bien observaba la mayoría de los mandamientos, no estaba dispuesto a cumplir uno fundamental: «No tendrás dioses ajenos delante de Mí»[11]. No era capaz de profesarle lealtad a Dios por encima de todo. Sus riquezas terrenales eran para él más importantes que su «tesoro en el cielo». Su fortuna se interponía entre Dios y él. Jesús lo invitó a retirar esa obstrucción.

Lo que Jesús le pidió, que vendiera todo lo que poseía y lo siguiera, no era algo que Jesús exigiera universalmente a todos los creyentes, sino que sirvió para poner de manifiesto lo que el joven anteponía a Dios. Hubo seguidores de Jesús que eran adinerados, pero no daban a sus riquezas más importancia de la que merecían y ponían primero a Dios. Cabe mencionar el caso de José de Arimatea, Juana, Susana y otras que compartieron sus bienes con los demás discípulos. El libro de los Hechos habla de discípulos fieles como Bernabé, que tenía tierras, y Lidia, que era propietaria de un negocio.

Tal como dijo Jesús en el Sermón del Monte:

Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas[12].

Este hombre, al que Jesús miró con amor, no fue capaz de poner su amor a Dios y su deseo de «heredar la vida eterna» por encima del amor a sus bienes.

Él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones[13].

Otras versiones dicen que «quedó muy desilusionado», «se desanimó», «puso cara larga». Optó por servir a sus riquezas en vez de servir a Dios.

Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a Sus discípulos: «¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!» Los discípulos se asombraron de Sus palabras[14].

R. T. France hace un comentario para explicar por qué se sorprendieron los discípulos con las palabras de Jesús:

El asombro de los discípulos se debe a una suposición judía bastante común […]: que las riquezas son una señal de la bendición de Dios, Su manera de premiar nuestro fiel servicio. Por consiguiente, cuando Jesús declara que son un impedimento para salvarse, está poniendo en jaque una parte fundamental de la cosmovisión religiosa de los discípulos[15].

Como en muchas otras ocasiones, las enseñanzas de Jesús introducen nuevos conceptos en la cosmovisión judía de la época.

Jesús declaró que los ricos «difícilmente» entrarán en el reino de Dios, pero no dijo que fuera imposible. Sin embargo, en el Evangelio de Marcos insiste una segunda vez en lo mismo:

Jesús, respondiendo, volvió a decirles: «Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios a los que confían en las riquezas!»[16]

A continuación usa una hipérbole:

Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios[17].

Darrell Bock comenta:

En Palestina, el camello era el mayor de los animales, mientras que el ojo de una aguja era de las cosas más pequeñas con las que tenía que lidiar una persona a diario. […] El sentido de esta ilustración hiperbólica y en apariencia absurda está claro: es imposible que un rico, por sus propios medios, consiga entrar en el reino[18].

Ciertos biblistas han pretendido suavizar esta declaración aduciendo que en la muralla de Jerusalén había una puerta pequeña, denominada Ojo de la Aguja, y que los camellos, para pasar por ella, se veían obligados a arrodillarse. No hay pruebas de la existencia de dicha puerta. Jesús con esa frase quiso describir algo imposible. Un rico no puede entrar en el reino de Dios por su propio esfuerzo.

Ellos se asombraban aún más, diciendo entre sí: «¿Quién, pues, podrá ser salvo?» Entonces Jesús, mirándolos, dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios»[19].

En realidad, lo que dice del joven rico se aplica a todo el mundo: nadie, sea rico o sea pobre, puede salvarse por su propio esfuerzo. Es una imposibilidad. Ahora bien, lo que es imposible para las personas es posible con Dios. La salvación exige la compasiva intervención de Dios.

Entonces Pedro comenzó a decirle: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Respondió Jesús y dijo: «De cierto os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de Mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque con persecuciones, y en el siglo venidero la vida eterna»[20].

Pedro habló en nombre de los discípulos y señaló que ellos habían hecho lo que el hombre rico no había querido hacer. Habían aceptado el llamamiento de seguir a Jesús a cualquier costo. Quizá lo dijo porque quería que Jesús los tranquilizara, habida cuenta de que Él acababa de declarar que la salvación no se alcanza mediante acciones humanas. Jesús les aseguró que los que atendieran Su llamado, los que sacrificaran lo que fuera importante para ellos con el fin de seguirlo, recibirían una gran recompensa, tanto en esta vida como eternamente.

Los que han puesto a Cristo por encima de sus pertenencias, parientes, casas y tierras serán premiados en esta y en la otra vida. John Cassian expresa el concepto de que podemos llegar a tener cien veces más familiares, casas y tierras en esta vida por medio de la comunidad mundial de cristianos:

Todos ustedes han renunciado a un solo padre, una sola madre y un solo hogar, y al hacerlo, sin esfuerzo ni trabajo, han ganado innumerables padres, madres y hermanos, así como casas, tierras y siervos de lo más fieles, en cualquier parte del mundo a la que vayan, los cuales los recibirán como si fueran de su propia familia, les darán la bienvenida, los respetarán y cuidarán de ustedes con el mayor esmero[21].

Los cristianos formamos parte de la familia mundial de la fe, por lo cual tenemos familiares en todas partes. Y tenemos también el deber de tratar con hospitalidad a nuestros hermanos en la fe.

La siguiente fase de la recompensa a la que se refirió Jesús tendrá lugar «en el siglo venidero», o sea, la vida eterna. A los que creen en Jesús, a los que lo siguen y lo ponen primero, por encima de cualquier otro afecto y de las riquezas de este mundo, se les promete vida eterna.

El relato del joven rico nos enseña que la estima de lo material puede impedirnos seguir a Jesús. En este caso, el joven no estuvo dispuesto a dirigir hacia Dios el afecto que sentía por sus riquezas. Para él, sus bienes materiales tenían prioridad. Mediante este encuentro, Jesús nos mostró que poner primero a Dios es un requisito para ser un verdadero discípulo.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 19:16–30, Marcos 10:17–30 y Lucas 18:18–30.

[2] Marcos 10:17,18.

[3] Lucas 18:18, Mateo 19:20.

[4] Bock, Luke Volume 2: 9:51–24:53, 1476.

[5] Evans, World Biblical Commentary: Mark, 34B, 96.

[6] Marcos 10:19,20.

[7] Mateo 19:19.

[8] France, The Gospel of Matthew, 734.

[9] Mateo 19:20.

[10] Marcos 10:21.

[11] Deuteronomio 5:7.

[12] Mateo 6:24.

[13] Marcos 10:22.

[14] Marcos 10:23,24.

[15] France, The Gospel of Matthew, 728.

[16] Marcos 10:24.

[17] Marcos 10:25.

[18] Bock, Luke Volume 2: 9:51–24:53, 1485.

[19] Marcos 10:26,27.

[20] Marcos 10:28–30.

[21] Citado en Witherington, The Gospel of Mark, 285.