Jesús, Su vida y mensaje: El impuesto para el Templo

junio 11, 2019

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: The Temple Tax]

Al final del capítulo 17 de Mateo se narra un incidente que tuvo lugar en Capernaúm.

Cuando llegaron a Capernaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban las dos dracmas y le preguntaron: «¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?»[1]

Dos dracmas era el equivalente, en moneda griega, del impuesto judío del medio siclo, que todo varón judío de más de 20 años debía pagar anualmente para el mantenimiento y la conservación del templo judío. Correspondía al salario de dos días. En algunas traducciones de la Biblia se denomina «impuesto del templo» a este tributo anual. Lo pagaban los hombres judíos tanto en Israel como fuera de Israel.

El impuesto se originó en tiempos de Moisés:

Habló también el Señor a Moisés y le dijo: «Cuando hagas un censo de los hijos de Israel […], esto dará todo aquel que sea censado: medio siclo […]. Todo el que sea […] de veinte años para arriba, dará la ofrenda al Señor. Ni el rico dará más ni el pobre dará menos del medio siclo, cuando den la ofrenda al Señor para hacer expiación por vuestras personas. Tomarás de los hijos de Israel el dinero de las expiaciones y lo darás para el servicio del Tabernáculo de reunión; y será como un memorial para los hijos de Israel delante del Señor, para hacer expiación por vuestras personas»[2].

En otros pasajes del Antiguo Testamento también se alude a este impuesto[3].

En tiempos de Jesús, para pagar este impuesto se empleaba particularmente una moneda de Tiro, motivo por el cual había cambistas en el patio del Templo[4] que cambiaban el dinero local por esas monedas. Los que se desplazaban a Jerusalén para la Pascua hacían el pago en persona; el impuesto de los que no iban a hacer el viaje a Jerusalén y de los que residían fuera de Israel se recaudaba un mes antes. Este impuesto o aporte anual para el Templo se pagaba en el mes de adar, que corresponde en general al de marzo. El día quince de adar, los cambistas armaban sus mesas por todo Israel y recaudaban esos fondos. Al cabo de 10 días, los cambistas dejaban de recaudar dinero por todo el territorio, aunque se seguía haciendo en el recinto que rodeaba el Templo de Jerusalén.

Es muy probable que Jesús estuviera hospedándose en casa de Pedro en Capernaúm, por lo que los cobradores judíos de impuestos lógicamente se acercaron a Pedro, que era el jefe de la casa y responsable de los que vivían bajo su techo. Era la época del año en que correspondía pagar el impuesto y, como todos los varones judíos tenían la obligación de pagarlo, los recaudadores querían cobrarlo de Jesús. En respuesta a la pregunta: «“¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?” [Pedro] dijo: “Sí”»[5]. No explica por qué dijo Pedro que sí. Quizá sabía que Jesús había pagado el impuesto en años anteriores, o tenía la confianza de que lo pagaría como los demás judíos.

Tras hablar con los cobradores del medio siclo, Pedro entró en su casa para contarle a Jesús el encuentro que había tenido con ellos. Sin embargo, antes de que dijera nada, Jesús sacó el tema a colación. Quizás había oído la conversación desde dentro de la casa, o se había enterado por revelación divina.

Al entrar [Pedro] en casa, Jesús le habló primero, diciendo: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos o de los extraños?»[6]

Jesús le hizo a Pedro una pregunta y le pidió su opinión. Es curioso que, aunque fue Jesús quien le puso a Simón el nombre de Pedro, en los evangelios Él solo lo llama así en dos ocasiones[7].

En Su pregunta, Jesús hace una analogía con la política fiscal de los reyes y menciona tanto los tributos como los impuestos. El tributo (telos en griego) era un arancel o tasa sobre los productos que se importaban o compraban. El impuesto (kēnsos en griego) era concretamente el que recaudaba Roma de todos cuantos se hallaban bajo su dominio directo.

Todos los reyes y gobiernos necesitan recaudar fondos, por lo que exigen que se paguen impuestos. En este caso, Jesús centró Su pregunta en quiénes son las personas de las que se cobran impuestos: ¿los hijos del gobernante o los demás? Según la autoridad gobernante que se considere, el concepto de «hijos» y «extraños» cambia. En Roma, a efectos fiscales, se hacía una distinción entre los romanos y los extranjeros bajo dominio romano. En ese caso, los «hijos» serían los romanos; y los extraños, todos los demás. Sin embargo, no todos los gobernantes gobiernan sobre extranjeros, por lo cual la mayoría recauda impuestos de su propia gente. En ese caso, los «hijos» serían presumiblemente los miembros de su propia familia. Lo más probable es que Jesús se refiriera a este último caso, y lo que dijo es que los hijos del gobernante están exentos de pagar impuestos.

En respuesta a la pregunta de Jesús, Pedro dijo:

«De los extraños». Jesús le dijo: «Luego los hijos están exentos»[8].

Siguiendo este razonamiento, en materia tributaria los hijos del rey y sus dependientes tienen un estatus diferente al del resto de la población y están exentos de pagar impuestos. Como Jesús era el Hijo de Dios, no tenía que pagar impuestos al templo de Dios, y Sus servidores más cercanos estaban también exentos.

Seguidamente, Jesús dijo:

Sin embargo, para que no los escandalicemos, ve al mar, echa el anzuelo, y toma el primer pez que salga; y cuando le abras la boca hallarás un siclo; tómalo y dáselo por ti y por Mí[9].

Aunque Jesús, por Su condición, estaba exento de pagar el impuesto para el Templo, había otros factores a tener en cuenta en una situación que era más compleja. Si pagaba el impuesto del Templo, no se comportaría como hijo, ya que los hijos del gobernante estaban exentos de pagar impuestos. Si se negaba a pagarlo, otros podrían entender que rechazaba el Templo y lo que este representaba. El caso es que, hasta que Jesús murió y resucitó, el Templo era legítimamente el sitio donde adorar a Dios. Si insistía en que estaba exento de pagar el impuesto, podía causar problemas a los encargados de cobrarlo, y no quería escandalizarlos.

Si bien Jesús estaba dispuesto a pagar el impuesto, por lo visto no tenían dinero a la mano, así que mandó a Pedro que fuera a la orilla del lago y echara un sedal con un anzuelo; en otras palabras, que fuera a pescar. (Esa es la única vez que se habla de pescar con anzuelo en el Nuevo Testamento; todas las demás se habla de pescar con redes.) Jesús le indicó que revisara la boca del primer pez que sacara, ya que en ella encontraría un siclo (también conocido como estatero y traducido así en algunas versiones de la Biblia), una moneda equivalente a cuatro dracmas, suficiente para pagar el impuesto del Templo por Jesús y por Pedro. Algunos autores señalan que con esa moneda los cobradores del impuesto para el Templo debieron de quedar satisfechos, y al mismo tiempo, por ser una moneda encontrada que en sentido estricto no era de nadie, no era una admisión de que Jesús estaba obligado a pagar el impuesto.

Las Escrituras no cuentan si Pedro fue a pescar a la orilla del agua, si el primer pez que sacó tenía una moneda en la boca ni si se pagaron los impuestos. Pero abundan los episodios de los evangelios en que las cosas se dieron tal como Jesús había anunciado, por lo que es de suponer que Pedro siguió las instrucciones de Jesús y lo que este había predicho en efecto sucedió.

En Capernaúm, Jesús pagó el impuesto a los recaudadores locales, quienes luego enviaron las monedas al Templo de Jerusalén. Estos cobradores eran probablemente personas piadosas de la localidad que juntaban los aportes en cumplimiento de su deber. Sin embargo, en un pasaje posterior de este evangelio se evidencia que las familias de los sumos sacerdotes, que vivían de este impuesto, se habían enriquecido, y es probable que su ostentoso alarde de riqueza desmereciera esta contribución anual. Los cambistas del recinto del Templo que convertían el dinero de uso corriente en la moneda que se empleaba para pagar este impuesto también obtenían beneficios, a expensas de los fieles adoradores de Dios. Más adelante en este mismo evangelio se narra que, cuando Jesús hizo Su entrada en Jerusalén poco antes de Su muerte, manifestó violentamente Su desaprobación de los que se aprovechaban del Templo y lo habían convertido en una «cueva de ladrones»[10].

Un hecho histórico interesante es que, después de la rebelión del pueblo judío contra los romanos, unos decenios después de la muerte de Jesús, los soldados romanos destruyeron el Templo de Jerusalén. En ese momento, el emperador promulgó una ley que exigía que todos los judíos del imperio continuaran pagando el impuesto para el Templo como antes, con la diferencia de que los fondos iban a parar a las arcas de Roma.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 17:24.

[2] Éxodo 30:11–16.

[3] 2 Reyes 12:4–15, Nehemías 10:32,33.

[4] Juan 2:14.

[5] Mateo 17:24,25.

[6] Mateo 17:25.

[7] Te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia, y las puertas del Hades no la dominarán (Mateo 16:18). Jesús le dijo: «Te digo, Pedro, que el gallo no cantará hoy hasta que tú hayas negado tres veces que me conoces» (Lucas 22:34, NBLH).

[8] Mateo 17:26.

[9] Mateo 17:27 (NBLH).

[10] Mateo 21:13.