Jesús, Su vida y mensaje: El nacimiento de Jesús (4ª parte)

diciembre 23, 2014

Enviado por Peter Amsterdam

(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)

Unos meses después de que concluyera la visita de María a Elisabet y de que se llevara a cabo la segunda fase del procedimiento matrimonial —la mudanza de María a la casa de José—, ambos emprendieron viaje a Belén. Se nos dice que el motivo del viaje fue que César Augusto había ordenado un censo, por lo que José tuvo que viajar a Belén, el pueblo de sus antepasados, ya que era de la casa y familia del rey David[1].

Lucas describe que José fue de Nazaret, en la provincia de Galilea, a Belén, una aldea de Judea a 10 kilómetros de Jerusalén, para empadronarse. María, que estaba encinta, lo acompañó. Estando allá, «se le cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón»[2].

El relato tradicional del nacimiento de Jesús presenta a José y María llegando a Belén cuando María se halla en la primera etapa del parto o a punto de dar a luz. Según esa concepción, llegan a una ciudad atestada de gente y no consiguen hospedaje. El insensible mesonero les cierra las puertas de la posada del pueblo. Al no encontrar otro sitio donde alojarse, se refugian en un establo o en una cueva donde se guardan animales, y esa misma noche nace Jesús.

De acuerdo con lo que sabemos de la vida en Israel en aquel tiempo, es muy posible que los hechos se desarrollaran de una manera ligeramente distinta. Analicemos las costumbres de la época y los términos griegos originales que empleó Lucas en su evangelio, y procuremos reconstruir la situación más probable.

Lucas indica que José y María llevaban cierto tiempo en Belén cuando a ella le vino el parto: «Estando ellos allí se le cumplieron los días de su alumbramiento»[3]. Es posible que Belén, al no hallarse en el principal camino que conducía a Jerusalén, no tuviera posada[4]. Además, la palabra griega que empleó Lucas y que aquí se tradujo como mesón se vierte como aposento en otros pasajes[5]. Lo más probable es que José, siendo originario de Belén, tuviera allí parientes y les pidiera alojamiento. En aquel tiempo las casas constaban de un ambiente principal en el que la familia comía y dormía, y un aposento anexo para invitados. Debido a que Belén estaba abarrotada a causa del censo, es probable que los familiares de José no tuvieran sitio en el aposento para invitados y que José y María tuvieran que quedarse en la sala principal de la casa de sus parientes, la misma en la que comía y dormía el resto de la familia.

Esas salas familiares solían incluir una parte ligeramente más baja en la que se recogían por la noche los animales domésticos. En el piso de la sala en la que hacía vida la familia se solía construir un pesebre donde pudieran comer los animales de mayor porte cuando estaban parados en la parte más baja. Es probable que Lucas se refiriera a ese tipo de pesebre cuando describe dónde acostaron al recién nacido. También es probable que José o los parientes que los habían recibido ayudaran a María durante el parto. Aquí encontrarás una explicación más detallada de la vida en las casas de pueblo de la época.

En los campos de los alrededores de Belén había pastores que cuidaban sus ovejas.

Y se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: «No temáis, porque yo os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre»[6].

Esta es la tercera vez que se aparece un ángel para anunciar lo que Dios está haciendo al enviar a Jesús al mundo. La primera vez se apareció un ángel a Zacarías en el Templo; la segunda vez, a María; y esta vez, a los pastores. En este caso la gloria del Señor —el esplendor divino, en forma de luz brillante— rodea a los pastores. Como las otras veces, primero se aparece un ángel y luego hay una reacción inicial de temor, seguida de la instrucción de no temer. Aquí encontrarás más detalles sobre los pastores.

El ángel trae buenas noticias de gran alegría «para todo el pueblo». Su anuncio hace pensar en la promesa que se le hizo a Abraham: «Serán benditas en ti todas las familias de la tierra»[7]. El ángel dice a los pastores que el niño ha nacido en Belén, la ciudad de David —vinculando así al niño con el rey David— y declara que se trata del Mesías, que es lo que significa la palabra Cristo[8].

El ángel usa términos que la gente de la época habría entendido como simbólicos y significativos. El emperador Augusto había pacificado el Imperio romano en las décadas anteriores al nacimiento de Jesús, y se le tenía por pacificador del mundo. Dentro del imperio, muchos lo llamaban «salvador». Una inscripción de un altar lo llamaba «salvador del mundo entero». Otra inscripción en honor a Augusto decía: «El día del nacimiento del dios ha marcado el comienzo de la buena nueva para el mundo»[9]. El mensaje del ángel a los pastores proclama el nacimiento del auténtico Rey y Salvador y señala la importancia de Su nacimiento para todas las generaciones futuras.

El mensaje del ángel tiene reminiscencias de las palabras de Isaías, que predijo el nacimiento de este niño e indicó quién y qué sería: «Un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el principado sobre Su hombro. Se llamará Su nombre “Admirable consejero”, “Dios fuerte”, “Padre eterno”, “Príncipe de paz”. Lo dilatado de Su imperio y la paz no tendrán límite sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre»[10].

Se nos dice que «de pronto, se unió a ese ángel una inmensa multitud —los ejércitos celestiales— que alababan a Dios y decían: “Gloria a Dios en el cielo más alto y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace”»[11]. Versiones más antiguas traducen la última frase: «¡En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!»; pero documentos hallados en el desierto de Judea entre 1945 y 1956 (conocidos comúnmente como los Manuscritos del mar Muerto) han permitido hacer traducciones más precisas, con lo que esta frase queda así: «Paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace». Bock explica: «En el siglo I, la expresión “el pueblo en quien Dios se complace” era una frase jergal para referirse a los elegidos de Dios, en la que el pueblo de Dios son los que se han beneficiado de Sus actos misericordiosos»[12].

Ya se nos ha dicho que María dio a luz a Jesús, lo envolvió en tiras de tela y lo acostó en un pesebre. La señal que se dio a los pastores fue: «Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre»[13]. Cuando el ángel se fue, ellos se dirigieron a Belén en busca del bebé. Tras encontrarlo, contaron a todo el mundo lo que había sucedido, y todos los que lo oyeron «se maravillaron» y «se asombraron». María meditaba estas cosas en su corazón[14].

José y María, fieles a lo que el ángel les había mandado, le dieron al recién nacido el nombre de Jesús, «el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuera concebido»[15]. De acuerdo con las costumbres judías de la época, lo circuncidaron ocho días después de Su nacimiento, y después de otros 33 días hicieron una ofrenda de purificación por María en el Templo, conforme a las leyes de Moisés[16]. En esa misma ocasión también redimieron a su hijo, de acuerdo con el mandamiento divino de que el primer hijo debía ser redimido[17]. Por tales acciones se puede deducir que José y María eran judíos piadosos que observaban los mandamientos de Dios y que iban a enseñar a Jesús los caminos de la fe.

Estando en el Templo, se encontraron con Simeón, del cual se nos dice: «Este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel […]. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes que viera al Ungido del Señor. […] Cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al Templo para hacer por Él conforme al rito de la Ley, él lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios»[18].

La oración de Simeón es el tercer himno de alabanza de la sección introductoria del Evangelio de Lucas. Se conoce como el Nunc dimittis (por sus primeras palabras en la versión latina)[19]. Simeón declara: «Han visto mis ojos Tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles y gloria de Tu pueblo Israel»[20]. Esta frase reafirma que la salvación divina es para todos los pueblos, toda la humanidad. Su alusión a Jesús como la luz guarda cierta semejanza con lo que profetizó Zacarías en su himno, que ya vimos antes: «La aurora nos visitó desde lo alto, para alumbrar a los que viven en tinieblas y en medio de sombras de muerte; para encaminarnos por la senda de la paz»[21]. El himno de Simeón también recuerda a ciertos pasajes del libro de Isaías[22] [23]. José y María estaban maravillados o asombrados de lo que Simeón había dicho sobre su hijo[24].

A continuación Simeón bendice a los padres de Jesús. Seguidamente profetiza:

«Este está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones»[25]. Simeón predice que muchos en Israel rechazarán a Jesús.

Brown describe de esta manera la escena:

No debe pasarse por alto el dramatismo de esta advertencia profética contra Israel. El anciano Simeón, al final de su vida, toma en brazos a un niño que apenas está comenzando a vivir. Los ojos de Simeón han escrutado la distancia y han visto la salvación que este niño traerá tanto a los gentiles como a Israel; pero, como auténtico profeta que es, ve también el rechazo y la catástrofe. Su trágica segunda visión va dirigida a la madre del niño, que fue la primera a quien se le comunicó la buena nueva acerca de Jesús; por haber sido la primera que oyó la noticia y la aceptó, debe encontrar en su propia alma la recusación de que esta será objeto y la tragedia de su rechazo por parte de muchos en aquel Israel al que Jesús tenía que haber socorrido[26].

Estando aún en el Templo, José y María se encuentran con una profetisa de 84 años llamada Ana, que había enviudado tras siete años de matrimonio y asiduamente adoraba en el Templo con ayunos y oraciones. Si bien Lucas en su evangelio no registra las palabras exactas que ella dijo, hay una alusión al concepto expuesto en una profecía del libro de Joel: «Profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas»[27]. Lucas nos informa que tanto un hombre como una mujer profetizaron sobre Jesús. A lo largo de su evangelio y en el libro de los Hechos, Lucas con frecuencia da protagonismo a las mujeres al contar la historia de Jesús y de la iglesia primitiva.

El relato de Lucas sobre el nacimiento de Jesús termina aquí, en el Templo; Mateo, en cambio, narra otros hechos relacionados con Su nacimiento que Lucas no cuenta.

Mateo habla de la visita de los magos:

Llegaron del oriente a Jerusalén unos sabios, preguntando: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, pues Su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo»[28].

Cuando llegaron los sabios ya había transcurrido cierto tiempo, posiblemente hasta dos años (como veremos pronto por las medidas que adoptó el rey Herodes contra los niños de Belén menores de dos años).

No se sabe exactamente de dónde venían. A lo largo de la Historia, estos son los tres lugares que se han considerado como los más probables: Persia o Partia, por el hecho de que el término magoi estaba asociado en un principio a los medos y los persas; Babilonia, porque entre los babilonios y caldeos había mucho interés en la astronomía y la astrología, y debido a la gran colonia judía que vivía en Babilonia, puede que los astrólogos estuvieran al corriente de las expectativas mesiánicas judías; Arabia o el desierto sirio, porque el oro y el incienso que trajeron como presentes se asociaban con las caravanas de camellos procedentes de Madián, en Arabia[29].

No hay forma de saber con certeza su procedencia, aunque por lo visto la mayoría se decantan por Arabia. De todos modos, su lugar de origen no es tan importante como el hecho de que venían de fuera de Israel. Al igual que Lucas, Mateo pone de manifiesto que Dios está haciendo algo nuevo al hacer hincapié en que cuando Jesús nació los gentiles fueron atraídos por la luz del Hijo de Dios[30].

Dice que los sabios vieron «su estrella» en el oriente. Se han propuesto varias teorías sobre la estrella, de las cuales Morris hace un buen resumen: «Ha habido muchas tentativas de explicar el fenómeno de la estrella, como que fue una conjunción planetaria, o la explosión de una supernova, o la aparición de un cometa; pero ninguna resulta convincente. Lo que está claro es que los sabios observaron un fenómeno astronómico que de alguna forma podían relacionar con un rey en particular, el rey de los judíos. Pero no explican lo que fue»[31].

Existe un interrogante sobre la expresión griega y la forma en que se tradujo. Muchas versiones dicen: «Su estrella hemos visto en el oriente», y otras en cambio: «Vimos su estrella mientras salía», o: «Vimos levantarse su estrella». Brown explica: «Si renunciamos a traducir en tē anatolē [las palabras que figuran en el texto griego] por en oriente, no hay ninguna indicación de que los magos siguieran a la estrella hasta Jerusalén. Se entendería más bien que, habiendo visto aparecer la estrella que asociaban con el rey de los judíos, se dirigieron a la capital judía para obtener más información»[32].

Los lectores del Evangelio de Mateo en el siglo I no habrían considerado extraño que apareciera una estrella para proclamar el nacimiento de un nuevo rey, ya que la idea de que el nacimiento y la muerte de los grandes personajes venían anunciados por señales en el cielo gozaba de amplia aceptación[33].

Si bien los magos, que eran gentiles, habían ido a rendir homenaje al recién nacido «rey de los judíos», Mateo señala que el rey judío en funciones y los principales sacerdotes desconocían por completo que este había nacido. Herodes, por razones obvias, se turbó cuando supo de la llegada de unos sabios que buscaban a un nuevo rey. Este hecho ocurrió poco antes de su muerte, cuando estaba teniendo que lidiar con las disensiones entre sus hijos sobre quién le sucedería como rey. (V. Gobernantes y grupos religiosos.) Al llegar a sus oídos la noticia, Herodes convocó a los principales sacerdotes y escribas e indagó dónde había de nacer el Mesías. Seguidamente llamó en secreto a los sabios y les preguntó cuándo habían visto aparecer la señal de la estrella. Por lo que hizo Herodes después, cabe suponer que había sido menos de dos años antes. Herodes dijo entonces a los magos que fueran y buscaran al niño, y luego le informaran del sitio exacto donde se encontraba, para que él también pudiera ir a adorar al nuevo rey.

Cuando los sabios llegaron a Belén, hallaron la casa donde se alojaban José, María y Jesús.

Al entrar en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose lo adoraron. Luego, abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra[34].

Es curioso que en ningún momento se indique cuántos magos había, si bien la tradición dice que eran tres, basándose en el hecho de que son tres los presentes mencionados: incienso, oro y mirra. El relato de unos magos venidos de lejos para rendir homenaje a un rey y traerle obsequios no habría sido un concepto foráneo para los primeros lectores de este evangelio. Hay numerosas crónicas de la época sobre gente prominente que rindió homenaje y tributo a reyes[35].

Los sabios, «siendo avisados por revelación en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino»[36]. José también recibe en sueños la visita de un ángel que le dice: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Permanece allá hasta que yo te diga, porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo»[37]. José y su familia se fueron de noche y así llegaron a Egipto, donde permanecieron hasta la muerte de Herodes, muy probablemente aprovechando los regalos de los magos para financiar su viaje y cubrir sus gastos de subsistencia durante su estancia allá. La huida a Egipto de la familia siguió un patrón habitual: a lo largo de la Historia, los judíos con frecuencia se refugiaron en Egipto cuando había problemas en Palestina[38].

Al enterarse de que ha sido engañado por los sabios, Herodes se pone furioso y manda matar a todos los varones de Belén y la zona circundante que tengan dos años o menos, en lo que se conoce como la matanza de los inocentes. Se ha calculado que la aldea y sus alrededores debían de tener una población de unas mil almas, y suponiendo una tasa anual de natalidad de aproximadamente treinta, es posible que hubiera entre veinte y treinta niños varones menores de dos años[39].

Al morir Herodes, José recibe nuevamente en sueños la visita de un ángel que le da instrucciones: esta vez le dice que vuelva con su familia a Israel, lo cual hace. Al regresar y enterarse de que Arquelao reina en Judea, se le avisa en otro sueño que no vaya allá, por lo que se dirige a Nazaret y allí se establece con su familia.

A lo largo de su evangelio, Mateo una y otra vez vincula los sucesos de la vida de Jesús a otros del Antiguo Testamento, con el fin de mostrar la relación entre Él y las profecías veterotestamentarias. El viaje a Egipto y el regreso a Israel tienen reminiscencias de la historia del pueblo de Israel. «Cuando Israel era muchacho, Yo lo amé, y de Egipto llamé a Mi hijo»[40]. El rescate del niño de manos del rey Herodes tiene su paralelo en la historia de Moisés, que de niño fue librado de Faraón en Egipto, y muchos años después sacó de Egipto al pueblo de Dios. La matanza de los niños varones ordenada por Herodes recuerda a la exigencia de Faraón de que se matara a todos los hijos varones de los hebreos[41]. Las palabras que le dirige el ángel a José cuando le dice que vuelva a Israel son similares a las que se le dijeron a Moisés cuando se le mandó que volviera a Egipto para estar con su gente y liberarla: «Regresa a Egipto, porque han muerto todos los que procuraban tu muerte»[42]. A José se le dice en sueños: «Levántate, toma al niño y a Su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la muerte del niño»[43]. A lo largo del Evangelio de Mateo veremos otros ecos, como cuando Jesús pasa 40 días en el desierto después de Su bautismo, hecho que guarda correspondencia con los 40 años que permaneció Israel en el desierto.

Al llegar al final del relato del nacimiento de Jesús tal como lo refirieron Lucas y Mateo, ya se advierte el principio del cumplimiento de la promesa divina de enviar un Mesías para redimir a la humanidad. Como dicha promesa debía cumplirse en el mundo, Dios optó por introducirse en la dimensión temporal y física del mundo, tal como revelan las narraciones del nacimiento. El nacimiento físico de Dios Hijo se hizo posible por un acto del Espíritu Santo y la cooperación de una joven. La constitución de un hogar con padre y madre fue posible por la intervención divina mediante mensajes angélicos que recibió José en sueños y la buena disposición de este para seguir las instrucciones recibidas. Dios puso a Su Hijo al cuidado de dos fieles creyentes, lo guardó de quienes procuraban matarlo, cumplió las profecías del Antiguo Testamento sobre el Mesías venidero y creó las circunstancias propicias para la salvación y restauración que había prometido.

El hecho de que Dios se hiciera carne, se introdujera en el mundo y viviera entre Su creación con el propósito de reconciliar consigo a la humanidad mediante Su muerte y resurrección constituye el acontecimiento más significativo de la historia humana. Los Evangelios ponen de manifiesto de qué manera la vida de Jesús —desde Su nacimiento hasta Su muerte y aún más allá— cumple las promesas de Dios y prueba Su gran amor por los seres humanos, pues es gracias a ella que podemos volvernos hijos Suyos.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Lucas cuenta que ese censo tuvo lugar cuando Cirenio era gobernador de Siria. Entre los entendidos hay cierta controversia sobre si eso es correcto, pues parece ser que Cirenio fue gobernador de Siria cuando Jesús ya había nacido. Existen diversas teorías sobre esa disconformidad, sustentadas por largas y extensas exposiciones académicas sobre si Lucas menciona el censo como un suceso histórico —que tuvo su origen en el descontento de César Augusto con Herodes en el tiempo en que nació Jesús y se llevó a cabo a lo largo de varios años— o si simplemente Lucas se equivocó; o si incluso habló del censo como recurso literario, para trasladar al lector del mundo regido por César al minúsculo pueblo de Belén donde nació Jesús. Con la información que hay disponible, y teniendo en cuenta que lo que se discute ocurrió hace más de dos mil años, cualquiera de esas opciones podría ser válida, y otras también. No obstante, no parece necesario dedicar un montón de tiempo a explicar las distintas teorías, ya que ninguna de ellas es del todo concluyente.

[2] Lucas 2:6,7.

[3] Lucas 2:6.

[4] Green, The Gospel of Luke, 128,129.

[5] Lucas 22:11, Marcos 14:14.

[6] Lucas 2:9–12.

[7] Génesis 12:3.

[8] Encontró primero a su hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías —que significa “Cristo”—» (Juan 1:41).

[9] Brown, El nacimiento del Mesías, 434,435.

[10] Isaías 9:6,7.

[11] Lucas 2:13,14 (NTV).

[12] Bock, Jesus According to Scripture, 67.

[13] Lucas 2:12.

[14] Lucas 2:18,19.

[15] Lucas 2:21.

[16] Levítico 12:2–6.

[17] Dios mandó al pueblo de Israel que le separaran todo primogénito de sexo masculino, tanto de los seres humanos como de los animales, como perteneciente a Él. El animal se sacrificaba, aunque también se podía redimir, para lo cual se sacrificaba en su lugar un cordero. El Señor ordenó que se redimiera a los hijos varones primogénitos sacrificando un cordero (Éxodo 13:2,12,15).

[18] Lucas 2:25–28.

[19] Bock, Jesus According to Scripture, 68.

[20] Lucas 2:30–32.

[21] Lucas 1:78,79.

[22] Isaías 52:9,10; 49:6; 46:13; 42:6; 40:5.

[23] Brown, El nacimiento del Mesías, 478,479.

[24] Lucas 2:33.

[25] Lucas 2:34,35.

[26] Brown, El nacimiento del Mesías, 480,481.

[27] Joel 2:28.

[28] Mateo 2:1,2.

[29] Brown, El nacimiento del Mesías, 168,169.

[30] Ibíd., 480.

[31] Morris, The Gospel According to Matthew, 36.

[32] Brown, El nacimiento del Mesías, 173.

[33] Ibíd., 170.

[34] Mateo 2:11.

[35] Brown, El nacimiento del Mesías, 174.

[36] Mateo 2:12.

[37] Mateo 2:13.

[38] Morris, The Gospel According to Matthew, 42.

[39] Brown, El nacimiento del Mesías, 206.

[40] Oseas 11:1.

[41] Éxodo 1:22.

[42] Éxodo 4:19.

[43] Mateo 2:20.