Jesús, Su vida y mensaje: El reino de Dios, 2ª parte

julio 14, 2015

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: The Kingdom of God, Part 2]

Tal como señalé en la primera parte de este artículo, los milagros de Jesús constituyeron una indicación de que el reino de Dios había llegado y ya estaba entre nosotros, al menos parcialmente, durante Su ministerio. Además de los milagros, Jesús nos transmitió lo que significa «el reino de Dios» con Sus actos y Sus palabras.

Cuando Juan Bautista mandó a sus discípulos a preguntarle a Jesús si Él era el que había de venir o si debían esperar a otro, Jesús respondió:

Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio[1].

Jesús, con Sus curaciones, derrotaba a Satanás y además, con Sus enseñanzas, revelaba información acerca del reino: predicaba las buenas noticias a los pobres. Asimismo, relató numerosas parábolas para ilustrar cómo es el reino de los cielos, o a qué se le puede comparar: El reino de los cielos es como un grano de mostaza; como un hombre que sembró buena semilla en su campo; como la levadura; como un tesoro escondido en un campo; como una red que se echa al mar; como un rey que hizo una fiesta de bodas a su hijo[2].

El hecho de que se sentara a comer con los parias del judaísmo —los recaudadores de impuestos y los pecadores—, de que tocara a la gente impura, de que perdonara los pecados y de que sanara en sábado, todo eso en conjunto nos sirve para comprender con mayor profundidad la gracia, el amor, el interés y la compasión del Padre por nosotros, así como la naturaleza de Su reino.

Al enseñar a Sus discípulos a orar con el Padrenuestro[3] les hizo entablar un tipo diferente de relación con Dios, los invitó a formar parte de Su familia.

Todo aquel que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos, ése es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre[4].

A los que lo seguían les enseñó a basar sus actos y su ética en la forma de ser del Padre y Rey de todos ellos, a alinear su vida y sus actos con los Suyos ya que formaban parte de Su reino.

Amad, pues, a vuestros enemigos, haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es benigno para con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso[5].

No os angustiéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. […] Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. […] Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan […] ¿no hará mucho más por vosotros […]? No os angustiéis, pues, diciendo: «¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?», […] vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas ellas. Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas[6].

Entrar en el reino de Dios implica iniciar un nuevo tipo de relación con Él. Se entra a formar parte tomando una decisión. Esa necesidad de hacer un compromiso aparece en muchos lugares del Evangelio, cuando Jesús llama al arrepentimiento: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!»[7]; cuando llama a seguirle: «Venid en pos de Mí, y os haré pescadores de hombres»[8]; cuando llama a negarse a uno mismo y tomar la cruz: «El que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí»[9]. En todos esos casos hizo un llamado fuerte a comprometerse con Él y con el reino.

La mujer que le lavó los pies a Jesús con sus lágrimas y se los secó con su cabello lo hizo con una actitud de amor y gratitud hacia Dios que no tenía antes, porque sus pecados habían sido perdonados[10]. El perdón de los pecados transforma el corazón, y eso atrae las bendiciones del reino.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque verán a Dios[11].

Los creyentes consideran que es su deber perdonar las ofensas, porque Dios se ha mostrado clemente y misericordioso con ellos.

Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores[12]. Sed misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso[13].

A todo lo largo de los evangelios Jesús enseña que el reino está entre nosotros y habla de la nueva relación con Dios que uno inicia cuando decide arrepentirse y seguirlo, así como de la transformación que genera en uno el perdón divino. La presencia del reino genera un cambio en la vida de los que pasan a formar parte de él, pero no es la plenitud del reino. El reino se introdujo en el mundo con el ministerio de Jesús, al haber derrotado a Satanás, y por eso podemos experimentar parcialmente sus bendiciones mientras esperamos la máxima expresión de ellas que llegará con su culminación.

A diferencia de los evangelios sinópticos, el de Juan no gira en torno a lo que enseñó Jesucristo sobre el reino, pero sí da un dato clave, que es que es necesario nacer de nuevo para entrar en él.

De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios[14]. De cierto, de cierto te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios[15].

Aquí vemos que uno entra en el reino al nacer de nuevo. En los evangelios sinópticos uno entra en el reino al tener fe en las enseñanzas de Jesús e iniciar una relación con el Padre. Todos esos conceptos expresan la salvación, que viene por Jesucristo.

La manifestación actual del reino es que entramos a formar parte de la familia de Dios, de basileia, aceptamos el reino de Dios en nuestra vida. Él pasa a ser nuestro Padre, y por medio de Jesús establecemos una relación personal con Él. Se convierte en nuestro Rey, a quien prometemos amor, lealtad y fidelidad. Cuando Dios reina en nuestra vida, nuestra actitud de confianza y fe refleja lo que expresa la oración que Jesús enseñó a Sus discípulos: «Hágase Tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo»[16]. Para las personas que depositan su confianza en Dios e inician una relación con Él por medio del sacrificio de Su hijo, el reino de Dios pasa a ser una realidad en el presente[17].

Cuando alguien entra en el reino, el centro de su vida pasa a ser otro, porque ocurre una regeneración; la persona nace en espíritu. Se entrega al reino de Dios y deposita su confianza en Él. Tal como se ve en lo que predicó Jesús en el sermón del monte y otras ocasiones, uno debe guiarse por una ética más exigente: perdonar, amar a los enemigos, etc., etc.

Aunque lo que transmitió Jesús sobre el reino tiene ciertas similitudes con el judaísmo, llega mucho más allá y redefinió su significado. Él enseñó que el reino de Dios estaba directamente relacionado con su destino personal como Hijo del hombre. Con su vida, muerte y resurrección demostró que el reino de Dios es algo más que una ambigua esperanza futura; con Él, había pasado a ser algo inminente que exigía una respuesta inmediata.

Y para colmo, enseñó que la entrada al reino no estaba limitada al pueblo judío, sino que cualquiera podía formar parte de él. Ya no era algo centrado en el Israel físico, sino en todas las personas que formarían el pueblo de Dios al renacer y tener un corazón nuevo. Jesús dejó muy claro que la entrada al reino de Dios no estaba limitada al pueblo hebreo cuando habló con la mujer samaritana en el pozo y le dijo: «La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren»[18]. Igualmente, cuando echó a un demonio de la hija de la mujer que era sirofenicia, o sea, gentil[19]. Y, dirigiéndose a los principales sacerdotes y a los fariseos, sentenció: «Os digo que el reino de Dios será quitado de vosotros y será dado a gente que produzca los frutos de él»[20].

Los primeros que creyeron en Jesús y decidieron seguirle fueron las primeras personas en entrar en el reino de Dios; ellas fueron como la levadura escondida en las tres medidas de harina que hizo que leudara toda la masa[21]. El reino seguirá creciendo hasta que vuelva el Hijo del hombre a darnos a cada uno nuestro pago conforme a lo que hayamos hecho[22]. En este mundo convivimos los que formamos parte del reino y los que no, tal como en la parábola del trigo y la cizaña[23]. Recién cuando llegue el momento de la siega se arrancarán y separarán, tras lo cual la cizaña se echará al fuego. Una red recoge tanto a peces buenos como malos, y más tarde se los separa[24]. El bien y el mal seguirán entremezclados hasta que llegue el fin de los tiempos, cuando el reino se manifieste plenamente en toda su hermosura y perfección[25].

La culminación del reino se dará cuando Jesús regrese a establecer Su reino en la Tierra.

Con Tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación; nos has hecho para nuestro Dios un reino y sacerdotes, y reinaremos sobre la Tierra[26]. Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de Su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos[27].

(Continúa en la tercera parte.)


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Lucas 7:22.

[2] Mateo 13:31,24,33,44,47; 22:2.

[3] Mateo 6:9.

[4] Mateo 12:50.

[5] Lucas 6:35,36.

[6] Mateo 6:25–33.

[7] Marcos 1:15.

[8] Mateo 4:19.

[9] Mateo 10:38.

[10] Lucas 7:36–50. V. también Parábolas de Jesús: Los dos deudores.

[11] Mateo 5:8.

[12] Mateo 6:12.

[13] Lucas 6:·36.

[14] Juan 3:3.

[15] Juan 3:5.

[16] Mateo 6:10.

[17] Williams, Renewal Theology, 291.

[18] Juan 4:23.

[19] Marcos 7:26–30.

[20] Mateo 21:43.

[21] Mateo 13:33. V. también Parábolas de Jesús: Las semillas y la levadura.

[22] Mateo 16:27; 25:31–34.

[23] Mateo 13:24–30.

[24] Mateo 13:47–50.

[25] Williams, Renewal Theology, 295.

[26] Apocalipsis 5:9,10.

[27] Apocalipsis 11:15.