Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

agosto 9, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

Cómo se debe rezar (5ª parte)

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. How to Pray (Part 5)]

(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)

Este es el quinto de una serie de artículos sobre la porción del Sermón del Monte en la que Jesús enseña a Sus discípulos cómo se debe (y cómo no se debe) orar.

Habiendo examinado las tres primeras peticiones para que Dios sea venerado, Su reino venga, y se haga Su voluntad en la Tierra como en el Cielo, pasamos ahora a las siguientes tres. En esta transición a la siguiente parte de la oración, se aprecian dos cambios. (1) La oración, que estaba centrada en peticiones relacionadas con el Padre, se centra ahora en las necesidades humanas. Ese patrón de poner primero a Dios y luego pasar a las necesidades humanas se observa también en otras enseñanzas de Jesús.

«¿Cuál es el primer mandamiento de todos?» Jesús le respondió: «El primero de todos los mandamiento es: “Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. […] El segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay otro mandamiento mayor que estos»[1]. Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas[2].

(2) La oración pasa de la segunda persona del singular (Tu nombre, Tu reino, Tu voluntad) a la primera del plural (el pan nuestro, nuestras deudas, nos). Al dirigirse a Dios, la persona que ora no se centra únicamente en sus necesidades particulares, sino también en las de los demás creyentes; ruega por el pan «nuestro», por el perdón de «nuestros» pecados y para que Dios «nos» libre del mal. Oramos como parte y en representación de toda la comunidad de los que creen en Dios y dependen de Él[3].

El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos metas en tentación, sino líbranos del mal[4].

La interpretación de la cuarta petición, «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy»,ha presentado ciertas dificultades a los estudiosos. La palabra griega epiousios, traducida como «de cada día», solo se encuentra en los Evangelios; no aparece en ningún otro texto griego antiguo. Como no hay otros usos de la palabra con que hacer una comparación, la mayoría de los intentos de traducirla se apoyan en la forma griega de la palabra. Eso significa que hay tres opciones principales: (1) que se derive del sustantivo que significa «sustancia, ser, esencia», con lo que se referiría al pan para la subsistencia, necesario para existir; (2) que venga del verbo «ser», con lo que se referiría el pan para el (día) presente, para hoy; (3) que proceda del futuro del verbo «venir», con lo que se referiría al pan para el (día) que viene, para el futuro.

No hay consenso sobre el significado exacto que se le pretendía dar a esa palabra, por lo que a lo largo de los siglos esta petición se ha entendido de diversas maneras. Una de ellas es que se trata de una oración para que Dios nos dé el futuro pan del reino, el pan de la salvación. Algunos de los primeros padres de la Iglesia consideraron que se refería a la eucaristía, al pan de la comunión. Otros lo interpretan como el «pan para hoy», al traducirlo: «Danos hoy nuestro pan cotidiano», mientras que otros consideran que significa «danos el pan de mañana» o «danos a diario nuestro pan cotidiano». La mayoría de los comentaristas contemporáneos opinan que la traducción más precisa es muy posiblemente el «pan para hoy» o el «pan de mañana». Teniendo en cuenta que en la última sección de este mismo capítulo (Mateo 6) Jesús enseña que no debemos angustiarnos por las cosas de la vida, como la comida o la ropa, sino buscar a Dios para que Él provea para nosotros, es probable que esta petición del Padrenuestro se refiera a las necesidades físicas del presente.

Tanto «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy», que es lo que dice en Mateo[5], como «Danos cada día nuestro pan cotidiano»[6], que es lo que dice en Lucas, expresan la petición de que nuestro Padre provea para nuestras necesidades físicas, que nos dé lo que necesitamos para preservar nuestra vida. Al pedirle lo que nos hace falta, manifestamos nuestra dependencia de Él. En el siglo I, los trabajadores del Mediterráneo recibían su paga a diario y apenas tenían suficiente para vivir de un día para otro. Con el salario del día se compraba la comida del día. El hecho de vivir en circunstancias tan inciertas le daba mucho sentido a esta oración. El concepto de que Dios les proporcionara pan a diario también debía de recordarles a los judíos cómo les había dado el maná cuando estaban en el desierto. La primera vez que vieron maná se preguntaron qué era, y Moisés les dijo: «Es el pan que el Señor os da para comer»[7]. Cada día les daba suficiente para ese día, y el sexto día les daba suficiente para dos días, a fin de que no tuvieran que recoger el sábado[8]. Dios literalmente les daba su pan de cada día.

Al hacer esa oración reconocemos nuestra dependencia de nuestro Padre celestial. Expresamos que acudimos a Él para que cubra nuestras necesidades físicas y le pedimos que lo haga. Se nos dice que oremos por lo que necesitamos, no para tener lujos o abundancia. El Señor quiere que confiemos en Él y que dependamos de que Él provea para nuestras necesidades.

La quinta petición dice:

«Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores». A continuación del Padrenuestro, el Sermón del Monte sigue insistiendo en el perdón: «Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas»[9].

Eso da lugar a una pregunta: Para los que somos ciudadanos del reino de Dios a raíz del sacrificio que hizo Jesús al morir, ¿significa eso que si no perdonamos al prójimo Dios rescindirá nuestra salvación y nuestros pecados anteriores dejarán de estar perdonados? Muy brevemente, la respuesta es no, aunque hay otros factores que se deben tener en consideración.

Conviene saber que cuando Dios dio instrucciones a Moisés para que subiera al monte a recibir los mandamientos, reveló importante información sobre Sí mismo.

El Señor descendió en la nube y se puso junto a Moisés. Luego le dio a conocer Su nombre: pasando delante de él, proclamó: «El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene Su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado»[10].

Dios reveló que Él es intrínsecamente clemente, que Su amor es duradero y constante, y que es perdonador. Esos atributos forman parte de Su personalidad, de Su carácter inherente. El perdón forma parte de la divinidad de Dios. Él perdona la iniquidad (la perversidad, la depravación, la sevicia, la maldad), la rebelión (los actos que quebrantan Sus mandamientos y enseñanzas morales, las transgresiones) y el pecado (las acciones, pensamientos y conductas que se oponen a lo que Dios ha enseñado). Dios por naturaleza perdona.

La misericordia, la generosidad y el perdón de Dios aparecen retratados en la parábola que contó Jesús sobre el siervo que no quiso perdonar (Mateo 18:23–25), en la que habla de un rey que perdonó a un siervo una deuda de 10.000 talentos. A grandes rasgos, basándose en un jornal de un denario al día, esa suma equivaldría a unos 150.000 años de trabajo. La capacidad de perdón que tiene Dios es ilimitada. En la parábola, el siervo al que se le perdona una deuda tan astronómica se niega luego a perdonar una de 100 denarios que tiene otro con él, equivalente a unos 100 días de trabajo. Desgraciadamente, así somos nosotros cuando no queremos perdonar a los demás.

Mateo en el Padrenuestro emplea las palabras «deudas» y «deudores» para referirse al pecado, mientras que Lucas habla de «pecados» y de «los que nos deben»:

Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben[11].

En arameo, la lengua materna de Jesús, se empleaba la palabra khoba para hablar tanto de deudas como de pecados. Las «deudas» de Mateo y los «pecados» de Lucas representan transgresiones contra Dios.

Kenneth Bailey explica:

La palabra de Mateo, «deudas», se refiere a obligaciones incumplidas para con Dios y nuestros semejantes; es decir, cosas que no hicimos. Hubiéramos debido compadecernos de nuestro prójimo y no lo hicimos, y nuestro amor a Dios es imperfecto. Por otra parte, los discípulos se ven frente a las cosas que no hubieran debido hacer. […] Los creyentes están atrapados entre deberes no cumplidos y actos realizados que no están en armonía con la voluntad de Dios. […] Los fieles deben recordar que están pidiendo perdón por no haber hecho lo que Dios exige de ellos (deudas) y por no obrar bien las veces en que sí actuaron (ofensas)[12].

La observación de Bailey alude a lo que se conoce como pecados de omisión (actos que hubiéramos debido realizar y no hicimos)[13] y pecados de comisión (pecados de pensamiento, de palabra o de obra).

Cuando Jesús dijo a Sus discípulos que rezaran: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores», se refería al perdón de nuestros pecados. En la parábola del siervo que no quiso perdonar, que ya mencioné, Dios ya había perdonado la deuda del siervo. En la parábola, el perdón de Dios vino primero; pero Él retiró ese perdón cuando el siervo perdonado no perdonó a otro,mostrando que existe una relación entre ambos hechos. Evidentemente Él esperaba que el siervo a quien se le había perdonado una deuda tan grande se volviera perdonador con los demás. Aunque los diversos comentarios que consulté al investigar este tema emplean distintas palabras para explicar ese concepto, todos vienen a decir lo mismo: Dios compasiva y misericordiosamente ha perdonado nuestros pecados con la salvación. Por consiguiente, debemos perdonar al prójimo como una extensión de la gracia de Dios. Los que han sido perdonados perdonan. Si nos negamos a perdonar, habría que poner en duda si de veras hemos recibido el perdón de Dios.

La reconciliación —el fin del conflicto y el restablecimiento de la relación— es el sello distintivo del cristianismo, del reino de Dios. Él, por medio de Jesús, ha restablecido la relación entre Sí mismo y la humanidad pecaminosa. Mediante Su perdón nos ha ofrecido una renovación de la relación con Él. Como ciudadanos de Su reino, también nosotros, por medio del perdón, debemos restablecer nuestra relación con los que han pecado contra nosotros. Debemos reflejar la naturaleza de Dios, que es intrínsecamente misericordioso y perdonador. En eso consiste, en parte, ser cristiano.

Perdonar a alguien que nos ha herido y nos ha hecho daño no equivale a declarar que lo que hizo no importó, que no estuvo mal o no nos lastimó. Sí estuvo mal, pues nos causó daño y quizás incluso fue cruel. Al perdonar, no estamos diciendo que no nos hayan agraviado; estamos indultando a alguien que cometió una falta. De esa manera reflejamos el amor, la misericordia y la gracia de Dios. El perdón es un acto profundamente característico de Dios. Refleja el concepto de los 10.000 talentos o 150.000 años de trabajo que Dios nos ha perdonado. Todos los pecados —los de comisión, los de omisión, los de obra y los de pensamiento— son ofensas, deudas, pecados que cometemos contra Dios. Y todos los días pecamos de una manera u otra. Pero Él, por Su imperturbable amor y misericordia, nos perdona.

Como seguidores de Cristo y ciudadanos de Su reino que permitimos que Él rija nuestra vida, hemos sido llamados a perdonar al prójimo como Dios nos ha perdonado. Rezamos: Así como Tú, Padre, perdonaste nuestras deudas, nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Cuando no confesamos nuestros pecados y no pedimos perdón por ellos, o no estamos dispuestos a perdonar a los que han pecado contra nosotros, dañamos nuestra relación con Dios. No dejamos de ser hijos Suyos, pero nos distanciamos de Él. Al negarnos a perdonar a los que han cometido faltas contra nosotros, nuestros pecados no quedan perdonados, y por consiguiente nuestra relación con el Padre se resiente[14].

Al sufrir y morir en la cruz, Jesús tomó sobre Sí mismo el castigo de nuestros pecados. Le costó caro reconciliar a cada uno de nosotros con el Padre. No es que Su sacrificio vuelva aceptables nuestros pecados, sino que Él sufrió en nuestro lugar y asumió el castigo. Fue un acto de puro amor. Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo), por misericordia y por amor, sufrió para que pudiera haber perdón, lo cual posibilitó la reconciliación entre Él y la humanidad. Se nos manda seguir Su ejemplo y perdonar, aun cuando nos hayan causado dolor y ofendido, aun cuando nos resulte costoso hacerlo.

Sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo[15].

(Continuará.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Marcos 12:28–31.

[2] Mateo 6:33.

[3] Green y McKnight, Dictionary of Jesus and the Gospels, 622.

[4] Mateo 6:11–13.

[5] Mateo 6:11.

[6] Lucas 11:3 (NVI).

[7] Éxodo 16:15.

[8] Éxodo 16:13–26.

[9] Mateo 6:14,15.

[10] Éxodo 34:5–7 (NVI).

[11] Lucas 11:4.

[12] Bailey, Jesús a través de los ojos del Medio Oriente.

[13] El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado (Santiago 4:17).

[14] El artículo Perdón y salvación, en Rincón de los directores, explica más a fondo este tema.

[15] Efesios 4:32.