Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

septiembre 20, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

La ansiedad

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. Anxiety]

Después de hablar de acumular tesoros en el Cielo y no en la Tierra, de ser generosos y de servir a Dios en vez de a Mammón, Jesús pasa al tema de la ansiedad:

Por tanto les digo: No se afanen por su vida, qué han de comer o qué han de beber; ni por su cuerpo, qué han de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?[1]

Al comenzar con «por tanto les digo», Jesús conecta la siguiente sección del Sermón con lo que acaba de decir. A los que hemos optado por darle a Dios —y no a los bienes materiales— un lugar preeminente en nuestra vida, se nos anima a confiar en Él en lo tocante a nuestras necesidades básicas. El conocimiento de que Dios es nuestro Padre, de que nos ama y de que nos proporcionará lo que nos haga falta para nuestro cuerpo a diario debería resultar en una profunda confianza en Él, una confianza que contrarreste la ansiedad o preocupación sobre la satisfacción de nuestras necesidades físicas cotidianas. Esta enseñanza debió de calar hondo en los primeros discípulos, ya que ellos, junto con Jesús, eran predicadores y maestros itinerantes y nunca sabían dónde iban a conseguir sus provisiones diarias. Aunque hoy en día la mayoría de los cristianos no se halla en una situación similar, el principio de confiar en la providencia divina sigue siendo válido.

La palabra griega merimnaō, que se traduce como «angustiarse» o «preocuparse», significa «estar atormentado por preocupaciones», «estar ansioso». La versión Reina-Valera 1960 da como traducción «no os afanéis por vuestra vida», mientras que las traducciones contemporáneas dicen «no os angustiéis» o «no se preocupen». Preocuparse, en el sentido que se le da aquí, es lo contrario de tener fe. El mensaje de Jesús es que tengamos fe en el Padre, que creamos que Él es el creador y soberano de todo, y que confiemos en que Él proveerá para Sus hijos.

Jesús emplea sencillas analogías de la naturaleza para ilustrar que debemos depositar nuestra confianza en Dios, no en nuestros bienes ni en nuestras fuentes de ingresos. Habla de nuestros temores de no tener lo que vamos a necesitar hoy, y de nuestras aprensiones sobre el futuro.

Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se angustie, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os angustiáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?[2]

Si bien las aves no siembran ni siegan, tampoco es que Dios les ponga la comida en el pico; tienen que esforzarse por buscarla. De todos modos, es Él quien las alimenta. «Él da a la bestia su mantenimiento y a los hijos de los cuervos que claman»[3]. Seguidamente, Jesús usa un argumento de menor a mayor[4] para dar fuerza a Su afirmación: Si Dios alimenta las aves, ¿no te va a alimentar a ti, que vales más que ellas? El concepto de que la creación humana de Dios es más importante para Él que la creación no humana se aprecia en el relato de la creación[5], donde la creación del ser humano constituye el acto final y culminante de la creación, y a este se le da autoridad sobre los animales[6]. Jesús también deja eso bien claro:

No temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos[7]. ¿Cuánto más vale un hombre que una oveja?[8]

El segundo ejemplo tomado de la naturaleza son los lirios del campo. Las flores silvestres de campos y prados hacen aún menos esfuerzo que las aves; sin embargo, Jesús considera su belleza más magnífica que la de las vestimentas y objetos reales. Esas hermosas flores llenan de colorido los campos, pero duran muy poco; y en tiempos de Jesús, la hierba y las flores se cortaban y se usaban como combustible para cocinar. Aquí vuelve a usar la misma lógica de menor a mayor: Si nuestro Padre, el Creador de toda la belleza que hay en la naturaleza, el universo y todo lo que contiene, ha hecho tan hermosas las flores, que duran tan poco, ¿cómo no va a proporcionarnos lo que necesitamos para el cuerpo, como ropa?

Entre el ejemplo de las aves y el de las flores hay un dicho que pone de manifiesto la inutilidad de preocuparse. Los traductores no se ponen de acuerdo sobre si la traducción debe decir «añadir un codo (como medio metro) a la estatura de una persona» o «añadir una hora a su vida», ya que legítimamente tanto podría traducirse de una manera como de la otra. Incluyo aquí ambas posibilidades:

¿Quién de vosotros podrá, por mucho que se angustie, añadir a su estatura un codo?[9]

¿Quién de ustedes, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?[10]

Como sea que se interprete, la respuesta a la pregunta es, por supuesto, evidente: No tiene sentido preocuparse, no cambia nada.

Tras señalar que con preocuparse no se gana nada, Jesús pregunta:

Si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?[11]

En el Evangelio de Mateo, Jesús emplea varias veces la expresión «hombres de poca fe» para referirse a los que tienen miedo o se angustian en vez de confiar en Dios[12]. Aquí la palabra fe significa confianza en que Dios tiene poder para intervenir en defensa de Su pueblo y en que sin duda lo hará[13]. Habiendo establecido que el Dios que alimenta a los animales y viste a la Tierra con la belleza de la naturaleza es nuestro Padre, que nos ama y provee para nuestras necesidades, Jesús vuelve a decir que «por tanto» (tomando estas cosas en consideración) no hace falta que nos angustiemos ni preocupemos:

Por tanto, no se afanen diciendo: «¿Qué comeremos?» o «¿Qué beberemos?» o «¿Con qué nos cubriremos?» Porque los gentiles buscan todas estas cosas, pero el Padre de ustedes que está en los cielos sabe que tienen necesidad de todas estas cosas[14].

Como ya ha hecho en dos pasajes anteriores del Sermón, Jesús compara la conducta de los incrédulos con lo que deberían hacer los creyentes[15]. La palabra griega epizēteō, traducida como «buscan», expresa el concepto de perseguir intensamente o ansiar alguna cosa[16]. Aunque otros prioricen las cosas materiales de este mundo, los cristianos debemos concentrarnos en el hecho de que tenemos en el Cielo a un Padre amoroso que sabe lo que nos hace falta y satisfará nuestras necesidades sin que nos angustiemos ni preocupemos.

Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas[17].

Aquí, la palabra griega para decir «buscad» es zēteō, que significa «buscar con la intención de encontrar», «tratar de obtener» o «desear poseer». Nuestro primer deseo debería ser que Dios y Su justicia rijan nuestra vida. Debemos valorar lo que Él valora y hacer lo que enseñan las Escrituras. La orientación que tiene un creyente es distinta de la de los demás, ya que procuramos vivir las enseñanzas de Jesús. Y dice que, si lo hacemos, Él satisfará nuestras necesidades materiales. R. T. France señala muy acertadamente:

El Padre, que conoce tus necesidades y en cuyos caminos procuras andar, satisfará personalmente tales necesidades. De todos modos, quizá deberíamos puntualizar que esas son las cosas que se satisfacen (las necesidades materiales básicas). Al discípulo se le promete supervivencia, no opulencia[18]. (Más abajo nos explayamos más sobre esta cuestión.)

Este segmento del Sermón termina con estas frases:

Así que no os angustiéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propia preocupación. Basta a cada día su propio mal[19].

Se nos manda no preocuparnos hoy por los posibles males del día de mañana, sino encomendarle a Dios las dificultades de hoy y dejar el mañana en Sus manos. Cada día tendrá sus males; pero a la luz de lo que Jesús ha enseñado aquí, tenemos la seguridad de que Él, por Su gracia, nos ayudará a superarlos. Jesús no enseña que no vamos a tener problemas, que nuestras vidas van a ser siempre coser y cantar, sino que nos exhorta a encarar las dificultades con fe en nuestro Padre y no con ansiedad.

Dios es nuestro Padre, y nosotros, los creyentes, somos Sus hijos. Por ser hijos Suyos, y por el hecho de que lo buscamos y buscamos Su justicia, podemos tener la confianza de que Él satisfará nuestras necesidades de comida, bebida y ropa. Con frecuencia nos da mucho más que lo básico, pero este pasaje promete lo básico. Aquí no indica cómo nos lo va a proporcionar, pero se entiende que, como las aves del ejemplo de Jesús, tenemos que esforzarnos por conseguir alimentos y ropa para nosotros y para nuestra familia. Eso no significa obligatoriamente tener empleo y percibir un sueldo, ya que por ejemplo muchos misioneros sirven a Dios sin recibir paga de ninguna iglesia u organización misionera en particular. De todos modos, como te confirmará cualquier misionero que se halle en esa situación, ellos trabajan durísimo para servir al Señor y al prójimo, con la confianza de que Dios satisfará sus necesidades. Y Él lo hace.

Muchos cristianos que buscan la orientación de Dios en su vida se sienten guiados por Él para usar las habilidades que Él les ha dado en algún tipo de empleo remunerado; ejercen una influencia cristiana en su lugar de trabajo y enseñan a sus hijos a conocer y amar a Dios. También ellos se esfuerzan por servir a Dios en el lugar al que Él los ha conducido. En su caso, tienen un sueldo fijo. Pero el hecho de que perciban un salario no significa que Dios no esté proveyendo para ellos. Quizá le pidieron que les diera ese puesto de trabajo, y como cristianos que son lo honran realizando su labor de forma honesta y diligente, dando ejemplo de cómo se conduce un cristiano. Dios provee para ellos por medio de su trabajo, de la misma manera que provee para las aves. Con frecuencia, es gracias a los diezmos y donativos de los cristianos empleados que las iglesias, las organizaciones misioneras y los misioneros pueden llevar a cabo su labor de evangelización.

Cuando Dios bendice a un cristiano con abundancia, este se convierte en administrador de las bendiciones que ha recibido de Él y tiene el mandato de ser generoso con los demás. El peligro que corren los cristianos adinerados es el de permitir que Dios quede desplazado por los bienes materiales en su escala de lealtad y de prioridades, algo contra lo cual Jesús claramente nos previene en esta sección del Sermón. En otro pasaje dice:

Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios[20].

Como en la escala de lealtad de una persona se puede crear una rivalidad entre las riquezas y Dios, a los que son adinerados les puede resultar más difícil dejar a Dios gobernar y regir su vida. Eso está también en la parábola del sembrador:

El que fue sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa[21].

Si bien para un cristiano el tener riquezas puede constituir una dificultad adicional, es posible ser rico y ser discípulo.

Cuando cayó la noche, llegó un hombre rico, de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús[22].

Muchos cristianos adinerados hacen caso de las advertencias sobre las riquezas y son generosos con los necesitados, como buenos administradores de las bendiciones de Dios. La mayoría no somos ricos, pero a todos se nos manda poner el dinero y los bienes materiales en su debido lugar en nuestra escala de prioridades. Se nos manda mantener a nuestra familia, hacer todo lo posible por gozar de seguridad financiera a fin de satisfacer sus necesidades, y al mismo tiempo poner cuidado para que nuestros objetivos económicos no tengan precedencia sobre nuestra relación con Dios y nuestro servicio a Él. Como creyentes, tenemos el deber de emplear nuestros recursos económicos para la gloria de Dios, de preocuparnos por nuestros seres queridos y también de ayudar al prójimo, ser generosos, devolverle una parte a Dios en forma de diezmos y ofrendas y compartir con los necesitados las bendiciones económicas que hemos recibido.

Al leer la promesa de Jesús de que Dios nos dará comida, bebida y ropa, conviene que nos acordemos de tener presente el contexto en que la hizo. Él estaba enseñando a Sus discípulos, a los que viajaban con Él, que iban de dos en dos de ciudad en ciudad, sin llevar dinero, ni muda de ropa, ni comida. Su mensaje para esos discípulos fue que no se preocuparan por sus necesidades físicas, sino que confiaran en que Dios las satisfaría. Además, Jesús no dijo en ningún momento que nunca a un creyente le faltaría comida, agua o ropa. Ciertamente a lo largo de la Historia ha habido cristianos que han muerto de hambre en hambrunas o en cárceles, o que han perdido todos sus bienes materiales por un motivo u otro.

El mensaje no es que los cristianos nunca conoceremos tiempos difíciles o de escasez, ni que nuestra vida estará siempre exenta de problemas, ni que podemos contar con que Dios proveerá abundantemente para nosotros en todo momento y lugar, ni que no hace falta que trabajemos para ganarnos el sustento. El mensaje es que se nos pide que, como creyentes, confiemos en nuestro Padre en todo y no nos preocupemos. Estamos en Sus manos. Él nos ama, nos alimenta, nos cuida y provee para nuestras necesidades, a veces abundantemente. Hay casos en que no protege o rescata a cristianos de situaciones extremadamente difíciles o trágicas; pero aun si alguna vez nos hallamos en una situación así, se nos pide que pongamos nuestra plena confianza en Dios, sabiendo que Él nos ama, que somos Sus hijos y que viviremos para siempre con Él.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 6:25 (RVA-2015).

[2] Mateo 6:26–30.

[3] Salmo 147:9.

[4] Un argumento de menor a mayor, conocido como argumento a fortiori, es aquel en que se presenta un hecho o una conclusión aceptados y, partiendo de la aceptación de esa declaración, se infiere la veracidad de algo de mayor importancia. Con frecuencia tales argumentos tienen una estructura del tipo: «Si… cuánto más…» «Si a la hierba del campo [...] Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros?»

[5] Génesis 1:26–28.

[6] France, The Gospel of Matthew, 268.

[7] Mateo 10:31; también Lucas 12:7.

[8] Mateo 12:12.

[9] Mateo 6:27 (RVR 95).

[10] Mateo 6:27 (NBLH).

[11] Mateo 6:30.

[12] Mateo 8:26, 14:31, 16:8.

[13] France, The Gospel of Matthew, 270.

[14] Mateo 6:31,32 (RVA-2015).

[15] Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? (Mateo 5:46,47).

Al orar no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis (Mateo 6:7,8).

[16] Morris, The Gospel According to Matthew, 161 no. 103.

[17] Mateo 6:33.

[18] France, The Gospel of Matthew, 272.

[19] Mateo 6:34.

[20] Marcos 10:25.

[21] Mateo 13:22.

[22] Mateo 27:57.