Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte
noviembre 3, 2015
Enviado por Peter Amsterdam
Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte
La Ley y los Profetas (2ª parte)
[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount: The Law and the Prophets (Part 2)]
En la primera parte leíamos que, según declaró Jesús, la justicia o rectitud de quienes moran en el reino de Dios debe sobrepasar la de los escribas y fariseos. Él afirmó además que no estaba aboliendo la Ley y los Profetas —las escrituras hebreas—, sino que más bien había venido a cumplirlas. Enseguida les proporcionó seis ejemplos que ilustraban el concepto de justicia, la cual va mucho más allá de la mera observación de la Ley prescrita por los escribas y fariseos, y aborda las raíces de nuestros actos en nuestro corazón y espíritu. En dichos ejemplos Jesús contrasta lo que fue dicho en la Escritura con Su propia explicación amplificada y más comprehensiva de lo que significan esas escrituras para quienes lo siguen a Él[1].
La fórmula empleada por Jesús para expresar Su enseñanza fue «oísteis que fue dicho… pero Yo os digo…». En la primera ocasión, declara: «Oísteis que fue dicho a los antiguos...». En cuatro de los siguientes cinco ejemplos la frase se acorta, pero no varía su significado. Jesús revelaba que si bien la Ley hizo una declaración tal como «no matarás», en ese momento Él le estaba dando un sentido más global, más exhaustivo.
Cada uno de los seis ejemplos citados por Jesús se basa en un pasaje o tema de la Ley Mosaica. La primera de las seis declaraciones dice: «Oísteis que fue dicho a los antiguos: "No matarás", y cualquiera que mate será culpable de juicio»[2]. Otras traducciones castellanas dicen a nuestros antepasados. En este pasaje Jesús establece un contraste entre lo escrito en la Torá, los libros de Moisés, y la interpretación más cabal ofrecida por Él. En cada uno de los seis ejemplos se emplea la frase fue dicho, en las versiones más modernas se dijo. La palabra griegatraducida como dicho en los seis ejemplos se usa en el Nuevo Testamento exclusivamente en referencia a algo pronunciado por Dios[3]. No aludía a la enseñanza de los fariseos.
Los seis ejemplos abarcan el asesinato, el adulterio, el divorcio, juramentos, medidas punitivas y amor al prójimo. Al abordar cada uno de estos, Jesús saca a relucir principios generales con respecto a vivir en armonía con Sus enseñanzas[4]. El primer principio enuncia que lo que importa es el espíritu de la Ley, no solamente la letra. Por ejemplo, al analizar el mandamiento «no matarás»[5], Jesús mira más allá del simple acto externo de matar. Habla de la ira y el desprecio, que aunque deriven o no en una acción externa, pueden constituir pecados contra Dios y el prójimo. Para guardar verdaderamente la Ley y seguir su espíritu no basta con simplemente abstenerse de hacer lo que esta ordena. Jesús apunta al móvil interno de nuestros actos, nuestras actitudes, motivos y los pensamientos e intenciones de nuestro corazón. A Dios le interesa la fuente interior que conduce a la acción, así como también la acción misma. Para cumplir la finalidad de la Ley no basta con refrenarse de matar, sino también de albergar desprecio y odio hacia los demás. Implica hacer un esfuerzo por perdonar y adoptar una actitud positiva, inclinada al amor.
Otro principio que Jesús pone de manifiesto es que la Ley no debe concebirse únicamente como una lista de preceptos negativos —cosas que no se deben hacer—, encabezadas por la frase no harás esto o no harás aquello. No debemos poner el foco en las cosas que están prohibidas, sino en vivir de manera que agrade y glorifique a Dios. Debemos enfocarnos en descubrir y seguir la voluntad de Dios, tener hambre y sed de justicia, vivir según el modelo que nos legó Cristo.
Jesús aportó una nueva perspectiva y un nuevo entendimiento de lo que significa ir más allá del cumplimiento de una serie de normas —una mentalidad que se rige por prohibiciones— y trascender hacia una vida que armonice con los principios sobre los cuales se sustenta la Ley y que se ven reflejados en Sus enseñanzas.
El objetivo no es seguir una sucesión de reglas que nos haga buenos y agradables a Dios. El verdadero objetivo es entablar una relación con Él, vivir para Su gloria. La cuestión no es si estamos siguiendo mecánicamente una serie específica de reglas; lo importante es si estamos emulando a Cristo y si nuestra vida interior está en sincronía con lo que Él enseñó. Quizá no hayamos cometido un asesinato; pero ¿están nuestro corazón y pensamiento llenos de ira y desprecio? De ser así, estaríamos pecando.
Jesús se valió de seis ejemplos para ayudar a Sus seguidores a proyectarse más allá de la observancia de la Ley y adquirir una comprensión más profunda de los principios que yacen detrás de la Ley original. Estaba creando un nuevo pueblo de Dios, compuesto por quienes se alojarían dentro del reino o dominio de Dios y que no pretenderían hallar rectitud y justicia obedeciendo una letanía de reglas sino que trascenderían todo aquello y se enfocarían más bien en armonizar con el espíritu y propósito de la Ley Divina.
Examinemos más detenidamente el primer ejemplo:
Oísteis que fue dicho a los antiguos: «No matarás, y cualquiera que mate será culpable de juicio». Pero Yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga «Necio» a su hermano, será culpable ante el Concilio; y cualquiera que le diga «Fatuo», quedará expuesto al infierno de fuego.
Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda.
Ponte de acuerdo pronto con tu adversario, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante[6].
El Antiguo Testamento —las escrituras hebreas— contiene el mandamiento de no cometer asesinato y determina la pena de muerte para quienes incurran en ello. No matarás[7]. El que derrame la sangre de un hombre, por otro hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios es hecho el hombre[8]. El libro de los Números[9] recurre a varios ejemplos para definir el término matar: herir de muerte a otro ser humano con un objeto de hierro, con una piedra, un palo o pedazo de madera o con el puño, o si a propósito lo empuja o le lanza algún objeto que le causa la muerte. Quien cometa un acto de muerte intencional, luego de ser debidamente juzgado y hallado culpable, será condenado a muerte por «el vengador de la sangre»[10]. El libro de los Números también establece una distinción entre un asesinato intencional y el homicidio, acto en el que una persona mata a otra sin premeditación o intención[11]. El autor de un homicidio se podía poner bajo resguardo del vengador de sangre acudiendo a una de las ciudades de refugio[12].
La mayoría de las traducciones contemporáneas de la Biblia al inglés versionan así el versículo: No asesinarás. La biblia del rey Jacobo en inglés así como las Reina-Valera y casi todas las demás versiones en castellano expresan en su traducción No matarás. Asesinar es una traducción más precisa, toda vez que distingue entre un homicidio accidental, matar en defensa propia o para defender a un tercero, matar en la guerra, etc.
Cuando Jesús dijo: Oísteis que fue dicho a los antiguos: «No matarás, y cualquiera que mate será culpable de juicio», aludía a los diversos versículos del Antiguo Testamento relativos al asesinato, a los procedimientos para determinar la culpabilidad y a la sanción que se imponía[13]. Pese a que la Ley Mosaica prohibía estrictamente el asesinato, Jesús nos enseñó a penetrar más profundamente de lo prescrito en la Ley, a llegar al móvil detrás del acto mismo.
Pero Yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano[14], será culpable de juicio; y cualquiera que diga «Necio» a su hermano, será culpable ante el Concilio; y cualquiera que le diga «Fatuo», quedará expuesto al infierno de fuego.
El principio que Jesús enseñaba es que en realidad cometer asesinato no es más que una manifestación exterior de una actitud interior[15]. Habla de la rabia y los insultos, aclarando que los que degradan a otros con palabras vejatorias serán juzgados por Dios. En ciertas traducciones se versiona así la oración sobre los insultos: cualquiera que dijere a su hermano, Raca, será culpado del concejo[16]. Raca es un vocablo arameo que no se emplea sino una vez en la Biblia, en este texto nada más. Se trata de un insulto que significa cabeza hueca o estúpido. En otras traducciones se emplean los términos necio, insensato, inútil, imbécil y otros parecidos.
El asesinato es un acto que procede de las intenciones del corazón. El odio, la furia o el desdén generalmente preceden a un acto de esa índole. La gente —según nos indica Jesús— podría pensar que está bien posicionada ante Dios porque no ha cometido ningún asesinato; sin embargo, para entender o interpretar correctamente el significado de este mandamiento debemos ir a la raíz de la intencionalidad. Aquí Jesús hace que los oyentes se planteen ciertas preguntas, como por ejemplo si se han enfurecido injustamente con alguien, si lo han odiado, lo han desdeñado, maltratado, degradado o difamado. ¿Han deseado alguna vez que alguien estuviese muerto? En ese caso, han pecado contra Dios y contra los demás, así no hayan ido al extremo de consumar el acto de asesinato. Lo que pretende demostrarnos Jesús es que no basta con obedecer el código escrito de la Ley; lo que abrigamos en el corazón y en el pensamiento también es relevante.
El Evangelio presenta algunos casos en que Jesús se enojó. Cuando preguntó a los fariseos si era lícito hacer el bien o salvar una vida el sábado, y estos se negaron a contestar, Él, mirándolos con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: «Extiende tu mano». Él la extendió, y la mano le fue restaurada sana[17]. Jesús demostró cólera cuando expulsó a los que comerciaban en el templo y volteó las mesas de los cambistas[18]. Incluso tildó de insensatos y ciegos a los fariseos cuando los fustigó por ser unos hipócritas[19]. ¿Fue entonces Jesús incoherente?
D. A. Carson lo explica así:
Arder de ira ante el pecado y la injusticia tiene su lugar. El fallo que tenemos los humanos es que ardemos de indignación y cólera, no ante el pecado y la injusticia, sino por la ofensa de que hemos sido objeto. En ninguno de los casos en los que Jesús se enardeció se vio envuelto su amor propio. Más aún, cuando lo apresaron injustamente, lo inculparon infundadamente, lo azotaron ilegalmente, le escupieron con escarnio, lo crucificaron y lo ridiculizaron, teniendo, sí, toda la razón del mundo para haber reaccionado desde Su amor propio, dice el apóstol Pedro que «no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba»[20]. Más bien, de sus labios resecos brotaron esas gentiles palabras: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»[21] [22].
Jesús prosiguió, pues, a ilustrar lo que significa vivir sobreponiéndose a la ira y en reconciliación con los demás.
Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda.
Esta ilustración da a entender claramente que la reconciliación con otro ser humano es más importante que el carácter sagrado de una ofrenda sacrificial en el templo[23]. Teniendo en cuenta que Jesús pasó la mayor parte de su periodo misional en Galilea, decirle a una persona que dejara su ofrenda en el altar —situado en Jerusalén— para ir a reconciliarse con su hermano —muy probablemente residente en Galilea—, ¡equivalía a aconsejarle algo que le tomaría una semana de viaje! Eso refleja la importancia que atribuía Jesús a mantener buenas relaciones con los demás y, de ser necesario, actuar decididamente para repararlas.
Enseguida Jesús ofrece otra ilustración:
Ponte de acuerdo pronto con tu adversario, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante.
En la época de Jesús, quien no pagaba sus deudas podía terminar en la cárcel de los deudores hasta que se pagara el dinero adeudado. Al proponer que resolvamos rápidamente nuestras diferencias con nuestros acusadores antes de presentarnos ante el juez, Jesús hacía hincapié en la urgencia y la importancia de la reconciliación personal y de encontrar la paz en nuestras relaciones interpersonales.
Scot McKnight escribió:
Pienso que nos conviene reflexionar sobre la cotidianidad de los ejemplos que pone Jesús: suspender en el acto lo que estamos haciendo para hallar la paz en nuestras propias relaciones. Me vienen al pensamiento las relaciones entre maridos y mujeres, las relaciones de padres y madres con sus hijos, entre hermanos, entre vecinos y miembros de una colectividad y entre compañeros de trabajo. Es, de lejos, mucho más fácil especular sobre la reconciliación de conflictos monstruosos como los de Ruanda que considerar la búsqueda diaria de la paz y la reconciliación en nuestras propias relaciones. He aquí el quid de la cuestión: Debemos ser deliberados en cuanto a la reconciliación si aspiramos a que esta llegue a ser un estilo de vida prevalente. Debemos reflexionar acerca de aquellas personas con las que no gozamos de una vida plenamente reconciliada y de aquellas que ni siquiera saben que albergamos rencor y resentimiento. No es probable que la reconciliación sea algo que nos acontezca, sino algo en cuya búsqueda nos empeñemos[24].
En síntesis: En Mateo 5:21-26 Jesús puso los primeros de varios ejemplos de cómo la justicia y rectitud de los que habitan en el reino deben exceder las de los fariseos. Exhorta a Sus seguidores a evitar la ira; y cuando surja, a dejarla por medio de la reconciliación. Recalca la importancia de una pronta reconciliación con las personas a quienes hemos ofendido y hacer así el esfuerzo de enmendar las relaciones rotas entre el pueblo de Dios. Debemos procurar la salud y la integridad de los que forman parte del reino[25].
Nota
Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] France, The Gospel of Matthew, 194.
[2] Mateo 5:21.
[3] Mateo 1:22; 2:15, 17, 23; 3:3; 4:14; 5:21, 27, 31, 33, 38; 5:43; 8:17; 12:17; 13:35; 21:4; 22:31; 24:15; 27:9, 35; Marcos 13:14; Romanos 9:12, 26; Gálatas 3:16; Apocalipsis 6:11; 9:4.
[4] Estos principios provienen de Lloyd-Jones, Estudios Sobre el Sermón del Monte, capítulo 20.
[5] Éxodo 20:13.
[6] Mateo 5:21–26.
[7] Éxodo 20:13. También Deuteronomio 5:17.
[8] Génesis 9:5,6.
[9] Números 35:16–21.
[10] McKnight, Sermon on the Mount, 77.
[11] Pero si lo empujó casualmente y sin enemistad, o lanzó sobre él cualquier instrumento sin mala intención, o bien, sin verlo, hizo caer sobre él alguna piedra capaz de matarlo, y muere, pero él no era su enemigo ni procuraba su mal... (Números 35:22,23).
[12] Números 35:23–29.
[13] Éxodo 20:13, Números 35:30–34, Deuteronomio 17:7–13, 19:1–13.
[14] Traducciones más antiguas de la Biblia en algunos idiomas incluyen la frase «sin causa», de tal manera que el texto reza «…cualquiera que se enoje contra su hermano sin causa». Algunos manuscritos antiguos incluyen esa frase, pero en los de mayor antigüedad no figura. Es probable que en cierto momento la frase fue añadida por un escriba cristiano. Este agregado refleja el sentido de lo que Jesús quería dar a entender. No estaba condenando la justa ira, sino la ira injustificada.
[15] France, The Gospel of Matthew, 198.
[16] Mateo 5:22 RVA (1909)
[17] Marcos 3:1–5.
[18] Mateo 21:12.
[19] Mateo 23:17.
[20] 1 Pedro 2:23.
[21] Lucas 23:34.
[22] Carson, Jesus’ Sermon on the Mount, 44.
[23] McKnight, Sermon on the Mount, 79.
[24] Ibídem, 83.
[25] Talbert, Reading the Sermon on the Mount, 73,74.