Jesús, Su vida y mensaje: ¿Eres el Cristo?

septiembre 22, 2020

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Are You the Christ?]

El Evangelio de Juan narra que Jesús asistió a una fiesta religiosa en la que Sus adversarios le exigieron que les dijera si Él era el Mesías. Su respuesta casi le costó la vida.

Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús andaba en el Templo por el pórtico de Salomón[1].

En la fiesta de la Dedicación (también conocida como Janucá) se conmemora un hecho de la historia judía que tuvo lugar en el año 164 a. C. En aquel tiempo, Israel estaba bajo el dominio de Antíoco IV Epífanes, rey del Imperio seléucida. Antíoco IV profanó el Templo al ofrecer a Zeus en sacrificio, en el altar del Templo, un cerdo, considerado un animal impuro en la ley judía. Eso dio lugar a una rebelión judía liderada por los macabeos (los cinco hijos de un sacerdote judío llamado Matatías) que terminó derrotando a los seléucidas. Tras esa victoria, el Templo fue purificado, restaurado y rededicado.

La Dedicación es una fiesta anual de ocho días para conmemorar esa purificación. Durante las celebraciones, Jesús pasó caminando por el pórtico de Salomón. Un pórtico es una estructura cubierta sostenida por columnas; este por lo visto se extendía a lo largo del costado oriental del Templo. Era seguramente donde los maestros judíos, como los escribas, daban sus clases. Es probable que Jesús fuera allí para enseñar o para suscitar un intercambio de ideas.

Mientras Jesús caminaba, un grupo de personas, probablemente escribas o fariseos, o una combinación de ambos, lo rodeó, quizá con intenciones hostiles.

Lo rodearon los judíos y le dijeron: «¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si Tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente»[2].

Su pregunta sobre la identidad de Jesús nos recuerda otras frases y preguntas similares que hay en este evangelio. Por ejemplo:

Algunos de la multitud […] decían: «Verdaderamente este es el Profeta». Otros decían: «Este es el Cristo». Pero algunos decían: «¿De Galilea ha de venir el Cristo?»[3]

Entonces algunos de los fariseos decían: «Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el sábado». Otros decían: «¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales?» Y había división entre ellos[4].

Los que rodearon a Jesús querían una respuesta clara sobre quién era Él, no una metáfora como las que consta en este evangelio que Él utilizaba, diciendo que Él era el pan, la luz, el pastor o la puerta[5].

Jesús les respondió: «Os lo he dicho, y no creéis. Las obras que Yo hago en nombre de Mi Padre, ellas dan testimonio de Mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de Mis ovejas»[6].

En rigor, Jesús no les había dicho explícitamente a los que le hicieron la pregunta que Él era el «Mesías —que significa “Cristo”—»[7]. En este punto del Evangelio de Juan, solo se lo había dicho a la samaritana.

Le dijo la mujer: «Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando Él venga nos declarará todas las cosas». Jesús le dijo: «Yo soy, el que habla contigo»[8].

Sin embargo, acto seguido Jesús declara que las obras (milagros) que Él hace en nombre de Su Padre dan testimonio de Él y de Su identidad. Esas obras las ha hecho conforme a la voluntad del Padre y de acuerdo con todo lo que Él representa. Como las ha hecho en nombre del Padre, son obras del Padre. Seguidamente explica el motivo de la incredulidad de las personas que le han hecho la pregunta: «Porque no sois de Mis ovejas». Jesús se remite a lo que ha dicho en la primera parte de este capítulo, donde habla de las ovejas que entran en el redil y que oyen y conocen la voz del pastor[9]. Aquí Jesús aclara que oír la voz del pastor significa creer. Los que se niegan a creer no son Sus ovejas, no forman parte de Su rebaño.

Mis ovejas oyen Mi voz y Yo las conozco, y me siguen; Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano[10].

Antes, en este mismo capítulo, Jesús ha dicho que las ovejas oyen la voz del pastor, el cual «a sus ovejas llama por nombre y las saca. […] Y las ovejas lo siguen porque conocen su voz»[11]. Las ovejas de Cristo oyen Su voz y lo siguen, y además está la maravillosa garantía del «Yo las conozco». A eso se suma la promesa de vida eterna y seguridad eterna al cuidado del Pastor.

Mi Padre, que me las dio, mayor que todos es, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre. El Padre y Yo uno somos[12].

Hasta ese punto, Jesús ha hablado de Sus discípulos con relación a Él: «Mis ovejas oyen Mi voz», «Me siguen», «Yo les doy vida eterna», «Nadie las arrebatará de Mi mano»[13]. Ahora aclara que esas ovejas —Sus discípulos— se las ha dado Su Padre. Por ser quien es el Padre, Su regalo «mayor que todos es» también. Ese regalo de Dios son las personas que creen en Jesús.

Al afirmar: «Nadie arrebatará [las ovejas] de Mi mano», y seguidamente decir: «Nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre», Jesús indica que Sus manos y las de Su Padre realizan la misma labor de proteger el rebaño. A continuación, lo recalca diciendo: «El Padre y Yo uno somos»[14]. Esa declaración es similar a algo que dice en un pasaje anterior de este evangelio: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y Yo trabajo»[15].

Los que lo escuchaban consideraron que había dicho una blasfemia, por lo que «volvieron a tomar piedras para apedrearlo»[16], como cuenta este evangelio que ya habían hecho cuando Jesús dijo:

«De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuera, Yo soy.» Tomaron entonces piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del Templo[17].

Esta vez, en vez de marcharse, Jesús se quedó y les respondió.

Jesús les respondió: «Muchas buenas obras os he mostrado de Mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?» Le respondieron los judíos, diciendo: «Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia, porque Tú, siendo hombre, te haces Dios»[18].

Jesús no basó Su respuesta en lo que Él mismo había dicho de que «el Padre y Yo uno somos»,sino que señaló las muchas buenas obras que había realizado e hizo hincapié en que eran obras del Padre. Sin embargo, Sus acusadores insistieron en la blasfemia que según ellos había dicho al declarar: «El Padre y Yo uno somos».

Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley: “Yo dije, dioses sois”? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: “Tú blasfemas”, porque dije: “Hijo de Dios soy”?»[19]

Jesús respondió a Sus interlocutores dirigiendo su atención hacia la Ley, y en particular el Salmo 82:6, que reza: «Yo dije: “Vosotros sois dioses y todos vosotros hijos del Altísimo”». Ese pasaje del Antiguo Testamento alude a los jueces de Israel, y se les aplica el apelativo de «dioses» por la importancia de su cargo.

Como la Escritura llama dioses a esos hombres, Jesús les preguntó cómo podían ellos afirmar legítimamente que Él blasfemaba por haber dicho que era el Hijo de Dios. Empleó el argumento de que, si los Salmos aplican el término dioses a hombres, con mucha más razón debería aplicársele a Él que había sido santificado por el Padre. Aunque Jesús era un ser humano, era más que eso, era alguien «al que el Padre santificó y envió al mundo».

Si no hago las obras de Mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, aunque no me creáis a Mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en Mí y Yo en el Padre[20].

Jesús puso de relieve las obras que había hecho y declaró que deberían servir de criterio para juzgarlo. Si no hacía las obras de Su Padre, no deberían creer o confiar en Él. Pero si las estaba haciendo, la situación era muy distinta. Aunque no estuvieran preparados para creer en Él, al menos deberían dar crédito a los milagros que había hecho.

En la frase «para que conozcáis y creáis», el texto original emplea el mismo verbo griego, en dos tiempos distintos, para decir conozcáis y creáis. La primera vez, conozcáis, el verbo está en aoristo, con el sentido de «para que lleguéis a saber»; la segunda, creáis, está en infinitivo, y expresa la idea de «continuar sabiendo». Jesús quería que entendieran un nuevo concepto y que se les quedara grabado permanentemente en la mente. Lo que quería que entendieran era la inexistencia mutua (o existencia del uno en el otro) del Padre y del Hijo. Las obras/milagros que había hecho Jesús no podían haber sido realizadas por un simple hombre actuando por su cuenta. Él era capaz de obrar milagros porque el Padre estaba en Él, y Él en el Padre.

Intentaron otra vez prenderlo, pero Él se escapó de sus manos[21].

En un pasaje anterior de este evangelio, los judíos ya habían intentado arrestar a Jesús[22]. En aquella ocasión, el intento de detención había sido una intervención oficial de «los fariseos» con un grupo de guardias[23]. En esta ocasión, parece ser más bien una acción de una turba, ya que antes de que Jesús se dirigiera a Sus interlocutores estaban listos para apedrearlo, y luego cambiaron de opinión y decidieron detenerlo.

Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde primero había estado bautizando Juan, y se quedó allí. Muchos acudían a Él, y decían: «Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad». Y muchos creyeron en Él allí[24].

Jesús sabiamente se marchó de Jerusalén y huyó al otro lado del río Jordán para ponerse a salvo de los que querían arrestarlo. Sin embargo, ese cambio de situación no puso fin a Su ministerio ni lo frenó. Aunque ya no estaba en Jerusalén, la gente salía a buscarlo al otro lado del río Jordán.

La gente que acudía a Él se acordaba de Juan el Bautista, de su mensaje y del testimonio que había dado de Jesús.

Juan testificó de Él diciendo: «Este es de quien yo decía: “El que viene después de mí es antes de mí, porque era primero que yo”. […] Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, […] del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado»[25].

A diferencia de los que vivían en Judea y rechazaron a Jesús, muchos de los habitantes de Perea, en la ribera oriental del río Jordán, lo recibieron y aceptaron Su mensaje.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Juan 10:22,23.

[2] Juan 10:24.

[3] Juan 7:40,41.

[4] Juan 9:16.

[5] Juan 16:25,29.

[6] Juan 10:25,26.

[7] Juan 1:41.

[8] Juan 4:25,26.

[9] Juan 10:1–4.

[10] Juan 10:27,28.

[11] Juan 10:3,4.

[12] Juan 10:29,30.

[13] Juan 10:26–28.

[14] Juan 10:30.

[15] Juan 5:17.

[16] Juan 10:31.

[17] Juan 8:58,59.

[18] Juan 10:32,33.

[19] Juan 10:34–36.

[20] Juan 10:37,38.

[21] Juan 10:39.

[22] Juan 7:30.

[23] Juan 7:32–36,45–47.

[24] Juan 10:40–42.

[25] Juan 1:15,26,27.