Jesús, Su vida y mensaje: La misión de los setenta y dos (1ª parte)
agosto 21, 2018
Enviado por Peter Amsterdam
Jesús, Su vida y mensaje: La misión de los setenta y dos (1ª parte)
[Jesus—His Life and Message: The Mission of the Seventy-Two (Part 1)]
Tal como expliqué en el último artículo (Fuego del cielo), el Evangelio de Lucas contiene descripciones que no aparecen en los otros evangelios; entre ellas, toda una sección que los comentaristas llaman narrativa del viaje y que abarca unos diez capítulos.
En el capítulo 9 (igual que en Mateo 10), dice que Jesús, «reuniendo a Sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos». El relato del viaje en sí empieza en el capítulo 10:
El Señor designó también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de Él a toda ciudad y lugar adonde Él había de ir[1].
Algunas traducciones dicen que eran setenta y otras, setenta y dos. Esa cantidad corresponde a las naciones que había en el mundo en la época, según con el conteo que aparece en el capítulo 10 del Génesis. Para ese entonces el ministerio de Jesús se había ampliado y ya abarcaba algo más que los doce apóstoles originales. La misión de los doce, y luego de los setenta y dos, consistía en llevar a cabo los preliminares en los pueblos que luego iba a visitar Jesús.
Como los mandaba por parejas, podían cuidarse y apoyarse mutuamente, y da la impresión de que durante todo el Nuevo Testamento se prolongó esa práctica, tal como se ve en el libro de los Hechos:
Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan[2].
Ministrando estos al Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: «Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado»[3].
El libro del Eclesiastés, en el Antiguo Testamento, también recomienda trabajar en equipos de a dos.
Mejor son dos que uno, pues reciben mejor paga por su trabajo. Porque si caen, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del que está solo! Cuando caiga no habrá otro que lo levante[4].
Aparte de la ventaja que supone contar con compañía y apoyo en vez de trabajar solo, está el hecho de que la ley mosaica exigía que hubiera dos testigos para condenar a alguien por un delito. Eso tiene su importancia, porque como veremos más adelante, Jesús habló de que Sus discípulos invocarían el castigo de Dios sobre los pueblos que los rechazaran, por lo que, según la Ley, tenía que haber al menos dos testigos presentes en el momento de declarar una condena de ese tipo.
No se tomará en cuenta a un solo testigo contra alguien en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquier ofensa cometida. Solo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación[5].
Cualquiera que dé muerte a alguien, según la declaración de los testigos morirá el homicida; pero un solo testigo no bastará para condenar a una persona a muerte[6].
Los doce apóstoles y luego los setenta y dos discípulos no fueron los primeros que se adelantaron a Jesús para preparar el camino. En este mismo evangelio, más cerca del principio, Jesús dice de Juan Bautista:
Este es de quien está escrito: «Yo envío Mi mensajero delante de Tu faz, el cual preparará Tu camino delante de Ti»[7].
Antes de nacer Juan se había recibido una profecía sobre él que decía: «Tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado, porque irás delante de la presencia del Señor para preparar sus caminos»[8]. Años después, cuando Jesús tenía pensado entrar en un pueblo samaritano, «envió mensajeros delante de Él»[9]. Aquí vemos que Jesúsvuelve a enviar mensajeros delante de Él. Tras la muerte de Juan el Bautista la labor de preparar el camino del Señor pasó a Sus discípulos, en este caso a los setenta y dos.
Les dijo: «La mies a la verdad es mucha, pero los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a Su mies»[10].
Aunque podría parecer que setenta y dos son muchos, Jesús sabía que, para que Su mensaje llegara a las masas, a la mies abundante, harían falta más obreros. Por lo tanto, uno de sus objetivos era ampliar la base de discípulos que se dedicarían a divulgar el evangelio, tal como el propio Jesús reiteró después de resucitar.
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras; y les dijo: «Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos al tercer día; y que se predicara en Su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas»[11].
La mucha mies de la que habla Jesús aquí no es la misma de la siega final que menciona en otros casos refiriéndose al día del juicio[12], sino que se refiere a la cosecha actual, es decir, tanto a la que se recogió en la época en que Jesús pronunció estas palabras como a la que han seguido recogiendo Sus discípulos, cada uno en su época, y seguiremos recogiendo hasta que Él vuelva.
El problema de la escasez de obreros se soluciona en parte orando, rogándole al Señor fervientemente que haga surgir más creyentes que contribuyan a transmitir a otros más el mensaje de Jesús. El Señor de la mies es Dios, y Él se encargará de sumar cosechadores, acercando a nuevas personas a Su Hijo. La tarea de los discípulos, además de predicar el evangelio, es precisamente pedirle a Dios en oración que mande más colaboradores, para poder divulgar mejor el mensaje.
Id; Yo os envío como corderos en medio de lobos[13].
Cuando los discípulos salieron de viaje a predicar el evangelio iban a entrar en situaciones de peligro, igual que si uno coloca unos corderos en medio de lobos, corren peligro. Iban a estar en situaciones de vulnerabilidad, pero debían confiar en que Dios proveería lo que les hiciera falta. Jesús dio estas instrucciones a los setenta y dos: «No llevéis bolsa ni alforja ni calzado; y a nadie saludéis por el camino».
Y cuando mandó a Sus doce apóstoles en una misión parecida, les dio prácticamente las mismas instrucciones:
No toméis nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni llevéis dos túnicas[14].
Los setenta y dos, igual que anteriormente los doce, debían confiar en la providencia divina. No debían llevar dinero, ni bolsa de provisiones. Casi todos los comentaristas coinciden en que no es que Jesús les pidiera que fueran descalzos, sino que no llevaran un par de sandalias de repuesto. Cabe notar que poco antes de ser crucificado Jesús modificó estas instrucciones, porque la situación iba a cambiar.
«Cuando os envié sin bolsa, alforja ni calzado, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada». Y les dijo: «Pues ahora el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una»[15].
El detalle de no saludar a nadie por el camino da a entender que el encargo era urgente, y que no podían dejar que nada los distrajera. Recuerda un poco a las instrucciones que le dio Eliseo a su siervo Giezi cuando le dijo:
Ciñe tu cintura, toma mi bastón en tu mano y ve. Si te encuentras con alguien, no lo saludes, y si alguien te saluda, no le respondas. Luego pondrás mi bastón sobre el rostro del niño[16].
En el Medio Oriente los saludos tomaban mucho tiempo; eran algo complejo que involucraba toda una serie de preguntas de protocolo, y cuando uno iba con una misión urgente e importante, había que evitarlos.
En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: «Paz sea a esta casa». Si hay allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros. Quedaos en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den, porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en casa. En cualquier ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan delante[17].
Como Sus discípulos iban a estar viajando de una ciudad a otra para propagar el mensaje, Jesús les dio algunas instrucciones para cuando se quedaran en casa ajena. La frase «paz sea a esta casa» da a entender que se le ruega a Dios que favorezca a los miembros de ese hogar al momento de entrar. Pero después, que Dios efectivamente los bendijera o no dependería de cómo los recibieran. Si el anfitrión era un hijo de paz que respondía positivamente al saludo de los discípulos ofreciéndoles paz y hospitalidad, entonces «vuestra paz reposará sobre él», dijo Jesús; es decir, que habría armonía entre los moradores. Si la persona no devolvía la paz, entonces el favor de Dios no permanecería en la casa.
Otra cosa que debían hacer era aceptar la hospitalidad de los primeros que les ofrecieran un lugar donde quedarse y una mesa, o sea, donde comer. Si luego les ofrecían un mejor lugar o mejor comida, no debían cambiarse. Igual que un obrero se gana su sueldo, los discípulos de Jesús que predican el evangelio se ganan su pago. Lo mismo dice el Nuevo Testamento en otra parte también: «Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio»[18].
Sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: «Se ha acercado a vosotros el reino de Dios»[19].
La misión que encargó a Sus seguidores era doble: predicar el evangelio del reino y sanar a los enfermos; la cual se reflejó también en el ministerio del propio Jesús antes de Su muerte y resurrección. El evangelio de Mateo da una lista más detallada de las instrucciones que dio a Sus discípulos:
Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia[20].
A continuación Jesús les dijo qué hacer cuando enfrentaran rechazo al entrar en algún pueblo. Anteriormente Jesús había entrado una vez en Samaria y la gente lo había rechazado, y Sus discípulos habían querido hacer bajar fuego del cielo, pero Él no se lo permitió[21]. Ahora les dijo lo que debían hacer cuando un pueblo no los recibiera y rechazara el mensaje:
Pero en cualquier ciudad donde entréis y no os reciban, salid por sus calles y decid: «¡Aun el polvo de vuestra ciudad, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos contra vosotros! Pero sabed que el reino de Dios se ha acercado a vosotros»[22].
Si una población rechazaba las buenas nuevas, los discípulos debían salir a la calle —y según el vocablo que se escogió aquí en griego se refería a una calle principal, ancha y frecuentada—, y hacer esa declaración mientras se sacudían el polvo de los pies. Un autor lo explica así:
Los rabinos tenían el concepto de que el polvo de las tierras de los gentiles transmitía impureza, y se dice que los judíos que cumplían estrictamente sus normas se sacudían el polvo gentil de los zapatos cuando entraban de regreso en Palestina después de un viaje. El que los discípulos se sacudieran el polvo de los pies era una señal, un testimonio en contra de ese pueblo, una declaración simbólica de que los israelitas que rechazaran el reino eran como gentiles; no pertenecían al pueblo de Dios[23].
Se puede constatar lo mismo posteriormente, en Hechos 13:44-52, que cuenta que Pablo y Bernabé se sacudieron el polvo de sus pies en cierta ocasión. Jesús quiso dejar claro que las personas que rechazaran el mensaje de Sus discípulos tendrían que acatar las consecuencias.
El castigo para las ciudades que rechacen a Sus discípulos es muy fuerte:
Os digo que en aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma que para aquella ciudad[24].
Las ciudades que rechacen a los mensajeros de Cristo y, por tanto, Su mensaje, serán severamente castigadas «en aquel día». No explica a qué día se refiere exactamente, pero en otras partes de este mismo evangelio, y en todo el Nuevo Testamento esa expresión denota el día del juicio.
El cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán. Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y de embriaguez y de las preocupaciones de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día, porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de la tierra[25].
Estos sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de Su poder, cuando venga en aquel día[26].
Me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman Su venida[27].
Cuando Dios le dijo a Abraham que iba a destruir la ciudad de Sodoma, él le preguntó si perdonaría la ciudad en caso de que se encontraran en ella a diez personas justas. Dios accedió. Sin embargo, era tanta la maldad allí, que no había ni diez justos. «El Señor hizo llover desde los cielos azufre y fuego sobre Sodoma y sobre Gomorra»[28]. En varios lugares de las Escrituras Sodoma representa la impiedad y se menciona como un ejemplo de los castigos de Dios[29]. Jesús afirmó que a las ciudades que rechazaron el testimonio de los setenta y dos les iría peor en el día del juicio que a Sodoma y Gomorra. Pedro, el apóstol, escribió:
También condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente[30].
En palabras de un comentarista de la Biblia:
Las ciudades que rechacen a estos mensajeros recibirán un castigo mayor, porque como han recibido más revelaciones y mayores, su pecado es más grave[31].
(Continuará en la 2ª parte.)
Nota
Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Lucas 10:1.
[2] Hechos 8:14.
[3] Hechos 13:2.
[4] Eclesiastés 4:9,10.
[5] Deuteronomio 19:15.
[6] Números 35:30.
[7] Lucas 7:27.
[8] Lucas 1:76. V. también Lucas 1:17, 3:4.
[9] Lucas 9:52.
[10] Lucas 10:2.
[11] Lucas 24:45–48.
[12] Mateo 13:24–30, 36–40; Apocalipsis 14:15,16.
[13] Lucas 10:3.
[14] Lucas 9:3.
[15] Lucas 22:35,36.
[16] 2 Reyes 4:29.
[17] Lucas 10:5–8.
[18] 1 Corintios 9:14. V. también 1 Timoteo 5:18.
[19] Lucas 10:9.
[20] Mateo 10:8.
[21] Lucas 9:54,55. V. también Fuego del cielo.
[22] Lucas 10:10,11.
[23] Leon Morris, Luke (Downers Grove: InterVarsity Press, 1996), 183.
[24] Lucas 10:12.
[25] Lucas 21:33–35.
[26] 2 Tesalonicenses 1:9,10.
[27] 2 Timoteo 4:8.
[28] Génesis 19:24.
[29] Isaías 3:9 y 13:19; Lamentaciones 4:6; Ezequiel 16:48–50; Amós 4:11; Sofonías 2:9; 2 Pedro 2:6; Judas 7.
[30] 2 Pedro 2:6.
[31] Darrell L. Bock, Luke Volume 2 (Grand Rapids: Baker Academic, 1996), 1002.