Jesús, Su vida y mensaje: Marta, Marta
junio 4, 2019
Enviado por Peter Amsterdam
Jesús, Su vida y mensaje: Marta, Marta
[Jesus—His Life and Message: Martha, Martha]
Los evangelios hablan de tres ocasiones en que Jesús interactuó con dos hermanas y un hermano que eran muy amigos de Él: Marta, María y Lázaro. Con esta familia Jesús tuvo una relación particularmente estrecha, como lo demuestra la frase: «Amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro»[1]. En el Evangelio de Juan hay dos pasajes en los que Jesús interactúa con ellos: cuando resucita a Lázaro[2] y cuando María derrama perfume sobre los pies de Jesús y los seca con sus cabellos[3].
El tercer pasaje está en el Evangelio de Lucas. Dice así:
Aconteció que, yendo de camino, entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía Su palabra. Marta, en cambio, se preocupaba con muchos quehaceres y, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude». Respondiendo Jesús, le dijo: «Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada»[4].
Aunque en este pasaje no se menciona explícitamente el nombre de la aldea, es probable que fuera Betania, ubicada a 1,5 kilómetros de Jerusalén, ya que en el Evangelio de Juan dice que era donde vivía esta familia.
Estaba enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana[5].
El nombre Marta es la forma femenina del término arameo mar; significa «señora». Da la impresión de que ella estaba a cargo de la casa, ya que fue ella la que invitó a Jesús. Se la presenta como una benefactora, una persona quizá próspera[6], independiente y dispuesta a hospedar a Jesús y a los que estaban con Él. Marta había recibido a Jesús en su casa, y Él estaba enseñando allí. María, su hermana, lo escuchaba sentada a Sus pies. En Israel, quienes se sentaban a los pies de un rabino para escuchar sus enseñanzas solían ser considerados discípulos del mismo. María se comportó como una discípula ante Jesús.
«Marta, en cambio, se preocupaba con muchos quehaceres». Habiendo varios invitados en la casa, era lógico que se sirviera comida y bebida; y Marta, como señora de la casa, estaba preparando la comida ella sola, sin la ayuda de María, lo cual no le hacía ninguna gracia. Tanto es así que dejó de trabajar, interrumpió a Jesús, le echó en cara que no le importara que ella llevara toda la carga de trabajo sin la ayuda de su hermana y le exigió que le dijera a esta que fuera a ayudarla.
Acercándose, dijo: «Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude».
Exigirle eso era poco menos que acusarlo de insensibilidad. Además, su forma de expresarlo da a entender que esperaba que Él interviniera y remediara la situación.
Muy probablemente, Marta también quería estar en la sala escuchando a Jesús; pero consideró que, como señora de la casa, era su obligación hacer lo necesario para tratar con la debida hospitalidad a los invitados. Estaba sobrecargada y abrumada con todos los preparativos, hasta el punto de que su perspectiva y su escala de prioridades se trastocaron.
La respuesta de Jesús se ajusta a un patrón que se observa también en otros pasajes del evangelio. Cuando alguien le pedía ayuda para resolver una controversia, Él solía mostrarse reacio a intervenir a favor de esa persona, consciente de que había otros puntos de vista. Por ejemplo:
Le dijo uno de la multitud: «Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia». Pero Él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?»[7]
En otra situación:
Le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio, y en la Ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?» […] Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella»[8].
Jesús le respondió a Marta con ternura, lo cual se aprecia por la repetición de su nombre: «Marta, Marta». En el Evangelio de Lucas hay otros casos en que se usa la repetición para denotar emotividad:
¿Por qué me llamáis «Señor, Señor», y no hacéis lo que Yo digo?[9]
Vinieron a Él y lo despertaron, diciendo: «¡Maestro, Maestro, que perecemos!»[10]
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, pero no quisiste![11]
Simón, Simón, Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo[12].
Preparar y servir la comida para manifestar hospitalidad era importante; no obstante, en este caso no lo era tanto como sentarse a los pies de Jesús y aprender de Él. Jesús le señaló a Marta que, en esta ocasión, su hermana estaba haciendo lo más importante.
Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.
En vez de concentrarse en preparar la comida, María había escogido «la buena parte», que era como decir que había escogido la mejor comida.
No solo de pan vivirá el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor vivirá el hombre[13].
El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa[14].
Jesús les respondió: «Yo soy el pan de vida. El que a Mí viene nunca tendrá hambre, y el que en Mí cree no tendrá sed jamás»[15].
Jesús elogió a María por haber dejado todo lo demás para concentrarse en Él y en Sus enseñanzas. Se condujo como una discípula al priorizar la Palabra de Dios. Marta, en cambio, estaba ocupada con los quehaceres y obligaciones de la vida. En el Medioevo, algunos propusieron la interpretación de que el contraste entre Marta y María reflejaba la diferencia que había entre los cristianos que llevaban una vida claustral y los que llevaban una vida secular, infiriendo que la vida monástica era superior. Pero está claro que no era esa la intención de este intercambio de palabras ni lo que quería decir Jesús.
Las exigencias de la vida pueden llegar a consumir todas nuestras energías. Por lo general las tenemos muy presentes todos los días. Con lo ocupados que estamos, es fácil tener la tentación de poner nuestra familia, nuestro trabajo y nuestras obligaciones por encima de nuestra devoción al Señor, nuestra comunión con Él y el tiempo que pasamos en Su presencia. Tenemos el deber de cumplir nuestras obligaciones, y está mal eludirlas; sin embargo, por muy importantes que sean, preservar diligentemente nuestra relación con Dios es vital para nuestra vida espiritual.
Por mucho que todos queramos emular la conducta de María y sentarnos a los pies de Jesús para escucharlo, es probable que a veces nos veamos tan abrumados por las exigencias de la vida diaria que nos comportemos hasta cierto punto como Marta. Tal como escribió el apóstol Pablo:
El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo[16].
Todos erramos el tiro a veces. Sin embargo, cuando eso suceda podemos recordar que esta Marta, que en ese día en particular estaba abrumada con muchos quehaceres, es la misma a quien Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?»[17] A lo que ella respondió: «Sí, Señor; yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo»[18]. Su respuesta a la pregunta fue tan profunda como la del apóstol Pedro cuando Jesús le preguntó: «“¿Quién decís que soy Yo?” Respondiendo Simón Pedro, dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”»[19].
Nota
Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Juan 11:5.
[2] Juan 11.
[3] Juan 12.
[4] Lucas 10:38–42.
[5] Juan 11:1.
[6] En Juan 12:3–5 se cuenta que, habiendo Jesús ido a visitar a Marta, María y su hermano Lázaro, María tomó una libra de un costoso perfume preparado con nardo puro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Eso parece indicar que la familia era adinerada. Judas se quejó, porque el perfume valía trescientos denarios. Un denario era el jornal de un trabajador, por lo que trescientos denarios representaban una suma respetable de dinero. Eso sugiere que Marta y su familia eran ricos.
[7] Lucas 12:13,14.
[8] Juan 8:4,5,7.
[9] Lucas 6:46.
[10] Lucas 8:24.
[11] Lucas 13:34.
[12] Lucas 22:31.
[13] Deuteronomio 8:3.
[14] Salmo 16:5.
[15] Juan 6:35.
[16] Romanos 7:18.
[17] Juan 11:25,26.
[18] Juan 11:27.
[19] Mateo 16:15,16.