Jesús, Su vida y mensaje: Predicción sobre el templo (1ª parte)

febrero 16, 2021

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Prediction About the Temple (Part 1)]

La predicción que hizo Jesús de la destrucción del templo de Jerusalén aparece en los tres evangelios sinópticos[1]. Aparte de hablar de la destrucción del templo, estos pasajes también contienen información sobre los últimos días.

Fue el rey Salomón quien mandó construir el primer templo judío de Jerusalén. En el año 586 a. C. fue destruido por Nabucodonosor, rey de Babilonia, que se llevó a Babilonia a muchos habitantes de Israel. En el año 538 a. C., siendo Ciro rey de Persia, se le permitió al pueblo judío regresar a Israel. Hacia el año 515 a. C., los retornados habían ultimado la construcción del segundo templo. Ese segundo templo era una edificación más bien discreta; sin embargo, Herodes el Grande, durante su reinado en Judea (del 37 al 4 a. C.), lo remodeló. Después de eso, fue considerado uno de los edificios más bellos de su época.

El Evangelio de Marcos cuenta cómo respondió Jesús a un comentario sobre el templo de uno de Sus discípulos.

Al salir Jesús del templo, le dijo uno de Sus discípulos: «Maestro, ¡mira qué piedras y qué edificios!»[2]

Cuando Jesús se marchó del templo, probablemente pasó por la Puerta Dorada, en la muralla este de la ciudad, cruzó el valle de Cedrón y se dirigió al monte de los Olivos. Al ascender el monte, Él y Sus discípulos tuvieron ocasión de ver, desde lo alto, el hermoso complejo de edificios que había en el monte del Templo.

El comentario del discípulo sobre las magníficas piedras y edificios no era ninguna exageración. Si bien el rey Herodes ya llevaba un tiempo muerto, su proyecto de reconstrucción y ampliación del recinto del templo seguía adelante. Josefo, sacerdote, erudito e historiador judío, describe uno de los sillares del templo y dice que tenía 45 x 5 x 6 codos; en otro pasaje habla de una piedra que medía 25 x 8 x 12 codos. Un codo eran aproximadamente 46 centímetros, así que esas piedras eran gigantescas. Cierto autor escribe:

En la segunda mitad del siglo XX se descubrió una gran piedra en el segundo nivel del cimiento occidental, la cual mide aproximadamente 13 metros de largo x 4 de ancho x 3 de alto. Se calculó que pesa 600 toneladas[3].

Josefo escribió que «desde lo alto del monte de los Olivos, la blancura de las piedras, sus ribetes dorados y el techo revestido de oro del santuario del templo hacían que el monte del Templo pareciera una montaña nevada. Era deslumbrante»[4].

Jesús, respondiendo, le dijo: «¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada»[5].

Jesús señaló hacia todos los edificios del complejo del templo y profetizó su destrucción. Esas palabras probablemente conmocionaron a quienes las oyeron, ya que los edificios estaban construidos con enormes piedras, que daban la impresión de que estarían allí para siempre.

Es interesante observar que en la mayoría de las profecías de castigos del Antiguo Testamento se indicaba explícitamente, o al menos se sobreentendía, que si la gente se arrepentía, se evitaría el castigo. Por ejemplo, en el libro de Jeremías dice: «En un instante hablaré contra naciones y contra reinos, para arrancar, derribar y destruir. Pero si esas naciones se convierten de su maldad contra la cual hablé, Yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles»[6]. Sin embargo, en la profecía de destrucción de Jesús no hay ninguna mención de que se pueda evitar el castigo. La destrucción del templo y de toda Jerusalén era inexorable.

En tiempos de Jesús, Judea estaba gobernada directamente por los romanos. En los decenios que siguieron a la muerte de Jesús, la ira del pueblo judío contra los opresores romanos fue en aumento. En el año 66 d. C., la gente se rebeló. El ejército romano, comandado por el general Tito (que en el año 79 sucedió a su padre como emperador de Roma), sitió Jerusalén. El asedio duró unos cinco meses. En agosto del año 70 los romanos entraron en la ciudad. Destruyeron el templo y todo el complejo del templo, saquearon la ciudad y mataron a gran parte de la población. Los que no fueron muertos fueron dispersados por todo el imperio, la mayoría de ellos vendidos como esclavos.

Y se sentó [Jesús] en el Monte de los Olivos, frente al Templo. Entonces Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le preguntaron aparte: «Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse?»[7]

Estando Jesús sentado en el monte de los Olivos de cara al templo, cuatro discípulos Suyos —dos parejas de hermanos, Pedro y Andrés[8] junto con Jacobo y Juan[9]— le pidieron en privado más información sobre lo que había dicho. Querían averiguar cuándo ocurrirían esos acontecimientos y a qué señal estarían asociados. Eran preguntas lógicas: querían saber cómo prevenirse y prepararse para «estas cosas». Cierto autor escribe:

Esta pregunta concreta de los discípulos, «¿Qué señal habrá?», refleja la preocupación judía por las señales, ya sea como prueba de la veracidad de las palabras de un profeta o como indicación de la inminencia de un suceso[10].

Puede observarse en el libro del Éxodo: «Moisés respondió a Dios: “¿Quién soy yo para que vaya al faraón y saque de Egipto a los hijos de Israel?” Dios le respondió: “Yo estaré contigo; y esto te será por señal de que Yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte»[11]. Y en el libro de Isaías: «Pide para ti una señal de parte del Señor tu Dios, demandándola ya sea de abajo en lo profundo o de arriba en lo alto»[12].

Jesús, respondiéndoles, comenzó a decir: «Mirad que nadie os engañe, porque vendrán muchos en Mi nombre, diciendo: “Yo soy el Cristo”; y engañarán a muchos»[13].

Jesús les advirtió que vendrían algunos que dirían ser el Mesías judío o agentes del Mesías. Puede que se refiriera a quienes más tarde pretendieron ser el Mesías, como Teudas, Judas el galileo, Juan de Giscala y otros, todos los cuales participaron en la rebelión contra Roma. Otros mencionados en La guerra de los judíos, libro que escribió Josefo hacia el año 75 d. C., son «Judas de Séforis, un “jefe de forajidos que saqueó el arsenal real”; Simón de Perea, un antiguo criado real que se arrogó la “diadema” y saqueó el palacio real; Atronges, pastor de Judea que tomó el título de rey; Menahem, hijo de Judas de Galilea, que entró cabalgando en Jerusalén como un “verdadero rey” y asesinó al sumo sacerdote Ananías»[14]. Todos esos hombres engañaron al pueblo, y eso condujo a la destrucción del templo y de toda Jerusalén.

Volviendo a la respuesta de Jesús:

Pero cuando oigáis de guerras y de rumores de guerras, no os turbéis, porque es necesario que así suceda; pero aún no es el fin, pues se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá terremotos en muchos lugares, y habrá hambres y alborotos; principios de dolores son estos[15].

Jesús aseguró a Sus discípulos que, cuando ocurrieran los hechos que Él había mencionado, todavía no sería el fin de la era humana. Dejó bien claro que Dios estaba en control y permitiría que todo esto pasara conforme a Su plan divino. Tal como escribe cierto autor:

De la misma manera que los dolores de parto de una mujer conducen a un nacimiento, los dolores descritos en [Marcos] 13:7,8 serán sucedidos por la destrucción de Jerusalén[16].

(Continuará.)


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995 © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo, Marcos y Lucas.

[2] Marcos 13:1.

[3] Bahat 1995:39.

[4] La guerra de los judíos, 5.5.6.

[5] Marcos 13:2.

[6] Jeremías 18:7,8. V. también 1 Reyes 21:20–29 y Jonás 3 y 4.

[7] Marcos 13:3,4.

[8] Mateo 4:18.

[9] Marcos 1:19.

[10] Evans, World Biblical Commentary: Mark 8:27–16:20, 305.

[11] Éxodo 3:11,12.

[12] Isaías 7:11.

[13] Marcos 13:5,6.

[14] Evans, World Biblical Commentary: Mark 8:27–16:20, 305.

[15] Marcos 13:7,8.

[16] Stein, Mark, 599.