La deidad de Jesús (1ª parte)

mayo 29, 2018

Enviado por Peter Amsterdam

[The Deity of Jesus (Part 1)]

Los cristianos profesamos que Dios es Trino —Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo— y a la vez Uno[1]. Sostenemos que Dios Hijo se encarnó, que fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de Su madre, María. Luego de predicar y enseñar durante algunos años, fue crucificado y murió en la cruz. Lo sepultaron, y al tercer día resucitó de los muertos. Cuarenta días después ascendió al cielo, donde está sentado a la diestra de Dios[2]. La noción de que Jesús es Dios —a la par con el Padre y el Espíritu Santo— es fundamental para el cristianismo y algo que todos sabemos y creemos.

Hace poco leí un libro muy edificante titulado Putting Jesus in His Place: The Case for the Divinity of Christ[3] (Poner a Jesús en su lugar: fundamentos en que basar la divinidad de Cristo). Los autores demuestran a partir de la Escritura que Jesús es Dios, así como el Padre es Dios. Para ello cotejan versículos del Antiguo Testamento que nos describen a Dios, con versículos del Nuevo Testamento que exponen las mismas cualidades acerca de Jesús. Me pareció informativo y enriquecedor descubrir que versos que hablan de Dios Padre tienen un eco en versos que hablan de Jesús. Pensé, pues, que sería conveniente reproducir algunos de ellos aquí para su aliento y edificación.

Gloria y honor

Una de las acepciones en que la Escritura se refiere a gloria es en el sentido de la respuesta adecuada que se ha de tener hacia Dios. Debemos rendirle gloria, glorificarlo.

Rindan al Señor, seres celestiales; rindan al Señor la gloria y el poder. Ríndanle la gloria digna de Su nombre[4].

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento leemos que Dios es objeto de alabanza. Un ejemplo del Antiguo Testamento es:

Bendito seas, Señor y Padre nuestro, Dios de Israel, desde el siglo y hasta el siglo. Tuya es, Señor, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; pues Tuyas son todas las cosas que están en los cielos y en la tierra. Tuyo es, Señor, el reino. ¡Tú eres excelso sobre todas las cosas![5]

Otro sería:

Sea llena mi boca de Tu alabanza, de Tu gloria todo el día[6].

Un ejemplo del Nuevo Testamento es:

Al Dios y Padre nuestro sea gloria por los siglos de los siglos. Amén[7].

Otro sería:

Conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén[8].

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos enseñan a dar gloria a Dios.

En el libro del Apocalipsis leemos que Dios es objeto de alabanza:

Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder, porque Tú creaste todas las cosas; por Tu voluntad existen y fueron creadas[9].

Posteriormente, en un lenguaje parecido, oímos que el Cordero —Jesús— es también objeto de alabanza:

El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza[10].

En el marco del Nuevo Testamento leemos que Jesús recibe una gloria análoga a la que se le tributa a Su Padre:

Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén[11].

Damos gloria y honra a Dios y a Jesús.

Adoración

La importancia de la adoración que brindamos a Dios está entretejida a lo largo del Antiguo Testamento.

Adoren al SEÑOR en la hermosura de la santidad; tiemble ante Su presencia toda la tierra[12].

Exalten al SEÑOR nuestro Dios. Póstrense ante Su santo monte porque santo es el SEÑOR, nuestro Dios[13].

Vengan, postrémonos reverentes, doblemos la rodilla ante el SEÑOR nuestro Hacedor[14].

Como se aprecia en el último versículo citado arriba, parte del culto en el Antiguo Testamento consistía en inclinarse y arrodillarse. Eso ha trascendido hasta el día de hoy, pues la gente se suele arrodillar cuando reza. Empleado en un contexto religioso o espiritual, el término traducido por culto o adoración en el Antiguo Testamento, al igual que su homólogo griego en el Nuevo Testamento, significan inclinarse. El acto de inclinarse en esas circunstancias entraña el significado de postrarse ante —y por ende adorar— una deidad. Un ejemplo de las Escrituras es cuando Dios dijo:

No te harás imagen, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas, ni las honrarás, porque Yo soy el Señor tu Dios, fuerte y celoso[15].

Dios manifestó claramente a Su pueblo que no debían adorar dioses ajenos.

Si llegan a olvidarse del Señor su Dios y se van tras dioses ajenos, y les sirven y se inclinan ante ellos, Yo les hago saber hoy que de cierto perecerán[16].

Guárdense, pues, no sea que su corazón se engañe y se aparten y sirvan a otros dioses, y se inclinen a ellos. No sea que se encienda el furor del SEÑOR contra ustedes[17].

Jesús aludió a ello cuando dijo:

Vete, Satanás, porque escrito está: «Al Señor tu Dios adorarás y solo a Él servirás.»[18]

Si bien en el Antiguo Testamento está claro que al único al que se debe rendir culto es a Dios, a lo largo del Nuevo Testamento leemos que Jesús es también digno de culto. Cuando Jesús caminó sobre las aguas, Pedro se apeó de la barca y anduvo hacia Jesús; pero entonces empezó a hundirse.

Al momento Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?» En cuanto ellos subieron a la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca se acercaron y lo adoraron, diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios»[19].

Después que resucitó de los muertos, Jesús les salió al encuentro [a dos mujeres] y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron[20]. En la carta a los Hebreos leemos:

¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás: «Mi Hijo eres Tú, Yo te he engendrado hoy», ni tampoco: «Yo seré un padre para Él, y Él será un hijo para Mí»? Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.»[21]

Así como Dios Padre es adorado, así también Jesús, Dios Hijo, es adorado.

Oración

La Biblia enseña que Dios es el único al que debemos apelar en oración. Él es quien escucha nuestras oraciones y las responde conforme a Su voluntad. Dios es el único ser al que debemos orarle.

A lo largo del Antiguo Testamento leemos que el pueblo de Dios lo invocaba en oración:

En Berseba Abrahán plantó un árbol tamarisco, y allí invocó el nombre del Señor, el Dios eterno[22].

Alaben al Señor, aclamen Su nombre[23].

Invoqué el nombre del SEÑOR diciendo: «¡Libra, oh SEÑOR, mi vida!»[24]

Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocaré el nombre del Señor[25].

Momentos antes de morir en la cruz, Jesús clamó a Su Padre:

Jesús, clamando a gran voz, dijo: «Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu». Habiendo dicho esto, expiró[26].

En un escenario parecido, el libro de los Hechos narra que Esteban clamó a Jesús en oración al momento de su lapidación.

Mientras lo apedreaban, Esteban oraba y decía: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado.» Habiendo dicho esto, durmió[27].

Del mismo modo en que Jesús imploró a Su Padre, Esteban imploró a Jesús.

Leyendo el Nuevo Testamento nos enteramos de que el modo en que los creyentes invocaban el nombre de Jesús es similar al modo en que la gente del Antiguo Testamento invocaba el nombre de Dios.

A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro[28].

Después de afirmar que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo[29], Pabló citó un pasaje del Antiguo Testamento:

Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo[30].

Con ello Pablo declaraba que invocar el nombre de Jesús es equivalente a invocar el nombre de Dios.

Jesús exhortó a Sus discípulos a que le oraran a Él:

Todo lo que pidan al Padre en Mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo piden en Mi nombre, Yo lo haré[31].

Luego de Su resurrección, mientras Sus discípulos resolvían quién debía sustituir a Judas en calidad de apóstol, rezaron a Jesús, diciendo:

«Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido, para que tome la parte de este ministerio y apostolado, del cual cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar.»[32]

La Escritura nos enseña a orar a Dios y de igual manera a Jesús.

Amor y obediencia

En el Antiguo Testamento Dios le habló a Su pueblo y le transmitió que Él esperaba que lo amara y al mismo tiempo le obedeciera siguiendo Sus palabras.

Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando estarán en tu corazón. Las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas sentado en casa o andando por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes[33].

Se requería que Su pueblo guardara Sus mandamientos.

Amarás, pues, al SEÑOR tu Dios y guardarás Su ordenanza, Sus estatutos, Sus decretos y Sus mandamientos, todos los días[34].

De hacerlo, Dios lo favorecería y bendeciría su tierra.

Si ustedes obedecen fielmente los mandamientos que hoy les doy, y si aman al Señor su Dios y le sirven con todo el corazón y con toda el alma, entonces Él enviará la lluvia oportuna sobre su tierra, en otoño y en primavera, para que obtengan el trigo, el vino y el aceite. También hará que crezca hierba en los campos para su ganado, y ustedes comerán y quedarán satisfechos[35].

El Señor tu Dios te bendecirá con mucha prosperidad en todo el trabajo de tus manos y en el fruto de tu vientre, en las crías de tu ganado y en las cosechas de tus campos. El Señor se complacerá de nuevo en tu bienestar, así como se deleitó en la prosperidad de tus antepasados, siempre y cuando obedezcas al Señor tu Dios y cumplas Sus mandamientos y preceptos, escritos en este libro de la ley, y te vuelvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma[36].

Jesús exhortó a Sus discípulos a guardar los mandamientos y les habló de la bendición que recibirían por ello.

Si me amáis, guardad Mis mandamientos[37].

El que tiene Mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por Mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a él[38].

Si guardáis Mis mandamientos, permaneceréis en Mi amor; así como Yo he guardado los mandamientos de Mi Padre y permanezco en Su amor[39].

Dios también dio un clarísimo aviso sobre los peligros que Su pueblo afrontaría si se apartaba de Él.

Si no oyes la voz del Señor tu Dios ni procuras cumplir todos los mandamientos y estatutos que hoy te mando cumplir, vendrán sobre ti, y te alcanzarán, todas estas maldiciones[40].

Asimismo incluyó una seria advertencia sobre los parientes que pretenden apartar del Señor a miembros de su familia.

Si te incita tu hermano, el hijo de tu madre, o tu hijo, tu hija, tu mujer o tu amigo íntimo, diciéndote en secreto: «Vayamos y sirvamos a dioses ajenos», que ni tú ni tus padres conocisteis, [...] no consentirás con él ni le prestarás oído[41].

Ese mandamiento expresó la importancia de dar primordial importancia a la devoción a Dios, por sobre todas las demás obligaciones.

Jesús llamó a Sus discípulos a brindarle a Él un amor, una devoción y un compromiso parecidos.

Si alguno viene a Mí y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser Mi discípulo[42].

Jesús recurrió a la hipérbole del aborrecimiento para manifestar con claridad y efectismo su argumento de que el amor y compromiso que Sus discípulos profesaran por Él debían ser mayores que los que demostraran por sus seres queridos. En otro pasaje expuso lo mismo usando otras palabras:

El que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí[43].

Del mismo modo en que el Antiguo Testamento vincula la obediencia a los mandamientos de Dios con el amor por Dios, así también Jesús asoció la obediencia a Sus mandamientos con el amor que tenemos por Él.

(Continuará en la segunda parte.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Para entender más a fondo el concepto de la Trinidad, véase Lo esencial: La Trinidad (tres partes).

[2] El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es, y el que sostiene todas las cosas con Su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas. (Hebreos 1:3 [NVI]). Véase también Hebreos 8:1,2, 12:1,2; 1 Pedro 3:21,22.

[3] Bowman, Robert M. Jr. y Komoszewski, J. Ed., Putting Jesus in His Place: The Case for the Divinity of Christ (Grand Rapids: Kregel Publications, 2007).

[4] Salmo 29:1,2 (RVC).

[5] 1 Crónicas 29:10,11 (RVC).

[6] Salmo 71:8.

[7] Filipenses 4:20.

[8] Gálatas 1:4,5.

[9] Apocalipsis 4:11 (NVI).

[10] Apocalipsis 5:12.

[11] 2 Pedro 3:18.

[12] Salmo 96:9 (RVA-2015).

[13] Salmo 99:9 (RVA-2015).

[14] Salmo 95:6 (NVI).

[15] Éxodo 20:4,5 (RVC).

[16] Deuteronomio 8:19 (RVC).

[17] Deuteronomio 11:16,17 (RVA-2015).

[18] Mateo 4:10.

[19] Mateo 14:31–33.

[20] Mateo 28:9 (NVI).

[21] Hebreos 1:5,6.

[22] Génesis 21:33 (RVC).

[23] Salmo 105:1 (BLPH).

[24] Salmo 116:4 (RVA-2015).

[25] Salmo 116:17 (BLPH).

[26] Lucas 23:46.

[27] Hechos 7:59,60.

[28] 1 Corintios 1:2.

[29] Romanos 10:9.

[30] Romanos 10:13, citando a Joel 2:32.

[31] Juan 14:13,14.

[32] Hechos 1:24,25.

[33] Deuteronomio 6:5–7 (RVA-2015).

[34] Deuteronomio 11:1 (RVA-2015).

[35] Deuteronomio 11:13–15 (NVI).

[36] Deuteronomio 30:9,10 (NVI).

[37] Juan 14:15.

[38] Juan 14:21.

[39] Juan 15:10.

[40] Deuteronomio 28:15 (RVC).

[41] Deuteronomio 13:6,8.

[42] Lucas 14:26.

[43] Mateo 10:37,38.