Lo esencial: El pecado

septiembre 18, 2012

Enviado por Peter Amsterdam

¿Qué es el pecado?

Esta serie de artículos aborda el tema del pecado. Veremos las definiciones de pecado, su origen y sus efectos en la humanidad y en el mundo, y hablaremos de pasada del plan divino para redimirnos del pecado. (La redención se tratará en profundidad en posteriores artículos.)

Es importante hablar del pecado, pues afecta la vida de todos los seres humanos y es lo que los ha separado de Dios. Afortunadamente, movido por Su amor y misericordia, Él ha puesto al alcance de la humanidad la salvación del pecado, por medio del sufrimiento y la muerte de Jesús. Los cristianos gozamos de la tremenda bendición de que se nos han perdonado nuestros pecados y hemos sido redimidos de ellos. Nos hemos librado del castigo de nuestros pecados en la otra vida, un don de inestimable valor, pues viviremos para siempre con Dios. Lamentablemente, moramos en un mundo en el que muchos no saben que tal salvación está a su alcance. Es nuestra misión como cristianos darles a conocer la Buena Nueva del Evangelio.

Es importante que los cristianos comprendamos los diversos aspectos y efectos del pecado en nuestra propia vida y en las personas a las que procuramos evangelizar y ayudar. Además eso nos motiva a comunicar la Buena Nueva de la salvación del pecado a quienes aún no la conocen. También nos ayuda a entender y explicar por qué suceden cosas malas en nuestro mundo, y cuál es el origen de gran parte de las desgracias y del sufrimiento que aqueja a la humanidad hoy en día. Un concepto más cabal del pecado nos permite comprender mejor y comunicar a los demás la necesidad e importancia de la salvación, a la vez que nos lleva a apreciar más plenamente nuestra propia salvación y de qué es que nos hemos salvado. Si bien a nosotros se nos ha bendecido con la redención, para quienes rechacen la salvación el pecado tendrá graves consecuencias a largo plazo, no solo en esta vida, sino también en la venidera.

El filósofo cristiano Rufus Jones hace el siguiente comentario sobre el pecado:

El pecado no es un dogma abstracto. No es una deuda que uno pueda pagar y hacer borrón y cuenta nueva. El pecado es un hecho en nuestra vida. Es un estado del corazón y de la voluntad. No hay pecado fuera del pecador. Donde hay pecado hay una desviación consciente de una norma, una deformación de nuestra naturaleza; y produce un efecto en toda nuestra personalidad. La persona que peca desoye el sentido del bien. Cae por debajo de su concepto de lo que es bueno. Ve un camino, pero no lo toma. Oye una voz y dice que no en vez de decir que sí. Tiene conciencia de algo superior en él que lo llama; sin embargo, permite que su aspecto más bajo lo domine. No hay descripción alguna del pecado que se compare con el dramático retrato de sí mismo que hace el apóstol Pablo en Romanos 7:9–25. Lo que nos conmueve al leerlo es que es la descripción de nuestro propio estado. Nos domina una naturaleza más baja que echa a perder nuestra vida. «Lo que quiero no lo hago; y en cambio lo que detesto lo hago»[1].

El principal tema de estos artículos es la presencia del pecado en la humanidad en general, y sus efectos y consecuencias en la totalidad de los seres humanos. También trataremos brevemente la cuestión de los pecados y flaquezas de los cristianos, pero no es ese el tema central.

Definiciones del pecado

El término hebreo que más se emplea para decir pecado en el Antiguo Testamento es jata’, que se define como «no acertar el objetivo o la senda del bien y del deber, errar el blanco, descaminarse». El Antiguo Testamento también usa términos que se traducen como quebrantar (en el sentido de «quebrantar el pacto de Dios»), transgredir la voluntad de Dios, rebelarse o descarriarse.

El Nuevo Testamento emplea diversos términos para referirse al pecado, que se han traducido, según los casos, como violar, quebrantar, extralimitarse, errar el blanco, excederse, caer a la vera del camino, defección, mala obra, desviarse de la buena senda, apartarse del bien, apartarse de la verdad y del camino recto, injusticia de corazón y de conducta, maldad, impiedad, incredulidad, contumacia y apostasía.

A continuación reproducimos algunas definiciones del pecado de diversos teólogos.

El pecado puede definirse como el acto personal de apartarse de Dios y Su voluntad. Consiste en transgredir la ley divina [...], en incumplir el mandamiento de Dios. Es apartarse de la voluntad expresa del Altísimo[2].

En términos generales definimos el pecado como una desviación de la ley moral de Dios, independientemente de que esa ley esté escrita en el corazón humano o haya sido comunicada a la humanidad por medio de un precepto positivo [por medio de las Escrituras][3].

El pecado consiste en no ajustarse a la ley moral de Dios, ya sea en hechos, actitudes o naturaleza[4].

Si bien Dios ha expresado Su voluntad y Su ley moral mediante la Biblia, hubo un tiempo en que esta no existía. Además, hay muchas personas que no han oído hablar de ella o no la han leído, o que no saben que dice la verdad acerca de Dios y Su voluntad. Sin embargo, a lo largo de toda la Historia, en alguna medida los seres humanos han tenido conciencia inherente de la ley moral de Dios, pues Él la ha grabado en el corazón de cada persona.

Cuando los gentiles que no tienen la Ley hacen por naturaleza lo que es de la Ley, estos, aunque no tengan la Ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la Ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia y acusándolos o defendiéndolos sus razonamientos[5].

Aunque muchas personas no conocen detalladamente las leyes morales de Dios tal como están expresadas en las Escrituras, todo el mundo entiende el principio de que matar, robar, mentir, etc., está mal, lo que evidencia que los seres humanos están imbuidos de una conciencia moral común. Es lo que suele conocerse como ley natural o ley moral, y está plasmada en los Diez Mandamientos, algunos de los cuales disponen:

No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás. No dirás contra tu prójimo falso testimonio. No codiciarás la casa de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo[6].

Dado que los seres humanos tienen dentro de sí un conocimiento intuitivo de la ley moral, cuentan con un sentido de lo que está bien y lo que está mal, es decir, de responsabilidad moral. Su conciencia «da testimonio».

J. I. Packer ofrece la siguiente explicación:

La conciencia está conformada por dos elementos: (a) la certeza de que ciertas cosas están bien y otras están mal, y (b) la capacidad de aplicar leyes y reglas a situaciones concretas. La conciencia posee una característica exclusiva que la distingue del resto de nuestras facultades mentales: la percibimos como una persona separada de nosotros, que con frecuencia nos habla cuando preferiríamos que guardara silencio y nos dice cosas que quisiéramos no escuchar. Podemos optar por no hacer caso de ella, pero no podemos evitar que nos hable; por experiencia sabemos que eso lo decide por sí misma. Dada su insistencia en juzgarnos según los parámetros más altos que conocemos, la llamamos la voz de Dios en el alma, y en ese sentido lo es[7].

Wayne Grudem lo explica de la siguiente forma:

La conciencia de los incrédulos da testimonio de los preceptos morales de Dios, aunque a veces en el corazón de los que no creen la evidencia de la ley divina está distorsionada o apagada. A veces sus pensamientos los «acusan» y en otras ocasiones los «excusan», dice Pablo. Aunque el conocimiento de la ley divina que se deriva de tales fuentes nunca es perfecto, es suficiente para aportar una noción de las exigencias morales que ha dispuesto Dios para toda la humanidad. (Es sobre esa base que Pablo argumenta que toda la humanidad es culpable de pecado ante Dios, aun quienes no cuentan con las leyes divinas registradas en las Escrituras.)[8]

Por el hecho de que las leyes morales de Dios y Su voluntad están expresadas en las Escrituras, y además toda persona tiene un conocimiento intuitivo de esas leyes morales y una conciencia que da testimonio cuando las transgrede, todos los seres humanos —aunque no conozcan las Escrituras— saben que no cumplen del todo esas leyes o que se apartan de ellas, y que eso está mal.

Sabemos que todo lo que la Ley dice, lo dice a los que están bajo la Ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios[9].

Si bien con frecuencia los seres humanos cometen pecados contra su prójimo, como por ejemplo robar a alguien o mentirle, y aunque esos pecados también pueden hacer daño a la persona que los comete, son primordialmente pecados contra Dios. Obrar de esa manera es quebrantar las leyes morales de Dios; sin embargo, lo más importante es que son pecados contra el Promulgador de las leyes. Son una afrenta a Su santidad y justicia, y causa de separación entre Él y los hombres.

El pecado es universal

La Biblia enseña que el pecado es universal, que todo ser humano —con excepción de Jesús— ha sido y es un pecador. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento dicen que todos somos pecadores y que no hay nadie que sea totalmente justo.

Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Señor cargó en Él el pecado de todos nosotros[10].

Ante Ti nadie puede alegar inocencia[11].

¿Quién puede afirmar: «Tengo puro el corazón; estoy limpio de pecado»?[12]

No hay en la tierra nadie tan justo que haga el bien y nunca peque[13].

Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad[14].

Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios[15].

La universalidad del pecado es un concepto que está presente hasta en muchas religiones paganas, lo que confirma que la humanidad tiene un conocimiento intuitivo de la ley moral de Dios y de la naturaleza pecaminosa del hombre. A lo largo de la Historia, los seguidores de muchas religiones han hecho sacrificios por considerar que habían desagradado a sus dioses.

Rufus Jones escribe:

Así es la naturaleza humana. Ese sentimiento se encuentra profundamente arraigado en las personas dondequiera que se encuentren. Tienen conciencia de que el pecado separa y sienten que para cerrar esa brecha se requiere algo costoso y preciado. El sacrificio es uno de los elementos más profundos y permanentes de la incipiente vida espiritual. Tiene su origen en los albores de la Historia. Los papiros hechos jirones, los fragmentos de barro cocido, las inscripciones pictóricas más primitivas dan testimonio de esa costumbre inmemorial. Tiene tanta antigüedad como la sonrisa o el llanto; es tan difícil de rastrear su origen como el del amor o el del odio. Está ligada al sentimiento de culpa de las personas y nació cuando nació su conciencia[16].

Louis Berkhof señala:

Las religiones paganas dan testimonio de la conciencia universal del pecado y de la necesidad de reconciliación con un Ser Supremo. Hay una sensación general de que los dioses están ofendidos y es preciso propiciárselos de algún modo. Existe una voz universal de la conciencia, que pone de relieve el hecho de que el hombre no alcanza el ideal y ha sido condenado por algún Poder superior. La conciencia del pecado se hace patente en los altares malolientes por la sangre de los sacrificios —en muchos casos de niños muy queridos—, en las confesiones reiteradas de truhanerías y en las oraciones para librarse del mal[17].

¿Dónde se originó el pecado?

Antes de crear Dios el universo, el pecado no existía, pues solo existía Dios —Padre, Hijo y Espíritu Santo—. Las Escrituras dejan claro que Dios es santo, que no tolera el mal y no peca. Por ende, el pecado no podía existir antes de crear Él a los ángeles.

Al crear seres morales, ángeles y humanos, los dotó de libre albedrío. Los creó con la capacidad de tomar decisiones morales, y así posibilitó que optaran por obrar bien y con rectitud. Sin embargo, al concederles esa libertad también dio lugar a la posibilidad de que optaran por obrar mal. El pecado se originó en la decisión soberana de esos seres de desobedecer a Dios. Él no hizo que los seres morales que había creado pecaran. No obstante, ellos optaron libremente por desobedecer Sus mandamientos y Su voluntad expresa, y así pecaron. (Nos extenderemos más sobre esto más abajo.)

Dios no es autor de pecado. Él es santo. Se aparta del pecado. Él no peca. Nunca obra mal ni con impiedad, ni tienta a las personas a hacerlo. El mal es la ausencia del bien, no algo físico que se cree. En cierto sentido, el mal es la ausencia de Dios, del mismo modo que la oscuridad es la ausencia de luz. Dios no podría crear el mal, pues eso sería actuar contrariamente a Su naturaleza y esencia, cosa que no hace y, de hecho, no puede hacer. Veamos rápidamente cómo expresa la Biblia la santidad y justicia de Dios y Su postura frente al pecado:

Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos Sus caminos son rectos. Es un Dios de verdad y no hay maldad en Él; es justo y recto[18].

El Señor es justo; Él es mi Roca, y en Él no hay injusticia[19].

¡Lejos esté de Dios la impiedad, del Omnipotente la iniquidad![20]

Cuando alguno es tentado no diga que es tentado de parte de Dios, porque Dios no puede ser tentado por el mal ni Él tienta a nadie[21].

En la versión Reina-Valera de 1909 de la Biblia hay un versículo que dice: «Formo la luz y crío las tinieblas, […] hago la paz y crío el mal»[22]. Se podría interpretar esa traducción en el sentido de que Dios creó la maldad. Aunque el sustantivo hebreo raa —traducido como mal— puede significar maldad, también tiene otras acepciones, tales como desastre o calamidad, que no tienen nada que ver con la maldad. La mayoría de las traducciones modernas no emplean el término mal en ese versículo, sino desgracia o calamidad. La NVI lo traduce de la siguiente forma:

Yo formo la luz y creo las tinieblas, traigo bienestar y creo calamidad. Yo, el Señor, hago todas estas cosas.

Dios detesta el pecado; es una abominación para Él.

Lo que ustedes deben hacer es decirse la verdad, y juzgar en sus tribunales con la verdad y la justicia. ¡Eso trae la paz! «No maquinen el mal contra su prójimo, ni sean dados al falso testimonio, porque Yo aborrezco todo eso», afirma el Señor[23].

Hay seis cosas que el Señor aborrece, y siete que le son detestables: los ojos que se enaltecen, la lengua que miente, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que hace planes perversos, los pies que corren a hacer lo malo, el falso testigo que esparce mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos[24].

Él aborrece a quien comete tales actos de injusticia[25].

El Señor examina a justos y a malvados, y aborrece a los que aman la violencia[26].

Si bien Dios no creó ni causó el pecado, sí creó un universo con criaturas que gozan de libre albedrío, lo que significa que esas criaturas podían optar por obrar mal. Dada Su omnisciencia y Su conocimiento de lo futuro, Él sabía que sucedería eso, y por amor y misericordia concibió una manera de reconciliar a la humanidad con Él.

El teólogo Jack Cottrell afirma:

Si no hubiera más que rocas, árboles y animales, no se aplicaría el concepto de bien y mal. Sin embargo, con la creación de los ángeles y los seres humanos, que tienen una capacidad única de optar conscientemente por actuar dentro de la voluntad de Dios o en contra de ella, el bien y el mal de golpe adquieren sentido, pues a partir de ese momento cabe la posibilidad real de que se manifieste la maldad o el pecado[27].

Antes de que los seres humanos pecaran, el pecado ya estaba presente en la dimensión espiritual o angélica. Los ángeles fueron creados como seres inmateriales sin cuerpo físico, seres morales con libre albedrío y la capacidad de escoger entre el bien y el mal, como queda de relieve por el hecho de que en determinado momento se vieron ante una disyuntiva moral y algunos escogieron mal y se apartaron de Dios mientras que otros optaron por permanecer fieles a Él. Las Escrituras no hablan mucho de la caída de los ángeles, de cuándo sucedió ni de cuál fue su pecado, aunque la interpretación generalizada es que se trató de orgullo. En todo caso, algunos pecaron y por ende se apartaron de Dios. Actualmente se los conoce como los ángeles caídos, dirigidos por el diablo o Satanás.

Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al abismo, metiéndolos en tenebrosas cavernas y reservándolos para el juicio[28].

A los ángeles que no mantuvieron su posición de autoridad, sino que abandonaron su propia morada, los tiene perpetuamente encarcelados en oscuridad para el juicio del gran día[29].

Dirá a los que estén a Su izquierda: «Apártense de Mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles»[30].

En el próximo artículo hablaremos de cómo entró el pecado en el mundo de la humanidad.


[1] Jones, Rufus M.: The Double Search—Studies in Atonement and Prayer, John C. Winston Co., Filadelfia, EE.UU., 1906, pp. 60, 61.

[2] Williams, J. Rodman: Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective, Vol. 1, Zondervan, Grand Rapids, EE.UU., 1996, p. 222.

[3] Mueller, John Theodore: Christian Dogmatics, A Handbook of Doctrinal Theology for Pastors, Teachers, and Laymen, Concordia Publishing House, St. Louis, EE.UU., 1934, p. 212.

[4] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007, p. 513.

[5] Romanos 2:14,15.

[6] Éxodo 20:13–17.

[7] Packer, J. I.: Concise Theology, capítulo Conscience, Tyndale House Publishers, Carol Stream, EE.UU., 1993, p. 96.

[8] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007, p. 126.

[9] Romanos 3:19.

[10] Isaías 53:6.

[11] Salmo 143:2.

[12] Proverbios 20:9.

[13] Eclesiastés 7:20.

[14] 1 Juan 1:8.

[15] Romans 3:23.

[16] Jones, Rufus: The Double Search—Studies in Atonement and Prayer, John C. Winston Co., Filadelfia, EE.UU., 1906, pp. 66, 67.

[17] Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.

[18] Deuteronomio 32:4.

[19] Salmo 92:15.

[20] Job 34:10.

[21] Santiago 1:13.

[22] Isaías 45:7.

[23] Zacarías 8:16,17.

[24] Proverbios 6:16–19.

[25] Deuteronomio 25:16.

[26] Salmo 11:5.

[27] Cottrell, Jack: What the Bible Says About God the Redeemer, Wipf and Stock Publishers, Eugene, EE.UU., 2000, p. 249.

[28] 2 Pedro 2:4.

[29] Judas 6.

[30] Mateo 25:41.

Traducción: Felipe Mathews y Jorge Solá.