Más como Jesús: Paz

agosto 15, 2017

Enviado por Peter Amsterdam

[More Like Jesus: Peace]

(Los puntos que tocamos en este artículo son una síntesis de los libros The Fitting Room: Putting on the Character of Christ—El probador: revestirse del Carácter de Cristo—, de Kelly Minter, y En pos de la santidad, de Jerry Bridges[1].)

La paz, uno de los frutos del Espíritu Santo, juega un papel preponderante en nuestro cometido de llegar a ser más como Jesús. Se origina a partir de la buena relación que tengamos con Dios, la cual resulta posible gracias al don de salvación que Él nos obsequia. La paz es asimismo consecuencia de nuestra confianza en Dios y la fe en el amor que Él abriga por nosotros.

El vocablo hebreo empleado para expresar paz en el Antiguo Testamento, shalom, junto con su equivalente griego en el Nuevo Testamento, eirene, englobaban un significado mucho más amplio que la definición habitual que tiene la palabra paz en castellano moderno. Además de denotar un estado de tranquilidad, que conlleva una exención de los estragos de la guerra y la ausencia de ansiedad o estrés, esos vocablos hebreo y griego expresan el concepto de bienestar o vitalidad, plenitud, seguridad, salud y prosperidad[2].

A lo largo del Nuevo Testamento, a Dios se lo llama el Dios de paz.

Muy pronto el Dios de paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes[3].

El mismo Dios de paz los santifique por completo[4].

Jerry Bridges escribió que Dios tomó la iniciativa para establecer la paz con hombres rebeldes, y Él es autor tanto de la paz personal como de la paz entre los hombres. La paz igualmente debería formar parte de nuestro carácter, porque Dios nos ha prometido Su paz; porque nos ha emplazado a dejar que la paz reine en nuestra vida y en nuestras relaciones, y porque la paz es fruto del Espíritu y por tanto una clara señal de Su acción en nuestra vida[5].

La paz, tal como la plantea la Escritura, se expresa desde tres perspectivas: paz con Dios, paz en nuestro interior y paz con otras personas. Todas ellas se complementan entre sí y contribuyen a que el fruto de la paz se haga manifiesto en nuestra vida.

Paz con Dios

La salvación que poseemos en Jesús reparó la brecha que existía entre Dios y nosotros a causa de nuestros pecados, de modo que nos hemos reconciliado con el Padre.

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo[6].

Dicha paz ha restablecido la relación que teníamos con Dios y que perdimos por culpa del pecado. Es gracias a esa reconciliación que podemos gozar de integridad y plenitud: la paz de mente, corazón y espíritu que engloba shalom. Jesús es el sendero que conduce precisamente a esa paz.

Una firme confianza en que Dios nos ha perdonado y que nos hemos reconciliado con Él, acompañada del conocimiento de que Dios nos ama y vela por nosotros, nos brinda el verdadero sentido de paz plena manifestado a lo largo de la Escritura:

Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Ti persevera, porque en Ti ha confiado[7].

La justicia producirá la paz; el resultado de la justicia será tranquilidad y confianza eternas[8].

Mucha paz tienen los que aman Tu ley, y nada los hace tropezar[9].

La paz les dejo, Mi paz les doy[10].

La verdadera paz descansa sobre el cimiento del amor que Dios alberga por nosotros y la reconciliación que nos facilitó a través de Jesús. Gracias a Su don de salvación podemos depositar nuestra confianza en Él y en Sus promesas y por ende vivir en paz con Él. La salvación es la base de nuestra paz con Dios, que hace posible la paz con nosotros mismos y los demás.

Paz en nuestro interior

Estamos inclinados a sentirnos en paz cuando las cosas marchan bien y cuando gozamos de buena salud, estamos felices, nos encontramos en situación económica favorable y no afrontamos ningún obstáculo o dificultad grandes. No obstante, la paz bíblica va mucho más allá de la tranquilidad que experimentamos cuando todo anda sobre ruedas. Es un ancla firme aun en medio de aguas turbulentas[11]. La verdadera paz trasciende las circunstancias. Tiene que ver con la presencia de Dios junto a nosotros, con vivir en Su reino, permitir que Él reine en nuestra vida y confiar en que Él es nuestro padre que nos ama y tiene siempre en consideración lo que más nos conviene. Tenemos paz porque lo tenemos a Él.

Pese a que podemos tener paz con Dios por medio de la salvación, eso no significa necesariamente que gocemos de la paz de Dios en nuestra cotidianidad. Aunque las adversidades que enfrentamos en la vida suelen impulsarnos a los brazos del Señor, no siempre es así. A veces nos resulta más natural acudir al Señor cuando nos sucede algo de grandes proporciones; en cambio, en el caso de las dificultades recurrentes y triviales del día a día, nos olvidamos de hacerlo. Tratamos de lidiar con ellas por nuestra propia cuenta en lugar de presentarlas ante el Señor y echar nuestras cargas sobre Él con fe y confianza en que Él está nos nosotros y nos resguarda.

Es interesante notar que Jesús habló a Sus discípulos sobre la paz la noche antes de Su crucifixión[12]. Les refirió las aflicciones, pruebas y tribulaciones que enfrentarían, pero también les habló de la paz que tendrían en Él.

Estas cosas les he hablado para que en Mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, Yo he vencido al mundo[13].

Estas dos promesas que Jesús hizo a Sus discípulos son también ciertas para nosotros. Primero dice que afrontaremos dificultades en la vida. Las dificultades con que nos topemos son capaces de privarnos de la alegría y la paz por cuanto provocan incertidumbre. Como ignoramos el desenlace, nos preocupamos, nos ponemos ansiosos, desconfiados y temerosos.

Segundo, Jesús prometió que podríamos tener paz en Él. Debemos cobrar ánimo en momentos de dificultad e incertidumbre, pues Jesús ha vencido al mundo. Tomar conciencia de ello nos produce paz, ya que depositamos nuestra confianza en el Señor. En otra parte, Jesús declaró:

La paz les dejo, Mi paz les doy; Yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo[14].

El apóstol Pablo exhortó:

Nada debe angustiarlos; al contrario, en cualquier situación, presenten a Dios sus deseos, acompañando sus oraciones y súplicas con un corazón agradecido. Y la paz de Dios, que desborda toda inteligencia, guardará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús[15].

El remedio para la preocupación es presentar todos nuestros afanes al Señor en oración y confiar en que Él conoce todo lo que nos angustia, y nos ama. No se nos promete que al llevar nuestras inquietudes al Señor siempre nos libraremos de ellas; pero sí que tenemos a nuestra disposición paz en Jesús.

A veces la razón por la que no encontramos paz en tiempos de prueba es que no estamos dispuestos a conformarnos con ninguna otra cosa que no sea liberarnos completamente del problema. La promesa, sin embargo, expresa que podemos rezar para que se arregle la causa de nuestra ansiedad; luego podamos gozar de esa paz indescifrable que nos permite poner nuestro bienestar en las manos del Señor y confiar en que Él conoce nuestras circunstancias y guardará nuestro corazón y nuestro pensamiento de la ansiedad que nos afecta.

Claro que por lo general cuando presentamos nuestros temores al Señor buscamos una solución para la causa de esas inquietudes y un modo de librarnos de ellas. Si bien es perfectamente legítimo orar para hallar una solución, a menudo esa solución tarda tiempo —a veces una cantidad enorme de tiempo—, durante el cual podemos hallar paz gracias a que hemos puesto tales asuntos en manos del Señor. Hemos dado a conocer nuestras peticiones y habiendo implorado ayuda al Señor, podemos obtener Su paz. Siendo la paz un fruto del Espíritu, el Espíritu Santo puede gestar paz en nuestro interior. Debemos orar por paz y recurrir a Dios para obtenerla.

Paz con el prójimo

Antes de hacer una enumeración de los distintos elementos del fruto del Espíritu[16] en su epístola a los Gálatas, Pablo escribió:

Si ustedes se muerden y se devoran los unos a los otros, tengan cuidado de no consumirse también los unos a los otros[17].

Enseguida redactó una lista de «las obras de la carne»[18], pecados con los que solemos ser tentados, entre los que se cuentan los actos reñidos con la paz, como las enemistades, pleitos, celos, arranques de ira, rivalidades, disensiones, divisiones y envidia.

A lo largo del Nuevo Testamento aparecen diversas referencias a estar en paz con los demás.

Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios[19].

Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos[20].

Sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación[21].

Que la paz de Cristo reine en sus corazones, porque con este propósito los llamó Dios a formar un solo cuerpo[22].

Esfuércense por vivir en paz con todos[23].

El que quiere amar la vida y ver días buenos, [...] busque la paz y sígala[24].

Debemos buscar y rebuscar la paz, esforzarnos por conseguirla y hacer lo que esté dentro de nuestras posibilidades para vivir pacíficamente con los demás. Debemos procurarla con determinación, mover cielo y tierra para tratar de alcanzarla, asumir de buena gana una actitud humilde para lograr el objetivo de la paz con nuestros semejantes. Naturalmente que estar en paz con los demás no solo depende de nosotros. Por eso Pablo escribió: En cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos[25]. A veces la otra parte no quiere la paz; no obstante, en esas circunstancias se nos exige que hagamos lo posible por estar en paz con ella.

Los cristianos tenemos el deber de ser quienes toman la iniciativa para restablecer la paz, independientemente de si somos nosotros los que agraviamos o si somos nosotros los agraviados.

Si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda[26].

Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo estando tú y él solos; si te oye, has ganado a tu hermano[27].

No importa quién tiene la culpa; nuestra meta es restablecer la paz actuando como Dios espera de nosotros.

Si hemos ofendido a alguien, sea o no cristiano, tenemos la obligación de hacer lo que podamos para restituir la paz. Y si alguien nos ha ofendido en palabra o en acción, nunca debemos buscar la venganza o pagar mal por mal. De ser necesario podemos buscar justicia acudiendo a los tribunales, mas nunca tomar la justicia en nuestras propias manos.

Siendo nosotros personas que se esmeran por llevar una vida acorde con los principios divinos y que desean imitar más a Cristo, nos urge procurar la paz con todos.

Paz en nuestra vida

Cuando Jesús forma parte de nuestra vida, seguimos Su Palabra; y seguir Su Palabra —vivir en armonía con lo que la Escritura nos indica— es lo que nos transmite paz. La consecuencia de vivir en conjunción con la Palabra de Dios es una vida de plenitud, sanidad, contentamiento, seguridad, paz interior y las demás definiciones bíblicas de paz. Se nos dice que los caminos de la sabiduría son placenteros y en sus senderos hay paz[28]. Bienaventurados los que guardan mis caminos[29]. Cuando edificamos nuestra vida sobre el cimiento de la Palabra de Dios… cuando buscamos en ella principios orientadores para nuestros pensamientos, decisiones y acciones… cuando practicamos lo que dice… podemos experimentar la paz que emana de Dios. No es que nunca vayamos a enfrentar agudos problemas o que nunca vayamos a sufrir ni a preocuparnos; sino que cuando lo hagamos todavía podemos conservar la paz que deriva de tener la certeza y la confianza de que nuestro Padre hará que todo salga bien al final. Quizá no encontremos la solución para algunos problemas en el curso de esta vida; aun así, podemos gozar de paz sabiendo que Su verdad, justicia y amor prevalecerán en la vida venidera.

El apóstol Pablo escribió:

Lo que también han aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practiquen, y el Dios de paz estará con ustedes[30].

El sendero de la verdadera paz lo hallamos en comunión con el Señor, morando en Él, confiando en Él y siguiéndolo. Nuestras posesiones, relaciones interpersonales, situación económica o circunstancias no es lo que nos brinda paz. Permanecer en Dios, vivir Su Palabra, confiar en Él para todo son la clave para hallar la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento[31].

Nada tiene de malo tener éxito en el plano material o ser feliz en nuestras relaciones; el inconveniente surge cuando depositamos nuestra confianza en nuestras posesiones o circunstancias, creyendo que estas nos provocarán satisfacción, nos brindarán los deseos del corazón y nos darán paz. La verdad es que cuando en la vida priorizamos las cosas materiales o las circunstancias físicas, la paz suele ser lo último que nos aportan. Más bien terminamos durmiendo mal en la noche, con el corazón cargado de angustia, la mente a toda velocidad, ya que al confiar en estas cosas en lugar de hacerlo en Dios, extraviamos la paz, uno de los dones más extraordinarios de que disponemos los cristianos[32].

La relación entre una vida que busca armonizar con Dios y el don de la paz se aborda en el Salmo 85:10, que dice que la justicia y la paz se besaron. Vivir según la Palabra de Dios y la paz van de la mano: no se puede tener verdadera paz sin integridad y rectitud. Mantener una profunda conexión con el Señor, vivir de conformidad con Sus preceptos y tener una conciencia limpia se traducen en un alma llena de paz, a pesar de las exigencias y adversidades de la vida cotidiana, y eso es algo que debe valorarse por sobre todas las posesiones y relaciones.

Si realmente valoramos la paz, es preciso que transitemos por el camino de la justicia[33], que consiste en vivir la Palabra de Dios, seguir la dirección que nos indica y comprometernos a hacer aquellas cosas que dan realce al fruto espiritual de la paz. Aunque a veces cuesta, vale la pena hacer el esfuerzo por mantener el corazón bien con Dios, ya que nos brinda paz.

Más que nada, saber que nuestro Padre nos ama y ha sacrificado a Su Hijo por nosotros es la base de la confianza para encomendarle todo aspecto de nuestra vida, sean cuales sean nuestras circunstancias. Esa confianza es la que a la postre nos proporciona paz duradera.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Minter, Kelly, The Fitting Room: Putting on the Character of Christ (Colorado Springs: David C. Cook, 2011), 105–128.

Bridges, Jerry, En pos de la santidad (Unilit, 1995).

[2] Para mayor información sobre shalom, véase Shalom de Navidad.

[3] Romanos 16:20 (NVI).

[4] 1 Tesalonicenses 5:23 (RVA-2015).

[5] Bridges, Jerry, En pos de la santidad.

[6] Romanos 5:1.

[7] Isaías 26:3.

[8] Isaías 32:17 (BLPH).

[9] Salmo 119:165 (LBLA).

[10] Juan 14:27 (RVC).

[11] Minter, Fitting Room, 119.

[12] Juan 16.

[13] Juan 16:33 (RVC).

[14] Juan 14:27 (RVC).

[15] Filipenses 4:6,7 (BLPH).

[16] El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. (Gálatas 5:22, 23).

[17] Gálatas 5:15 (RVC).

[18] Gálatas 5:19-21.

[19] Mateo 5:9.

[20] Romanos 12:18 (NVI).

[21] Romanos 14:19.

[22] Colosenses 3:15 (DHH).

[23] Hebreos 12:14 (NVI).

[24] 1 Pedro 3:10,11.

[25] Romanos 12:18 (NVI).

[26] Mateo 5:23,24.

[27] Mateo 18:15.

[28] Proverbios 3:17 (NVI).

[29] Proverbios 8:32.

[30] Filipenses 4:9.

[31] Filipenses 4:7 (NVI).

[32] Las disciplinas espirituales de la buena administración, la sencillez, la dadivosidad y el diezmo son elementos que nos ayudan a dar con un buen término medio en lo relativo a las posesiones materiales. En la serie «Disciplinas espirituales» que comienza aquí, se puede leer más sobre estos temas.

[33] Proverbios 12:28.