Más joyas de mi cofre de tesoros de fe

octubre 23, 2010

Enviado por María Fontaine

Hace poco, escribí en Tres joyas en mi cofre de tesoros acerca de las tres cosas que me ayudan a fijar mi atención en la fe y que contribuyen a animarme en tiempos difíciles.

Eran:

  1. Me recuerdo a mí misma las promesas de Dios.
  2. Me recuerdo a mí misma lo positivo, los beneficios que saco de las dificultades.
  3. Sé que a la larga, todas las pruebas pasarán.

El tema de vivir y experimentar la fe es un concepto enorme y a veces nebuloso. Puede ser difícil responder a la pregunta: «¿Qué me da fe o me aumenta la fe que ya tengo y que hace que hoy me sea útil?» Además de los tres puntos que ya presenté sobre este tema, a continuación doy más ejemplos prácticos.

Algo que me anima a saber que todo saldrá bien es el inmenso amor que Dios siente por mí. Tengo la certeza de que hará que lo que pase me resulte lo más fácil posible. No todo irá siempre como una seda, pero Su amor indefectiblemente me da gracia y me saca adelante en el momento en que a Él le parece mejor. No permitirá que algo sea difícil sin motivo alguno. No permitirá que me ocurra algo que Él sepa que no me será útil.

Andrew Murray (1828–1917), pastor sudafricano, una vez enfrentó una crisis terrible. Entró a su estudio, se sentó largo rato en silencio, oró y reflexionó. Al final, tomó su pluma y escribió estas palabras en su diario: «En primer lugar, Dios me trajo aquí; es por Su voluntad que me encuentro en este sitio de penurias y dificultades: en ese hecho me apoyo. Luego, me mantendrá aquí por Su amor; y me da gracia para que me porte como hijo Suyo. Seguidamente, hará que la prueba sea una bendición, hará que aprenda lo que Él quiera, y me dará la gracia que quiere ofrecerme. Por último, en el momento que le parezca más conveniente, puede sacarme de nuevo, cuándo y cómo le parezca mejor. Estoy aquí [en este lugar difícil], 1) por orden de Dios, 2) a Su cuidado, 3) bajo Su orientación, 4) por el tiempo que le parezca mejor».

Otra cosa que hago es pasar unos minutos con Jesús cuando me siento distraída por las luchas y las cargas de las dificultades; y le cuento mis problemas. A menudo escucho unas palabras que Él me dirige y que me ayudan a entender, o a persistir, a no tomarlo muy mal, o lo que sea que Él sepa que necesito escuchar para que mi corazón tenga paz.

Prometió en Su Palabra que siempre nos daría el consuelo que necesitemos. «No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros».[1]

Además, lo que hemos aprendido de la alabanza y que hemos practicado por años me mantiene estable. Sin duda la alabanza tiene poder, y Dios recompensa la alabanza porque es una señal de que tengo fe en Él, fe en que me ayudará en la situación en que me encuentre por el tiempo que haga falta, y fe en que a la larga me sacará adelante. La alabanza es potente y es una de mis armas invencibles. La Biblia contiene mucho acerca de la alabanza. Leer las alabanzas del Rey David cuando se encontraba en medio de terribles tribulaciones también me motiva a tener fe.

Algo muy relacionado a la alabanza es la actitud positiva. Cuando intento tener más fe, no puedo concentrarme en nada negativo.

Encontré esta anécdota que escribió alguien que pasó una noche en un hotel destartalado en una ciudad grande de Brasil. Contó: «Un amigo y yo subimos a nuestro cuarto, que quedaba en un piso alto del edificio, en un pequeñísimo ascensor que crujía. Desde la ventana de nuestro cuarto veía los barrios muy pobres que se extendían abajo y me sentí intranquilo. Esa noche oré: “Señor, te ruego que nos libres de incendios. Como ves, este es un hotel desvencijado, peligroso en caso de incendio. No hay una estación de bomberos cerca y no veo ninguna salida para escapar del edificio en un incendio. Señor, Tú sabes que este hotel podría empezar a incendiarse en un segundo, y que en este momento probablemente se encuentra lleno de personas que duermen con los cigarrillos en la boca...”

»Cuando terminé de orar estaba muy nervioso. Casi no pude dormir en toda la noche. A la mañana siguiente evalué lo sucedido la noche anterior y me di cuenta de que la oración de la noche se concentró más en mis pensamientos negativos que en la seguridad que nos da Dios y en Sus promesas, y aprendí algo importante: a menos que oremos con fe, nuestras oraciones pueden hacer más daño que bien».[2]

Esa anécdota fue para mí un buen recordatorio de que sin falta me concentre en Sus promesas —que fortalecen mi fe— en vez de únicamente en lo que me molesta. Él quiere que le cuente lo que me molesta, y necesito hablarle de mis sentimientos más íntimos; pero al mismo tiempo, el fortalecimiento de mi fe proviene de concentrarme en Sus promesas. Hay una frase que dice: «La verdadera fe solo entra en acción cuando no hay respuestas».[3] Aunque pueda ser difícil, la fe a menudo significa concentrarse en las promesas incluso si no hay soluciones a la vista.

Seguidamente, hago comparaciones... ¡positivas! Cuando la situación es grave o estoy muy inquieta y las preocupaciones amenazan con instalarse en mi cabeza, o cuando me duelen mucho los ojos y eso entorpece o demora mi trabajo, el Señor siempre me recuerda que piense en las personas que se encuentran en una situación peor que la mía, que combaten muchas más batallas, enfermedades y circunstancias difíciles. Por lo general, eso me da buenos resultados, porque me pongo a agradecer enormemente mis pequeñas enfermedades, que no son graves, y porque no tengo que lidiar con las tremendas batallas que pasan otros.

Otra cosa que me ayuda es pensar en que el Señor considera que la prueba de nuestra fe es algo bello, valioso. La Biblia dice: «Para que,  sometida a prueba vuestra fe,  mucho más preciosa que el oro (el cual,  aunque perecedero,  se prueba con fuego), sea hallada en alabanza,  gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo».[4] Si el Señor ve la prueba de nuestra fe como algo de gran importancia y valor, entonces eso me hace pensar que también yo debería verla así.

Sin duda hace que no quiera decepcionarlo. Jesús espera que le crea y no puedo fallarle. Sé que espera que cumpla el compromiso que hice de amarlo a Él y a los demás, de atesorar Su Palabra, de mantener en primer lugar Su Espíritu en mi vida, de honrarlo y respetarlo por ser un Dios grandioso, y demostrarlo con mis palabras y actos. Estoy muy en deuda con Él por todo lo que ha hecho por mí; tanto, que no puedo abandonar la lucha.


[1] Juan 14:18; RV 1960.

[2] Relato de Robert J. Morgan.

[3] Elisabeth Elliot.

[4] 1 Pedro 1:7; RV 1995.