Parábolas de Jesús: La gran cena, Lucas 14:15-24

diciembre 19, 2017

Enviado por Peter Amsterdam

[The Stories Jesus Told: The Great Banquet, Luke 14:15–24]

El escenario en que Jesús relató la parábola de la gran cena fue una comida sabatina de la que disfrutaba en la casa de un destacado fariseo. Durante la misma, Jesús dio algunas pautas sobre las invitaciones a los banquetes, recalcando que no se deben limitar los convidados exclusivamente a quienes puedan devolver el favor invitando luego al anfitrión a una comida. Expresó:

Cuando hagas banquete, llama a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos; y serás bienaventurado, porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos[1].

Al oír esto, uno de los que estaban a la mesa respondió:

¡Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios![2]

Con esa exclamación la persona sentada en la mesa abrió la puerta para que Jesús emitiera Su opinión sobre el popularmente conocido banquete mesiánico, la interpretación judaica de lo que ocurriría al cabo de los tiempos. El libro de Isaías se refiere a ese banquete o cena:

En este monte el Señor de los ejércitos ofrecerá un banquete a todos los pueblos. Habrá los manjares más suculentos y los vinos más refinados. En este monte rasgará el velo con que se cubren todos los pueblos, el velo que envuelve a todas las naciones. Dios el Señor destruirá a la muerte para siempre, enjugará de todos los rostros toda lágrima, y borrará de toda la tierra la afrenta de Su pueblo. El Señor lo ha dicho[3].

Si bien este pasaje aduce que todos los pueblos estarán presentes en el banquete y que se enjugarán las lágrimas de todos, en la época de Jesús era una concepción común entre el pueblo judío que dichos versículos excluían a los gentiles (no judíos). El convidado a aquella cena que proclamó Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios lo hizo bajo el supuesto de que los fariseos estarían presentes en el banquete[4]. Jesús, no obstante, tenía una concepción distinta acerca de quién se sentaría a la mesa mesiánica. En lugar de responder como se habría esperado con algún comentario sobre guardar la ley mosaica o declarando que quienes cumpliesen la ley se sentarían en el banquete con el Mesías, Jesús les refirió una parábola.

Lucas 14:16–24

«Un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos. A la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: “Venid, que ya todo está preparado.” Pero todos a una comenzaron a excusarse.

»El primero dijo: “He comprado una hacienda y necesito ir a verla. Te ruego que me excuses.” Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego que me excuses.” Y otro dijo: “Acabo de casarme y por tanto no puedo ir.”

»El siervo regresó e hizo saber estas cosas a su señor. Entonces, enojado el padre de familia, dijo a su siervo: “Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos.”

»Dijo el siervo: “Señor, se ha hecho como mandaste y aún hay lugar.” Dijo el señor al siervo: “Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa, pues os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena.”»[5]

En esos días, cuando alguien ofrecía un banquete, se hacía una invitación inicial informando a los invitados de la fecha del evento. Al momento de ese primer anuncio los invitados expresaban si acudirían o no, y en caso de que accedieran a asistir, contraían un compromiso. Ese compromiso era importante. Así lo plantea Kenneth Bailey:

En un poblado tradicional del Medio Oriente el anfitrión del banquete invita a un grupo de amigos. Según el número de personas que acepten la invitación, decide la cantidad y el tipo de carne que servirá. El día del banquete se sacrifican y faenan animales o aves y se prepara el banquete. Cuando todo está listo, el dueño de casa envía a su siervo a recorrer el pueblo pronunciando la clásica frase: «Hagan el favor de venir, que todo está listo»[6].

La cena descrita en la parábola de Jesús es de grandes proporciones, y el anfitrión «convidó a muchos». Sabe cuántos han aceptado la invitación y se han preparado como corresponde. En el momento señalado, el siervo va y les informa que es hora de asistir. Hasta ese momento todo parece discurrir con normalidad; pero de pronto los oyentes se ven sacudidos por la pasmosa afirmación de que los convidados a la fiesta se niegan a cumplir con la invitación: todos a una comenzaron a excusarse.

Todos los que escuchaban el relato entendieron que la negativa a asistir había sido un insulto deliberado hacia el anfitrión, el cual había sido humillado públicamente a los ojos de su pueblo. Las excusas ofrecidas por no honrar su compromiso fueron flojas e inaceptables.

La excusa del primer convidado fue: He comprado una hacienda y necesito ir a verla. Los oyentes del relato sabían que era una mentira descarada. Comprar una hacienda a ciegas era algo insólito.

Bailey lo explica así:

Nadie compra un campo en Oriente Medio sin conocer cada palmo del mismo como la palma de su mano. Los manantiales, pozos, muros de piedra, árboles, senderos y las precipitaciones previstas son de pleno conocimiento antes que comiencen siquiera las deliberaciones sobre la adquisición del terreno. Es evidente que se está informado de esos datos, ya que con anterioridad se incluyeron cuidadosamente en el contrato[7].

La excusa que se le dio al siervo del anfitrión fue con la intención de insultar, aunque por lo menos el primer invitado pide que se lo disculpe.

Otro de los convidados presenta la excusa de que he comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Ese también era un pretexto muy pobre, toda vez que nadie compra una yunta de bueyes sin haberla probado antes, y menos cinco yuntas sin haberlas revisado. Antes de adquirir una, el comprador iba al terreno del vendedor, uncía los bueyes y araba un poco la tierra. Tenía que probar su fuerza y ver si ararían juntos; de lo contrario no los compraría. Esa segunda excusa era asimismo un invento y un insulto.

El tercer convidado alega que acaba de tomar a una mujer por esposa y que no puede asistir. El modo mismo en que formula la excusa es ofensivo en la cultura de la época, ya que los varones de entonces se mostraban muy reacios a hablar de las mujeres de su familia. Le dice a su anfitrión que a pesar de que la cena tendrá lugar muy avanzada la tarde, de que no se ausentará sino unas horas de su casa y esa noche estará de nuevo en los brazos de su nueva esposa, no asistirá debido a que otras actividades tienen prioridad para él. Ni siquiera se toma la molestia de excusarse; simplemente manifiesta que no puede ir. Eso es sumamente maleducado y ofensivo.

La primera parte de la parábola nos dice que muchos fueron invitados a la cena, pero que todos a una comenzaron a excusarse. Los tres que rehusaron asistir al banquete son prototipos. Los oyentes que estaban ahí en ese momento habrían entendido que otros que en un principio se habían comprometido a asistir también habían inventado excusas para no hacerlo. Se entendía que el hombre que organizaba la fiesta era una persona pudiente y que por lo menos dos de los que habían rechazado la invitación gozaban también de buena situación económica, puesto que solo gente acaudalada podía salir con el pretexto de haber efectuado grandes adquisiciones.

Joel Green escribió:

La acreditación de estos supuestos invitados como personas acomodadas y de cierta categoría no habría pasado inadvertida para los comensales que acompañaban a Jesús en la mesa. Es probable que sus reacciones oscilaran entre el shock de enterarse de que un anfitrión de buena situación económica fuera desairado por sus invitados acaudalados, hasta el asentimiento con la cabeza denotando que reconocían el comportamiento de los que se presumían invitados como un acto intencionado para avergonzar a aquel hombre[8].

Cuando el dueño de casa advierte que la intención de los convidados es avergonzarlo y humillarlo, se enoja con toda razón. En esas circunstancias puede responder con insultos verbales o inclusive amenazar con tomar alguna medida punitiva para sancionar a los que lo han deshonrado en público. No obstante, pese a la rabia que siente, responde con gracia en lugar de venganza. Si bien los invitados inicialmente eran compañeros de la misma categoría del anfitrión, de quienes se hubiera esperado que correspondieran convidando a este a una cena parecida en el futuro, el anfitrión resuelve invitar a los que jamás podrían corresponderle: los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Al articular así la parábola, Jesús alude a los marginados dentro del pueblo de Israel, la gente común que gustosamente recibía Su mensaje.

Kenneth Bailey explica:

Esa gente sencilla recibe de pronto invitación al banquete a pesar de no ser digna de sentarse a la mesa con tan noble huésped y de no tener posibilidad alguna de retribuírselo con un banquete similar[9].

El amo de la casa rompe con el código social. No se limita a invitar a gente de poder, fortuna y privilegio; acoge más bien a cualquiera que acceda a venir a su mesa. Acatando las órdenes de su amo, el siervo sale por las calles y caminos de la ciudad en busca de personas consideradas de menor rango social y marginadas. No solo las invita al banquete, sino que las trae consigo.

Habiendo hecho eso, le dice al anfitrión que el banquete aún no está copado y que todavía quedan puestos. Este la da entonces instrucciones para que trascienda los linderos de la ciudad y busque afuerinos, gente que no forme parte de la población, y los haga acudir a la fiesta. La idea de hacerlos venir no significa que los fuerce a asistir. Por los usos y costumbres de la época, esa gente de afuera estaba obligada a no aceptar una invitación inesperada, particularmente si era de condición social más baja que el anfitrión. No eran parientes ni vecinos siquiera del convidador, sino afuerinos que de ninguna manera podían corresponderle la invitación. De ahí que según las normas de la sociedad debían declinar. Consciente de eso, el siervo debía tomar del brazo a cada uno y con suavidad llevarlos hasta la casa a fin de demostrar que la invitación era de verdad[10].

La última frase de la parábola, os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena, quizás estaba dirigida a los fariseos que cenaban con Jesús, y no era parte de la parábola. Está formulada en plural. En la parte anterior de la parábola, el dueño de casa hablaba con el siervo. De manera que si esta última línea era un fragmento de la parábola dirigida al siervo habría estado en singular y no en plural. Por tanto muchos comentaristas coinciden en que Jesús dirigió esta última línea a los comensales que lo acompañaban.

¿Qué mensaje transmitió Jesús a los que se encontraban presentes con Él ese día? Puso el foco en el desdén con que un grupo recibió las invitaciones al banquete, seguido por las invitaciones que inesperadamente recibieron otras personas. Las excusas invocadas por los convidados tienen todas que ver con preocupaciones sobre asuntos cotidianos de la vida y las relaciones. Ellos mismos optaron por restarse y no asistir a la cena. Desairaron al anfitrión y rechazaron su invitación, aduciendo razones relativas a sus posesiones y su familia, lo que refleja algunos de los motivos por los que distintos individuos se han negado a aceptar la invitación de Dios a lo largo de la Historia.

La pregunta planteada en la parábola es: ¿quién estará presente en el banquete? La respuesta de Jesús los tomó por sorpresa. La creencia judía convencional era que todo nacido de madre judía asistiría automáticamente al «banquete mesiánico» por el simple derecho de ser judío. Jesús manifestaba en cambio que quienes presuponían que estarían presentes en el banquete del fin de los tiempos bien podrían no estarlo. En realidad la asistencia al banquete está determinada por el modo en que uno responde a la invitación divina[11].

Jesús enseñó este concepto a través de Sus dichos y hechos narrados a lo largo de los Evangelios, mientras cenaba con recaudadores de impuestos y pecadores[12]. Dijo:

Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes[13].

Klyne Snodgrass escribió:

El que Jesús cenara con recaudadores de impuestos y pecadores es una demostración de la presencia del reino en Su ministerio y del perdón que está asequible a quienes respondan… Lo que enseñan estos textos y la parábola de la cena puede resumirse en una afirmación y una pregunta: Dios está armando una fiesta. ¿Asistirás?[14]

Asistir al banquete depende de si se acepta la invitación. Muchos a lo largo y ancho del mundo dan por sentado que asistirán al banquete pensando que sus creencias son las indicadas, que pertenecen al grupo correcto, que hacen obras de caridad, que gozan de buena reputación, etc. Así y todo, las enseñanzas de Jesús en esta parábola y otros pasajes indican que los que dan por hecho que estarán allí no necesariamente serán incluidos, y muchos que no pensaban que estarían, sí estarán[15]. No asistimos a la cena según nuestras propias condiciones; debemos aceptar la invitación y acudir, no permitiendo que los afanes de este mundo nos distraigan.

Estar a la mesa con el anfitrión, degustar deliciosos manjares, beber excelente vino y compartir con otros invitados son conceptos que transmiten alegría y felicidad. En cierto sentido, somos como el siervo que sale a invitar a otros a la mesa de Jesús. Nuestro mensaje debiera ser uno de dicha, de hacer a los demás partícipes de Su amor. Suele ocurrir que quienes están enfrascados en los afanes y asuntos de esta vida prestan poca atención a la invitación; no obstante, debemos hacer todo lo posible para que entiendan que están invitados. No debemos enfocar la atención exclusivamente en los que gozan de aceptación social, en los educados y pudientes, o en quienes pueden correspondernos. La invitación es para todos, incluidos los marginados de la sociedad y aquellos con los que tal vez no nos sentimos cómodos.

El mensaje del reino es la gracia. No hay nada que pueda hacer una persona para merecerse la invitación a la cena. Simplemente somos invitados y no hay otro requisito que aceptar. Es por gracia que somos salvos. Sin embargo, cada cual debe decidir si aceptará la gracia y si vendrá o no a la fiesta.


La gran cena, Lucas 14:15–24

15 Oyendo esto uno de los que estaban sentados con Él a la mesa, le dijo:

—¡Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios!

16 Entonces Jesús le dijo: «Un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos.

17 A la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: “Venid, que ya todo está preparado.”

18 Pero todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: “He comprado una hacienda y necesito ir a verla. Te ruego que me excuses.”

19 Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego que me excuses.”

20 Y otro dijo: “Acabo de casarme y por tanto no puedo ir.”

21 El siervo regresó e hizo saber estas cosas a su señor. Entonces, enojado el padre de familia, dijo a su siervo: “Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos.”

22 Dijo el siervo: “Señor, se ha hecho como mandaste y aún hay lugar.”

23 Dijo el señor al siervo: “Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa,

24 pues os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena.”»


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Lucas 14:13,14.

[2] Lucas 14:15.

[3] Isaías 25:6–8 RVC.

[4] Darrell L. Bock, Luke 9:51–24:53 (Grand Rapids: Baker Academic, 1996), 1272.

[5] Lucas 14:16–24.

[6] Bailey, Kenneth E.: Jesús a través de los ojos del Medio Oriente, Grupo Nelson, 2012.

[7] Bailey, Kenneth E.: Las parábolas de Lucas: Un acercamiento literario a través de la mirada de los campesinos de Oriente Medio, Biblioteca Teológica Vida, 2009.

[8] Joel B. Green, The Gospel of Luke (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1997), 560.

[9] Bailey, Jesús a través de los ojos del Medio Oriente.

[10] Bailey, Las parábolas de Lucas: Un acercamiento literario a través de la mirada de los campesinos de Oriente Medio.

[11] Klyne Snodgrass, Stories with Intent (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2008), 314.

[12] Mateo 9:10–12; Marcos 2:15–17; Lucas 5:29–32.

[13] Mateo 8:11,12.

[14] Snodgrass, Stories with Intent, 314.

[15] Mateo 7:21; Lucas 10:21.