Precuela de la Navidad

diciembre 13, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

[Christmas Prequel]

En los Evangelios de Mateo y Lucas, leemos la historia de lo que rodea el nacimiento de Jesús. Se nos dice que el ángel visita a María; su embarazo milagroso; las dificultades que tuvo José, su prometido, cuando se enteró de que ella estaba embarazada; y el sueño que tuvo José en el que se le dice que el embarazo fue causado por el Espíritu Santo. Leemos de la visita de María a su prima Elisabet, el decreto de Augusto César, que María y José debieron viajar de Galilea a Belén, el nacimiento de Jesús, que los ángeles aparecieron a los pastores y la visita de los Reyes Magos. Cada año celebramos esos sucesos y lo que significan para nosotros: que Dios envió a Su Hijo a nuestro mundo a fin de que viviera y muriera y que como consecuencia, ha sido posible que recibamos la salvación y perdón de pecados y que iniciemos una relación personal con Dios, como miembros de Su familia.

El Evangelio de Juan no narra el nacimiento de Jesús, pero sí nos cuenta la precuela; es decir, lo que sucedió antes de las narraciones del nacimiento. Este Evangelio nos lleva de nuevo al principio, antes de que existiera nuestro mundo, y nos dice algo acerca de nuestro Salvador que fue verdad mucho antes de Su nacimiento terrenal en Belén hace dos milenios. Entender esa parte del relato es lo que aporta claridad a quién es Jesús, por qué vino y lo que logró.

La historia empieza así:

En el principio la Palabra ya existía. La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. El que es la Palabra existía en el principio con Dios. Dios creó todas las cosas por medio de Él, y nada fue creado sin Él[1].

Este Evangelio empieza diciéndonos que antes de que algo fuera creado, la Palabra existía, que estaba con Dios y que era Dios. Juan mira en retrospectiva más allá del principio de la creación del universo, antes de que el tiempo existiera, y nos dice que la Palabra era preexistente. En la primera frase de ese Evangelio se repiten las primeras palabras de la Biblia en Génesis: En el principio…[2] Eso expresa que la Palabra existía antes de la creación y es eterna, que nunca hubo un tiempo en que la Palabra no existiera. La Palabra no fue parte de lo que fue creado, lo que significa que la Palabra es superior a todo lo que fue creado.

Se nos dice que la Palabra estaba con Dios, y luego se repite una segunda vez, el que es la Palabra existía en el principio con Dios. Se hace hincapié en que la Palabra existe en una íntima relación con Dios. En comentarios acerca de la Biblia se describe esa relación como la mayor cercanía posible con el Padre; que la Palabra y Dios no son idénticos, pero son uno solo[3]. La unidad entre Dios y la Palabra se expresa en la frase y la Palabra era Dios. Todo lo que se puede decir acerca de Dios también se puede decir de la Palabra. Básicamente, no hay distinción entre Dios y la Palabra; son iguales e igualmente honrados y adorados.

Juan nos dice:

Dios creó todas las cosas por medio de Él, y nada fue creado sin Él.

En Génesis leemos que la Palabra de Dios fue el medio por el que Dios llevó a cabo Sus actos de creación mientras hacía que por medio de Su Palabra la creación llegara a existir:

Dios dijo: «Que haya luz […] Que haya un espacio entre las aguas […] Que las aguas debajo del cielo se junten en un solo lugar […] que aparezca la tierra seca […] Que de la tierra brote vegetación […] Que aparezcan luces en el cielo […] Que las aguas se colmen de peces y de otras formas de vida […]. Que la tierra produzca toda clase de animales […] «Hagamos a los seres humanos a nuestra imagen […]»[4].

La Palabra de Dios es Dios mismo en Su acción creativa[5]. Toda la creación existe porque Dios mismo actúa por medio de Su Palabra.

Por la palabra del Señor fueron creados los cielos, y por el soplo de Su boca, las estrellas[6].

Además de ser el agente de creación, la Palabra también es fuente de la verdadera vida.

En Él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad[7].

Seguidamente, el Evangelio de Juan nos dice la cosa más asombrosa:

El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado Su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad[8].

Eso es lo que celebramos en Navidad, que la Palabra —que existía con Dios antes de la creación, que vivía frente a frente en comunión con Su Padre, que participaba en la creación de todo, que existía con anterioridad y que es el Hijo de Dios— nació como ser humano y vivió entre la humanidad.

La Palabra de Dios, que a través de la creación reveló la magnificencia de Dios, nació a fin de revelar a nuestro mundo la imagen de Dios.

Él es la imagen del Dios invisible[9].

Debido a Su relación e identidad  con Dios, no podría haber mejor revelador del Padre que Dios el Hijo, como se expresó en este Evangelio:

A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer[10].

Ese punto también está en el libro de Hebreos:

Hace mucho tiempo, Dios habló muchas veces y de diversas maneras a nuestros antepasados por medio de los profetas. Y ahora, en estos últimos días, nos ha hablado por medio de Su Hijo. Dios le prometió todo al Hijo como herencia y, mediante el Hijo, creó el universo. El Hijo irradia la gloria de Dios y expresa el carácter mismo de Dios, y sostiene todo con el gran poder de Su palabra[11].

Cuando el Evangelio de Juan habla de que la Palabra habita con nosotros, reflexiona en el tiempo de la Historia antigua de Israel en que Moisés tomó una tienda de campaña y la armó a cierta distancia fuera del campamento. La llamó «la Tienda de la reunión con el Señor». En cuanto Moisés entraba en ella, la columna de nube descendía y tapaba la entrada, mientras el Señor hablaba con Moisés. Cuando los israelitas veían que la columna de nube se detenía a la entrada de la Tienda de reunión, todos ellos se inclinaban a la entrada de su carpa y adoraban al Señor. Y hablaba el Señor con Moisés cara a cara, como quien habla con un amigo[12].

El término griego skenoo, en la frase «habitó entre nosotros», significa vivir en un tabernáculo, tienda o carpa. Así como Dios estaba presente y tenía comunión con Moisés cara a cara en la tienda de la reunión con el Señor, así fue con la Palabra hecha carne en Jesús, que vino y habitó entre nosotros. Jesús es el Hijo de Dios encarnado, enviado para que revelara a la humanidad cómo es Dios, y que lo hiciera de manera excepcional.

Jesús dijo que nadie puede conocer la esencia de Dios, pero que Él vino a revelarla, y que Él podía hacer esto porque estaba al lado de Su Padre:

A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer[13].

El que viene de arriba está por encima de todos. […] Da testimonio de lo que ha visto y oído[14].

Yo hablo de lo que he visto en presencia del Padre […][15].

Les digo la verdad, el Hijo no puede hacer nada por Su propia cuenta; solo hace lo que ve que el Padre hace. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo[16].

El Padre y Yo somos uno[17].

Lo que Jesús vio en la presencia del Padre, lo comunicó al mundo. Jesús habitó en nuestro mundo y de una manera única reveló a la humanidad cómo es Su Padre. Lo que el Padre hace, Jesús lo hizo aquí en la Tierra.

Leemos que así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha concedido al Hijo el tener vida en sí mismo.[18] Leemos una y otra vez que Jesús da vida, que Él es vida, que tenemos vida en Su nombre. Y que debido a esto, viviremos para siempre:

Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia[19].

El verdadero pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo. […] Yo soy el pan de vida. El que viene a Mí nunca volverá a tener hambre; el que cree en Mí no tendrá sed jamás[20].

Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí vivirá aun después de haber muerto[21].

Yo soy el camino, la verdad y la vida[22].

Así como el Padre da vida a los que resucita de los muertos, también el Hijo da vida a quien Él quiere[23].

Como prueba de que Jesús tiene vida en sí mismo, vemos que tres veces resucita muertos: El hijo de una viuda en el pueblo de Naín[24], la hija de Jairo[25] y Lázaro[26]. Luego, Él resucita después de estar tres días en el sepulcro[27].

Asimismo, las Escrituras hacen referencia a la luz en relación con Dios.

¡Oh Señor mi Dios, eres grandioso! Te has vestido de honor y majestad. Te has envuelto en un manto de luz[28].

Su llegada es tan radiante como la salida del sol. Rayos de luz salen de Sus manos donde se esconde Su imponente poder[29].

El Señor será tu luz perpetua[30].

Este es el mensaje que oímos de Jesús y que ahora les declaramos a ustedes: Dios es luz y en Él no hay nada de oscuridad[31].

Caminemos a la luz del Señor[32].

Como el Hijo encarnado, Jesús también era la luz.

Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida[33].

Yo soy la luz que ha venido al mundo, para que todo el que crea en Mí no viva en tinieblas[34].

La luz verdadera, quien da luz a todos, venía al mundo[35].

Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, el hermano de Jacobo, y los llevó aparte, a una montaña alta. Allí se transfiguró en presencia de ellos; Su rostro resplandeció como el sol, y Su ropa se volvió blanca como la luz[36].

En el Antiguo Testamento leemos que Dios manifestó Su amor y compasión al sanar a las personas.

Abraham oró a Dios, y Dios sanó a Abimelec, a su esposa y a sus siervas para que pudieran tener hijos[37].

Oh Señor, mi Dios, clamé a ti por ayuda, y me devolviste la salud[38].

Te devolveré la salud y sanaré tus heridas, dice el Señor[39].

En su angustia clamaron al Señor, y Él los salvó de su aflicción. Envió Su palabra para sanarlos, y así los rescató del sepulcro[40].

Para ustedes que temen Mi nombre, se levantará el Sol de Justicia con sanidad en sus alas. Saldrán libres, saltando de alegría como becerros sueltos en medio de los pastos[41].

Como el Padre sanó a los enfermos, así también hizo Jesús:

Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente[42].

Se le acercaron grandes multitudes que llevaban cojos, ciegos, lisiados, mudos y muchos enfermos más, y los pusieron a Sus pies; y Él los sanó. La gente se asombraba al ver a los mudos hablar, a los lisiados recobrar la salud, a los cojos andar y a los ciegos ver. Y alababan al Dios de Israel[43].

Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder. Después Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que eran oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él[44].

Jesús se compadeció, como lo hace Su Padre:

El Señor es como un padre con sus hijos, tierno y compasivo con los que le temen[45].

¡Oh, cielos, canten de alegría! ¡Oh, tierra, gózate! ¡Oh montes, prorrumpan en cantos! Pues el Señor ha consolado a Su pueblo y le tendrá compasión en medio de su sufrimiento[46].

Al ver a las multitudes, [Jesús] tuvo compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor[47].

Cuando Jesús bajó de la barca, vio a la gran multitud, tuvo compasión de ellos y sanó a los enfermos[48].

Cuando Jesús llegó a la entrada de la aldea, salía una procesión fúnebre. El joven que había muerto era el único hijo de una viuda […].Cuando el Señor la vio, su corazón rebosó de compasión. […].«Joven —dijo Jesús—, te digo, levántate». ¡Entonces el joven muerto se incorporó y comenzó a hablar! Y Jesús lo regresó a su madre[49].

Así como Dios obró un milagro para alimentar a los hebreos con maná en el desierto, Jesús multiplicó el pan y los peces para los cinco mil y para los cuatro mil. Como el Padre tiene poder sobre toda la creación, así Jesús convirtió el agua en vino[50]; dos veces hizo que Sus discípulos obtuvieran enormes cantidades de peces[51]; reprendió al viento y las aguas durante una tormenta cuando Él estaba en una embarcación con Sus discípulos, y de inmediato hizo que hubiera calma[52]; y caminó sobre el agua e invitó al apóstol Pedro a hacer lo mismo[53].

Todo lo que hizo Jesús durante el tiempo que pasó en la Tierra, las palabras, las parábolas, Su relación con la gente, Sus enfrentamientos con los líderes religiosos de la época, los milagros que hizo, todo ello revelaba el amor de Su Padre, Su interés y preocupación por la humanidad. Por medio del Verbo encarnado, Jesús, entendemos más a Dios, además de Su deseo de reconciliar a la humanidad con Él. En la Navidad, celebramos que Dios llegó a nuestro mundo con el propósito de hacer posible que vivamos con Él eternamente.

A los seis meses, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, pueblo de Galilea, a visitar a una joven virgen comprometida para casarse con un hombre que se llamaba José, descendiente de David. La virgen se llamaba María. El ángel se acercó a ella y le dijo:

—¡Te saludo, tú que has recibido el favor de Dios! El Señor está contigo. […] Dios te ha concedido su favor. Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será un gran hombre, y lo llamarán Hijo del Altísimo. […] Su reinado no tendrá fin.

—¿Cómo podrá suceder esto —le preguntó María al ángel—, puesto que soy virgen?

—El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Así que al santo niño que va a nacer lo llamarán Hijo de Dios[54].

¡La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros! Es magnífico celebrarlo. Que tengan una estupenda Navidad llena de alegría.


Nota

Todos los versículos están tomados de la Nueva Traducción Viviente (NTV) y de la Nueva Versión Internacional (NVI).


[1] Juan 1:1-3 (NTV).

[2] Génesis 1:1 (NTV).

[3] R. T. France, The Gospel According to Matthew (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2007), 68.

[4] Génesis 1:3, 6, 9, 11, 14, 20, 24, 26 (NTV).

[5] Bruce Milne, The Message of John (Downers Grove: InterVarsity Press, 1993), 31.

[6] Salmo 33:6 (NVI).

[7] Juan 1:4 (NVI).

[8] Juan 1:14 (NVI).

[9] Colosenses 1:15 (NVI).

[10] Juan 1:18 (NVI).

[11] Hebreos 1:1-3 (NTV).

[12] Éxodo 33:7, 9-11 (NVI).

[13] Juan 1:18 (NTV).

[14] Juan 3:31-32 (NVI).

[15] Juan 8:38 (NVI).

[16] Juan 5:19 (NTV).

[17] Juan 10:30 (NTV).

[18] Juan 5:26 (NVI).

[19] Juan 10:10 (NVI).

[20] Juan 6:33, 35 (NTV).

[21] Juan 11:25 (NTV).

[22] Juan 14:6 (NTV).

[23] Juan 5:21 (NTV).

[24] Lucas 7:13-16.

[25] Mateo 9:23-25.

[26] Juan 11:41-45.

[27] Marcos 16:1-15; Mateo 28:1-10, 16-20; Lucas 24:1-34; Juan 20:31, 21:1-25.

[28] Salmo 104:1-2 (NTV).

[29] Habacuc 3:4 (NTV).

[30] Isaías 60:20 (NTV).

[31] 1 Juan 1:5-7 (NTV).

[32] Isaías 2:5 (NTV).

[33] Juan 8:12 (NVI).

[34] Juan 12:46 (NVI).

[35] Juan 1:9 (NTV).

[36] Mateo 17:1-2 (NVI).

[37] Génesis 20:17 (NTV).

[38] Salmo 30:2 (NTV).

[39] Jeremías 30:17 (NTV).

[40] Salmo 107:19-20 (NVI).

[41] Malaquías 4:2 (NTV).

[42] Mateo 4:23 (NVI).

[43] Mateo 15:30-31 (NVI).

[44] Hechos 10:38 (NTV).

[45] Salmo 103:13 (NVI).

[46] Isaías 49:13 (NTV).

[47] Mateo 9:36 (NVI).

[48] Mateo 14:14 (NTV).

[49] Lucas 7:12-15 (NTV).

[50] Juan 2:7-11.

[51] Lucas 5:4-10; Juan 21:1-11.

[52] Mateo 8:23-27; Marcos 4:35-41; Lucas 8:22-25.

[53] Mateo 14:22-33; Marcos 6:45-52; Juan 6:16-22.

[54] Lucas 1:26-28, 30-35 (NVI).