Seis aspectos de la Navidad que me encantan

diciembre 11, 2011

Enviado por María Fontaine

A la mayoría de las personas hay ciertos aspectos de la Navidad que les encantan, que para ellos hacen de las fiestas navideñas algo especial. ¡Aquí van algunos de mis preferidos!

  1. Me encanta ese espíritu de generosidad que está presente en la Navidad. A menudo se trata de una época en que hasta los menos generosos se vuelven más dadivosos. Por alguna razón parece ser lo que va a tono con las fechas. Es una época en que los niños pueden aprender lo maravilloso que es dar, iluminando la vida de otros o compartiendo lo que tienen. Es una temporada en que todos pueden dar algo, ya sea que tengan poco o mucho, y encontrarlo gratificante.

    Para mí, dar siempre fue parte de mis Navidades, desde pequeña. Jamás olvidaré la tradición que tenía nuestra iglesia de dar. Varios meses antes de Navidad, los integrantes de nuestra congregación compraban una caja de gelatina o flan instantáneo a cada miembro de su familia. Sacábamos los paquetitos de polvo de gelatina o flan de sus respectivas cajas —¡esa parte en particular nos hacía muchísima ilusión a los niños: la preparación del delicioso postre!— y luego envolvíamos las cajitas en papel de regalo y les hacíamos una ranura convirtiéndolas así en pequeñas alcancías. En los meses anteriores a la Navidad, todos procuraban ahorrar lo que podían para ponerlo en la alcancía y reservarlo para el cumpleaños de Jesús. Las personas mayores separaban un poco de dinero de sus quincenas y nosotros, los pequeños, apartábamos alguito de nuestra mesada.

    Así, cuando se celebraba el servicio de Nochebuena, todos, uno por uno, llevábamos nuestras cajitas envueltas en papel de regalo con el dinero que habíamos ahorrado en los últimos tres o cuatro meses antes de Navidad, y las colocábamos bajo el árbol como ofrenda para Jesús. El dinero se destinaba a los misioneros que financiábamos.

    Para mí, esa tradición fue muy significativa. Lo hicimos año tras año, durante mucho tiempo. Se trataba de un evento que duraba tres o cuatro meses y culminaba en Navidad, lo que nos hacía pensar más en Jesús durante todo ese tiempo. Nos ayudaba a darle un lugar prioritario en Navidad. Nos enseñaba también a dar lo que pudiéramos, pues al fin y al cabo de eso se trata la Navidad.

    También procurábamos comprar regalitos para los miembros de nuestras familias —cosa que era todo un reto para los niños, con las pocas monedas de que disponíamos—, sin embargo, para nosotros, mucho más importantes que los regalos eran aquellas cajitas que colocábamos bajo el árbol de Navidad cada año. Hasta el día de hoy, cuando veo un árbol de Navidad, siempre recuerdo aquellas experiencias tan hermosas que tuvieron tanto impacto en mí de niña.

  2. Otra cosa que me encanta es el hecho de que la Navidad sea una época en la cual en la mayor parte del mundo es más aceptable hablar de Jesús y se aprecia más que en otros momentos del año. Claro que siempre está presente el inevitable bombardeo comercial, pero incluso en medio de eso, los cristianos dedicados pueden dar a conocer el verdadero sentido de la Navidad. Creo que esto es lo que más me gusta de las pascuas: que como la mayoría del mundo celebra la Navidad de una u otra manera, es una oportunidad ideal para que los cristianos que testifican transmitan a los demás el mensaje de Jesús y Su regalo de la salvación. Es mucho más fácil que sacar el tema de la nada durante cualquier otro evento del resto del año. La Pascua es la época en que más fácil resulta sacar a colación el tema de Jesús, incluso si no se tiene relación alguna con la persona con que se conversa. Las Navidades y Jesús van de la mano.

  3. Me fascina la oportunidad que nos brinda la Navidad para hacer regalos creativos y significativos. De niña, mis padres se sacrificaban mucho para darnos regalos en Navidad; por lo general nos conseguían algo que necesitáramos: principalmente ropa o zapatos. También procuraban comprarnos alguna cosita especial, darnos algún gusto, como una casita de muñecas, en mi caso. Recuerdo haber recibido tres casas de muñecas a lo largo de los años en las Navidades de mi infancia, y me encantaban, como a la mayoría de las niñas.

    Creo que la forma en que me criaron en ese sentido me dio una perspectiva bastante práctica y pragmática respecto al intercambio de regalos. Cuando regalo algo, procuro darle a la persona algo significativo, algo que le haga falta y que sé que usará. Supongo que tiene que ver con la manera en que me criaron. A veces hace falta más creatividad para dar algo significativo, pero ese tipo de regalo transmite un poquito de ti al receptor, y a menudo este lo recordará con cariño. Como bien dijo alguien una vez: «El mejor regalo de Navidad no es necesariamente el más costoso sino el más amoroso»[1].

  4. Siempre me han gustado mucho las reuniones con amigos y compañeros en la fe que se dan en Navidad, por su significado. En mi infancia, nuestra iglesia siempre organizaba algún programa, como suele ser el caso con la mayoría de las iglesias. A todos los niños se nos daba la oportunidad de participar, ya fuera en la representación teatral del nacimiento, cantando villancicos y canciones navideñas o recitando poemas como:

    ¿Qué puedo darle, pues pequeña soy?
    Quizás un cordero, si fuera yo pastor.
    Si fuese rey mago, oro daría yo…
    Ya sé qué daré: le doy mi corazón
    .[2]

    Montábamos un nacimiento vivo y a veces hasta conseguíamos uno o dos animales de verdad, cuando podíamos. Recuerdo que un año me tocó ser María y conseguir que el bebé se estuviera calladito en el pesebre. Eran eventos muy a la antigua, que resaltaban el verdadero sentido de la Navidad.

    Recuerdo que cierta Navidad contraje paperas y tuve que perderme el programa de aquel año. Aunque me dieron bastante helado, y mi papá se quedó conmigo a consolarme, los gustos con que me consintieron no eran nada en comparación a perderme el compañerismo de Navidad. El programa navideño era para mí uno de los eventos más destacados del año, algo que esperaba con mucha ilusión. Era el momento en que le entregábamos nuestros presentes a Jesús. ¡Por eso, para mí era casi el fin del mundo perdérmelo! Ya desde entonces era muy partidaria de reunirnos para Navidad.

    Durante los años que estuve casada con David, por lo general él daba una charla navideña de corte espiritual, a veces durante la cena. Esas reuniones siempre eran significativas, y David procuraba que fuesen eventos memorables para los niños. Les contaba la historia de la Navidad, intercalándola con anécdotas de su infancia relacionadas a la Navidad.

    Desde que falleció, todas las Navidades nos hemos reunido con quienes vivíamos o trabajábamos. También fueron Navidades memorables. Es que, es un regalo maravilloso poder reunirnos con nuestros seres queridos en Navidad, y hacer algo fuera de lo común, compartir algún tipo de compañerismo espiritual y simplemente reunirnos a celebrar a Aquel que es digno de festejar. No tiene por qué ser demasiado elaborado: lo que importa es que se centre en Jesús, en Su amor y en la fraternidad y amistad que se crea en torno a Él.

  5. Otra cosa que me gusta mucho, y que sé que a Peter también le encanta, es la música navideña. Hay villancicos muy profundos. Me gustan los más antiguos porque expresan verdades profundas acerca del nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesús. También me gustan los más recientes. Cualquier canción que concentre la atención en «el mayor de los regalos» es fantástica.

    Le toqué algunos villancicos a una amiga que no entiende mucho inglés y le pregunté si los conocía en su idioma. Me dijo que sí, la mayoría. Y eso me recordó que muchos se han traducido a otros idiomas y se escuchan y se entonan por todo el mundo.

    A veces es fácil familiarizarse tanto con los villancicos más conocidos que uno deja de pensar en su significado. Pero si nos detenemos a escuchar sus letras y meditar sobre su significado, es impresionante lo poderosos y cargados de verdad que están algunos en particular, como por ejemplo Noche gloriosa (el favorito de Peter), What Child is This?, y otros más.

    Espada y lanza lo atravesarán;
    la cruz por los hombres padecerá.
    ¡Gloria y honra al Niño Dios,
    al Verbo hecho carne!
    Traed incienso, oro y mirra al rey,

    Venid, venid todos a honrarle.
    El Rey de Reyes trae salvación;
    En vuestro corazón, coronadle
    [3].

    Cierta Nochebuena en Israel, David y yo acudimos a una Misa del Gallo que se celebraba a medianoche, era una misa católica árabe. Fue maravilloso adorar junto con otros creyentes, y escuchar los mismos villancicos pero en árabe, aunque no entendiéramos ni una palabra. Cuando vivimos en Israel, de cuando en cuando solíamos comer en pequeños restaurantes de propietarios palestinos, y en aquella ocasión nos invitaron a su servicio de Navidad. Recuerdo haber pasado mucho frío, pero entonar esos bellos villancicos me hizo sentirme bien espiritualmente.

  6. Me gustan mucho las luces de Navidad. A muchas personas les gustan, ¡pero a mí me encantan! Si por mí fuera, las tendría en mi cuarto y enroscadas en las plantas de interior todo el año. Es más, a veces lo hago. En una época hasta llegué a empacar un par de juegos de luces en mi maleta cuando andábamos de viaje. Es que me fascina la luz que dan. A veces, cuando estamos lejos de casa, colgar un par de juegos de lucecitas me ayuda a sentirme más relajada, ya que irradian ese resplandor tenue que da una sensación de calma y alegría al ambiente. Además, no me dañan la vista. Como saben, tengo los ojos muy sensibles, y otros tipos de luz me resultan cegadores.

    Me gustan prácticamente todos los tipos de luces navideñas. Me gustan las blancas, las doradas, las azules, las de colores y las de mi arbolito navideño de fibra óptica. Me gusta cuando las colocan en hoteles y restaurantes, o en los arbustos, a modo de decoración. También me gustan las que asemejan estalactitas. Me parece que se ven celestiales. Por alguna razón me recuerdan al Cielo, al mundo del espíritu y a las cosas bellas de esta vida.

    Las lucecitas navideñas también me recuerdan a Jesús, la luz del mundo. Si fuera a construir un nacimiento, rodearía al niño Jesús con lindas lucecitas de Navidad en su pesebre. Por lo general hay muchísimas lucecitas, cientos, en un árbol, lo cual me recuerda también las numerosas bendiciones que nos da Jesús a lo largo del año.

    Y hablando de luces, oro por cada uno de ustedes, para que sus Navidades estén llenas de luz y amor, en tanto hacemos nuestra parte para iluminar la vida de los demás con el amor de Jesús. ¡El mundo ya tiene demasiada oscuridad y le hace falta toda la luz que podamos brindarle! Esperemos con ilusión todas las luces de bendición y cuidados con que sin duda Él alumbrará nuestra vida y la de aquellos a los que amamos en el próximo año, y alabémoslo por ello de antemano.

    Mil luces vamos a encender
    en esta Navidad,
    al mundo entero brindarán
    Su luz y Su verdad.
    Vino a traernos Su esplendor
    y a la Tierra paz.
    Cantemos jubilosos y
    encendamos muchas más
    [4].

[1] Henry Van Dyke.

[2] Christina G. Rossetti, adaptado.

[3] William Chatterton Dix.

[4] Villancico tradicional sueco, autor desconocido.

Traducción: Quiti y Antonia López.