Valores fundamentales de LFI: Amor por la humanidad
octubre 15, 2013
Enviado por Peter Amsterdam
Valores fundamentales de LFI: Amor por la humanidad
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Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos[1].
Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor[2].
«Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme». Entonces los justos le responderán diciendo: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos, o desnudo y te vestimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?» Respondiendo el Rey, les dirá: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis»[3].
El amor de Cristo nos obliga[4].
Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados[5].
El cuarto valor fundamental de La Familia Internacional es:
Amor por la humanidad. El incondicional amor de Dios por cada ser humano, que no hace distinciones de raza, credo o estatus social, es nuestra motivación y guía para procurar cubrir las necesidades espirituales y físicas de las personas con las que entablamos contacto.
El amor de Dios es incondicional. ¿Qué significa eso? Se podría decir que no se sujeta a restricción alguna, que es constante, que no tiene límites. El amor incondicional se define a veces como aquel que se entrega libremente a la persona amada, pase lo que pase.
Cada uno de nosotros ha pecado, y el pecado nos separa de Dios. No hay nada que podamos hacer por nosotros mismos para poner remedio a esa separación. Sin embargo, Dios nos ama. Su amor no depende de nosotros, ya que no podemos hacer nada para merecerlo. Él nos ama a pesar de nuestra naturaleza pecaminosa. Ama a los que no lo aman. Nos ama a todos pase lo que pase. Eso no significa que ame todo lo que hacemos, sino que nos ama a nosotros. De hecho, ama tanto a la humanidad que dispuso una manera de que esa separación causada por nuestros pecados y malas acciones quedara eliminada por medio de la muerte expiatoria de Su Hijo, Jesús. A pesar de que somos pecadores, Dios, motivado por Su amor por nosotros, hizo posible que nos reconciliáramos con Él.
Como dice en el capítulo 5 de Romanos: «A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados. Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra Su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros»[6].
Donde más claramente se advierte el carácter incondicional del amor de Dios por la humanidad es en los Evangelios, que cuentan una historia de rescate divino. En ellos se observa una y otra vez el amor de Jesús por la especie humana. Cuando alguien le pedía ayuda, Él se la daba. Sanaba a los enfermos con tanta frecuencia que multitudes de personas lo buscaban, hasta el punto de que tenía que levantarse mientras aún estaba oscuro para poder pasar un rato a solas orando[7]. Curó al siervo de un centurión romano, a pesar de que los romanos oprimían a la gente de Su país[8]. Sanó a la hija de una mujer sirofenicia, que era de otra nacionalidad y religión[9]. Se sentaba a comer con los marginados de la sociedad, y aceptó a mujeres como discípulas y seguidoras, algo inaudito en Su época[10]. No se limitaba a amar a las personas de Su misma nacionalidad, fe o principios morales, ni se fijaba en si la persona era amiga o enemiga. Emuló el amor de Su Padre al amar a todos.
Dios no nos ama por ser quienes somos, sino por ser Él quien es. Es el Creador de todas las cosas, el Todopoderoso. Es omnipotente y omnisciente, y a pesar de todo nos ama. De hecho, no solo nos ama a nosotros y a los cristianos que agradecen el gran sacrificio que Él hizo al entregar a Su único Hijo para que muriera por nosotros, sino que ama por igual y de forma incondicional a cada persona del mundo. Antes de que creyéramos en Él, antes de que lo amáramos, Él ya nos amaba. Ama incondicionalmente aun a las personas que nunca han oído hablar de Dios Padre, aun a los que dicen odiarlo. El amor de Dios es insondable. Es perfecto. Es incondicional.
Para nosotros, como cristianos, el elemento fundamental a la hora de procurar cubrir las necesidades espirituales y físicas de las personas con las que entablamos contacto es entender que a los ojos de Dios cada una de ellas es valiosísima, sea cual sea su edad, su raza, su nacionalidad, su apariencia física, su posición económica, sus creencias religiosas, su afiliación política y su orientación sexual. Nada de eso importa; Dios ama a todos. Ama tanto al mendigo que está en la calle como a la persona más rica del mundo.
Dios nos pide que valoremos a cada persona, que veamos a la humanidad a través de Sus ojos, es decir, con amor, sin parcialidad, sin prejuicios, sin opiniones negativas preconcebidas. Si adoptamos la perspectiva divina y vemos a los demás como Él los ve, evitaremos estereotipar a las personas y considerarnos mejores que ellas.
La conciencia de que Dios ama incondicionalmente a todos los seres humanos y de que Su amor traspasa cualquier barrera de raza, credo o posición social determina nuestra actitud hacia los demás, y en particular hacia los que de alguna forma son distintos de nosotros.
Nuestra misión como discípulos que siguen las pisadas del Maestro es manifestar el mismo amor que Él. Claro que del dicho al hecho hay mucho trecho, y por desgracia a veces se dan situaciones en que tenemos la tentación de emitir juicos de opinión, o de creernos moralmente superiores, o de actuar con muy poco amor. De tanto en tanto viene bien que hagamos un balance y veamos qué tal nos va en cuanto a amar sin parcialidad y sin favoritismos. Podemos hacernos preguntas como estas:
¿Cómo veo a las personas que no son como yo? Por ejemplo, un discapacitado. O alguien que sufre una enfermedad desfigurante que lo vuelve poco atractivo. O una persona de poca educación que no sabe leer ni escribir. ¿Cómo reacciono cuando veo mendigar en una esquina a una persona maloliente que vive en la calle? Si me encuentro con drogadictos o prostitutas en el centro, ¿qué pienso o digo de ellos? ¿Y si se trata de una persona que no es como yo en el sentido de que es súper rica, o está exageradamente pendiente de la moda, o es sumamente delgada, u obesa? ¿Y si es gay? Cuando veo a alguien cuya vestimenta denota que no es cristiano, ¿cómo reacciono?
Cuando ves a alguien que está pasando por una temporada difícil, ¿lo juzgas o menosprecias en tu subconsciente? O procuras ponerte en su lugar y te preguntas: «¿Y si eso me pasara a mí? ¿Y si yo estuviera en esa situación? ¿Y si perdiera mi trabajo y no pudiera mantener bien a mi familia? ¿Qué efecto tendría en mí que alguien me ayudara y me tratara amablemente?»
No es preciso que nos parezcan bien las creencias, la forma de vida y las decisiones de todas las personas. Es muy posible que no estemos de acuerdo con ellas. Hay quienes hacen caso omiso de las normas morales de Dios, hay quienes cometen graves pecados; pero debemos tener presente que, sea cual sea la condición de una persona, Dios la ama. Jesús dijo que debemos comportarnos como miembros de la familia de Dios manifestando amor a los demás. Dijo que debemos tratar con amor incluso a nuestros enemigos, para que seamos «hijos de [nuestro] Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos»[11].
Debemos valorar y respetar a cada individuo. Toda persona que vive en la Tierra es creación de Dios tanto como nosotros, y Dios la ama tanto como nos ama a nosotros. Si seguimos las pisadas de Jesús, no consideraremos que hay personas que están por debajo de nosotros o que son inferiores a nosotros, sean cuales sean sus circunstancias. A los ojos de Dios somos todos iguales.
Si queremos seguir el ejemplo y las enseñanzas de Jesús, es importante que entendamos que Dios ama a todos los seres humanos y que Jesús murió por cada uno. Se nos manda amar a las personas, y partiendo de esa base debemos hacer lo posible, de acuerdo con nuestra capacidad, por manifestar el amor de Dios de formas prácticas y también espirituales.
Jesús dijo que los dos mandamientos más importantes son amar a Dios y amar al prójimo[12]. Está claro que, en nuestra vocación de discípulos, amar a nuestros semejantes es crucial. Si tenemos presente que las Escrituras dicen que todos los seres humanos están hechos a imagen y semejanza de Dios, que el amor es de Dios, que Él es amor y que nos ama a todos, entonces nuestros pensamientos, nuestras decisiones, nuestras acciones y nuestras relaciones con los demás deberían regirse por esos principios basados en las palabras de Dios[13]. El impresionante amor de Dios es nuestra piedra de toque, una muestra de cómo debemos amar al prójimo. Si lo tomamos como punto de referencia, entenderemos que debemos emular ciertos atributos de Dios como son Su amor, Su compasión y Su misericordia, igual que lo hizo Jesús.
Se nos manda dejar brillar nuestra luz, para que otros vean nuestras buenas obras y glorifiquen a Dios[14]. Eso es un llamado a la acción, pues da a entender que Dios desea que lo reflejemos en nuestras relaciones con los demás. Es un llamado a emularlo, a tratar al prójimo con amor, compasión y misericordia. Se nos pide que transmitamos a los demás Su hermoso amor incondicional. Pero eso, al igual que muchas otras cosas en la senda del discipulado, requiere acción. Requiere entrega por parte nuestra. Y a menudo requiere cierto sacrificio. Pero cuando uno piensa en el sacrificio que hizo Jesús por nosotros, la verdad es que no hay ni comparación.
El siguiente relato ilustra bien este punto, y de una forma conmovedora:
Cuentan que una niña sufría una grave enfermedad muy poco común. Su única esperanza de recuperación parecía ser una transfusión de sangre de su hermano, que tenía cinco años y milagrosamente había sobrevivido a esa misma enfermedad, por lo que había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.
El médico explicó la situación al hermanito y le preguntó si estaría dispuesto a darle sangre a su hermana. El niño vaciló unos instantes; luego respiró profundamente y respondió:
—Sí. Si con eso ella se va a salvar, lo haré.
Mientras se realizaba la transfusión, el niño estuvo acostado en la cama junto a su hermana, sonriente, al igual que todos los presentes, que veían que a la niña le volvían los colores. Luego se puso pálido y se le desvaneció la sonrisa. Miró al médico y le preguntó con voz temblorosa:
—¿Me empezaré a morir enseguida?
El niño no había entendido bien al médico. Pensaba que para salvar a su hermana tendría que darle toda su sangre[15].
¡Qué hermosa y tierna muestra de amor! La Biblia dice: «En esto hemos conocido el amor, en que Él puso Su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos»[16].
Los versículos de la Biblia asociados a este valor fundamental, algunos de los cuales aparecían al principio de este video, expresan acción volcada hacia afuera. Estas son algunas de las acciones clave que indican que debemos realizar:
- Andar en amor.
- Anunciar buenas noticias.
- Dejar brillar nuestra luz.
- Tener compasión.
- Proclamar Su salvación.
- Sanar los corazones heridos.
- Pregonar libertad.
- Consolar a todos los que están de duelo.
- Ganar almas.
- Enseñar.
- Hacer discípulos de todas las naciones.
- Apacentar Sus ovejas.
- Compartir nuestros bienes.
- Entregar nuestra vida por los hermanos.
- Amar de hecho y en verdad.
- Ser imitadores de Dios.
Toda una lista de tareas, ¿verdad?, tomada de la Palabra de Dios.
Esos versículos nos animan a volcarnos hacia afuera, a centrar nuestra atención en el prójimo. Mencionan acciones tanto espirituales como prácticas. Por una parte abordan una necesidad general de la humanidad —la de recibir sanidad espiritual al acercarse a Dios por medio de la fe en Jesús— y por otra hablan de la asistencia material que hace falta prestar para ayudar a los oprimidos y necesitados y aliviar el sufrimiento y la pobreza que hay hoy en día en el mundo, tanto en otros países como en nuestro propio vecindario.
Se trata de un llamamiento para que entreguemos nuestra vida, para que donemos nuestro tiempo, nuestros servicios y nuestros bienes para ayudar a los necesitados, ya sea que necesiten salvación o asistencia material y práctica. La Palabra de Dios nos manda informar a los demás sobre el sacrificio que hizo Jesús por nosotros. También nos exhorta a cuidar de los débiles, los enfermos, las viudas, los huérfanos, los hambrientos y los oprimidos.
Santiago, hermano de Jesús, explicó que la auténtica práctica de nuestra fe consiste en acción tanto exterior como interior; exterior al ofrecer ayuda a los demás, e interior en forma de nuestra devoción a Dios. Dijo: «La religión pura y sin mancha delante de Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del mundo»[17].
Manifestar nuestra fe no es una actividad puramente interior; se nos exhorta a expresarla mediante acciones que emulen las que haría Cristo. Eso significa dedicar a los demás un tiempo que de otro modo emplearíamos en intereses personales. Significa abandonar nuestros planes preestablecidos para ayudar a personas que están en apuros. Significa vivir nuestra fe mediante actos intencionados que beneficien a personas que tienen alguna necesidad.
El escritor Dave Branon cuenta:
Cuando Dave Thomas murió a principios del año 2002, no solo dejó miles de restaurantes Wendy. También dejó un legado de hombre industrioso y trabajador, respetado por sus valores prácticos.
Entre los buenos consejos que han sobrevivido al sonriente emprendedor está su visión de lo que deberían hacer los cristianos. Thomas, que de joven aceptó a Cristo por influencia de su abuela, dijo que los creyentes deberían «remangarse la camisa».
En su libro ¡Bien hecho!, Thomas dijo: «Los cristianos que se remangan la camisa ven el cristianismo como fe y acción. Aun así, se toman tiempo para conversar con Dios en oración, estudian las Escrituras con devoción, son súper activos en su iglesia, y llevan su ministerio a los demás, para divulgar la buena Palabra». Y añadió que «quién sabe si las personas anónimas que hacen el bien en nombre de Cristo logran aún más que todos los cristianos famosos del mundo»[18].
En el libro Una vida con propósito, Rick Warren dice:
En el Cielo, Dios no nos pedirá razón sobre nuestra carrera profesional, nuestra cuenta bancaria o nuestras aficiones, sino que revisará cómo tratamos a los demás, y en particular a los necesitados[19].
Jesús dio un buen ejemplo del concepto de remangarse la camisa. Estaba continuamente dando amor. Se compadecía de los necesitados y se sentía impulsado a actuar con amor. Era misericordioso. Era bondadoso. Daba de comer a los hambrientos y curaba a los enfermos. Luchaba contra el mal y la injusticia.
Dios indica a las personas distintas formas de comunicar Su amor y mensaje. A algunos los lleva a realizar un ministerio más que nada espiritual; a otros les muestra que atiendan material y físicamente a los necesitados; y a otros los lleva a participar en obras que combinan asistencia espiritual y material. A algunos les indica que contribuyan económicamente para patrocinar ministerios espirituales o materiales. Todos esos aportes a la obra de Dios son necesarios, y a Él le agrada que ofrezcamos nuestro tiempo, nuestras energías y nuestros recursos, que cada cual dé según su habilidad y reciba según su necesidad.
Ya sea que nos dediquemos a atender las necesidades espirituales, materiales o de ambos tipos de las personas con las que entramos en contacto, es importante que recordemos lo que Jesús dijo: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis»[20]. Esforcémonos, pues, por dar un ejemplo tangible del amor de Dios por la humanidad, haciendo lo que Él nos indique para darlo a conocer y comunicar Su amor a los necesitados, espiritualmente al llevarlos a conocer a Jesús, y prácticamente al atender sus demás necesidades. Remanguémonos la camisa y sigamos el ejemplo de Jesús, ¿de acuerdo?
Nota: A menos que se indique otra cosa, los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Mateo 5:14–16.
[2] Mateo 9:36.
[3] Mateo 25:35–40.
[4] 2 Corintios 5:14 (NVI).
[5] Efesios 5:1.
[6] Romanos 5:6–8 (NVI).
[7] Marcos 1:34,35.
[8] Mateo 8:5–13.
[9] Marcos 7:25–30.
[10] Mateo 9:10–13; Lucas 8:1–3; Mateo 27:55.
[11] Mateo 5:45 (NVI).
[12] Mateo 22:37–40.
[13] Génesis 1:26, 27; 1 Juan 4:7, 8.
[14] Mateo 5:16.
[15] Coleman, Robert Emerson: Written in Blood: A Devotional Bible Study Of The Blood Of Christ, Fleming H. Revell Company, 1972.
[16] 1 Juan 3:16.
[17] Santiago 1:27.
[18] Our Daily Bread, 6 de febrero. Tomado de un sermón de Dennis Davidson, Authentic Faith Works, del 26 de octubre de 2009.
[19] Una vida con propósito, Vida, p. 62.
[20] Mateo 25:40.
Leído por Gabriel García Valdivieso. Traducción: Jorge Solá y Antonia López.