Vienen mejores días (1ª parte)

octubre 19, 2021

Enviado por Peter Amsterdam

Todas las cosas ayudan a bien

[Better Days Ahead—Part 1: All Things Work Together for Good]

Y sabemos [con plena confianza] que Dios [quien vela profundamente por nosotros] hace que todas las cosas redunden [conforme a Sus designios] en bien de los que lo aman; esto es, de los que son llamados conforme a Su plan y Su propósito.  Romanos 8:28 (Traducción de Amplified Bible)

Dios es bueno. Hace bien todas las cosas. Él no pasa por alto ni olvida nada. Es omnisciente. Jamás dice: «Uy, no vi venir esa». Él nunca se atrasa. Es soberano, y Su providencia toca cada aspecto de la vida de cada uno de nosotros.

Las pruebas, penalidades y pérdidas que soportamos en la vida pueden cooperar para nuestro bien en la medida en que depositamos nuestra confianza en el Señor, lo seguimos y permitimos que el Espíritu Santo obre en nuestra vida a fin de cumplir sus designios. Por difíciles que sean las cosas, por mucho que suframos, mediante Su gracia podemos continuar confiando en el Señor. Sabemos que nos aguarda un porvenir eterno y glorioso.

María escribió:

Como «muchas son las aflicciones del justo»[1] desde luego es un consuelo saber que «a los que aman al Señor, todas estas cosas les ayudan a bien, a los que conforme a Su propósito son llamados»[2]. Es más, es imperativo que convirtamos esta promesa de Romanos 8:28 en un elemento fundamental de nuestra vida, para poder salir victoriosos de las numerosas pruebas, dificultades, batallas y tentaciones que enfrentamos.

Si no pasamos todo lo que nos ocurre por el filtro de Romanos 8:28, si no vemos siempre nuestras decepciones, penas, pruebas, enfermedades, oposición, batallas y todo lo demás por el prisma de Romanos 8:28, lamentablemente nos perderemos muchas valiosas enseñanzas que el Señor quiere que asimilemos. Además nos privaremos de la paz que nos embarga cuando confiamos cabalmente en esa preciosa promesa y principio.

Si aprendemos la sencilla ecuación de que las pruebas equivalen a bienes, nuestra vida se enriquece, las enseñanzas que tomamos se amplían, nuestra mente se serena más y reconocemos más fácilmente la mano del Señor en los acontecimientos de nuestra vida. Hay un mundo de diferencia entre observar una riada de problemas, pruebas y tribulaciones esperando que suceda lo peor, o apreciarlos con la ilusión y expectativa de descubrir todo el bien que sabemos que el Señor sacará de ellos.  María Fontaine

Es un gran privilegio saber que podemos confiar en el Señor a despecho de las dificultades, penalidades y desafíos que se nos presenten en la vida. George Mueller dijo una vez: «En mil pruebas, no son quinientas las que redundan en bien del creyente, sino novecientas noventa y nueve, más una».

Romanos 8:28 no es un agradable eslogan o mantra para ayudarnos a pasar un mal día imaginándonos uno mejor. Es una promesa de nuestro Padre, dirigida a quienes lo amamos y que, por Su gracia, estamos poniendo todo de nuestra parte por seguirlo. El siguiente extracto presenta algunas puntualizaciones sobre esta conocida promesa.

En primer lugar, Romanos 8:28 no significa que podemos vivir como nos plazca y que Dios arreglará los desastres que armemos. Para entender la verdad que encierra Romanos 8:28 no podemos limitarnos a citar la parte del verso que nos gusta: «Sabemos que todas las cosas ayudan a bien…» y saltarnos el resto: «a los que aman a Dios […], a los que conforme a Su propósito son llamados».

Romanos 8:28 es una promesa para creyentes. Creyentes de verdad. Los que viven para Cristo… Este versículo se dirige a los que aman a Dios y hacen todo lo posible por obedecer Sus mandamientos y les dice: «Aunque cosas malas/tristes/impías/malvadas afecten tu vida, Yo (Dios) me valdré de ellas para sacar un bien, tanto en tu vida como en el mundo».

Joni Eareckson Tada es una oradora, autora y cantante cuadripléjica que lleva más de 40 años reducida a una silla de ruedas. Cuando la gente le pregunta por qué Dios permite el sufrimiento, suele contestar: «Dios permite lo que detesta para realizar lo que ama». ¿Y qué ama Dios? Que las personas entablen una relación con Él y se parezcan más a Él. La vida y labor cristiana de Joni son un clamoroso testimonio de que Dios puede servirse de una tragedia —por ejemplo, un accidente que tras un salto al agua deja paralítica a una persona— para influir poderosamente en la vida de millones.

Romanos 8:28 nos dice que Dios puede disponer todas las cosas para el bien. No dice que todas las cosas sean buenas… La verdad de Romanos 8:28 nos recuerda que aunque el pecado y Satanás son poderosos, Dios es más poderoso. Es capaz de redimir y restaurar lo que sea para nuestro bien y Su gloria. Puede que no todas las cosas sean buenas, mas Dios es capaz de hacer y hará que todas redunden en nuestro bien.  Lori Hatcher[3]

Hay personas que tienen muy buena imaginación y les resulta más fácil entender un principio espiritual cuando la explicación contiene algo que puedan visualizar mentalmente. Hace poco leí el siguiente artículo, que me pareció una descripción edificante y alentadora.

Tengo un salvavidas. Es mi posesión más valiosa. Navegando por el mar de la vida, innumerables veces atisbo una tempestad que asoma por el horizonte. Entonces agarro mi salvavidas y me lo ajusto bien, de modo que no se me vaya a soltar. Me preparo así para los implacables embates que se avecinan.

Cuando se desata la tormenta, mi pequeña embarcación se ve azotada por embravecidas olas que amenazan hundirme y ahogarme. Pero el salvavidas me garantiza que sobreviviré. Mejor dicho: más que sobrevivir, remontaré, quizá con magulladuras y contusiones, pero triunfante.

A veces las tormentas se aparecen sigilosamente a popa. Sorprendida por la violencia de las aguas, mi lancha zozobra, arrojándome a las heladas aguas. Me ahogo, borboteo y hago esfuerzos por respirar, pero me encuentro en una vorágine. Cuanto más me debato, con más fuerza me atenaza el agua.

A solas, indefensa y perdida, aguardo el fin. La esperanza titila como una vela que se va derritiendo. Mientras me hundo por última vez bajo las aguas, una Voz se deja oír entre el estruendo de la tormenta:

—¡Echa mano del salvavidas! —exclama—. Es tu única esperanza.

Esforzándome para ver en la oscuridad, distingo algo que flota. Es mi salvavidas, siempre a mi alcance cuando más lo necesito. Me lo amarro y enseguida empiezo a flotar.

La oscuridad todavía me envuelve. El mar sigue revuelto, y las encrespadas olas amenazan hundirme. La lluvia continúa hiriéndome las mejillas. Pero floto de nuevo. Con plena confianza y con mi salvavidas bien puesto, contenta espero a que amaine la tempestad.

¿Cuál es el secreto de mi salvavidas? Es tan sencillo que tal vez lo descartes. Se trata de este versículo de la Biblia: «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados». (Romanos 8:28). TODO —tormentas, lluvia y vientos— redunda en nuestro BIEN. Como sea, algún día lo entenderemos.  S. Jade

Debo admitir que es mucho más fácil confiar en el Señor cuando las cosas marchan bien, cuando gozamos de buena salud, tenemos lo que necesitamos y nosotros y nuestros seres queridos estamos sanos y salvos. En cambio, cuando las cosas no andan bien puede ser mucho más difícil confiar en el Señor. En esas circunstancias somos proclives a preocuparnos, estresarnos, quejarnos, trabajar más duro y tratar de arreglar los problemas a como dé lugar. Sabemos, sin embargo, que esa no es la solución.

En el momento en que la experimentamos, no siempre comprendemos por qué el Señor permite alguna angustia o tragedia en nuestra vida, y en muchos casos nos toca confiar en Él pese a que no logramos captar la visión de conjunto. Edward Teller nos recuerda: «Cuando llegas al cese de toda la luz que conoces y es hora de dar un paso hacia las tinieblas de lo desconocido, la fe nos hace saber que ocurrirá una de dos: O se te dará algo firme sobre lo cual apoyar el pie o se te enseñará a volar». Enseguida una excelente explicación del ya fallecido reverendo Billy Graham que arroja luz sobre el tema:

Es fácil creer que Dios nos ama y se preocupa por nosotros cuando las cosas marchan bien; en cambio, cuando la vida se nos vuelve en contra, cuesta mucho más creer que Él se interesa.

¿Por qué hemos de seguir confiando en Dios cuando ni siquiera se vislumbra un cambio y parece que Dios ni nos escucha? Una razón es que por muchos cambios que nos hayan acontecido, Dios no ha cambiado. Lo que afirma la Biblia es cierto: «Yo, el Señor, no cambio» (Malaquías 3:6).

Y si Dios no varía, quiere decir que Sus promesas tampoco. Prometió estar contigo en el pasado, y todavía lo está. Prometió guiarte en el pasado, y todavía lo hará. Entérate de Sus promesas, estúdialas, créelas y fíate de ellas. En la Biblia Él «nos ha dado preciosas y grandísimas promesas» (2 Pedro 1:4).

No permitas que tus circunstancias rebasen tu fe; más bien que tu fe rebase tus circunstancias[4].

Si sufres de una enfermedad debilitante o un ser querido ha partido de este mundo, citar Romanos 8:28 y meditarlo no altera la situación y puede que no sirva de mucho para aliviar el dolor instantáneamente. Vivimos en un mundo degradado, y cuando nosotros o la gente que amamos sufre una pérdida o tragedia, ¡duele! Lloramos. Nos afligimos. Y generalmente tardamos en ver lo bueno que sale de las cosas malas que ocurren, lo cual muchas veces pone a prueba nuestra fe mientras seguimos confiando en Él en tiempos de prueba. En su libro Why Us? (¿Por qué a nosotros?), Warren Wiersbe declara que Dios «prueba Su soberanía, no interviniendo constantemente y evitando esos sucesos, sino dominándolos e imponiéndose sobre ellos, de tal manera que hasta las tragedias terminan cumpliendo Sus objetivos finales»[5]. Que el siguiente relato les dé ánimos en este aspecto.

No sé si Louis Braille era creyente, pero su vida da ejemplo de un Dios soberano que hace que todas las cosas redunden en bien. En la Academia de Ciencias francesa se exhibe un viejo punzón de zapatero bastante ordinario. Lo ocurrido con ese punzón es bien singular. Al mirarlo uno jamás se imaginaría que ese simple instrumento hubiera dado origen a algo trascendental. A decir verdad, causó un tremendo dolor.

Ese fue el punzón que un día se cayó de la mesa del zapatero y le sacó el ojo a su hijo de nueve años. La herida fue tan profunda que el niño perdió la vista en ambos ojos, tras lo cual lo matricularon en una escuela especial para niños ciegos. El chico aprendió a leer palpando grandes bloques de madera esculpidos.

Cuando el hijo del zapatero se hizo adulto se le ocurrió un método nuevo de lectura. Consistía en aprender un sistema de puntos de relieve traducido a las letras del alfabeto que se podía leer desde un pedazo de papel en cualquier superficie plana. Louis Braille llegó a utilizar el mismísimo punzón que le quitó la vista de niño para formar y configurar los puntos en un sistema completamente nuevo de lectura para invidentes. De ahí que se lo conozca como el sistema Braille[6].

Es posible, desde luego, que nosotros no experimentemos una manifestación tan visible del bien que Dios ha prometido labrar en nuestra vida. En épocas así, en que nuestra fe es sometida a intensas pruebas, todo se reduce a depositar nuestra vida, nuestros seres queridos, nuestra salud y nuestro sustento en manos de Dios y confiar en que Él cuidará de nosotros. Aun cuando aparentemente el Señor guarda silencio y las pruebas parecen interminables o las pérdidas que sufrimos enormes, Dios es misericordioso y fiel y nunca nos dejará ni nos desamparará.

El relato de José en el Antiguo Testamento nos entrega un bellísimo ejemplo de cómo Dios sacó un bien de una situación que parecía imposible. En alusión a ello W. De Haan comentó:

[Me trae a la memoria] la verdad bíblica de que no existen casualidades en la vida de los hijos de Dios. En la Escritura leemos la interpretación que hizo José de una difícil experiencia que pareció ser una gran calamidad. Luego de que lo arrojaran a una cisterna, lo vendieron a esclavitud. Lo sucedido fue una gran prueba de fe para él. Desde el punto de vista humano dio la impresión de que fue un trágico caso de injusticia y no un medio providencial de bendición. No obstante, José aprendería luego que «Dios lo encaminó a bien» (Génesis 50:20)[7].

Podemos sacar lección del profeta Habacuc, mientras leemos estos conocidos versículos:

Aunque la higuera no florezca, ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos; aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! El Señor omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas.  Habacuc 3:17-19 (NVI)

Es importante recordar que en la época de Habacuc proliferaba la maldad y el futuro no se veía nada alentador. Es más, la situación era bastante sombría. Sin embargo, a pesar de tales circunstancias, Habacuc proclamó su confianza en Dios diciendo: «Aun así, yo me regocijaré en el Señor». No solo confiaba en Dios, sino que se regocijaba y recordaba que el Señor era su fortaleza. Reconocía que aunque tal vez careciera de los alimentos básicos, nunca carecería de Dios.

Creo que es más difícil confiar en que el Señor hará cooperar todo para tu bien cuando piensas que tú eres el culpable del aprieto en el que te encuentras. Cuando consideras que has cometido errores o juzgado mal una situación o tomado decisiones imprudentes y que por ende las cosas van de mal en peor, puedes abrigar la sensación de que te mereces sufrir las consecuencias negativas. Sientes esa angustia visceral que te dice que no estás «calificado» para obtener la gracia y misericordia ofrecidas por Dios en Romanos 8:28. Lo que no debemos olvidar es que ese cumplimiento de la Palabra de Dios ¡es una manifestación de Su gracia! Personalmente me reconforta el concepto de los vuelcos divinos expresado en el siguiente mensaje de Jesús.

Yo soy el Dios de los vuelcos. Puedo hacer que el mal derive en bien. Mi plan maestro saca una victoria de una aparente derrota. Ven a Mí tal como eres, con tus heridas de batalla, y expón esas heridas a Mi luz sanadora…

Cuando experimentas un vuelco divino en tu vida, observas con entusiasmo lo magistralmente que obro Yo en el mundo. Tu sufrimiento adquiere sentido, pues sabes que puedo sacar —y en efecto saco— un bien de un mal. En últimas Mis designios no se frustran. ¡Yo tengo la última palabra! Cuando te das cuenta de que Mi sabiduría y Mis caminos están completamente fuera de tu comprensión, captas un atisbo de Mi gloria. Eso te inspira a adorarme, a inclinarte ante Mi infinita inteligencia y Mi ilimitado poder. Al abrir tu alma en adoración a Mí obtienes la certeza de Mi inagotable amor. «Yo sé los planes que tengo acerca de ustedes, dice el Señor, planes de bienestar y no de mal, para darles porvenir y esperanza» (Jeremías 29:11)[8].

Sea lo que sea que esté pasando en nuestra vida y por muchas dificultades que afrontemos es importante tener presente que todavía tenemos a Dios. ¡Él nunca nos dejará ni nos desamparará! ¡Dios es bueno, es amor! Permite que experimentemos dificultades, pruebas y penalidades, pero ahí no termina todo. Él también dispensa hermosas bendiciones. Por eso, si nos inclinamos a dudar y preguntarnos por qué las cosas no marchan como esperábamos, podemos sacar una enseñanza de Arthur Ashe. Así lo refiere el siguiente testimonio:

El afamado tenista Arthur Ashe murió de SIDA, enfermedad que contrajo luego de una transfusión de sangre durante una intervención al corazón. Más que un gran deportista, Ashe fue un caballero que inspiró y animó a muchos con su conducta ejemplar tanto dentro como fuera de la cancha. Ashe pudo haber sucumbido a la amargura y la autocompasión de cara a su enfermedad; no obstante, mantuvo una actitud agradecida.

Explicó: «Si con motivo de mis reveses me preguntara “¿por qué me tocó a mí?”, tendría que preguntarme también “¿por qué a mí” me han tocado tantas cosas buenas? ¿Por qué gané Wimbledon? ¿Por qué me casé con una mujer tan bella y dotada y por qué tuve un hijo maravilloso?» La actitud de Ashe increpa a los que con frecuencia murmuramos: «¿Por qué a mí? ¿Por qué permite Dios que me pase esto a mí?»

Por muy severamente que estemos sufriendo no debemos olvidar las misericordias que Dios vierte en nuestra vida, cosas como comida, techo y amigos, bendiciones que muchos no poseen. ¿Y qué decir de las bendiciones espirituales? Podemos sostener en las manos la mismísima Palabra de Dios y leerla. Poseemos el conocimiento de Su gracia salvífica, los consuelos de Su Espíritu y la dichosa certeza de la vida eterna con Jesús. Piensa en las bendiciones de Dios y pregúntate: «¿Por qué he sido tan favorecido?»  Vernon C. Grounds[9]

¡Qué importante recordatorio! Nuestra vida está colmada de bendiciones. ¡Alabado sea el Señor! Al depositar tu confianza en el Señor y esperar pacientemente en Él tendrás la certeza de que te fortalecerá, te bendecirá, proveerá para tus necesidades y te conducirá por la senda de Su voluntad. Aún más, un día —en esta vida o en la otra— verás el cumplimiento de Su inquebrantable promesa que declara que hace que todas las cosas cooperen para tu bien.

P.D.: Luego de publicar este artículo se nos notificó que el relato sobre Louis Braille, citado más arriba, presenta ciertas inexactitudes. Les pedimos disculpas por esa falta. En todo caso, la enseñanza que contiene sigue siendo válida y es que hasta las tragedias, en últimas, pueden terminar cumpliendo los designios de Dios.


[1] Salmo 34:19.

[2] Romanos 8:28.

[3] “All Things Work Together for Good”—3 Things You Never Noticed About Romans 8:28, https://www.preaching.com/articles/things-work-together-good-3-things-never-noticed-romans-828/

[4] Graham, Billy, Don’t let your faith be overcome by your circumstances, Gaston Gazette, 12 de octubre de 2012, https://www.gastongazette.com/article/20121012/Lifestyle/310129772

[5] https://www.preceptaustin.org/romans_828-39

[6] https://www.preceptaustin.org/romans_828-39

[7] https://www.preceptaustin.org/romans_828-39

[8] Young, Sarah, Jesus Lives (Thomas Nelson, 2009).

[9] https://www.preceptaustin.org/habakkuk-devotionals-and-sermon_illustrations