Vienen mejores días (5ª parte)

noviembre 16, 2021

Enviado por Peter Amsterdam

Lidiar con la desilusión

[Better Days Ahead—Part 5: Dealing with Disappointment]

A menudo, cuando tomo un tiempo de oración y meditación en la Palabra de Dios, dedico unos momentos para apreciar todo lo bueno que tengo y hacer memoria de cómo se ha manifestado la bondad de Dios en mi vida. Me siento tan agradecido. Pienso en las sabias palabras de Samuel cuando nos exhortó a temer al Señor y servirle fielmente y de todo corazón, ¡recordando los grandes beneficios que Él ha hecho en favor de nosotros! (1 Samuel 12:24; nvi.) Meditar en la bondad y misericordia del Señor eleva el espíritu. Creo que todos podemos regocijarnos y exclamar: «El Señor ha hecho grandes cosas por nosotros, y eso nos llena de alegría» (Salmo 126:3; NVI).

Claro que nuestra historia de vida no ha sido toda un lecho de rosas bajo un sol radiante. Vivimos en un mundo caído en pecado y como consecuencia considero que todos hemos sentido el aguijón de la desilusión. La palabra desilusión se puede definir como el desengaño o insatisfacción que se siente cuando las esperanzas, deseos y expectativas que abrigamos no se cumplen. Algunos de sus sinónimos son la decepción, la frustración y el desaliento.

La desilusión puede despojarte de tu vitalidad sustancial. Puede llegar a doler tanto que hasta te puedes enfermar. Normalmente no basta con sonreír y poner «cara de aleluya»; ¡la desilusión suele ser dolorosa y triste!

Puede que en este momento te encuentres en una etapa de la vida en que te parece que has experimentado una decepción tras otra. Esto puede estar vinculado a oportunidades perdidas, relaciones dolorosas o conflictos familiares, empresas que se frenaron o proyectos que se frustraron, un diagnóstico médico infortunado en lugar de una triunfante recuperación y así sucesivamente.

Jesús dijo: «En el mundo tendrán aflicción» (Juan 16:33). ¡Y eso se aplica a todo el mundo! No hay escapatoria. Supongo que lo dicho anteriormente puede sonar un poco fatalista. ¿Qué debemos hacer entonces nosotros al respecto? Pues bien, para empezar, no olvidemos la segunda parte de este versículo, en el que Jesús manifestó: «Pero ¡tengan valor; yo he vencido al mundo!» Siempre hay esperanza, pues ¡Jesús triunfa en última instancia!

Cuando estamos sumidos en la desilusión es un consuelo saber que Dios nos escucha y oye nuestro clamor. Él siempre nos oye, ya si estamos felices, tristes, desconsolados o desilusionados. Además podemos refrescarnos la memoria y ver que nada es demasiado difícil para el Señor y que nada está fuera de Su alcance o de Su providencia y provisión para con nosotros. «Yo soy el Señor, Dios de toda la humanidad. ¿Hay algo imposible para mí?» (Jeremías 32:27).

Cuando sentimos la carga de la desilusión conviene tratar de ver las cosas objetivamente, observando nuestra situación desde otra perspectiva.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que no hay sufrimiento o decepción que experimentemos en esta vida, por muy grande que sea, que pueda deshacer lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. […]

La verdad es que nuestras pruebas y desengaños, por más que nos desagraden, cumplen un propósito. Precisamente por medio de las pruebas aprendemos paciencia y humildad, aguante y confianza, virtudes que fortalecen y contribuyen a cultivar un carácter en consonancia con Dios.

Asimismo es durante los momentos de dificultad que aprendemos a apoyarnos en Dios y vivenciamos la absoluta fiabilidad de Su Palabra. Aprendemos además la verdad enseñada por Pablo, que el poder de Dios alcanza su punto más fuerte cuando nos encontramos en nuestro punto más débil (2 Corintios 12:9). […]

Es importante que nuestra perspectiva abarque la eternidad. Nuestro tiempo en la Tierra representa una fracción incalculablemente pequeña de nuestra eterna travesía.

Tomemos en consideración al apóstol Pablo y la persecución a la que fue sometido mientras difundía el evangelio. Si bien su letanía de sufrimientos se perfila insoportable desde cualquier punto de vista, él —aunque parezca increíble— califica sus apuros y dificultades de «ligeros y efímeros». Ello obedece a que tenía los ojos puestos en la «gloria eterna» que compensaba con creces cualquier desilusión que experimentara en la tierra. (2 Corintios 4:17 [NVI]; véase también Romanos 8:18.) Según el apóstol, nos es posible hacer eso cuando fijamos la vista, no en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, es decir en nuestro hogar celestial (2 Corintios 4:18). […]

Ser hijo o hija de Dios significa que nunca estamos solos en nuestros trances y pruebas (Hebreos 13:5). Dios nos da las fuerzas y la gracia que necesitamos para sobrellevar toda circunstancia y superar toda decepción (Filipenses 4:13)[1].

He descubierto que en momentos de batalla recitar Filipenses 4:4,6,7 me ayuda a centrar de nuevo la atención en la verdad de Dios e impedir que la preocupación y el estrés asociados con problemas, enfermedades, desilusiones o asuntos de trabajo dominen mis pensamientos.

¡Regocíjense en el Señor siempre! Otra vez lo digo: ¡Regocíjense! Por nada estén afanosos; más bien, presenten sus peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús.

Después de recitar estos versículos, la clave está en hacer un decidido esfuerzo para poner en práctica lo que presentan. Se empieza por regocijarse y dar gracias al Señor por Su bondad y Sus bendiciones. También es una ayuda recordar bendiciones y victorias concretas y hacer un recuento de esas muchas cosas buenas. Luego toma nota de las cosas que te causan ansiedad. Encomienda esa lista al Señor en oración, expresando esas peticiones con acción de gracias, dando gloria a Dios y manifestando gratitud por Su misericordia y bondad. El último paso es concentrarte en recibir la paz que Él promete concedernos, esa extraordinaria paz «que sobrepasa todo entendimiento». Aun cuando la situación parezca imposible, Él ha prometido que podemos ser receptores de esa paz.

Cuando sufrimos desilusiones, podemos aprender, crecer y madurar, tal como se aprecia en Santiago 1:2-4:

Alégrense profundamente, hermanos míos, cuando se sientan cercados por toda clase de dificultades. Es señal de que su fe, al pasar por el crisol de la prueba [mediante la experiencia], está dando frutos de perseverancia [que conducen a la madurez espiritual y la paz interior]. Pero es preciso que la perseverancia lleve a feliz término su empeño, para que ustedes sean perfectos, cabales [en su fe] e intachables. (BLPH con anotaciones añadidas.)

Naturalmente que por mucho que nos esforcemos por aprender y crecer a partir de nuestras desilusiones, habrá veces en que nos sintamos desconcertados y desanimados por algo que ocurre inesperadamente y que no sabemos de dónde vino. O cuando algún objetivo concreto que hemos estado esforzándonos por lograr y que considerábamos importante, contrariamente a lo que teníamos planeado, tuvo un desenlace distinto al que esperábamos y por lo visto resultó ser un revés o una pérdida.

En épocas así debemos recordar que Dios ve todo el panorama en su conjunto. Nuestra situación nunca está exenta de esperanza. Dios tiene un plan para nuestra vida. Sabemos que podemos confiar en Dios porque Él es bueno. Confiamos en Él porque nos ama y sabe lo que es mejor. Confiamos en Él porque ha prometido valerse de nuestros reveses, contratiempos, fracasos y pruebas y hasta obrar por medio de ellos y tornarlos en bien para nosotros. Cuando nuestras esperanzas y expectativas no se materializan es importante no desilusionarnos de Dios mismo.

Cuando Dios no actúa en circunstancias en que pensamos que debiera hacerlo no es porque no sea capaz. […] Él resuelve actuar o no conforme a Su perfecta y sagrada voluntad a fin de realizar Sus justos designios. Nada sucede que no esté dispuesto por Dios. […] Hay momentos en que Él decide hacernos saber Sus planes (Isaías 46:10) y otros en que no. A veces entendemos lo que está haciendo; a veces no (Isaías 55:9). Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que si pertenecemos a Él, lo que sea que haga será para nuestro beneficio así lo entendamos o no. […]

Cuando amoldamos nuestra voluntad a la voluntad de Dios y podemos decir, al unísono con Jesús, «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42), encontramos el contentamiento del que habló Pablo en 1 Timoteo 6:6-10 y Filipenses 4:11,12. Pablo había aprendido a contentarse en cualquier situación en la que Dios lo pusiera. Confió en Dios y se sometió a Su voluntad sabiendo que un Dios santo, justo, perfecto, amoroso y clemente haría redundar para bien todas las cosas, puesto que eso fue lo que prometió. Cuando vemos a Dios en esa luz no hay posibilidad de desilusionarnos con Él. Más bien [debemos] sujetarnos voluntariamente a nuestro Padre celestial sabiendo que Su voluntad es perfecta y que todo lo que lleva a cabo en nuestra vida será para nuestro bien y para Su gloria[2].

Podemos tener la confianza de que aunque no entendamos, lo que Dios permite que suceda en nuestra vida tiene una razón de ser. Y si asumimos una actitud abierta y humilde, podemos aprender de la desilusión, aun en los casos en que esta sea consecuencia de nuestros errores, pecados y decisiones equivocadas. Es provechoso buscar al Señor para que nos enseñe lo que Él quiera durante nuestras épocas de sufrimiento.

Cuando pases por momentos de desánimo o depresión, particularmente cuando te parezca que de algún modo has fallado, trata de ser amable contigo mismo. No te autoflageles mentalmente. En vez de criticarte, sé gentil contigo mismo. Haz un decidido esfuerzo por parar el diálogo interno negativo que mantienes.

Recuerda que nuestra identidad como cristianos, nuestra dignidad y autoestima, se basan en el hecho de que fuimos formados de manera formidable y maravillosa por un Dios que nos creó explícitamente en el amor. Vino a este mundo y entregó Su vida por nosotros. No solo eso: prometió que viviremos en un mundo eterno de belleza y dicha con cuerpos imperecederos. Si el concepto que tenemos de nosotros mismos se basa enteramente en el amor incondicional de Dios y nuestra identidad es la de un hijo de Dios poseedor de un destino eterno, sean cuales sean nuestras faltas y defectos, es más fácil cultivar sentimientos positivos sobre nuestro porvenir y nuestras plenas posibilidades de desarrollo.

La canción «You Say» (Tú dices) de Lauren Daigle expresa hermosamente cómo nos ve el Señor. Reproduzco a continuación parte de la letra:

Peleo con las voces de mi mente que me dicen: Nada soy.
Cada mentira me dice que no doy la talla.
¿Soy más que la suma de todos mis altibajos?
Recuérdame otra vez quién soy; necesito saberlo.

Dices que me amas,
cuando no siento nada.
Dices que soy fuerte,
cuando me siento débil.
Dices que me sostienes
cuando no consigo llegar.
Dices que soy Tuya
y yo te creo.
Lo que dices de mí,
yo lo creo.

El video oficial de la canción en inglés, visto por más de 230 millones de personas en YouTube, además de una hermosa versión en español se encuentran aquí[3].

Para terminar, un alentador mensaje de Jesús.

Independientemente de tus circunstancias o de cómo hayas lidiado con ellas, y de lo que hayas hecho o dejado de hacer, Yo te amo. Veo cada lágrima que derramas. Escucho cada grito de auxilio que emites. Percibo tus angustias, tus penas, tus decepciones, tus desilusiones. Ausculto hasta lo más recóndito de tu corazón y te amo más profundamente de lo que podrías comprender.

La vida suele ser una lucha, pero se hace mucho más llevadera cuando me traes todas tus cargas y preocupaciones. Soy capaz de transformar hasta la confusión, la vaciedad y el desengaño en paz, esperanza y amor.

Ven a Mí con todo lo que te pesa y te agobia y Yo aliviaré tu mente atribulada, enjugaré tus lágrimas y renovaré tu coraje y tu esperanza.

Cada nuevo día puede ser una oportunidad de comenzar de nuevo. Las decisiones del pasado han tenido su efecto, pero a despecho de lo que haya acontecido hasta ahora, hoy puedes tomar las decisiones acertadas.

No pierdas tiempo reviviendo el dolor de errores pasados y decisiones equivocadas. Eso no hace otra cosa que quitarte fuerzas para hacer lo que puedes hoy día. No puedes alterar el pasado.

Aprende de los errores del pasado y déjalos atrás hoy mismo. Perdona a quienes te han agraviado y pide perdón a quienes has agraviado tú. Busca en Mí y en Mi Palabra renovado valor y esperanza a partir de hoy. Fíjate nuevas metas este mismo día. Emplea tu tiempo en cosas que realmente cuenten hoy. Resuelve hacer mejor las cosas, encomiéndame todas las cosas a partir de hoy.

Con Mi ayuda, tu futuro puede estar nutrido de perspectivas frescas, gratificación y nuevas realizaciones que compensarán con creces las pasadas decepciones; y todo empieza hoy.  Jesús

¡Alabado sea el Señor! Recuerda: «El ayer es el pasado; mañana es el futuro, pero hoy es un regalo. Por eso se le llama el presente»[4]. ¡Que Dios te bendiga!