Vienen mejores días (6ª parte)

noviembre 23, 2021

Enviado por Peter Amsterdam

Pelea la buena batalla de la fe

[Better Days Ahead—Part 6: Fight the Good Fight of Faith]

Seguir a Jesús no es un hobby agradable, fácil y pasivo. Es exigente y a la vez estimulante, es un estilo de vida y un llamamiento. Tenemos la fortuna de saber que nuestra vida tiene trascendencia conforme andamos en adhesión a la Palabra de Dios, haciendo lo que podemos para testificar, dando ejemplo del amor de Dios y llevando a otros a conocer a Jesús. Naturalmente que no todos los días son apasionantes ni se destacan por logros y victorias trascendentales. Algunos son más bien monótonos: simplemente cumplimos con nuestras obligaciones habituales. Lo que cambia todo es saber que vivimos por Aquel que nos ama, que murió por nosotros, y que lo que hagamos por Él y por los demás tiene relevancia. Vivimos con la ilusión de oír algún día a Jesús decirnos: «Bien, buen siervo y fiel; entra en el gozo de tu Señor». (V. Mateo 25:23.)

¡La entera confianza que tenemos en las promesas de Dios y el glorioso futuro que compartiremos con Jesús y Sus hijos salvados en el Cielo es un enorme aliciente! ¡Eso tiene importancia, ya que libramos una guerra espiritual! Somos soldados de la cruz.

1 Timoteo 6:12 dice: «Pelea la buena batalla de la fe [en contienda contra el mal], echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión [de fe] delante de muchos testigos».

Existen fuerzas espirituales de maldad —Satanás y sus demonios— que se oponen a Dios y Sus hijos. Están en rebeldía contra Dios. Combaten nuestra labor de llevar al mundo la verdad de la salvación y pugnan por alejarnos del Señor y de Su servicio. Dios, sin embargo, reina sobre todo el orden creado, incluidas las fuerzas del mal, y Satanás es un contrincante derrotado.

Chuck Lawless explica la guerra espiritual en los siguientes términos:

Sí es cierto que luchamos contra principados y contra potestades (Efesios 6:12), pero el diablo y sus huestes nunca han estado fuera del dominio de Dios.

Desde la Caída de la Humanidad en el Huerto del Edén el diablo ha intentado seducirnos con falsas enseñanzas, persuadirnos mañosamente para que pequemos, además de ponernos a pelear los unos contra los otros. Hace esto para impedir que glorifiquemos a Dios y que cumplamos la Gran Misión. Pretende devorarnos (1 Pedro 5:8) a fin de que dejemos de ser una luz para el mundo perdido. La síntesis que suelo aplicar es que el enemigo quiere que la embarremos (caigamos en pecado), nos dobleguemos (desfallezcamos), nos encopetemos (vivamos en arrogancia), nos separemos (nos dividamos) o nos callemos (no evangelicemos).

Pero en esta batalla no estamos a la defensiva. […] Vestimos toda la armadura de Dios, no para poder defendernos, sino para invadir el reino del enemigo y cumplir así con el mandato divino de evangelizar[1].

Podemos cobrar ánimo sabiendo que no estamos solos en esta contienda. El propio Jesús tuvo un cara a cara con Satanás antes de iniciar Su ministerio. La enseñanza que podemos sacar al leer lo experimentado por Jesús es que Él triunfó citando la verdad de la Palabra de Dios.

Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre. Se le acercó el tentador y le dijo:

—Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.

Él respondió y dijo:

—Escrito está: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».

Entonces el diablo lo llevó a la santa ciudad, lo puso sobre el pináculo del Templo y le dijo:

—Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues escrito está: «A Sus ángeles mandará acerca de ti», y «en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra».

Jesús le dijo:

—Escrito está también: «No tentarás al Señor tu Dios».

Otra vez lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo:

—Todo esto te daré, si postrado me adoras.

Entonces Jesús le dijo:

—Vete, Satanás, porque escrito está: «Al Señor tu Dios adorarás y solo a Él servirás».

El diablo entonces lo dejó, y vinieron ángeles y lo servían. Mateo 4:1-11

Sabemos que en la esfera espiritual se libra una guerra sin tregua entre el bien y el mal, entre Dios y Sus fuerzas del bien y Satanás y sus fuerzas del mal, y que a nosotros se nos convoca a pelear la buena batalla de la fe. El apóstol Pablo nos instruye a estar equipados y preparados para entrar en combate al emprender nuestra tarea de iluminar el mundo con la verdad de la luz de Dios:

Por último, fortalézcanse con el gran poder del Señor. Pónganse toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales.  Efesios 6:10-12 (NVI, cursiva añadida)

Todos enfrentamos algún tipo de batalla espiritual y emocional en distintas etapas de la vida: Temor al futuro, desánimo, descontento, desesperación y desesperanza, rabia, rencor, tentación, adicciones, arrogancia, incredulidad, letargo, desunión entre creyentes, etc. Quizás hayas pasado noches en vela abrumado por preocupaciones de índole económica o tal vez lo que te agobia y te debilita es una complicación de salud inesperada, y a raíz de esas cosas eres proclive a dudar de la bondad de Dios y Sus designios para tu vida. A lo mejor te afanas por el futuro y te inquieta que no haya nadie que cuide de ti, y te imaginas lo peor de lo peor. Puede que sientas pesar y condenación cuando ves que las cosas no han salido bien en algún aspecto y te echas tú la culpa o se la achacas a otros. Es posible que el rencor te esté carcomiendo por dentro a causa de una discordia entre tú y otra persona.

Cuando no enfrentas enemigos físicos, seguramente enfrentas enemigos espirituales. Una vez más, conviene recordar, sobre todo cuando te encuentras en un desierto, que tienes un enemigo muy real el cual pretende destruirte. Continuamente anda al acecho buscando a quienes devorar. […] Lo que más desea es tentarte para que te apartes de Dios y busques tus respuestas en el mundo, o lo que es peor, que simplemente te rindas y cedas al pecado[2].

A lo largo de toda la vida enfrentaremos una incesante guerra espiritual. Hasta que Jesús regrese esa es la naturaleza de la vida en este mundo venido abajo: «No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy Yo. […] Como Tú me enviaste al mundo, Yo los envío también al mundo» (Juan 17:15-18; NVI). No solo vivimos en un mundo imperfecto tras la Caída, sino que ¡hemos sido enviados a ese mundo para ser la luz y sal de Jesús y traer a otros a Él!

¿Qué podemos hacer entonces cuando afrontamos batallas espirituales? ¡Aprender a luchar! ¡Podemos seguir adelante y determinar que no nos daremos por vencidos!

Sabemos que el diablo no es omnipresente, como sí los son Dios y Jesús. Él no puede estar en todas partes, pero sus fuerzas malignas hacen guerra contra los hijos de Dios. La mente es el gran campo de batalla en el que tiene lugar la guerra espiritual, la contienda para influir en los pensamientos de la gente y a través de sus pensamientos, en sus acciones.

La Biblia nos instruye a guardar nuestros pensamientos y revestirnos de la mente de Cristo:

«Haya en ustedes esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús» (Filipenses 2:5).

«Ocupen la mente en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Colosenses 3:2).

«No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2; NVI).

«La mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz» (Romanos 8:6; NBLA).

«La mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo» (Romanos 8:7; NVI).

Si vamos a ser los fuertes seguidores de Jesús que Él quiere que seamos, debemos entregarnos completamente a Él; y para estar completamente entregados a Él debemos disciplinar nuestros pensamientos y «ceñir los lomos de nuestro entendimiento» (1 Pedro 1:13). Eso significa estar preparados para la acción y ser prudentes al realizar nuestra misión de comunicar la verdad de Dios y Su mensaje de salvación al mundo.

Enseguida algunas palabras del Señor que arrojan luz sobre el tema de nuestros pensamientos.

Jesús: La gente suele creer que los pensamientos son efímeros y que carecen de valor, pero los tuyos son tan preciosos para Mí que leo cada uno de ellos. Mi facultad de leer cada pensamiento tuyo puede ser desconcertante para ti. Tienes la posibilidad de interactuar con otras personas sin llegar a revelar tus pensamientos secretos, ¡pero no conmigo! […] El hecho de que me preocupo por cada aspecto de tu ser —incluidos todos tus pensamientos— demuestra lo importante que eres para Mí.

Sé lo difícil que es para ti gobernar lo que se cruza por tu cerebro. Tu mente es un campo de batalla. […] Tu propia pecaminosidad también encuentra una amplia expresión en la esfera de tus pensamientos. ¡Es preciso que te mantengas alerta y luches contra el mal! Yo combatí y morí por ti; por eso acuérdate de quién eres y a quién perteneces, calándote con plena confianza el yelmo de la salvación. Este yelmo no solo resguarda tus pensamientos, sino que te recuerda la victoria que obtuve por ti en la cruz.

Dado que eres Mi tesoro, me entero y me regocijo en el instante mismo en que tus pensamientos se vuelven hacia Mí. Cuantos más pensamientos me entregues, más puedes tomar parte en Mi gozo. Yo desarmo los pensamientos malignos y anulo todo su poder. Luego te ayudo a pensar en todo lo verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre y todo lo digno de alabanza. Cavila sobre estas cosas mientras reposas en la Paz de Mi Presencia.  Sarah Young, Jesús vive

Es maravilloso saber que Jesús nos ayuda a llevar cautivos nuestros pensamientos y que al hacerlo podemos gozar de una relación más íntima con Él.

Anteriormente en este artículo se nos recordó a partir de Efesios 6:10-12 que podemos estar firmes en el Señor y en Su fuerza poderosa y vestirnos de toda la armadura de Dios que nos ayudará a resistir los ataques del enemigo cuando batallemos contra las fuerzas de maldad que hay en el mundo.

Efesios 6:13-18 describe la armadura espiritual que Dios nos da. Se nos insta a estar firmes, ceñidos con el cinturón de la verdad, vestidos con la coraza de justicia, calzados con el evangelio de la paz, armados con el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, orando además en el Espíritu. ¿Qué representan estas piezas de la armadura espiritual en la guerra espiritual?

Es nuestro deber conocer la verdad, creer la verdad y hablar la verdad. Debemos descansar en el hecho de que se nos ha declarado justos gracias al sacrificio que Cristo hizo por nosotros. Por mucha resistencia que enfrentemos, debemos proclamar el evangelio. Por muy fuertes que sean los ataques que recibamos, no debemos flaquear en nuestra fe, sino confiar en las promesas de Dios. Nuestra última defensa es la certeza de que somos poseedores de nuestra salvación, certeza que ninguna fuerza espiritual nos puede arrebatar. Nuestra arma ofensiva es la Palabra de Dios, no nuestras propias opiniones y sentimientos. Además, hemos de orar con el poder y en concordancia con la voluntad del Espíritu Santo.

Jesús es nuestro máximo ejemplo de resistencia a la tentación en el ámbito de la guerra espiritual. Observa cómo lidió Él con los ataques directos de Satanás cuando este lo tentó en el desierto (Mateo 4:1-11). Combatió cada tentación con las palabras «escrito está». La Palabra del Dios vivo es el arma más poderosa contra las tentaciones del diablo. «En mi corazón he guardado Tus dichos, para no pecar contra ti» (Salmo 119:11)[3].

[…] En Efesios 6:18 se nos exhorta a orar en el Espíritu —es decir, con la mente de Cristo, con Su corazón y Sus prioridades—, además de vestirnos de toda la armadura de Dios. No podemos descuidar la oración, ya que a través de ella sacamos fuerzas espirituales de Dios. Sin oración, sin confianza y dependencia en Dios, los esfuerzos que pongamos en la guerra espiritual resultan vanos e inútiles. La completa armadura de Dios se compone de la verdad, la justicia, el evangelio, la fe, la salvación, la Palabra de Dios y la oración. Todos estos son instrumentos con los que nos ha dotado Dios y con los cuales podemos salir victoriosos espiritualmente y triunfar sobre los ataques y tentaciones de Satanás[4].

En el siguiente mensaje el Señor nos incita a no desanimarnos ni perder esperanzas cuando estamos enfrascados en esta guerra espiritual. ¡Él está con nosotros cada momento de cada día y ha provisto todo lo que nos falta para salir victoriosos!

Jesús: La guerra espiritual en que estás envuelto es la más importante que se librará jamás, por la causa más justa de todas y por resultados que son eternos: La salvación de la humanidad y la preparación de la Tierra para Mi reino venidero. Ten presente además que la guerra entraña oposición. Consiste en dos ejércitos rivales que se enfrentan entre sí, cada uno decidido a salir victorioso.

Tienes una ventaja sobre los ejércitos tradicionales, puesto que la victoria se profetizó desde el principio de los tiempos. Tienes el triunfo garantizado y establecido en el Cielo, con tal de que sigas peleando la buena batalla, esgrimiendo las armas de guerra espirituales y resuelto a ganar la victoria en cada batalla que enfrentes.

Si asumes la actitud de que estás en guerra, sea cual fuere el carácter que puedan llegar a tener esas batallas, no lo verás como si algo extraño te aconteciese (1 Pedro 4:12). Más bien sabrás que es parte de la guerra espiritual; y afrontándola en el poder de Mi Espíritu, premunido de las armas de guerra espirituales que tienes a tu alcance, vencerás, sin importar qué amenaza o desafío se te presente.

Cada vez que te sobrevenga una batalla, ten presente: «¡Soy un hijo de Dios! ¡Soy enemigo de Satanás y represento una amenaza para su reino!» Si afrontas cada día con una perspectiva de predisposición para la batalla, no te aturdirás si a veces te topas con cierta resistencia. Esgrimiendo el escudo de la fe podrás extinguir todos los dardos de fuego del maligno destinados a minar tu fe (Efesios 6:16).

La fórmula para superar cualquier batalla espiritual que enfrentes es la fe. Confía en que Yo estoy al timón. Por muy potentes que sean las olas que baten tu embarcación, te ayudaré a salir indemne de la tormenta. A pesar de las circunstancias —el tamaño de las olas que revientan contra tu nave o tu propia impericia para afrontar adversidades—, Mi voluntad es que cada batalla que enfrentes coopere de algún modo para tu bien.

Resuelve resistir firmemente conmigo y con el poder de Mi fuerza, y habiendo acabado todo, no ceder terreno (Efesios 6:10,13). Decídete a correr la carrera que te he puesto por delante y no te canses de hacer el bien, sabiendo que a su tiempo verás la recompensa de tu fe, si no te rindes (Gálatas 6:9).

Ojalá que todos hallemos gozo y fuerzas sometiéndonos a Jesús, andando con Él día a día y actuando como Sus vasijas de amor y gracia. El Señor está constantemente con nosotros infundiéndonos fuerzas, guiándonos y ayudándonos a dar testimonio de Su verdad. Dios nos ha concedido todos los recursos necesarios para este combate, de manera que podamos mantenernos firmes y ser Sus testigos ante el mundo. Entre estos figuran la verdad, la justicia, la disposición para proclamar el evangelio, la fe, la salvación, la Palabra de Dios y la oración (Efesios 6:14-18).

A medida que peleamos nuestras batallas espirituales tengo la certeza de que, vistiendo toda la armadura de Dios, Él nos dará la audacia y aguante. «Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado y por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos testigos» (1 Timoteo 6:12; NVI).

Tenemos la esperanza del Cielo y podemos contar con un glorioso futuro de vida eterna. ¡No perdamos de vista la meta, el premio! «Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3:14). Dios es por nosotros, está siempre con nosotros y llevará a feliz término Su acción en nosotros. De ahí que por muy difícil o recia que sea la batalla espiritual y por muy débiles o cansados que nos sintamos, ¡perseveremos en la disputa de la buena batalla de la fe, pues al hacerlo tenemos garantizada la victoria por la gracia y el poder de Dios!