Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (Control de la natalidad)

enero 21, 2020

Enviado por Peter Amsterdam

[Living Christianity: The Ten Commandments (Birth Control)]

A medida que continuamos explorando el séptimo mandamiento —«No cometerás adulterio»— con respecto al matrimonio y el sexo desde la perspectiva de la ética cristiana, pasaremos a hablar del tema del control de la natalidad.

A lo largo de la Biblia se considera que tener hijos es una bendición de Dios. El primerísimo mandamiento que dio a Adán y Eva fue Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra; sojúzguenla y tengan dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se desplazan sobre la tierra[1]. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento la Escritura hace apreciaciones muy positivas sobre los hijos y su importancia.

Los hijos son un regalo del Señor; los frutos del vientre son nuestra recompensa. Los hijos que nos nacen en nuestra juventud son como flechas en manos de un guerrero. ¡Dichoso aquél que llena su aljaba con muchas de estas flechas! No tendrá de qué avergonzarse cuando se defienda ante sus enemigos[2].

Tu mujer será como una vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos serán como brotes de olivo alrededor de tu mesa. Así será bendecido el hombre que teme al SEÑOR[3].

¿Acaso no hizo el Señor un solo ser, que es cuerpo y espíritu? Y ¿por qué es uno solo? Porque busca descendencia dada por Dios. Así que cuídense ustedes en su propio espíritu, y no traicionen a la esposa de su juventud[4].

Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiera las manos sobre ellos y orara. Pero los discípulos los reprendieron. Entonces Jesús les dijo:
—Dejen a los niños y no les impidan venir a Mí, porque de los tales es el reino de los cielos
[5].

Y tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, tomándolo en sus brazos, les dijo: —El que reciba en Mi nombre a un niño como éste, me recibe a Mí; y el que a Mí me recibe, no me recibe a Mí sino al que me envió[6].

Tanto la iglesia católica romana como las iglesias protestantes coinciden en que los niños son una bendición de Dios. Sin embargo, cuando se trata del control de la natalidad no comparten la misma opinión. La iglesia católica mantiene que todas las formas de regulación de la natalidad son moralmente condenables, con una sola excepción: la abstinencia periódica del coito durante el tiempo fértil que tiene la mujer cada mes y que se conoce como el método Ogino-Knaus o método del ritmo. La iglesia católica considera que este es un método natural de regular la natalidad en contraste con técnicas artificiales.

Al parecer el pensamiento protestante fue similar al católico hasta los años 30 del siglo pasado, cuando la iglesia anglicana determinó que ciertas formas de anticoncepción eran aceptables. Desde entonces la mayor parte de las iglesias protestantes ha aceptado el uso de métodos anticonceptivos, pese a que algunos están considerados inmorales, como lo explicaré más abajo. Actualmente la mayoría de protestantes evangélicos estima que recurrir a técnicas contraceptivas es una decisión que cada pareja tiene la libertad de tomar y que depende de ella cuántos hijos desea tener. Dado que la Escritura enseña que los hijos son una bendición, generalmente se estima entre los protestantes que en algún momento de su matrimonio debieran plantearse tener hijos; al mismo tiempo se considera moralmente legítimo limitar el número de alumbramientos y el espacio entre ellos si así lo prefieren.

La iglesia católica romana y algunos cristianos protestantes que se oponen a la anticoncepción suelen aludir al caso de Onán en el libro del Génesis como precedente de su creencia de que el control de natalidad es pecaminoso. En el capítulo 38 de Génesis leemos que Dios quitó la vida a Er, hermano mayor de Onán, antes que hubiera tenido hijos. En la cultura de la época, cuando un hombre moría sin dejar descendencia, el pariente más cercano estaba obligado a casarse con la viuda del difunto para procrear un hijo. Éste era considerado descendiente del hermano fallecido y por ende, a la postre, capaz de cuidar de su madre, perpetuar el nombre de la familia y recibir doble porción de cualquier herencia que hubiera dejado el padre. Un matrimonio de esas características se conoce como levirato, derivado del latín lēvir, que significa cuñado.

Al morir Er, Judá [padre de Er y de Onán] dijo a Onán: —Únete a la mujer de tu hermano; cumple así con ella tu deber de cuñado, y levanta descendencia a tu hermano. Pero sabiendo Onán que el hijo que le naciera no sería considerado suyo, sucedía que cada vez que se unía a la mujer de su hermano, vertía [el semen] en tierra para no dar descendencia a su hermano. Pero lo que hacía era malo ante los ojos del SEÑOR, y también a él le quitó la vida[7].

El razonamiento católico romano es que Onán murió porque aplicó el coitus interruptus (retirada) como método anticonceptivo. Su postura es que el acto contraceptivo era inmoral y pecaminoso y que por eso a Onán se lo castigó con la muerte. Sostienen que este pasaje enseña que la anticoncepción es un pecado grave y que por tanto está prohibida.

Otra interpretación expresa que a Onán no se lo castigó por haber derramado el semen en el suelo, sino porque al hacerlo rehusó cumplir con su obligación según la ley del levirato. No fue solo un acto aislado, pues el pasaje dice que cada vez que se unía a la mujer de su hermano, Tamar, derramaba el semen en la tierra. Onán antepuso sus propios intereses a los Tamar y al virtual hijo de ella. Si un hombre moría sin dejar hijo, su herencia pasaba a su hija, y si no tenía hija, la herencia pasaba entonces a sus hermanos. Es posible que Onán no quisiera que Tamar tuviera hijos para poder acceder a la herencia de su difunto hermano. De ser así, a Onán no se lo juzgó por aplicar la anticoncepción, sino por ser egoísta y engañoso. Dios se molestó mucho por los actos y actitudes de Onán y como consecuencia le quitó la vida.

Los métodos modernos de anticoncepción ofrecen a los padres la opción de elegir cuántos hijos quieren tener y cuándo. Una pareja de recién casados, por ejemplo, quizá no esté por ahora en situación económica para iniciar una familia y prefiera esperar hasta que se encuentren en mejores condiciones para criar niños. Un matrimonio con varios niños pequeños tal vez no se sienta capaz de cuidar de otro niño en ese momento y por tanto es posible que prefiera esperar hasta que los dos se sientan capaces. Un libro de ética cristiana afirma:

Cada integrante de una familia tiene necesidades económicas, físicas, emocionales y espirituales. Los padres tienen el deber de saber si esas necesidades están satisfechas y también de determinar si la llegada de otra vida al hogar haría difícil o incluso imposible satisfacer las necesidades de todos los integrantes[8].

La anticoncepción puede contribuir a espaciar los hijos. Tener muchos hijos en intervalos demasiado cortos puede causar una tensión innecesaria a la madre y a la familia en general. Si bien la Biblia tiene una visión positiva de tener hijos no hay un mandamiento que inste a tener todos los hijos que sean posibles. En casos en que los padres ya tengan todos los hijos que prudencialmente puedan cuidar tal vez sea aceptable que recurran a medios contraceptivos para evitar futuros embarazos.

Si bien la anticoncepción suele ser moralmente aceptable para los protestantes, eso no quiere decir que todos los métodos de control de natalidad sean conforme a la moral. Los que se consideran acordes a ella son los que no aniquilan ninguna vida humana. Por ejemplo, los métodos que evitan que el esperma del hombre fertilice el óvulo de la esposa no destruyen la vida humana. Entre estos cabe mencionar el uso de un condón, un diafragma, una esponja, un espermicida y de la mayoría —aunque no de todas— las píldoras anticonceptivas. También abarca el método Ogino-Knaus que últimamente ha sido sustituido por el movimiento de planificación familiar natural. Si una pareja decide no tener más hijos en su vida, desde la perspectiva protestante es moralmente aceptable que el hombre se practique una vasectomía o que la mujer se haga una ligadura de trompas.

El motivo por el que estos métodos de contracepción se consideran moralmente aceptables es que evitan que el esperma alcance el óvulo y por ende previenen el embarazo. Existen otros métodos de regulación de la natalidad que operan de otra manera, toda vez que permiten que el óvulo sea fertilizado por el esperma masculino, pero luego evitan que el embrión se implante en la matriz de la madre. Una vez que el esperma del hombre fecunda el óvulo de la mujer se empieza a formar una nueva criatura con su singular ADN, lo que significa que los métodos de control de natalidad que causan la muerte del embrión —conocidos como abortivos— no se consideran moralmente aceptables. Entre estos figuran las píldoras del día después, así como los dispositivos intrauterinos (DIU).

Los niños son una bendición y quienes los procrean reciben un maravilloso regalo de Dios. Los padres son responsables por el cuidado y el bienestar de sus hijos, y para realizar bien la tarea de padres algunas parejas quizá decidan limitar el número de hijos que tengan, regular el momento en que los tengan o ambas cosas. La anticoncepción es un medio de conseguirlo, y cuando se emplea con oración puede ayudar a los padres a espaciar los nacimientos de sus hijos y a la vez limitar cuántos tienen, y así permitirles cuidar fielmente de las vidas que Dios les ha confiado.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.


[1] Génesis 1:28.

[2] Salmo 127:3–5 (RVC).

[3] Salmo 128:3,4.

[4] Malaquías 2:15 (NVI).

[5] Mateo 19:13,14 (RVA-2015).

[6] Marcos 9:36,37.

[7] Génesis 38:8–10.

[8] Feinberg, John F., Feinberg, Paul D., Ethics for a Brave New World (Wheaton: Crossway Publishers, 2010), 305,306.