Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (No robarás, 1ª parte)

julio 14, 2020

Enviado por Peter Amsterdam

Introducción

[Living Christianity: The Ten Commandments (You Shall Not Steal, Part 1). Introduction]

(Partes de este artículo provienen de los libros Christian Ethics de Wayne Grudem[1] y Christian Ethics: Contemporary Issues and Options de Norman Geisler[2], y La ética del reino de Glen H. Stassen & David P Gushee[3].)

El octavo mandamiento dispone que No robarás[4]. Al igual que los otros mandamientos, podría decirse que esta breve afirmación es el título de un subdirectorio bajo el cual se despliegan luego varios subtemas, muchos de los cuales abarcaremos en el presente artículo y los subsiguientes. Este mandamiento infiere que Dios nos ha dado a los seres humanos la propiedad de lo que poseemos. Propiedad es cualquier objeto que pertenece a alguien. Todo lo que te pertenece legalmente es de tu propiedad. La propiedad se divide en dos tipos: la «propiedad raíz», que es la tierra que uno posee; y la «propiedad personal» o los «bienes personales», que consisten en todo lo demás que una persona posee.

Naturalmente que en última instancia toda propiedad pertenece a Dios.

Si ahora ustedes me son del todo obedientes, y cumplen Mi pacto, serán Mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Aunque toda la tierra me pertenece[5].

Del SEÑOR es la tierra y todo lo que hay en ella; el mundo y los que lo habitan[6].

Mío es todo animal del bosque, y el ganado sobre mil colinas[7].

Si bien Dios en el fondo es el dueño de todo lo que existe, ha llamado a los seres humanos a ejercer dominio de la tierra en Su nombre.

«Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra; sojúzguenla y tengan dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se desplazan sobre la tierra». Dios dijo además: «He aquí que les he dado toda planta que da semilla que está sobre la superficie de toda la tierra, y todo árbol cuyo fruto lleva semilla; ellos les servirán de alimento. Y a todo animal de la tierra, a toda ave del cielo, y a todo animal que se desplaza sobre la tierra, en que hay vida, toda planta les servirá de alimento»[8].

Nuestra función es ser administradores que velan por la creación de Dios. Él además nos ha otorgado el derecho de administrar los bienes materiales con que nos ha favorecido y de gozar de ellos.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento encontramos creyentes que tenían propiedades. El relato veterotestamentario de 1 Reyes trata de Nabot que poseía una viña, la cual Acab, rey de Samaria, pretendía adquirir.

Acab habló a Nabot diciendo: —Dame tu viña para que me sirva como huerto de verduras, porque está junto a mi casa, y yo te daré por ella otra viña mejor que esta. O si te parece mejor, te pagaré su precio en dinero.
Nabot respondió a Acab: —¡Guárdeme el SEÑOR de darte la heredad de mis padres!
[9]

Asimismo vemos que Abraham, padre del pueblo hebreo, era bastante acaudalado. Así lo expresó su siervo cuando dijo:

Yo soy siervo de Abraham. El SEÑOR ha bendecido mucho a mi señor, y él se ha enriquecido. Le ha dado ovejas, vacas, plata, oro, siervos, siervas, camellos y asnos[10].

La ley mosaica contenía diversos preceptos y castigos con respecto al robo de propiedad ajena, entre ellos pagar una indemnización por daños infligidos a los animales o campos de otra persona[11]. Está claro en el contexto del Antiguo Testamento que las tierras y animales de un individuo le pertenecían y que otros debían honrar esos derechos de propiedad. En otros apartados de las leyes de Moisés figuraban leyes relativas a los límites de propiedad.

No cambiarás de lugar los linderos de tu prójimo, los cuales habrán sido establecidos por los antepasados en la heredad tuya, que recibirás en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da para que tomes posesión de ella[12].

El lindero se empleaba para demarcar los límites de las tierras de una persona; por ende, cambiarlo o moverlo era robarle tierras a un vecino.

No remuevas los linderos antiguos que pusieron tus padres[13].

No cambies de lugar los linderos antiguos, ni invadas la propiedad de los huérfanos[14].

En el Nuevo Testamento también averiguamos que la gente era propietaria de dinero, posesiones y tierras. Aunque a los creyentes se los estimula a ser generosos, no era mal visto que tuvieran posesiones. Se nos dice que el apóstol Pedro llegó a casa de María, la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos. Muchos estaban allí reunidos, orando[15]. Lucas nos relata en su viaje con el apóstol Pablo: Partimos y llegamos a Cesarea. Entramos a la casa de Felipe el evangelista, quien era uno de los siete, y nos alojamos con él[16].

En el libro de los Hechos también leemos que los creyentes «tenían todas las cosas en común».

Todos los que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas: vendían sus propiedades y sus bienes y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno[17].

La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común […]. Así que no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el producto de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad[18].

Estos actos de generosidad manifiestan una espléndida confianza en Dios, un inmenso amor los unos por los otros y grandes dosis de sacrificio.

El acto de compartir las pertenencias terrenales documentado en el libro de los Hechos de los Apóstoles era una ofrenda voluntaria. No todos los primeros creyentes renunciaban a todas sus posesiones ni aquello era tampoco una exigencia generalizada en la iglesia primitiva. A lo largo del libro de Hechos leemos que diversos creyentes poseían propiedades: Jasón (17:5); Ticio Justo (18:7); muchos cristianos de Éfeso (20:20); Felipe, el evangelista (21:8); Mnasón, de Chipre, que tenía una casa en Jerusalén (21:16); Priscila y Aquila (Romanos 16:5; 1 Corintios 16:19); Ninfas (Colosenses 4:15); Filemón (Filemón 1:2), y otros cristianos en general a los que escribió Juan (2 Juan 10).

En Hechos, capítulo 5, justo después de los versos que narran que los creyentes tenían todas las cosas en común y que vendían sus casas y ponían el producto de lo vendido a los pies de los apóstoles, leemos el relato de Ananías y Safira[19]. Nos enteramos de que estos vendieron una propiedad, pero él sustrajo parte del precio, sabiéndolo también su mujer; luego llevó solo el resto y lo puso a los pies de los apóstoles[20]. Se entiende implícitamente que Ananías aducía estar ofrendando a los apóstoles el precio total de la venta de la propiedad, pero que en realidad mentía, pues no estaban entregando sino una parte del dinero producto de la venta. El apóstol Pedro dijo: Reteniéndola, ¿no te quedaba a ti?, y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios[21], Pedro manifestó claramente que la propiedad era de ellos y que después de venderla, el dinero recibido también era de ellos. La contradicción surgió cuando mintieron acerca del precio obtenido; no obstante, el que poseyeran la tierra o el que obtuvieran el producto de lo vendido no tenía nada de malo.

El octavo mandamiento que censura el robo se nos aplica hoy en día a nosotros, como se reafirma en el Nuevo Testamento.

Los mandamientos —no cometerás adulterio, no cometerás homicidio, no robarás, [...] y cualquier otro mandamiento— se resumen en esta sentencia: Amarás a tu prójimo como a ti mismo[22].

¿No saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se engañen: que ni los inmorales sexuales ni los idólatras [...] ni los ladrones […] heredarán el reino de Dios[23].

El que robaba, no robe más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad[24].

Tomar sin permiso la propiedad ajena es robo y por tanto pecado, toda vez que el octavo mandamiento afirma: No robarás. Es importante entender además que si bien este mandamiento protege la propiedad y las posesiones, se sobreentiende que ampara igualmente todo lo que un individuo tiene a su cargo en calidad de administrador; o sea que también resguarda el tiempo, los talentos o habilidades y las oportunidades de una persona, lo que abordaremos en futuros artículos.

Por más que tengamos posesiones que sean de nuestra propiedad, desde la perspectiva de la Escritura tenemos que responder ante Dios por el uso que damos a esa propiedad; además somos responsables por la administración de la misma. Tenemos que rendir cuentas ante Él, ya que en el fondo Él es dueño de todo lo que existe y es quien en última instancia tiene autoridad sobre ello.

Sea que tengamos muchas o pocas posesiones, somos responsables ante Dios por la administración de las mismas. En el evangelio de Mateo, Jesús habla de un hombre que, yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos[25]. A su regreso el hombre pidió a cada uno de sus siervos que le respondieran por la administración del dinero que les había dejado encargado. Cada uno tenía que rendir cuentas de lo que se le había encomendado, fuera mucho o fuera poco. Aunque los siervos fieles habían recibido cada uno una suma distinta de dinero, se los elogió a ambos por igual gracias a la buena gestión que habían hecho del dinero. A los dos el maestro les dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor[26].


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.


[1] Grudem, Wayne, Christian Ethics (Wheaton: Crossway, 2018).

[2] Geisler, Norman L., Christian Ethics: Contemporary Issues and Options (Baker Academic, 2010).

[3] Stassen, Glen H. y Gushee, David P., La ética del reino (Mundo Hispano, Casa Bautista de Publicaciones, (2008-03-01).

[4] Éxodo 20:15.

[5] Éxodo 19:5 (NVI).

[6] Salmo 24:1.

[7] Salmo 50:10 (NBLA).

[8] Génesis 1:28–30.

[9] 1 Reyes 21:2,3.

[10] Génesis 24:34,35.

[11] V. Éxodo 21:28–36, 22:1–15; Deuteronomio 22:1–4, 23:24,25.

[12] Deuteronomio 19:14.

[13] Proverbios 22:28.

[14] Proverbios 23:10 (NVI).

[15] Hechos 12:12.

[16] Hechos 21:8.

[17] Hechos 2:44,45.

[18] Hechos 4:32–35.

[19] Hechos 5:1–10.

[20] Hechos 5:2.

[21] Hechos 5:4.

[22] Romanos 13:9.

[23] 1 Corintios 6:9,10.

[24] Efesios 4:28.

[25] Mateo 25:14,15.

[26] Mateo 25:21,23.