Barro y palacios

junio 22, 2013

Enviado por María Fontaine

¿Alguna vez has deseado que en la vida hubiera solo momentos estupendos en que, de un modo o en muchos aspectos, tus sueños se materializaran frente a tus ojos? Es posible que aprendas algo nuevo o que hagas progresos en algo que sea importante para ti. Es posible que tengas muy buenos ingresos, que establezcas contacto con personas que están deseosas de hallar una verdad espiritual y que toda tu vida esté llena de propósito. Sientes el cálido sol de Dios que te da una sensación de que tienes muchas bendiciones. Incluso si hace falta un esfuerzo mayor que el de costumbre, la satisfacción de lo que se logra por medio de ti te causa una gran emoción.

Aunque estoy segura de que a todos nos gustaría disfrutar constantemente de momentos como los que acabo de describir, la vida sigue; y a veces debemos hacer frente a un cúmulo de experiencias que son más difíciles de soportar. Lo que tenemos que enfrentar tal vez ponga a prueba nuestra paciencia y nuestra fe. Hallar valor en lo que hacemos puede parecer algo fugaz o hasta inexistente. Es posible que nos sintamos insatisfechos con nosotros mismos o con nuestras circunstancias si todos nuestros intentos de hacer lo correcto terminan cubiertos del fango de los problemas y dificultades.

En esas circunstancias resulta fácil pensar que uno está en situación de abandono, o que no se encuentra por ninguna parte la guía y el apoyo del Señor. El transcurso de los días nos puede parecer tan difícil como si camináramos por un pozo lleno de barro. Tenemos la sensación de que nuestros mejores esfuerzos de hacer el bien dan poco o ningún resultado; y nos parece que cada vez nos hundimos más en ese hoyo fangoso de desesperanza.

No obstante, se puede cobrar ánimo y motivación por el hecho de no ser la única persona en esa situación. Muchos seguidores de Dios —desde la época de la Biblia hasta el presente— pasaron tiempo en el fango mientras se dirigían a desempeñar tareas importantes que Él les había pedido que hicieran.

Pongamos el caso de Pablo. Muchos cristianos lo ven como un ejemplo de fe inquebrantable ante a la persecución y las dificultades que tuvo en gran parte de su ministerio. Sin embargo, aunque por lo general tuvo una actitud muy positiva en todo lo que enfrentó, debe haber tenido experiencias en el barro, por así decirlo. Una de ellas que me viene a la memoria fue que pasó dos años en Tarso, su ciudad natal.

En Damasco, después de su encuentro con Jesús y su subsiguiente conversión, Pablo había quemado las naves; había dejado su vida anterior. Se dedicó por entero a ser un discípulo de Jesús. Se había entregado de lleno, solo para descubrir que sus esfuerzos apasionados y la agitación que provocó en muchos de los dirigentes judíos lo habían convertido en un paria entre sus antiguos colegas judíos. Estaban tan enfurecidos que tenían asesinos que esperaban para matarlo antes de que saliera de la ciudad. Tampoco confiaban en él los que consideraba sus hermanos en Cristo. Debido a que antes perseguía a los cristianos, muchos de ellos ponían en duda la sinceridad de su conversión.

Al encontrarse abandonado y haber sido enviado a su ciudad natal[1] tengo la certeza de que debe haber sido muy difícil que no se sintiera fracasado en alguna medida. Sin embargo, no se dio por vencido basándose en las circunstancias en que se encontraba, solo porque su testimonio en Tarso parecía muy pequeño. Perseveró con lo poco que podía hacer por dos años hasta que el Señor envió a Bernabé con la idea de divulgar el Evangelio en Asia Menor y a la larga en todo el imperio romano[2].

¿Y Elías?[3] Después de su encuentro con la reina Jezabel y el rey Acab y de predecir la sequía y la hambruna que estaba a punto de llegarles debido a sus pecados, Dios envió a Elías a un lejano valle para que viviera junto a un arroyo, donde no había nadie a quien pudiera comunicar el mensaje de Dios. Probablemente se sintió bastante inútil al quedarse allí con poco que hacer aparte de tirar piedras para verlas saltar sobre el agua, y recordar todo lo que había sido y lo que había hecho hasta entonces. Y la situación empeoró.

Procuren imaginarse en esas circunstancias. Para entonces, Elías probablemente anhelaba irse y enfrentar al rey y a la reina dándoles más mensajes de Dios. Sin embargo, su siguiente misión no fue en el palacio, ni que desafiara a los profetas de Baal. Fue en Sarepta, un pueblo en el extranjero. No hubo un gran testimonio, no llegaron muchedumbres para alentarlo ni hubo enemigos que vencer. Solo una mujer pobre con un hijo, que tenía una casucha a la que lo invitó. ¿Por qué cayó tan lejos de donde había estado? Sin embargo, obedeció; fue fiel a pesar de que aquella situación debió haber parecido como una derrota total.

Persistió en esos tiempos de vacas flacas. Y cuando llegó el momento, Dios le pidió que desafiara a los cientos de profetas de Baal. Pedir que cayera fuego del cielo fue más poderoso que cualquier otra cosa que Dios había hecho antes por medio de Elías. Sin embargo, para Elías el resultado final no fue evidente mientras pasaba por aquella experiencia de una aparente inutilidad, o de caminar por el barro. Todo parecía llevarlo en la dirección opuesta de lo que quería hacer. Esconderse en otro país debió de hacerle parecer débil y cobarde. Debió haber sido muy humillante. Sin embargo, cuando volvió por órdenes de Dios, con el poder del Espíritu de Dios, para todos fue evidente que Dios hacía un milagro.

Es cierto que muchos grandes hombres de fe tuvieron momentos en que volaban alto, como José con el faraón, o Elías cuando pidió que cayera fuego del cielo, o Daniel en el palacio del rey; pero la mayor parte del tiempo se encontraban en el barro junto con todos los demás, porque allí es donde su fe quedó claramente demostrada y fortalecida.

En un momento José se encontraba prácticamente en la cúspide del mundo, incluso soñaba que sus hermanos mayores se inclinaban delante de él[4]. Y lo siguiente que pasó fue que esperaba ser vendido como esclavo en tierra extranjera[5]. A la larga alcanzó lo que probablemente pensó que era el pináculo del poder; dirigió la casa de una de las personas más importantes de Egipto. Sin embargo, esa situación duró poco tiempo, pues fue víctima de la vengativa esposa de aquel hombre; terminó en una celda de la cárcel por dar la cara por sus convicciones.

Me puedo imaginar el profundo desánimo y derrota que debe haber enfrentado. Parecía un desastre total. Sin embargo, aunque se sentía inútil, aprovechó lo poco que tenía y siguió esforzándose al máximo, aunque se tratara de interpretar sueños para un grupo de delincuentes y personas tan desafortunadas como él mismo. Aprovechó lo que tenía allí en el barro de la prisión, e influyó en la vida de alguien que a la larga fue crucial para lanzarlo al lugar que Dios le había preparado como la segunda persona al mando de Egipto[6].

El poder y el amor que tiene el Señor por la vida de Sus hijos se han manifestado en los peores y en los mejores momentos. Debe dar resultado en el barro, no solo en el palacio.

A veces esos momentos en el barro pueden ser precedidos de lo que podríamos pensar como nuestro mayor servicio para el Señor. Sin embargo, ¿quién puede predecir el futuro? Alguien lo expresó así: «Si no estamos muertos, ¡es que no hemos terminado!»

Daniel[7] había sido fiel al enfrentar muchas situaciones imposibles; una vez tras otra había demostrado a Nabucodonosor el poder de Dios. Sin embargo, llegó a un punto en que su presencia en la corte del nuevo rey Belsasar no fue vista con buenos ojos. Lo que parecía el fin fue solo un tiempo de preparación para algo que nadie esperaba. Dios intervino, trajo un nuevo orden mundial y dio a Daniel una tarea completamente nueva, la de ser el mentor de Darío, el rey del nuevo imperio medo-persa.

¿Y Moisés? Aunque Dios tuvo una razón para permitir que Moisés fuera criado en la corte del faraón, ese no sería su trabajo más importante. El Moisés joven, fuerte y confiado, en el tiempo que pasó en el palacio aún no estaba listo para ser el instrumento que Dios utilizaría para librar a Su pueblo[8]. Dios tendría que ponerlo en el barro de la tierra de Madián, donde se esforzaría por años en el desierto, donde tuvo que confiar en Dios para todo. Sin embargo, cuando vemos al hombre en el que se convirtió —anciano y sin facilidad de palabra[9], enviado por Dios a vivir entre los esclavos de Egipto, pero con fe en que Dios llevaría a cabo Su plan por medio de él—, sabemos que tenemos lo que hace falta para que ocurran milagros.

Es posible que nuestros palacios no se vean igual por fuera. En el caso de Moisés, parece que su palacio fue que se le cumplió el deseo de liberar a su pueblo de la esclavitud. El deber y lo mucho que luchó para guiar al pueblo de Dios tal vez no parezcan darnos la idea de un palacio, pero Dios ve los deseos de nuestro corazón y ha prometido cumplirlos si le encomendamos nuestros caminos a Él. ¿Qué podría ser mejor que eso?

¿Y Jesús? ¡Sin duda tuvo Sus momentos de barro! El Dios del universo dejó de lado las glorias del Cielo para enfrentar las frustraciones, el dolor y las tristezas de nuestra existencia; renunció al poder ilimitado que lo facultaba para hacer todo lo que Él antes había hecho. Jesús dijo: «Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos… pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza»[10]. Pasó la mayor parte del tiempo entre los pobres, los enfermos y los parias, porque allí Su luz se necesitaba más. Abrió la puerta para que entendiéramos las profundidades de Su amor por nosotros.

¿Te has encontrado esforzándote en uno de esos hoyos barrosos, preguntándote por qué Dios te arrancó algo valioso que hacías y te puso de cara al fango o en un lugar que más bien parecería la celda de una prisión si tuviera rejas físicas que te impidieran salir? Tal vez pases por uno de esos momentos de profeta, un tiempo en el que Dios te prepara para algo que tendrá repercusiones en el corazón de otros, algo que hará eco por la eternidad. Andar por fe completamente sucede solo cuando andar por vista ya no es una opción.

¿Alguna vez has pensado que algo salió muy mal en tu vida, hasta el punto en que Dios ya no podría rescatarte ni valerse de ti para algo que Él consideraría grandioso? Recuerda lo que dijo el rey David. Había hecho cosas terribles; sin embargo, en su arrepentimiento sabía que jamás había sido abandonado por el amor divino que no lo dejó en ningún momento.

«¿A dónde podría alejarme de Tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de Tu presencia? Si subiera al cielo, allí estás Tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo, también estás allí. Si me elevara sobre las alas del alba, o me estableciera en los extremos del mar, aun allí Tu mano me guiaría, ¡me sostendría Tu mano derecha! Y si dijera: "Que me oculten las tinieblas; que la luz se haga noche en torno mío", ni las tinieblas serían oscuras para Ti, y aun la noche sería clara como el día. ¡Lo mismo son para Ti las tinieblas que la luz!»[11]

Los ejemplos de quienes Dios llama grandes tienen todos algo en común: estaban resueltos a permanecer fieles en las épocas en que no podían ver el plan que tenía el Señor para ellos. Cada uno de ellos tuvo experiencias únicas, diseñadas por el Señor para ayudarlos a que llegaran a tener un carácter fuerte, como Dios lo quería. Tal vez tuvieron que aprender humildad, como José; o simplemente obedecieron con fe aunque algo pareciera imposible, como le pasó a Elías. En el caso de Daniel, algo que Dios parecía enseñarle fue que mientras estemos en esta vida, Dios tiene un propósito para nosotros aquí; y jamás sabemos del todo lo que depara el futuro.

Jesús obra en la vida de cada uno de nosotros según lo que necesitamos en cada momento; porque dos personas o dos vidas no son exactamente iguales. Sea lo que sea que tenga para ti el presente o lo que te depare el futuro, recuerda que tienes Su promesa de que Él siempre caminará a tu lado, ya sea en un palacio o en el barro.


[1] Hechos 9:22-31.

[2] Hechos 11:25-26, 13:1-3.

[3] 1 Reyes 17,18.

[4] Génesis 37:9-11.

[5] Génesis 37:28.

[6] Génesis 39-41.

[7] Daniel 5, 6.

[8] Éxodo 2:10-15.

[9] Éxodo 4:1-14.

[10] Mateo 8:20 NVI.

[11] Salmo 139:7-12 NVI

Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.