Lo esencial: El Espíritu Santo

junio 18, 2013

Enviado por Peter Amsterdam

El Espíritu Santo a lo largo de la Historia

En el artículo anterior vimos varios pasajes del libro de los Hechos que describen cómo vino el Espíritu Santo sobre los creyentes. En algunos casos, el Espíritu fue concedido en el preciso momento en que la persona comenzó a creer. En otros, primero vino la fe, y posteriormente el Espíritu Santo.

En el libro de los Hechos, el Espíritu Santo capacita a los creyentes para testificar[1], los unge para hablar y predicar con denuedo[2], les da orientación e instrucciones[3], y les confiere el don de lenguas y el de profecía[4]. En las Epístolas se habla más del Espíritu Santo, pero sin dar ejemplos de personas que lo recibieron o fueron bautizadas en Él, sino describiendo las funciones y los dones del Espíritu. En futuros artículos profundizaremos más en ellos.

Los dones espirituales en la Iglesia a lo largo de la Historia

Prácticamente todos los cristianos creen que el Espíritu Santo obró poderosamente en tiempos de la iglesia primitiva. En la historia cristiana hay evidentes milagros y otras manifestaciones del Espíritu, por ejemplo los milagros de curación que hicieron que muchos paganos se convirtieran al cristianismo en los primeros siglos de nuestra era. Hasta el siglo VII, varios padres de la Iglesia mencionan en sus escritos curaciones, manifestaciones del don de lenguas y expulsiones de demonios.

Sin embargo, en cierto momento la Iglesia comenzó a distanciarse de las manifestaciones del Espíritu Santo. Probablemente eso se debió a la cuestión de la autoridad. Si los profetas podían recibir y transmitir mensajes de Dios, eso se habría podido interpretar como un cuestionamiento de la autoridad de la iglesia oficial y las Escrituras.

En el seno de la Iglesia Católica Romana, y más tarde en algunas iglesias protestantes, con el tiempo fue enraizándose la doctrina de que al final de la etapa apostólica, aproximadamente en el año 100 d. C., las obras del Espíritu —y más concretamente los milagros, las curaciones y las profecías— llegaron a su fin, dejaron de producirse activamente. La mayor parte de la Iglesia se convenció de que, como la prédica del Evangelio había prendido bien en el mundo, ya no hacían falta los milagrosos dones del Espíritu, pues ya habían cumplido su propósito como validadores de la predicación del Evangelio por parte de los apóstoles. Esa postura se evidencia a finales del siglo II, cuando surgió un movimiento llamado montanismo que se centraba mucho en el hablar en lenguas y el don de profecía. Cierto autor explica:

[Los montanistas] representaban un resurgir de los profetas, que habían sido figuras destacadas en los primeros decenios de la Iglesia. […] Al ser bautizado, Montano [líder del movimiento] «habló en lenguas» y comenzó a profetizar. […] Dos discípulas suyas fueron también consideradas profetisas, portavoces del Espíritu Santo. El movimiento montanista se extendió mucho. Valoraba los documentos que contenían enseñanzas de Cristo y Sus apóstoles, pero creía que el Espíritu Santo, sin contradecir lo que allí constaba, continuaba hablando por boca de profetas, entre los que podía haber mujeres. […] Los montanistas, con su insistencia en que profetas inspirados por el Espíritu seguían apareciendo en la comunidad cristiana, supusieron una molestia para la regularidad administrativa representada por los obispos. […]  Ciertamente los profetas, a los que la iglesia primitiva había concedido un lugar inmediatamente después de los apóstoles, ya no eran reconocidos por la Iglesia Católica. Se consideraba que con el fin de la etapa apostólica había dejado de haber profetas inspirados[5].

El movimiento montanista duró hasta el siglo V, a pesar de que fue perseguido por la iglesia oficial. Luego desapareció. No obstante, varios padres de la Iglesia continuaron mencionando curaciones, manifestaciones del don de lenguas, expulsiones de demonios y profecías en sus escritos hasta el siglo VI. Con el paso del tiempo, la Iglesia se volvió más organizada, rígida y política, y las diversas manifestaciones del poder del Espíritu Santo se hicieron menos evidentes. A lo largo de los siglos, los movimientos que no aceptaban la doctrina católica romana fueron perseguidos y, en ocasiones, eliminados. Hay pruebas de que algunos de esos movimientos contaban con los dones milagrosos del Espíritu. Después de la Reforma en el siglo XVI, hubo también en algunos movimientos personas con el don de hablar en lenguas, sanar, expulsar demonios, etc. Por lo general tales movimientos no se desarrollaron dentro de las principales ramas aceptadas del protestantismo.

En el siglo XIX hubo un poco más de énfasis, especialmente por parte del Movimiento de Santidad[6] y otros, en la obra que realiza el Espíritu Santo en la vida de los cristianos.

Desde el comienzo del siglo XX ha habido un resurgimiento o reavivamiento de los dones carismáticos o milagrosos del Espíritu Santo. Fue entonces cuando empezó el pentecostalismo moderno, que a lo largo del siglo se convirtió en la rama del cristianismo de mayor crecimiento. Hoy en día hay aproximadamente 560 millones de cristianos pentecostales, carismáticos o neocarismáticos en todo el mundo.

Muchas ramas del cristianismo creen en los dones del Espíritu Santo enumerados en el Nuevo Testamento. Algunos cristianos opinan que, si bien muchos de esos dones siguen estando a nuestra disposición, los dones milagrosos —lenguas, profecía, curación— no lo están, y consideran que los que sostienen lo contrario están equivocados.

Olas de avivamiento

En el último siglo ha habido tres olas —como lo llaman algunos— o despertares de la acción del Espíritu.

Primero hubo el avivamiento pentecostal que empezó en los Estados Unidos en 1901 y fue el origen de las iglesias pentecostales. Los pentecostales consideran que el bautismo del Espíritu Santo suele ser una experiencia aparte, separada de la conversión o salvación. Sostienen que el don de hablar en lenguas es la principal señal o prueba del bautismo del Espíritu Santo y que hoy en día se deben emplear todos los dones del Espíritu. Las iglesias pentecostales suelen tener su propia estructura denominacional. Una de las mayores denominaciones pentecostales son las Asambleas de Dios[7].

La segunda ola fue el movimiento carismático, que se originó en los años 60 y 70. Los creyentes carismáticos no suelen tener una estructura denominacional separada, sino que se consideran protestantes o católicos llenos del Espíritu Santo que siguen en su iglesia tradicional. Se encuentran creyentes carismáticos en la Iglesia Católica Romana, en la Anglicana, en la Luterana, en la Bautista y en otras grandes iglesias. Procuran practicar todos los dones espirituales, incluido el de profecía, el de sanidades, el de milagros, el de lenguas, el de interpretación y el de discernimiento de espíritus, y sostienen que esos dones se manifiestan hoy en día dentro del cristianismo. A diferencia de los pentecostales, permiten distintos puntos de vista sobre si el bautismo del Espíritu Santo ocurre en el momento de la conversión o después de ella, y también sobre si el hablar en lenguas es la principal señal del bautismo del Espíritu Santo[8].

La tercera ola es un movimiento llamado neocarismático. Surgió a continuación del carismático, en la década de los 60, aunque su pleno impacto se sintió en los años 70. Abraza muchas de las doctrinas y prácticas de las iglesias pentecostales y carismáticas; no obstante, no se alinea con ninguno de esos otros movimientos. Los neocarismáticos promueven que se prepare a todos los creyentes para que empleen hoy en día los dones espirituales del Nuevo Testamento, y creen que la prédica del Evangelio debe ir acompañada de señales, prodigios y milagros, lo que algunos llaman evangelización poderosa. Por lo general enseñan que todos los cristianos reciben el bautismo del Espíritu Santo en el momento de la conversión, y que al referirse a experiencias subsiguientes es mejor decir que alguien «se llenó del Espíritu Santo» en vez de que «fue bautizado en el Espíritu Santo». Son neocarismáticas, por ejemplo, las iglesias de La Viña[9].

Diversas creencias acerca de cuándo se recibe el Espíritu

Dentro de esos movimientos existe toda una gama de creencias sobre cuándo se recibe el Espíritu Santo. Los pentecostales afirman que el bautismo del Espíritu es una experiencia secundaria posterior a la salvación; algunos carismáticos opinan lo mismo, mientras que otros admiten o creen que el Espíritu Santo se recibe juntamente con la salvación; y los creyentes neocarismáticos consideran que por lo general esa experiencia ocurre en el momento de la conversión. Los cristianos carismáticos que creen que el Espíritu se recibe con la salvación sostienen que hay ocasiones en que los creyentes reciben un refuerzo o una infusión adicional del Espíritu, y que eso puede suceder más de una vez.

Las denominaciones que no son ni pentecostales ni carismáticas consideran, por lo general, que uno recibe el Espíritu Santo en el momento de salvarse. Algunas de ellas, como los bautistas, son cesacionistas, es decir, creen que los dones carismáticos o sobrenaturales del Espíritu ya no tienen vigencia en la Iglesia de hoy. Otras iglesias no carismáticas sostienen que los dones del Espíritu siguen activos en la Iglesia y que Dios continúa concediéndolos, aunque no enfatizan los dones milagrosos como hacen los pentecostales. De esas denominaciones, ninguna considera que la experiencia de recibir el Espíritu Santo sea subsiguiente a la salvación.

La Biblia demuestra que el Espíritu Santo participa en la vida de los cristianos. Según el libro de los Hechos, el Espíritu Santo vino poderosamente sobre los creyentes, en algunos casos cuando recibieron la salvación y en otros un poco después. Puesto que algunos recibieron el Espíritu Santo al salvarse, parece válida la doctrina de que el creyente recibe el Espíritu en el momento de la salvación.

Jesús habló de nacer del Espíritu. Pablo dijo que las personas en las que no está el Espíritu de Dios no son de Él. Pedro dijo a algunos que si se arrepentían y se bautizaban —en otras palabras, si aceptaban a Jesús— recibirían el Espíritu Santo. Esos versículos indican que el Espíritu entra en la vida del creyente en el momento de la salvación.

Respondió Jesús: «De cierto, de cierto te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: “Os es necesario nacer de nuevo”. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu»[10].

Vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él[11].

Pedro les dijo: «Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo»[12].

Esos versículos indican que las personas reciben el don del Espíritu Santo al salvarse, al menos en cierta medida. Sin embargo, muchos cristianos experimentan una infusión o empoderamiento del Espíritu en una fecha posterior, lo cual no se debe desestimar.

Algunos teólogos proponen que esas personas que tienen una segunda experiencia al orar para recibir el Espíritu Santo en realidad no se habían salvado, y que al orar para recibir el don o bautismo del Espíritu Santo fue cuando conocieron la salvación; por eso sintieron dentro de sí con tanta fuerza el poder del Espíritu. Eso podría ser cierto en algunos casos; pero parece muy improbable que los cientos de millones de individuos que tuvieron una experiencia espiritual posterior a la salvación cuando oraron para llenarse del Espíritu Santo no se hubieran salvado hasta ese momento.

Una interpretación equilibrada

Da la impresión de que una mejor interpretación sería decir que uno recibe una medida del Espíritu Santo en el momento de salvarse. La presencia del Espíritu en la salvación produce en la persona un cambio y una regeneración espiritual. Recibir el Espíritu en el momento de salvarse puede compararse a llenar de agua un vaso.

En el caso de los cristianos que posteriormente piden en oración una infusión del Espíritu Santo o algunos dones del Espíritu, podría entenderse que se está echando más agua al vaso lleno, hasta que rebosa. En vez de considerar que esa es la única vez en que alguien recibe el don del Espíritu Santo, puede verse como un derramamiento adicional del Espíritu de Dios, que causa que este se desborde dentro de la persona. Esa infusión puede producirse más de una vez.

Es muy probable que los que no son partidarios de pedir la infusión del Espíritu Santo no tengan ciertos dones y manifestaciones del Espíritu, como el don de profecía, el de milagros, el de curación, el de lenguas y el de interpretación de lenguas, pues su forma de entender la Escritura impide que esos dones se manifiesten en su vida. Eso no significa que no tengan ningún don del Espíritu, ya que es muy posible que tengan muchos otros dones que no se manifiestan sobrenaturalmente, como el don de sabiduría, el de enseñanza, el de conocimiento, el de fe, el de servicio, el de exhortación, el de generosidad, el de dirigir o el de obrar con misericordia.

Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. De la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. Tenemos, pues, diferentes dones, según la gracia que nos es dada: el que tiene el don de profecía, úselo conforme a la medida de la fe; el de servicio, en servir; el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta,  en la exhortación; el que reparte, con generosidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría[13].

Jesús habló explícitamente de pedirle al Padre el Espíritu Santo cuando dijo:

Os digo: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide pescado, en lugar de pescado le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?»[14]

Si bien hay desacuerdo entre las diversas denominaciones sobre si todos los cristianos reciben el Espíritu Santo en el momento de su conversión o si es que el Espíritu solo se concede después de la salvación, lo más importante es recordar que la Escritura dice que el Padre da el Espíritu a los que se lo piden. Por consiguiente diríase que, independientemente del momento o de las circunstancias en que uno crea que se recibe el Espíritu Santo, los cristianos podemos pedirle a Dios que nos colme del Espíritu, a fin de llenarnos hasta rebosar del amor y el poder de Dios y así ser capaces de comunicar el mensaje de Jesús.

Por las diferentes interpretaciones de cómo y cuándo se recibe el Espíritu Santo se evidencia que las Escrituras a veces parecen apoyar distintas posturas. Cualquiera que sea la interpretación a la que uno se adhiera, se verá obligado a lidiar con pasajes que algunos entienden de otra manera. Muchas veces esas divergencias no afectan lo fundamental. En este caso, cualquiera que sea la interpretación que uno considere válida acerca de cuándo y cómo se recibe el Espíritu, ambos lados creen que se nos da el Espíritu Santo. Parece que lo más prudente es tener una postura más bien abierta con relación al cuándo y el cómo.

Por desgracia, esas diferencias doctrinales acerca del Espíritu Santo han causado posiciones encontradas entre diversas escuelas de pensamiento. Algunos que creen que el bautismo del Espíritu Santo es una experiencia subsiguiente a la salvación tildan de cristianos carnales o débiles a quienes no han orado específicamente para recibir el Espíritu Santo, y se consideran a sí mismos más espirituales o fuertes. Y por otra parte, algunos que no creen que el Espíritu Santo se reciba después consideran que los que defienden esa doctrina suelen concentrarse más en el aspecto experiencial de la fe y menos en la importancia de tener un buen fundamento en la Palabra de Dios.

Matt Slick, apologista cristiano, hace la siguiente observación:

El peligro de este fenómeno [la polémica sobre el bautismo del Espíritu Santo] es la división potencial del cuerpo de Cristo en dos categorías: los cristianos «normales» y los que han sido bautizados en el Espíritu Santo. Claro está que esa sería una forma errónea de juzgar a los cristianos, por la siguiente razón. Si usted saliera a caminar en una neblina, tardaría mucho en llegar a estar totalmente mojado. Por otro lado, si saliera cuando cae un aguacero torrencial, se quedaría rápidamente empapado.

Los que no han vivido el bautismo del Espíritu Santo (y con eso me refiero a una experiencia repentina e impactante) no son, de ninguna manera, ciudadanos de segunda clase. Son los que caminan en la neblina, los cuales experimentan al Señor durante un largo período de tiempo y son tan bendecidos como los que se meten de pronto en el torrente de la presencia del Espíritu[15].

En el libro de los Hechos, la manifestación de la infusión o bautismo del Espíritu Santo tuvo lugar en unos casos en el momento de la conversión, y en otros un tiempo después; pero tanto unos como otros tuvieron dentro de sí el Espíritu. A lo largo del Nuevo Testamento se habla de la participación del Espíritu Santo en la vida de los cristianos, ya que el Espíritu nos guía[16], nos concede dones y manifestaciones[17], nos lava y santifica[18], hemos recibido el Espíritu de Dios[19], el Espíritu nos enseña[20] y nos ayuda en nuestra debilidad[21], por Él predicamos el Evangelio[22] y lo tenemos morando en nosotros[23].

Parece que la actitud más cristiana sería aceptar que, aunque haya desacuerdo sobre ciertos puntos doctrinales con relación a cuándo y cómo reciben los creyentes el Espíritu Santo, todos los creyentes forman parte del cuerpo de Cristo y todos reciben el Espíritu Santo; y como cristianos deberíamos respetar y amar a quienes profesan nuestra misma fe. Como dijo el apóstol Pablo al escribir sobre los dones del Espíritu Santo: «Yo os muestro un camino mucho más excelente»[24], a lo que sigue su hermosa exhortación acerca de que el amor es más importante que manifestar los dones del Espíritu. «El mayor de ellos es el amor»[25].


[1] Hechos 1:8.

[2] Hechos 4:8,31; 6:10.

[3] Hechos 8:29; 10:19,20; 13:2,4; 15:28; 16:6,7.

[4] Hechos 2:4; 11:28; 19:6.

[5] Latourette, Kenneth Scott: Historia del cristianismo, tomo 1, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1958.

[6] El Movimiento de Santidad se constituyó en torno a una serie de creencias y prácticas, y surgió del metodismo del siglo XIX. Hacía hincapié en la doctrina de la perfección cristiana de John Wesley, según la cual uno podía vivir libre de pecado voluntario mediante una segunda obra de la gracia.

[7] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007, p. 801.

[8] Ibíd., p. 801.

[9] Ibíd., p. 801.

[10] Juan 3:5–8.

[11] Romanos 8:9.

[12] Hechos 2:38.

[13] Romanos 12:3–8.

[14] Lucas 11:9–13.

[15] Slick, Matt: ¿Qué es el bautismo en el Espíritu Santo?

[16] Si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la Ley (Gálatas 5:18).

[17] Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo (1 Corintios 12:4).

A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para el bien de todos (1 Corintios 12:7).

[18] Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Corintios 6:11).

[19] Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido (1 Corintios 2:12).

[20] Hablamos, no con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual (1 Corintios 2:13).

[21] El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad (Romanos 8:26).

[22] A estos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles (1 Pedro 1:12).

[23] Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros (2 Timoteo 1:14).

[24] 1 Corintios 12:31.

[25] 1 Corintios 13:13.

Traducción: Jorge Solá y Felipe Mathews.