Efectos del cristianismo (3ª parte)

abril 23, 2019

Enviado por Peter Amsterdam

[The Effects of Christianity (Part 3)]

(Los argumentos presentados en este artículo se han tomado del libro How Christianity Changed the World, de Alvin Schmidt[1].)

En este tercer artículo de la serie vamos a seguir examinando los efectos positivos que ha tenido el cristianismo en el mundo desde la muerte y resurrección de Jesús. En este en particular nos centraremos en dos aspectos: el surgimiento de hospitales y escuelas.

Hospitales

Hay pruebas de la existencia de centros sanitarios antes del advenimiento del cristianismo. En la antigua Mesopotamia y en Egipto (5000–2000 a. C.) hubo algo parecido a hospitales, y en la India, desde el siglo V a. C., la religión budista instituyó establecimientos médicos. En tiempos de Roma había hospitales militares para soldados, pero no prestaban servicios al resto de la población.

En los tres primeros siglos, los cristianos sufrieron intermitentemente duras persecuciones; por consiguiente, solo podían cuidar de los enfermos acogiéndolos en su propia casa para tratar sus dolencias. A partir del año 324 d. C., una vez que el cristianismo fue legal y pudo practicarse libremente, los cristianos se hallaron en una situación mucho más favorable para ofrecer atención institucional a enfermos y moribundos. El Concilio de Nicea del año 325 d. C. daba instrucciones a los obispos para que establecieran hospicios en todas las ciudades que tuvieran catedral. La finalidad de los hospicios era no solo cuidar de los enfermos, sino también ofrecer albergue a los pobres y a los peregrinos cristianos. Eso estaba en consonancia con las enseñanzas de Jesús.

«Estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme». Entonces los justos le responderán diciendo: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos, o desnudo y te vestimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?» Respondiendo el Rey, les dirá: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis»[2].

El apóstol Pedro escribió: «Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones»[3]; y el apóstol Pablo, en sus instrucciones a los líderes de la iglesia, dijo que «es necesario que el obispo sea […] hospedador»[4]. De los líderes de la iglesia se esperaba que practicaran la hospitalidad acogiendo tanto a extraños como a cristianos necesitados, y eso incluía cuidar de los enfermos y moribundos. El primer hospital lo construyó S. Basilio en Cesarea de Capadocia (Turquía central) hacia el año 369 d. C. El siguiente se edificó en una ciudad cercana, Edesa, en el año 375 d. C. El primer hospital de Occidente fue construido en Roma hacia el año 390 d. C. por Fabiola, una viuda adinerada vinculada a S. Jerónimo, importante maestro cristiano. En el año 398 d. C. ella mismo fundó otro hospital a unos 25 kilómetros al suroeste de Roma. A finales del siglo IV y principios del V, S. Juan Crisóstomo (m. 407) mandó construir hospitales en Constantinopla. En el siglo VI, los hospitales ya se habían convertido en un elemento habitual de los monasterios. En el siglo IX, durante el reinado de Carlomagno, emperador del Sacro Imperio Romano, se edificaron numerosos hospitales. A mediados del siglo XVI había 37.000 monasterios benedictinos para cuidar de los enfermos. En aquella época, los hospitales abundaban en Europa.

Si bien los cruzados, que llevaron a cabo ocho guerras entre 1096 y 1291 para liberar Tierra Santa del dominio musulmán, merecen ser duramente condenados por algunos de los actos que cometieron, algo que hicieron bien fue construir hospitales en Palestina y en otras regiones de Oriente Medio. También fundaron órdenes hospitalarias, dedicadas a la prestación de asistencia sanitaria a todas las personas, tanto cristianas como musulmanas. La Orden de los Hospitalarios reclutaba a mujeres para cuidar a los enfermos. La Orden Hospitalaria de S. Lázaro se dedicó a atender a los enfermos.

Los caballeros de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén no solo tenían y operaban hospitales, sino que también admitían a los locos. En 1409 fundaron un manicomio en Valencia, España[5].

En Estados Unidos, uno de los primeros hospitales fue fundado por los cuáqueros a principios del siglo XVIII, y hasta principios del XIX no hubo sino uno más. En la segunda mitad del siglo XIX surgieron muchos más, más que nada construidos por iglesias locales y confesiones cristianas. A los hospitales solían ponerles el nombre de la denominación que los financiaba, como Hospital Bautista, Hospital Luterano, Hospital Metodista u Hospital Presbiteriano. A otros les pusieron nombres como Hospital de S. Juan, de S. Lucas, de Sta. María, etc.

Educación

Otro aspecto en el que influyó el cristianismo fue el de la educación pública para todos los niños. Hoy en día, las escuelas públicas gratuitas son de lo más corriente; pero no siempre fue así. Antes del siglo XVI, en Europa la mayor parte de la enseñanza, sobre todo a nivel de primaria, era financiada e impartida por la iglesia en escuelas parroquiales. Lamentablemente, pocas personas sabían leer y escribir, ya que eran muy pocos los que asistían a las escuelas religiosas.

Martín Lutero (1498–1546) abogó por un sistema de escuelas del Estado en las que alumnos de ambos sexos recibieran enseñanza en el idioma local a nivel de primaria, y posteriormente en latín en escuelas secundarias y universidades[6]. Su colega Felipe Melanchthon (1497–1560) convenció a las autoridades civiles alemanas para que pusieran en marcha el primer sistema de escuelas públicas. Con el tiempo, la idea de Lutero de hacer obligatoria la educación arraigó también en otros países. Hoy en día, el concepto de que todos los niños deben ir al colegio está recogido en las leyes de casi todos los países.

Educación para los sordos

La enseñanza de un idioma inaudible a los sordos se debe en gran medida a tres cristianos: el abate Charles-Michel de L’Épée, Thomas Gallaudet y Laurent Clerc. L’Épée fue un clérigo que en 1775 desarrolló una lengua de señas para enseñar a los sordos en París. Su meta era que estos oyeran el mensaje de Jesús[7]. Thomas Gallaudet y Laurent Clerc llevaron a Estados Unidos la lengua de señas de L’Épée.

Laurent Clerc nació en una aldea cercana a Lyon, Francia, y perdió la audición cuando tenía un año. Ingresó a la Escuela Nacional de Sordos de París y con el tiempo se convirtió en maestro de la misma. Thomas Gallaudet, un predicador que quería ayudar a los sordos, visitó la escuela en la que enseñaba Clerc para aprender la lengua de señas. Ambos decidieron entonces viajar juntos a Estados Unidos para abrir allí la primera escuela para sordos. Antes de volver a Europa para aprender más sobre trabajar con los sordos, Gallaudet le había dicho a una niña sorda: «Cuando regrese espero enseñarte muchas cosas sobre la Biblia, Dios y Cristo»[8]. En 1817, los dos hombres fundaron una escuela para sordos. En 1864, un hijo de Gallaudet fundó la primera escuela superior para sordos, que hoy en día se conoce como la Universidad Gallaudet de Washington, D. C.

Educación para los ciegos

No se sabe mucho sobre el cuidado de los ciegos en los primeros siglos después de la muerte y resurrección de Jesús. En el siglo IV, había cristianos que operaban centros para ciegos. En el año 630 se construyó en Jerusalén un typholocomium (typholos = ciego + koméo = yo cuido). En el siglo XIII, Luis IX (S. Luis) edificó en París un hospicio para ciegos. En la década de 1830, Louis Braille, un cristiano francés de gran dedicación que había perdido la vista a temprana edad, diseñó un sistema de lectura para invidentes. Se enteró de un sistema que usaban los militares, basado en puntos en relieve para poder leer mensajes a oscuras. A partir de esa idea, desarrolló su propio sistema de puntos punzados en relieve que permitía leer a los invidentes. En su lecho de muerte dijo: «Estoy convencido de que mi misión en la Tierra ha terminado. Ayer gusté las delicias supremas. Dios se dignó hacer brillar ante mis ojos los esplendores de las esperanzas eternas»[9].

Universidades

Se acepta comúnmente que la universidad más antigua de Europa que sigue funcionando es la de Bolonia, Italia, fundada en 1158. Se especializaba en derecho canónico (regulación de la iglesia). La siguiente universidad europea fue la de París, fundada en 1200. En un principio se especializó en teología, y en 1270 se agregó el estudio de la medicina. Bolonia sirvió de modelo a varias universidades de Italia, España, Escocia, Suecia y Polonia. La Universidad de París fue modelo para la de Oxford y varias de Portugal, Alemania y Austria. El Emmanuel College, un college cristiano británico que forma parte de la Universidad de Cambridge, sirvió de modelo a Harvard en Estados Unidos[10].

La Universidad de Harvard, una de las más prestigiosas de Estados Unidos, se estableció con el propósito de preparar a ministros del evangelio. Su lema original era (en latín) «Para Cristo y la iglesia». Fue fundada por la Iglesia Congregacional. Otras destacadas universidades de Estados Unidos fueron fundadas también por confesiones cristianas, como el College of William and Mary (episcopal), la Universidad Yale (congregacional), la Universidad del Noroeste (metodista), la Universidad de Columbia (episcopal), la Universidad de Princeton (presbiteriana) y la Universidad Brown (bautista).

El cristianismo desempeñó un importante papel en la historia y el desarrollo de instituciones educativas y hospitales, con lo que contribuyó a crear un mundo mejor.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Alvin J. Schmidt, How Christianity Changed the World (Grand Rapids: Zondervan, 2004).

[2] Mateo 25:36–40.

[3] 1 Pedro 4:9.

[4] 1 Timoteo 3:2, también Tito 1:7,8.

[5] W. E. H. Lecky, History of European Morals (Nueva York: Vanguard Press, 1926), 81.

[6] Martín Lutero, «Prefacio», Catecismo Menor.

[7] Harlan Lane, When the Mind Hears (Nueva York: Random House, 1984), 58.

[8] Ibíd., 185.

[9] Etta DeGering, Seeing Fingers: The Story of Louis Braille (Nueva York: David McKay, 1962), 110.

[10] Schmidt, How Christianity Changed the World, 187.