Emanuel

diciembre 8, 2015

Enviado por Peter Amsterdam

[Immanuel]

En Navidad se celebra uno de los sucesos más importantes de la historia de la humanidad: el momento en que Dios entró físicamente en nuestro mundo en la persona de Su Hijo, Jesús. Al narrar la llegada de Dios al mundo, el evangelio de Mateo dice que los sucesos que condujeron al nacimiento de Jesús fueron «para que se cumpliera el mensaje del Señor a través de Su profeta: “¡Miren! ¡La virgen concebirá un niño! Dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel, que significa ‘Dios está con nosotros’”»[1].

En el Antiguo Testamento se habla de la presencia de Dios entre Su pueblo, de que Él está con nosotros. Se hace patente en el relato del huerto del Edén, donde Dios conversó con Adán al fresco del día[2]; en la columna de nube y la de fuego que guiaron a Moisés y a los hijos de Israel desde Egipto hasta la Tierra Prometida[3]; en el arca del pacto[4] y el lugar santísimo[5]. Dios también le aseguró a Su pueblo que estaría con ellos cuando fueran a la batalla[6], y cuando tuvieran temor o se enfrentaran a grandes dificultades[7].

Más adelante, en el Nuevo Testamento, la presencia de Dios cobró un significado totalmente nuevo con la encarnación, la adopción por parte de Dios de un cuerpo físico cuando Jesús nació. La concepción de Jesús fue distinta de cualquier otra que haya habido antes o después. Su madre, María, una virgen prometida —pero no casada todavía— con José, un carpintero judío, recibió la visita de un ángel que le anunció: «Concebirás y darás a luz un hijo que será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de Su padre David; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reino no tendrá fin»[8].

Cuando ella puso en duda que eso pudiera suceder por el hecho de que era virgen, el ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Niño que nacerá será llamado Hijo de Dios»[9]. Nueve meses después nació esa persona única que era a la vez Dios y hombre: Emanuel, «Dios con nosotros».

La presencia de Dios entre nosotros se evidenció en hechos de Jesús que reflejaban atributos divinos, tales como:

  • Compasión: cuando sanó a los que padecían lepra[10], parálisis[11], ceguera[12], epilepsia[13], fiebre[14], hidropesía[15], sordera[16] y opresión demoniaca[17].
  • Cuidado y provisión general para toda la humanidad y preocupación por los pobres y hambrientos: cuando alimentó a multitudes de cinco mil[18] y cuatro mil[19] personas.
  • Poder sobre la naturaleza: cuando caminó sobre el agua y ordenó al viento y a la tormenta que se apaciguaran[20].
  • Poder sobre la muerte: cuando resucitó al único hijo de una viuda[21], a una niña de doce años[22] y a Su amigo Lázaro[23].
  • Misericordia: cuando perdonó pecados[24].
  • Amor: cuando estuvo dispuesto a que lo mataran colgándolo de una cruz con el fin de que pudiéramos establecer una relación eterna con Dios[25].

Por medio de Sus enseñanzas, Jesús nos dio a conocer el carácter de Dios. Es algo que se aprecia en particular en las parábolas, que describen varios aspectos de la naturaleza divina. Dios es:

Jesús, «Dios con nosotros», nos reveló hasta qué extremos es capaz de llegar Dios a fin de reconciliar consigo a la humanidad: Dios ordenó que Él mismo —en la persona de Dios Hijo— sufriera el castigo de los pecados de la humanidad, de modo que pudiéramos vivir con Él eternamente.

Se observa una continuación del «Dios con nosotros» en el hecho de que, después de Su muerte y resurrección, Jesús enviara al Espíritu Santo para que habitara en los creyentes.

Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre; es decir, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni lo ve ni lo conoce, pero ustedes sí lo conocen porque mora con ustedes y estará en ustedes[39].

¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? […] ¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios?[40]

Porque ustedes son hijos, Dios ha enviado el Espíritu de Su Hijo a nuestros corazones, clamando: «¡Abba! ¡Padre!»[41]

La Navidad es la celebración del «Dios con nosotros», del nacimiento de la encarnación del Hijo de Dios, que vivió y murió a fin de hacer posible que estableciéramos una relación con Dios y que el Espíritu de Dios habitara en nuestro interior. ¡Qué buena razón para celebrar con alegría!

En Navidad y cada día del año, todos nosotros en quienes habita el Espíritu de Dios somos en cierto sentido una extensión del «Dios con nosotros» en nuestra comunidad: para nuestros amigos y vecinos, nuestros colaboradores, los que nos atienden en los locales comerciales y restaurantes, y los desconocidos a quienes el Señor pone en nuestro camino. El amor que expresamos al relacionarnos con el prójimo, nuestras palabras, nuestras acciones, la amabilidad y generosidad que manifestamos, la ayuda que ofrecemos, reflejan que el Espíritu Santo habita en nuestro interior. Cuando otras personas perciben en nosotros algo singular y poco común y les explicamos que Dios está con nosotros y puede estar también con ellas, contribuimos a que se cumpla el propósito fundamental de la Navidad.

Esta época del año es excelente para difundir el evangelio, para dar a conocer que «de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna»[42]. Todos tenemos la misión de esforzarnos al máximo por comunicar a los que necesitan a Dios la noticia de que Él está con nosotros.


[1] Mateo 1:22,23. Todos los versículos están tomados de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy.

[2] Génesis 3:8.

[3] Éxodo 13:21,22.

[4] Éxodo 25:22.

[5] Éxodo 26:34. V. también Éxodo 40:34–38.

[6] Deuteronomio 20:1, 31:6; Josué 1:9.

[7] Isaías 41:10, 43:2.

[8] Lucas 1:31–33.

[9] Lucas 1:35.

[10] Mateo 8:1–4; Marcos 1:40–45; Lucas 5:12–15, 17:12–14.

[11] Marcos 2:1–12.

[12] Mateo 9:27–30, 20:30–34, 21:14; Marcos 8:22–25, 10:46–52; Lucas 18:35–43; Juan 9:1–7.

[13] Mateo 17:15–18; Marcos 9:25–27.

[14] Mateo 8:14,15; Marcos 1:30,31; Juan 4:46–53.

[15] Lucas 14:1–4.

[16] Marcos 7:32–37.

[17] Mateo 12:22,23, 9:31–33; Lucas 4:33–35, 8:27–35, 9:38–42.

[18] Mateo 14:14–21; Marcos 6:35–44; Lucas 9:12–17; Juan 6:5–13.

[19] Mateo 15:32–38; Marcos 8:2–9.

[20] Mateo 14:22–33; Marcos 4:35–41, 6:45–51; Lucas 8:22–25; Juan 6:16–21.

[21] Lucas 7:11–16.

[22] Marcos 5:22,23, 35–43.

[23] Juan 11:1–44.

[24] Mateo 9:2–8; Marcos 2:1–12; Lucas 5:18–26, 7:44–50.

[25] Colosenses 1:19–22, 2:13,14; Efesios 2:13–19.

[26] Lucas 15:11–32.

[27] Lucas 11:5–8.

[28] Lucas 11:9–13; Mateo 7:9–11.

[29] Mateo 18:12,13; Lucas 15:4–7.

[30] Lucas 15:8,9.

[31] Mateo 13:24–30.

[32] Marcos 4:26–29.

[33] Lucas 12:13–21.

[34] Mateo 18:21–35.

[35] Lucas 16:19–31.

[36] Lucas 7:40–50.

[37] Lucas 10:25–37.

[38] Mateo 20:1–16.

[39] Juan 14:16,17.

[40] 1 Corintios 3:16, 6:19.

[41] Gálatas 4:6.

[42] Juan 3:16.