Gloria en Getsemaní

junio 23, 2018

Enviado por María Fontaine

[Glory in Gethsemane]

En un artículo anterior, escribí acerca de las preocupaciones y temores que causan estrés en nuestra vida y que son sobre lo que podría ocurrir, pero que en muchos casos nunca sucede. Sería bueno que todos nuestros problemas encajaran en esa categoría. Sin embargo, hay estrés que resulta de lo que en realidad nos pasa. Esos acontecimientos suceden ahora o ya ocurrieron, y es muy real su impacto en nuestro cuerpo, mente y espíritu.

A veces padecemos una enfermedad grave, sufrimos una tragedia inexplicable o pérdida, o tenemos otras dificultades. Esos acontecimientos pueden paralizar nuestra vida y entorpecer nuestra perspectiva del presente o nuestra esperanza para el futuro, a menos que ejercitemos «los músculos con los que nos aferramos a Jesús» y aprovechemos el poder de Sus promesas en medio de nuestro trauma.

Nuestras circunstancias no siempre mejoran de inmediato de la manera en que nos gustaría. Es posible que haya situaciones que continúen afectando en gran medida nuestro cuerpo, mente y emociones. Tal vez no sintamos alivio inmediato, pero sepamos por fe que Él va a proveer lo que necesitamos para ayudarnos a seguir adelante. Lo que Jesús ha prometido es que a medida que corramos a Sus brazos que nos dan refugio, Él nos dará paz que sobrepasa todo entendimiento, y Él proveerá lo que necesitamos para que a la larga nuestros problemas resulten en un bien mayor tanto para nosotros como para otras personas.

En muchos casos, el sufrimiento físico o el trauma emocional de algo que está sucediendo ahora, no va a terminar forzosamente. No vamos a poder simplemente hacer que todo desaparezca. Es posible que ni siquiera entendamos las razones por las que algo sucedió o resultó de esa manera.

¿Cuál es la solución para salir vencedores en circunstancias tan abrumadoras? La clave está en crear un fuerte vínculo con Jesús que nada pueda debilitar. Nuestra fe y confianza en Dios deben aumentar día a día. A medida que hacemos lo que podemos, Jesús proveerá lo que necesitamos de modo que podamos extender nuestra fe más allá de las circunstancias, al conocimiento de que sea lo que sea que enfrentemos en esta vida, no nos separaremos de Él[1].

Jesús lo explicó así:

En el huerto de Getsemaní, Yo estaba a punto de enfrentar los terribles acontecimientos que culminarían en Mi muerte. Mi Padre me permitió ver el proceso de lo que vendría y que eligiera pagar el precio que tendría que pagar nuestro amor —el de Él y el Mío— por la humanidad. Yo estaba con Mi Padre, pero eso no eliminó la agonía, la tortura, el dolor indescriptible que Yo elegía soportar por ustedes. Aunque necesitaba enfrentar el costo de lo que el amor me instaba a hacer por ustedes, era el amor de Mi Padre por Mí lo que me dio las fuerzas para decidir: «no se haga Mi voluntad, sino la Tuya».

Su presencia fue una realidad más segura que cualquier trauma físico. Su consuelo alivió la angustia cuando hasta Mis amigos me abandonaron. En Sus ojos encontré el gozo para remplazar la vergüenza y las burlas de los que no entendían lo que Yo hacía por ellos.

Esa unión con el Padre no eliminó el sufrimiento. No quitó el dolor ni la agonía de lo que Yo iba a pasar. En cambio, toda la situación se llenó del poder de Nuestro amor. Eso me dio las fuerzas y la gracia para que Mi crucifixión se volviera el acontecimiento más glorioso de la Historia.

¡Todo en Mí como ser humano se oponía a gritos a que Yo enfrentara esas cosas aterradoras! Sin embargo, sabía que la única manera de lograr Mi propósito era al aceptar Su voluntad. Tuve que enfrentar la realidad, sabiendo muy bien lo horrible que eran las cosas que estaban a punto de suceder y la angustia que Yo enfrentaría. Pasé por todas las experiencias de la humanidad, inclusive el tormento de sentirse perdido; y también de sentirme separado de Mi Padre debido al pecado.

Y cuando Mi mente terrenal no lo podía soportar, clamé: «¿Por qué me has desamparado?» Mi humanidad soportaba «la paga del pecado»: una muerte sin esperanza. Por medio de Mi humanidad llevé el peso de los pecados del mundo, Mi espíritu no podía morir jamás; ¡nunca podría ser separado de Mi Padre! Juntos destruimos el poder de la muerte y el infierno sobre todos los que acudirán a Mí. Por esa razón, a pesar del sufrimiento y de todo lo que el hombre y Satanás podrían hacer para evitarlo, con todo Mi corazón vencí la muerte y dejé Mi espíritu en las manos de Mi Padre. Esa fue la máxima declaración de un vencedor, la de aferrarme a Él a pesar de todo.

Les he dado la manera de ser uno conmigo, y por medio de Mí ser uno con Mi Padre. La mayor derrota del temor y el dolor e incluso de la muerte es la paz sobrenatural que viene de la fe, incluso en medio de un sufrimiento terrible.

Es posible que se pregunten la razón por la que muchos de Mis hijos de todas las épocas pudieron soportar sucesos traumáticos a largo plazo. Se debe a que tenían algo que también ustedes pueden tener si están dispuestos a aferrarse a Mí a medida que crecen en la fe y confían día a día. Es posible que continúe la adversidad, la tribulación, que la batalla en este mundo sea difícil, pero su espíritu se vuelve más fuerte porque saben que estoy ahí apoyándolos y, cuando sea necesario, los llevaré en brazos, cada paso del camino. A medida que acuden a Mí, puedo darles paz y la determinación para seguir adelante en medio de las dificultades. Puedo superar de manera sobrenatural el estrés al darles Mi paz. Puedo ayudarles a fin de que a la larga sus problemas se conviertan en fortalezas y en productividad.

Esa es la clase de vínculo que deben llegar a tener conmigo. Es un proceso continuo. No solo meditan u oran o tienen comunión conmigo un poquito por aquí y por allá, y después tienen una gran fe y un fuerte vínculo que los llevará adelante por el resto de su vida. Es un proceso de aprendizaje, a medida que gradualmente encuentran formas de incluirme en toda situación.

He prometido estar siempre con ustedes. Proveeré todo lo que necesiten. No permitiré que lleven una carga mayor de la que pueden soportar. Recuerden que veo su corazón. Sé cuándo están haciendo lo que pueden. No dejen de perseverar, no dejen de crecer, sigan dando los pasos que les indico que den. Tendrán lo que necesitan para que soporten lo que sea que llegue a su vida. Mi Espíritu y Mi Palabra pueden ayudarlos a ver los desafíos de la vida desde una nueva perspectiva. No dejen de confiar en Mí, incluso cuando sus circunstancias parezcan insoportables o las dificultades sean imposibles de vencer. Puedo hacer por ustedes lo que el Padre hizo por Mí.

* * *

María: La muerte de Jesús en la cruz es el mayor testimonio de sumisión y confianza; y nunca me cansaré de escuchar sobre el tema. Su ejemplo sigue cobrando vida en la existencia de Sus hijos en muchas formas, a medida que siguen a Jesús. El Señor hace poco me hizo notar un ejemplo de la vida de una de Sus fieles seguidoras. Demuestra lo que Dios es capaz de hacer.

La situación no podría haber sido de mayor desesperanza o grave para la Dra. Helen Roseveare, doctora y misionera que se encontraba en el Congo durante un período de intensa crisis en la década de los sesenta. La mayoría de los extranjeros huyeron, pero ella y unos pocos más se quedaron para ayudar a las personas que estaban allí y que eran víctimas de actos brutales por parte de varios grupos militarizados. Los misioneros y sus conversos fueron atacados salvajemente muchas veces.

Jesús no la libró milagrosamente del sufrimiento junto con los otros. Él la acompañó cuando pasó por épocas terribles y difíciles. Ella comentó que en algunas situaciones, la muerte inmediata habría sido un resultado positivo para ella y para otros que la acompañaban cuando tuvieron enormes dificultades. Sin embargo, incluso en esa situación ocurrieron milagros. Entre otros, muchas almas sedientas estuvieron dispuestas a arriesgarse a todo para escuchar lo que ella les diría acerca de su amor por Jesús. Ella optó por correr hacia la necesidad, a pesar de los problemas, porque sabía que en ese lugar podría ayudar más a otros.

Esta es su historia. Cada parte es de diez a doce minutos. Vale la pena escuchar todo el testimonio.

Parte 1 https://www.youtube.com/watch?v=D4QdQ0lpRyI

Parte 2 https://www.youtube.com/watch?v=G9bTBimRvjw

Parte 3 https://www.youtube.com/watch?v=ssl5vUxJgqw

Parte 4 https://www.youtube.com/watch?v=SZ1YLWvKeRM


[1] Romanos 8:38-39.