Jesús, Su vida y mensaje: Cuando un hermano peca
julio 7, 2020
Enviado por Peter Amsterdam
Jesús, Su vida y mensaje: Cuando un hermano peca
[Jesus—His Life and Message: A Brother’s Sin]
En el Evangelio de Mateo, Jesús enseña a Sus discípulos qué hacer cuando un discípulo/creyente peca contra otro. En toda comunidad de creyentes, habrá ocasiones en que un creyente agravie a otro. Eso es inevitable, dado que los creyentes somos humanos y por tanto somos todos pecadores. A causa de la inevitabilidad de tales agravios, Jesús dio instrucciones a Sus discípulos —y por extensión a todos nosotros— acerca de qué hacer en esas circunstancias.
Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo estando tú y él solos; si te oye, has ganado a tu hermano[1].
La palabra griega adelphos, traducida aquí como «hermano», tanto puede significar «hermano» como «hermana»; por consiguiente, Jesús se refería a discípulos de ambos sexos. Hay una versión de la Biblia que dice: «Si un creyente peca contra ti» (NTV).
Jesús dio estas instrucciones pensando en un cuerpo de creyentes, una iglesia. Plantea el caso de que un creyente peque contra otro. Cuando eso sucede, dice que el agraviado debe hablar con el agraviador. Esto es cuando se ha cometido un auténtico pecado, no cuando hay una simple diferencia de opinión. La conversación inicial debe ser en privado, para ayudar al agraviador a entender lo que ha hecho mal. El motivo para hablarle en privado es que el asunto no trascienda más allá de las dos personas, que se divulgue lo mínimo posible, a fin de evitar incomodar al agraviador. No es preciso que intervengan otros.
La intención es que el mensaje que se transmita en dicha reunión en privado, de tan solo las dos personas, sea amoroso y a la vez directo. La palabra griega con la que se expresa la idea de «reprender» está asociada al concepto de sacar a la luz lo que está mal, ayudar a la otra persona a entender en qué ha obrado mal. No se debe corregir ásperamente al agraviador, pero tampoco con excesiva ligereza. La presentación debe ser amorosa, pero franca.
Si el agraviador «te oye», es decir, si acepta la corrección, se arrepiente y pide perdón, entonces «has ganado a tu hermano». La relación fraternal que el pecado había perturbado puede restablecerse con arrepentimiento y perdón.
Claro que no siempre es ese el resultado. Jesús continúa diciendo:
Pero si no te oye, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra[2].
Jesús está parafraseando Deuteronomio 19:15, que señala:
No se tomará en cuenta a un solo testigo contra alguien en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquier ofensa cometida. Solo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación.
Si el agraviador no acepta la corrección y persiste en su mala conducta, el agraviado debe intentarlo una segunda vez, con la idea de recuperar al hermano infractor. Esta vez debe ir acompañado de un reducido grupo de personas con la idea de preservar, hasta cierto punto, la confidencialidad del asunto. Es posible que el agraviador se convenza de sus errores al escuchar a otros, sobre todo si estos son dignos de respeto. Se espera que el número adicional de personas sirva para persuadir al agraviador de sus malas acciones, aunque un segundo motivo para ir acompañado es que haya testigos de lo que se dice y de cómo se presenta.
En Israel no se declaraba a nadie culpable de un delito basándose en el testimonio de una sola persona; debía haber dos o tres testigos. Los textos del Nuevo Testamento también exigen el testimonio de dos o tres personas cuando se acusa a alguien de una mala conducta.
Esta es la tercera vez que voy a vosotros. Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto[3].
Contra un anciano no admitas acusación si no está apoyada por dos o tres testigos[4].
Seguidamente, Jesús indica a los discípulos qué deben hacer si el infractor no acepta la corrección del grupo de dos o tres personas.
Si no los oye a ellos, dilo a la iglesia; y si no oye a la iglesia, tenlo por gentil y publicano[5].
Si habiendo sido amonestado en una reunión entre dos y luego en presencia de un grupo reducido, el agraviador se niega a hacer caso y a arrepentirse, el último recurso es presentar el caso a los fieles de la iglesia. La frase «dilo a la iglesia» alude a una declaración pública en un momento en que el cuerpo de creyentes esté reunido. El caso se lleva ante toda la congregación para ayudar al agraviador a arrepentirse y cambiar, de modo que pueda seguir disfrutando de la comunión con sus hermanos y hermanas cristianos.
El propósito de todos esos pasos —hablar con el agraviador en privado, luego en presencia de dos o tres personas, y por último llevar el asunto ante todo el cuerpo de la iglesia— es conducir al arrepentimiento, el perdón y la reconciliación. Si toda la congregación está de acuerdo en que el agraviador se comportó mal, este debería entender que esa no es solo la opinión del agraviado, sino que todo el cuerpo de creyentes desaprueba sus acciones.
Si el agraviador se niega a aceptar la resolución de la iglesia, él mismo se separa del cuerpo de creyentes. Se rompe su relación con los creyentes, y cesa la comunión con ellos. A partir de ese momento, el agraviador es considerado un incrédulo; y según la perspectiva judía en aquella época, un incrédulo era un gentil. Algunas versiones de la Biblia traducen de la siguiente manera esta parte: «trátalo como si fuera un incrédulo» (NVI), «debes tratarlo como a uno que no cree en Dios» (PDT) y «trata a esa persona como a un pagano» (NTV).
En tiempos de Jesús, los publicanos o cobradores de impuestos eran personas no aceptadas entre los demás judíos (creyentes). Había que evitar tanto a los publicanos como a los gentiles, ya que eran considerados rebeldes contra Dios. Jesús usó los términos gentil y publicano para ilustrar que, cuando un hermano que ha pecado contra otro se niega a escuchar —al agraviado, a otros dos o tres, y al cuerpo de creyentes— pierde su lugar dentro de la comunidad de creyentes, y los discípulos deben suspender su trato normal con él.
El pasaje continúa:
De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra será desatado en el cielo[6].
En un pasaje anterior de este evangelio, Jesús le dirige estas mismas palabras al apóstol Pedro, cuando le dice que edificará Su iglesia sobre la roca de la confesión de Pedro de que Jesús es el Cristo[7]. Aquí Jesús se las dirige a la iglesia. Se entiende que atar y desatar equivalen a declarar algo prohibido o permitido, y en este contexto es la iglesia la que, en última instancia, tiene la obligación y la autoridad para determinar si lo que hizo el agraviador está prohibido o permitido. Se supone que la iglesia debe seguir la guía del Espíritu Santo y que, por tanto, tomará decisiones que se ajusten a la voluntad de Dios.
En este evangelio hay, a continuación, una breve sección sobre la oración que no se encuentra en ninguno de los otros evangelios. Jesús dice:
Otra vez os digo que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos[8].
Jesús se refiere a la oración conjunta, la que hace un reducido grupo de discípulos cuando dan a conocer a Dios sus peticiones sobre algún asunto. Dice que Dios responde tales oraciones.
Por experiencia personal, sabemos que no todas las oraciones hechas por un grupo de dos o tres personas obtienen respuesta. Leon Morris explica:
Por supuesto, está el problema de que nuestras oraciones, tanto conjuntas como individuales, no siempre obtienen la respuesta que esperamos. Debemos tener presente que existen otras condiciones, como que oremos con fe, que oremos en el nombre [de Jesús], que oremos conforme a la voluntad divina, etc. Jesús no enumera todos los requisitos que se aplican a la oración; solo aclara que Dios siempre está atento a las oraciones conjuntas que hagan Sus pequeños, aunque solo sean dos. Las oraciones son eficaces, no porque les otorgue poder el número de personas que las hacen, sino porque quien las responde es «Mi Padre que está en los cielos»[9].
Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos[10].
La idea expresada aquí es que, aun cuando el mínimo número de personas se junta en el nombre de Jesús, Él está presente. «En Mi nombre» puede significar «teniéndome a Mí como motivo para congregarse» o «invocando Mi nombre»[11]. Cuando los creyentes nos reunimos con el propósito de adorar a Jesús, Él se hace presente. Está entre nosotros. ¡Qué magnífico privilegio y bendición!
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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