Jesús, Su vida y mensaje: El reino de Dios, 3ª parte

julio 21, 2015

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: The Kingdom of God, Part 3]

Tal como dijimos en los dos primeros artículos, el reino de Dios es una realidad, parcial en este momento, y llegará a su plenitud al final de los tiempos. Para entrar en el reino hay que establecer una relación con Dios por medio de Su hijo, Jesús, quien derrotó a Satanás y, con Su muerte y resurrección, abrió la posibilidad a todos los seres humanos de entrar en el reino[1].

Todo el que crea en Jesús puede entrar en el reino de Dios. El apóstol Pablo lo expresó de la siguiente manera:

Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo[2].

Cierta vez, conversando con el fariseo Nicodemo, Jesús afirmó:

De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios […] te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios[3].

Una persona entra —o nace— al reino con la salvación.

El nuevo nacimiento nos faculta para acceder a la presencia de Dios cuando termine nuestra vida terrenal, y para permanecer en Su presencia por la eternidad.

De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna[4]. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano[5].

Al entrar al reino, creyendo en Jesús, obtenemos la vida eterna; la cual no es que comience al momento de morir. La vida eterna, igual que el reino de Dios, es también una realidad en el momento presente. Para los creyentes, nuestra vida eterna ya empezó. Aunque nuestro cuerpo material un día morirá, nuestro espíritu seguirá viviendo eternamente con Dios. Nuestra muerte consistirá en que en ese momento nuestro espíritu —nuestra esencia, la persona que somos— sencillamente saldrá como por una puerta de nuestra actual vida terrena para pasar a la siguiente etapa de la vida eterna.

Entretanto la idea es que vivamos en el reino de Dios también en el presente. ¿De qué manera? Entregándole lo que podría considerarse «nuestro propio reino». Dios nos ha concedido a cada uno cierta medida de autonomía y autoridad en forma del libre albedrío. En cierto sentido podría decirse que a cada uno nos dio un «reino», un espacio en el que podemos tomar decisiones y hacer elecciones voluntaria y libremente. Ese es uno de los aspectos en que fuimos creados a imagen de Dios[6].

Dallas Willard lo explica como sigue:

Cada persona tiene un «reino», un espacio autónomo propio en el que él o ella decide lo que pasa. Esto constituye una verdad que abarca lo más profundo del significado del término persona. […] Fuimos creados de tal manera que tenemos «potestad» dentro de cierta esfera de la realidad. En eso consiste la esencia de nuestra semejanza con Dios. […] Nuestro «reino» es sencillamente el alcance de nuestra voluntad efectiva. Cualquier aspecto de nuestra vida sobre el que podamos influir queda englobado en nuestro reino. El que podamos disponer o decidir sobre algo es precisamente lo que lo coloca en nuestro reino. Dios, al crear a los seres humanos, nos puso como reyes, gobernadores, nos dio dominio sobre una esfera limitada. Solo así podemos ser personas[7].

Al entrar a formar parte del reino de Dios recibimos el llamado a integrar nuestro reino —la esfera sobre la que reinamos— con Su reino; a alinear nuestra voluntad con la Suya y a dejar que esta última nos oriente en todo, tanto nuestros pensamientos internos como nuestros actos visibles.

Vivir en el reino de Dios supone un proceso de transformación por obra del Espíritu Santo, un proceso que dura toda la vida mientras nos esforcemos por cumplir las enseñanzas de Jesús, por practicarlas todos los días en nuestras relaciones con nuestros semejantes y con Dios. Es un largo proceso y, como es natural, muchas veces no dejamos que Dios reine en nuestras decisiones y elecciones. Pero Él tiene mucha paciencia y nos da tiempo para ir creciendo y madurando en Su reino.

Ese crecimiento se propicia si creemos en las enseñanzas de las Escrituras y hacemos el esfuerzo de ponerlas por obra. Se produce cuando en nuestra vida cotidiana, en nuestros actos y nuestras decisiones, nos dejamos guiar por nuestra fe. Vivir en el reino de Dios quiere decir tener una forma de ser semejante en algo a la de Cristo. Es vivir en Su presencia. Es la regeneración constante que origina el compromiso de vivir en la práctica los principios de nuestra fe, con la ayuda del Espíritu de Dios.

Nuestra salvación no es simplemente cuestión de que Dios nos perdona misericordiosamente los pecados y de que vamos a ir al Cielo cuando nos muramos. También es cuestión de vivir el día a día como alguien que tiene una relación personal, interactiva con Él. Claro que, sin el perdón y la reconciliación que nos otorga el sacrificio de Jesús no podemos tener esa relación con Dios; pero eso supone apenas el comienzo, el punto de entrada, es lo que introduce en el reino de Dios, en una relación con Él que abarca toda nuestra vida terrena y continuara después por toda la eternidad.

No debemos pensar únicamente en términos de confiar en que Jesús nos dará un buen futuro de vida eterna, sino vivir con la conciencia de que entrar en el reino quiere decir que nuestra vida eterna empezó ya. Estamos convirtiéndonos en la persona que vamos a ser durante la eternidad. Nuestros actos, nuestras decisiones, nuestros pensamientos y la manera en que ponemos en práctica nuestra fe y las enseñanzas de las Escrituras, la manera en que tratamos a los que nos rodean, nuestra integridad, nuestra postura en contra del pecado, nuestra relación con Dios… cada uno de esos factores representa un papel importante en el desarrollo de la persona que estamos llegando a ser.

Al haber recibido el regalo de Dios de la salvación por medio de Jesús, nuestro futuro eterno está asegurado. Pero la vida en el reino no está limitada a nuestro futuro después de la muerte; también está relacionada con el presente. Vivir en el reino de Dios significa buscar el reino de Dios en nuestra vida, alinear nuestra voluntad con la Suya y esforzarnos por confiar en Él en cada aspecto de nuestra vida. Vivir el reino de Dios es tener una relación profunda, personal e interactiva con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ahora y para siempre.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Los puntos principales de este artículo provienen del libro de Dallas Willard La divina conspiración. Nuestra vida escondida en Dios.

[2] Romanos 10:9.

[3] Juan 3:3,5.

[4] Juan 3:16.

[5] Juan 10:28.

[6] Génesis 1:26,27. V. Lo esencial: La humanidad. A imagen y semejanza de Dios (1ª parte).

[7] Willard: La divina conspiración.