Lo esencial: La humanidad

julio 31, 2012

Enviado por Peter Amsterdam

A imagen y semejanza de Dios (1ª parte)

Dijo Dios: «Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza» […]. Y creó Dios al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó[1].

Tal como refieren esos versículos, los seres humanos (tanto varones como mujeres) fueron creados a imagen y semejanza de Dios. Al decir eso, Dios dio a entender que iba a crear seres parecidos a Él. No dijo que los seres humanos que iba a crear serían exactamente como Él, ni que serían divinos como Él, sino que tendrían cierta similitud con Él.

El término hebreo traducido como imagen es tselem, que significa semejanza, semblanza o imagen. Una imagen es una representación de algo. Y el vocablo hebreo traducido como semejanza es dĕmuwth, que significa similar, parecido, a semejanza de. Esos dos términos hebreos son prácticamente sinónimos. De modo que al referirse al tipo de criatura que se disponía a formar, Dios dijo que iba a crear a los seres humanos a semejanza Suya, de la misma manera que una imagen se parece al original, pero no es el original, ni es idéntica a él. Los términos dĕmuwth (semejanza) y tselem (imagen) aparecen también en el siguiente versículo:

Vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y le puso por nombre Set[2].

Lo que quiere decir es que aunque Set no era exactamente igual a su padre, se parecía a él en muchas maneras, lo cual suele suceder entre padres e hijos. Ese versículo nos permite entender con mayor claridad lo que significa ser hechos a imagen y semejanza de Dios.

Wayne Grudem lo expresa del siguiente modo:

Es evidente que todos los aspectos en que Set se parecía a Adán formaban parte de su semejanza a él y, por ende, eran aspectos en que estaba hecho «a imagen» de él. Análogamente, todos los aspectos en que el hombre se parece a Dios son producto de haber sido hecho a imagen y semejanza de Él[3].

Los seres humanos fueron creados de forma que tuvieran similitudes con Dios. Aunque Adán y Eva pecaron y fueron separados de Dios, y a raíz del pecado toda la humanidad quedó separada de Dios, no por eso se ha perdido totalmente en nosotros esa imagen de Él y semejanza a Él. Después de destruir a toda la humanidad —salvo a Noé y su familia— en el Diluvio, Dios reiteró que los seres humanos estaban hechos a Su imagen. En el Nuevo Testamento también se menciona que el hombre fue creado a imagen de Dios.

El que derrame la sangre de un hombre, por otro hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios es hecho el hombre[4].

Con [la lengua] bendecimos al Dios y Padre y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios[5].

Si bien el hombre aún está hecho a imagen y semejanza de Dios, antes de la Caída no era exactamente igual: Adán y Eva eran puros y capaces de no pecar (el término teológico es posse non peccare). Si bien podían escoger pecar, también podían optar por no hacerlo y por ende permanecer sin pecado. Después de la Caída eso cambió. Su pureza moral se desvaneció, y su deseo y capacidad de ajustarse a la voluntad de Dios quedaron alterados. Perdieron su capacidad de no pecar y por ende de permanecer libres de pecado, y de ahí en más ellos y todos los seres humanos que vinieron después fueron non posse non peccare, que significa incapaces de no pecar. Desde aquel momento los seres humanos se volvieron pecadores por naturaleza y, si bien pueden abstenerse de pecar en algunas ocasiones, por naturaleza pecan y no cuentan con la capacidad de no hacerlo. Aunque aún estamos hechos a imagen de Dios, esa imagen se ha viciado a causa del pecado.

La naturaleza humana original era la de antes de la Caída. Desde entonces se ha visto corrompida por los efectos del pecado. A Dios gracias que como cristianos podemos contrarrestar algunos de los efectos de nuestra naturaleza pecaminosa por medio de la Palabra de Dios, creyendo en ella, permaneciendo en ella, asimilándola y aplicándola; y en el momento de la resurrección de los muertos, cuando los cristianos sean levantados en gloria y vuelvan a juntarse a su cuerpo, quedaremos liberados de los efectos de nuestra pecaminosa naturaleza humana. Ya hablaremos más de esto.

¿«Imagen» y «semejanza» son una misma cosa?

A lo largo de la historia del cristianismo ha habido puntos de vista divergentes con relación al significado de a imagen y semejanza de Dios. Algunos de los Padres de la Iglesia consideraron que imagen (tselem) y semejanza (dĕmuwth) representaban dos conceptos distintos. Algunos sostenían que imagen tenía que ver con los rasgos corporales, y semejanza con la naturaleza espiritual del hombre. Otros enseñaron que imagen guardaba relación con las características distintivas del hombre, y semejanza con las cualidades humanas no esenciales. Otros pensaron que imagen era la capacidad de raciocinio, y semejanza la justicia original[6]. Otros más argumentaron que imagen era la mente racional y el libre albedrío, que los seres humanos conservaron después de la Caída, mientras que semejanza era un don especial de justicia que se perdió a causa del pecado.

En la actualidad los católicos distinguen entre imagen y semejanza. Dicen que la primera es la razón y el libre albedrío, y la segunda el atributo añadido de la justicia[7]. Consideran que la imagen —la mente racional y el libre albedrío— no se vio afectada por la Caída; en cambio la justicia adicional se perdió, aunque es restaurada por medio de bautismo.

Martín Lutero adoptó una perspectiva distinta. Enseñó que tanto la imagen como la semejanza se perdieron con el pecado original. A su modo de ver, aunque el hombre conservó el intelecto y la voluntad, estos se vieron mermados. Juan Calvino sostuvo que antes de la Caída Adán era justo y estaba imbuido de auténtica santidad, que esta no era un don adicional, y que imagen se refería principalmente a la mente y el corazón. A su entender, la imagen fue destruida y obliterada a causa de la Caída, aunque quedaban vestigios de ella en la humanidad; de todos modos, consideraba que aun ese remanente estaba menoscabado y completamente contaminado[8].

Teólogos de épocas posteriores y la mayoría de los teólogos de la actualidad consideran que las palabras imagen y semejanza no se refieren a conceptos distintos, sino que son sinónimos y pueden emplearse indistintamente; que el uso de ambos términos constituye un ejemplo de paralelismo sinonímico hebreo[9]. Se trata de una técnica literaria consistente en usar sinónimos para subrayar un concepto, y que se emplea muchas veces en el Antiguo Testamento.

Si bien a lo largo de los siglos se han planteado diversas teorías sobre los términos imagen y semejanza y su significado exacto, no hay ningún pasaje de las Escrituras en que Dios señale específicamente de qué formas los seres humanos están hechos a Su imagen y semejanza. Está visto que, como lo expresó Wayne Grudem más arriba, lo más acertado es considerar que «todos los aspectos en que el hombre se parece a Dios son producto de haber sido hecho a imagen y semejanza de Él».

Características singulares del hombre

Dado que el hombre es la única criatura que Dios declara que fue hecha a Su imagen y semejanza, eso lo distingue sustancialmente de todo el reino animal. Si bien los animales pueden presentar algunos elementos de las siguientes características, o mostrarlas en cierto grado, el hombre las posee en forma cualitativamente mayor. A continuación damos cuenta de algunos aspectos en que los seres humanos tienen semejanzas con Dios que Sus otras creaciones terrenales no tienen, o por lo menos no en la misma medida.

  • Así como Dios es un ente plural en la Trinidad, parte de esa pluralidad se ve reflejada en el hecho de que el hombre y la mujer son dos seres que se vuelven una sola carne en el matrimonio. (V. Lo esencial: La humanidad: La creación del hombre como varón y hembra).
  • Los seres humanos somos personas. Interactuamos y establecemos relaciones profundas y complejas con otros.
  • Dios es espíritu; los seres humanos tenemos espíritu.
  • Tenemos conciencia de nosotros mismos y de nuestra existencia. Somos capaces de conocernos, examinarnos y juzgarnos a nosotros mismos[10].
  • Gozamos de libre albedrío y autodeterminación. Contamos con la capacidad de elegir entre diversas opciones y, habiéndolo hecho, de perseguir el objetivo que nos hemos propuesto.
  • Somos seres morales y contamos con un sentido intrínseco del bien y el mal.
  • Nuestro espíritu invisible e intangible es inmortal. Dios siempre ha existido, y la inmortalidad es parte de Su esencia. Al ser semejante a Él (aunque no exactamente igual), el espíritu humano también es inmortal, en el sentido de que vive para siempre luego de separarse del cuerpo en el momento de la muerte.
  • Somos criaturas racionales con la capacidad de pensar lógicamente, razonar y tener conciencia del pasado, el presente y el futuro.
  • Somos creativos. Si bien no creamos en la misma medida que Dios, poseemos creatividad de ideas y pensamientos; de ahí que seamos capaces de crear música, arte o literatura. Se nos ocurren ideas y posibilidades que podemos hacer realidad.
  • Empleamos lenguajes complejos para comunicarnos.
  • Experimentamos una amplia variedad de emociones. Aunque algunos animales con alma manifiestan unas pocas emociones, la diversidad de emociones humanas es muy superior.

J. I. Packer explica lo siguiente:

La imagen de Dios en el hombre cuando fue creado consistió entonces en (a) el hecho de que el hombre sea un «alma» o «espíritu» (Génesis 2:7, versículo en el que la NVI emplea correctamente la expresión «ser viviente»; Eclesiastés 12:7), es decir, una criatura con características de persona, con conciencia de su propia existencia y con una capacidad de conocer, de pensar y de actuar semejante a la de Dios; (b) la integridad moral del hombre, cualidad que se perdió cuando desobedeció y que ahora está siendo paulatinamente restaurada en Cristo (Efesios 4:24; Colosenses 3:10); (c) el domino del medio ambiente por parte del hombre. Generalmente —y con razón— se añade que (d) la inmortalidad que Dios le concedió y (e) el cuerpo humano, por medio del cual conocemos la realidad, nos expresamos y ejercemos nuestro dominio, también corresponden a la imagen. El cuerpo pertenece a la imagen, no directamente, puesto que Dios […] es incorpóreo, pero sí indirectamente, en la medida en que actividades similares a las que realiza Dios, como el ejercicio de nuestro dominio sobre la creación material y las expresiones de afecto hacia otros seres racionales, exigen que vivamos en un cuerpo[11].

Si bien hay otras formas en que la imagen y semejanza de Dios se manifiestan en la humanidad, esas son algunas de las más importantes.

La bondad original

La Biblia dice que cuando Dios concluyó la creación afirmó que todo lo que había hecho era muy bueno, lo que valía también para Adán y Eva. También enseña que el hombre fue hecho recto.

Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno. Y vino la noche, y llegó la mañana: ese fue el sexto día[12].

Dios hizo al hombre recto, pero él se buscó muchas perversiones[13].

El Nuevo Testamento menciona que el hecho de estar hechos a imagen y semejanza de Dios tiene que ver con el conocimiento, la justicia y la santidad. Eso da a entender que parte de la naturaleza de los dos primeros seres humanos antes de su desobediencia incluía cierta medida de «conocimiento, verdadera justicia y santidad»[14].

Ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos y revestido del nuevo. Este, conforme a la imagen del que lo creó, se va renovando hasta el conocimiento pleno[15].

Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad[16].

El hecho de haber sido creados muy buenos, con cierta medida de conocimiento, justicia y santidad, da a entender que Adán y Eva no fueron creados en un estado de inocencia moralmente neutral, sino moralmente íntegros.

Desde que fueron creados hasta el momento en que pecaron, Adán y Eva fueron moralmente íntegros y capaces de no pecar. No nos es posible saber cuánto tiempo permanecieron en ese estado antes de pecar. Lo que sí sabemos es que su primogénito, Caín, y su segundo hijo, Abel, nacieron después que pecaron. Su tercer hijo, Set, nació después que Caín mató a Abel, lo que significa que vino al mundo un tiempo después de ellos. Según las genealogías del capítulo 5 del Génesis, Set nació cuando Adán tenía 130 años, de modo que es factible concebir que el período anterior a la Caída duró varias décadas.

Después que pecaron, Adán y Eva no dejaron de estar hechos a imagen y semejanza de Dios; sin embargo esa semejanza a Dios se redujo. Ya no eran moralmente rectos como lo habían sido, porque optaron por desobedecer el mandamiento divino. Aquel acto corrompió su naturaleza humana original.

También alteró su relación con Dios, pues se los expulsó del Edén y se les impidió volver, para que «[el hombre] no alargue su mano, tome también del árbol de la vida, coma y viva para siempre». Además de esto, la humanidad comenzó a tener que vérselas con la muerte física. El hecho de que Dios les advirtiera que si comían del árbol del conocimiento del bien y del mal ciertamente morirían implica que de no haber comido de él no habrían muerto. La Escritura no dice cómo habría sido eso exactamente, pero sí expresa que la muerte entró en la raza humana a causa del pecado.

Hizo Dios nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol del conocimiento del bien y del mal[17].

Mandó Dios al hombre, diciendo: «De todo árbol del huerto podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás»[18].

Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás[19].

Luego dijo Dios: «El hombre ha venido a ser como uno de Nosotros, conocedor del bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, tome también del árbol de la vida, coma y viva para siempre». Y lo sacó Dios del huerto de Edén, para que labrara la tierra de la que fue tomado[20].

Louis Berkhof lo expresa de la siguiente forma:

Tal como fue creado por Dios, el hombre no portaba dentro de sí las semillas de la muerte y no necesariamente habría muerto en virtud de la constitución original de su naturaleza[21].

J. Rodman Williams explica:

Seamos claros. La muerte física no se describe en modo alguno como el resultado «natural» de la existencia del hombre. «Volver al polvo» no es consecuencia de que el hombre sea humano y finito. Es más bien consecuencia de que no quisiera participar de la ofrenda de Sí mismo que hizo Dios y optara en cambio por perseguir sus presuntuosos fines[22].

El plan divino de salvación

El pecado de Adán y Eva trajo aparejados cambios de proporciones épicas para la humanidad. Las consecuencias de su pecado generaron una separación entre Dios y el hombre. Ocasionaron una distorsión y degradación en la imagen de Dios en el hombre, de tal manera que este dejó de ser moralmente puro, comenzó a vivir en un estado pecaminoso y perdió la capacidad de no pecar. Por eso dice la Palabra de Dios que «todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios»[23].

Aunque el espíritu humano pervive tras la muerte del cuerpo físico, este vuelve al polvo como consecuencia de la pena impuesta por Dios a causa del pecado.

Las consecuencias del pecado en la humanidad están estrechamente ligadas al plan divino de salvación. Esas consecuencias son superadas por medio de la encarnación, muerte, resurrección y regreso de Jesús. Su muerte y resurrección resultaron en la salvación de nuestra alma, lo que significa que los pecados de la humanidad han sido expiados por Cristo, y esa redención está al alcance de cualquiera que lo acepte. La separación entre Dios y el creyente ya no existe, pues la muerte de Jesús ha propiciado la reconciliación de Dios con los que han aceptado a Su Hijo.

Si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación: Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación[24].

A vosotros, que erais en otro tiempo extraños y enemigos por vuestros pensamientos y por vuestras malas obras, ahora os ha reconciliado en Su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprochables delante de Él[25].

Si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación[26].

Si bien físicamente todos los creyentes mueren, cuando Jesús regrese los cuerpos de los creyentes se levantarán de entre los muertos (los cuerpos de los creyentes que estén vivos en ese momento serán transformados inmediatamente), y cada espíritu se reunirá con su correspondiente cuerpo resucitado, para vivir juntos, cuerpo y espíritu, eternamente.

Os digo un misterio: No todos moriremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos transformados, pues es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se vista de inmortalidad. Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: «Sorbida es la muerte en victoria»[27].

Os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Entonces, los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor[28].

Por medio del amor, la gracia y la misericordia de Dios, que quedaron de manifiesto mediante la muerte y resurrección de Jesús, los seres humanos tenemos oportunidad de sobreponernos a todos los efectos de nuestros pecados y de la naturaleza que adquirimos a consecuencia de la Caída. La muerte física será vencida cuando resucitemos y se nos den cuerpos gloriosos e imperecederos. Se eliminará la separación espiritual ocasionada por el pecado, y nuestra comunión con Dios quedará plenamente restaurada. En vez de ser como el primer hombre, Adán, que fue formado del polvo, nos asemejaremos al hombre del Cielo, Jesús, y llevaremos en nosotros Su imagen.

El primer hombre era del polvo de la tierra; el segundo hombre, del cielo[29].

Así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial[30].


[1] Génesis 1:26,27.

[2] Génesis 5:3.

[3] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Editorial Vida, Miami, 2007, p. 464.

[4] Génesis 9:6.

[5] Santiago 3:9.

[6] Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.

[7] Lewis, Gordon R., y Demarest, Bruce A.: Integrative Theology, Zondervan, Grand Rapids, 1996, vol. 2, pp. 124,125.

[8] Garrett, Jr., James Leo: Teología sistemática, bíblica, histórica, evangélica, tomo I, Mundo Hispano, 2007.

[9] Garrett, Jr., James Leo: Teología sistemática, bíblica, histórica, evangélica, tomo I, Mundo Hispano, 2007.

[10] Gordon R. Lewis and Bruce A. Demarest, Vol. 2 Integrative Theology (Grand Rapids: Zondervan, 1996), p. 150.

[11] Packer, J. I.: Concise Theology, Chapter; Humanness, Tyndale House Publishers, 1993, p. 72.

[12] Génesis 1:31 (NVI).

[13] Eclesiastés 7:29.

[14] Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.

[15] Colosenses 3:8–10.

[16] Efesios 4:22–24 (NVI).

[17] Génesis 2:9.

[18] Génesis 2:16,17.

[19] Génesis 3:19.

[20] Génesis 3:22,23.

[21] Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.

[22] Williams, J. Rodman: Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective, vol. 1, Zondervan, Grand Rapids, 1996, p. 259.

[23] Romanos 3:23.

[24] 2 Corintios 5:17–19.

[25] Colosenses 1:21,22.

[26] Romanos 5:10,11.

[27] 1 Corintios 15:51–54.

[28] 1 Tesalonicenses 4:15–17.

[29] 1 Corintios 15:47 (NVI).

[30] 1 Corintios 15:49.

Traducción: Felipe Mathews y Jorge Solá.