Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte
septiembre 27, 2016
Enviado por Peter Amsterdam
Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte
No juzgar a los demás
[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. Judge Not]
Al inicio del capítulo 7 de Mateo, el último del Sermón del Monte, Jesús manda a Sus discípulos no juzgar a los demás. Lo hace con estas palabras:
No juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís se os medirá[1].
Jesús aborda un rasgo negativo que tienen muchísimas personas, inclusive, desgraciadamente, numerosos cristianos: el de criticar y juzgar a los demás. Él nos manda hacer una distinción entre discernimiento moral y censura de las personas. Entender la diferencia entre el bien y el mal desde el punto de vista moral conduce lógicamente a un reconocimiento de los defectos que hay en nosotros y en los demás. Sin embargo, aquí lo que está en cuestión es nuestra actitud ante las faltas y pecados ajenos. La advertencia es que no debemos juzgar duramente a los demás por los errores y transgresiones que cometen.
El término griego krino, traducido como «juzgar», puede traducirse de múltiples maneras. Según los casos significa «discernir», «someter a juicio legal», «criticar» o «condenar» (con una acción judicial o de alguna otra manera). El contexto determina el sentido de la palabra. En este caso significa «criticar», «tener una actitud condenatoria»[2]. En Romanos también aparece este verbo con el mismo significado:
Tú, entonces, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú, ¿por qué lo menosprecias? ¡Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios! Está escrito: «Tan cierto como que Yo vivo —dice el Señor—, ante Mí se doblará toda rodilla y toda lengua confesará a Dios». Así que cada uno de nosotros tendrá que dar cuentas de sí a Dios. Por tanto, dejemos de juzgarnos unos a otros[3].
Tras decir que no se debe condenar al prójimo, Jesús declara:
Con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís se os medirá[4].
Este versículo se puede interpretar de dos maneras: que las personas hipercríticas serán a su vez criticadas por los demás (lo cual suele suceder) o que el criterio con que medimos al prójimo será el que Dios usará con nosotros[5]. Es más probable que lo que Jesús pretendía decir fuera lo segundo. El apóstol Pablo explica lo mismo:
Eres inexcusable, hombre, tú que juzgas, quienquiera que seas, porque al juzgar a otro, te condenas a ti mismo, pues tú, que juzgas, haces lo mismo. Pero sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según la verdad. Y tú, hombre, que juzgas a los que hacen tales cosas y haces lo mismo, ¿piensas que escaparás del juicio de Dios?[6]
Algunos comentaristas de la Biblia utilizan la palabra censurador para referirse a la actitud criticona de la que habló Jesús. John Stott escribe:
El pecado del censurador es un pecado compuesto que consta de varios ingredientes desagradables. La cuestión no es que evalúe críticamente a la gente, sino que la juzga con dureza. El censurador es un criticón negativo y destructivo con los demás, que disfruta tratando de descubrir sus faltas. Interpreta los motivos ajenos de la peor manera posible, echa un jarro de agua fría sobre sus intenciones y es intolerante con sus errores. Peor aún, se erige como censor, y por tanto invoca competencia y autoridad para sentarse a juzgar a su prójimo. […] Ningún ser humano está cualificado para juzgar a sus congéneres, porque no podemos leer lo que hay en el corazón de los demás ni evaluar sus motivos. El censurador tiene la arrogancia de querer anticipar el día del juicio y usurpar la prerrogativa del Juez divino; de hecho, actúa como si él fuera Dios[7].
A los cristianos se nos manda desistir de nuestras actitudes criticonas, dejar de ser ciegos a nuestras propias faltas y no esperar de los demás un nivel de conducta que no nos exigimos a nosotros mismos.
Al mandarnos que no juzguemos, Jesús no está diciendo que hagamos la vista gorda ante las malas acciones y pecados. Debemos ser capaces de reconocer el pecado, tanto en nosotros como en los demás. Sin embargo, Jesús hace una distinción entre discernimiento moral y censura de las personas. Conviene que percibamos la diferencia entre lo bueno y lo malo, el bien y el mal, el pecado y la buena conducta; pero eso es muy distinto de condenar y censurar a los demás.
Jesús continúa con una ilustración que va con lo que acaba de decir:
¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: «Déjame sacar la paja de tu ojo», y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano[8].
Esta imagen más bien graciosa ilustra vívidamente el tema en cuestión. Por naturaleza vemos las faltas ajenas mucho más claramente que las nuestras. Somos rápidos para juzgar al prójimo cuando en realidad nuestros pecados y faltas suelen ser mucho mayores. La imagen de una persona que trata de sacar una mota del ojo de otra teniendo una enorme viga de madera en su propio ojo muestra la absurdidad e improcedencia de llamar la atención sobre los fallos y pecados ajenos, o de considerar que tenemos derecho a señalar sus faltas, cuando con mucha frecuencia las nuestras son mucho mayores.
Un incidente de la vida del rey David ejemplifica bien lo que es juzgar al prójimo teniendo una viga en el ojo. Habiendo dormido con Betsabé, la esposa de Urías, un soldado de su ejército, y habiéndola dejado encinta, David dispuso que Urías, que estaba en el frente, volviera a Jerusalén con la idea de que se acostara con su esposa y de esa manera la falta de David quedara cubierta. Cuando Urías, noblemente, se negó a acostarse con su mujer porque sus compañeros del ejército estaban durmiendo en carpas o a la intemperie y peleando, David lo envió de nuevo a la guerra y dio instrucciones al comandante del ejército para que lo pusiera en lo más recio de la batalla, a fin de que lo mataran. Poco después de la muerte de Urías, David se casó con Betsabé. David era culpable de adulterio y homicidio. El profeta Natán fue a verlo y le habló de un hombre rico que tenía muchos rebaños de ovejas, y de uno pobre que tenía solo una, a la que quería tanto que la dejaba comer de su propio plato y beber de su copa, y que era como una hija para él. Resulta que el hombre adinerado recibió una visita, pero no quiso tomar una de sus propias ovejas y guisarla para el invitado, sino que tomó la del hombre pobre y la mandó matar y preparar para la comida. Al oír eso, David se enfureció y exclamó: «El que tal hizo es digno de muerte». Entonces Natán le anunció: «¡Tú eres aquel hombre!»[9].
Podemos tener el mismo punto ciego que David. Podemos denunciar y condenar los pecados ajenos sin darnos cuenta de los que nosotros tenemos tendencia a cometer. La actitud contra la que Jesús nos pone en guardia es la de fijarnos mucho en las motas que hay en los ojos de nuestros hermanos espirituales teniendo nosotros mismos una viga de pecados que sale de nuestro ojo. No debemos andar criticando negativa y destructivamente a los demás como si tuviéramos derecho a juzgarlos.
Eso no significa que nunca podamos considerar que lo que hace otra persona está mal. Jesús dijo que debemos retirar la viga que tenemos en nuestro propio ojo, pues solo entonces veremos con suficiente claridad para retirar la mota que hay en el ojo de un creyente como nosotros. Los que queremos ayudar a nuestros hermanos debemos primero ocuparnos de los tablones que tenemos en nuestra vida. Únicamente después que hayamos hecho eso estaremos preparados para ofrecer ayuda espiritual a otra persona. No dice que no debamos corregir nunca a los demás, que nunca podamos hablarles de algún pecado que hay en su vida, que no podamos a veces juzgar a alguien que se ha descarriado. Jesús dice que, cuando hayamos retirado la viga que tenemos en el ojo, veremos bien «para sacar la paja del ojo de [nuestro] hermano».
El mandamiento de no juzgar no significa que los cristianos debamos abstenernos siempre de evaluar moralmente a los demás. Dice que si un hermano creyente peca contra nosotros, debemos ir a hablar con él en privado. Si no nos escucha, debemos hablar con él en presencia de otras personas. Si aún se niega a escucharnos, debemos decírselo a toda la iglesia. Y si todavía rehúsa escucharnos, hay que tenerlo por incrédulo[10]. Jesús mandó a Sus discípulos que se guardaran de las enseñanzas de los escribas y fariseos, y también dijo: «No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio»[11]. El apóstol Pablo advirtió a los cristianos: «Tengan cuidado con los que causan divisiones y trastornan la fe de los creyentes al enseñar cosas que van en contra de las que a ustedes se les enseñaron. Manténganse lejos de ellos»[12]. Todo eso son juicios, pero juicios basados en el discernimiento y la verdad. De modo que cuando Jesús dice: «No juzguéis», se refiere a que no censuremos. Si bien nos enseña que debemos evitar ser hipercríticos, a continuación dice algo que confirma que debemos tener discernimiento y a veces emitir juicios.
No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen[13].
Está claro que Jesús emitía juicios sobre los demás, pero lo hacía con un corazón puro y por buenos motivos. Se daba cuenta de que no somos todos iguales y que es preciso que tengamos discernimiento, que seamos capaces de juzgar entre los que tienen buenos motivos y actitudes y los que no. La advertencia de que no juzguemos a los demás teniendo una enorme viga en nuestro ojo no significa que nunca debamos juzgar, sino que debemos emitir buenos juicios, que procedan de un corazón humilde y limpio, después de retirar la viga de nuestro ojo. «No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio»[14]. No cabe duda de que Jesús era justo en Sus juicios: llamó «zorra» a Herodes Antipas[15], y a los escribas y fariseos hipócritas los llamó «sepulcros blanqueados»[16] y «generación de víboras»[17]. Nos previno contra los falsos profetas: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces»[18].
En nuestra época es impropio comparar a las personas con perros o cerdos; pero en la Palestina de hace dos mil años esa imagen permitía entender claramente lo que Él quería explicar. Una persona judía nunca daría a un perro comida que se había ofrecido en sacrificio a Dios y que, por consiguiente, era santa. En aquel tiempo, los perros no eran mascotas domesticadas como hoy en día, sino feroces carroñeros, y eran peligrosos. Los cerdos eran considerados animales inmundos en las Escrituras judías. Si uno echaba perlas a los chanchos, lo más probable era que trataran de masticarlas y que, al hallarlas incomestibles, las escupieran, las pisotearan y las hundieran en el barro. El texto original estaba muy posiblemente dispuesto de forma poética (lo que se conoce como quiasmo), dando a entender a los oyentes originales que los cerdos pisotearían las perlas, y los perros atacarían a quien les diera comida santa.
En contraste con lo que ha dicho de que no juzguemos teniendo una viga en nuestro propio ojo, Jesús aquí indica que a veces es preciso juzgar con discernimiento. Por supuesto, a nadie debemos catalogar o etiquetar de cerdo o perro, pues Dios ama y valora a todos los seres humanos; pero podemos aplicar lo que aquí se enseña: que al divulgar el evangelio debemos obrar con sensatez y discernimiento. Es posible que haya circunstancias y situaciones en que hablarle a alguien del evangelio sea imprudente, porque esa persona lo ve con hostilidad. O quizás el método que normalmente emplearíamos no daría resultado con esa persona y tendría una reacción de rechazo. Podría burlarse de las perlas, de lo santo, de las palabras de Dios, denigrarlas.
Aunque no debemos ser censuradores, sí debemos tener discernimiento. A propósito de esto, conviene que seamos conscientes de que algunos se oponen vehementemente al evangelio, no quieren saber nada de él. Si nos damos cuenta de que una persona a la que estamos testificando tiene esa actitud, es mejor dejarla tranquila. Además, hay muchos tipos de personas, cada cual con su personalidad, visión del mundo y acervo cultural, por lo que es importante que seamos amorosos, prudentes y discernientes al testificarles. Aunque nuestra intención sea transmitirles a todos la misma verdad del evangelio, debemos reconocer que es necesario adaptar el método de comunicación que utilicemos, de manera que les resulte más fácil recibirlo.
Ya nos acercamos al final del Sermón del Monte y hemos visto que Jesús deja bien claro que está mal ser criticones y censuradores. Nos manda sin ambigüedades no juzgar. Todos somos propensos a hacerlo, pero Él nos exhorta a esforzarnos por cortar de raíz esa conducta. C. S. Lewis escribió sabiamente:
[Debemos] abstenernos de pensar en las faltas ajenas a menos que nuestras obligaciones como maestros o padres nos lo exijan. Cada vez que nos vienen innecesariamente pensamientos así, ¿por qué no los echamos sin contemplaciones, y pensamos más bien en nuestros propios defectos? Con respecto a esos sí podemos hacer algo, con la ayuda de Dios[19].
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Mateo 7:1,2.
[2] Carson, Jesus’ Sermon on the Mount and His Confrontation with the World, 106.
[3] Romanos 14:10–13 (NVI).
[4] Mateo 7:2.
[5] Carson, Jesus’ Sermon on the Mount and His Confrontation with the World, 107.
[6] Romanos 2:1–3.
[7] Stott, El Sermón del Monte, 206,207.
[8] Mateo 7:3–5.
[9] 2 Samuel 11,12.
[10] Mateo 18:15–17.
[11] Juan 7:24.
[12] Romanos 16:17 (NTV).
[13] Mateo 7:6.
[14] Juan 7:24.
[15] Lucas 13:31,32.
[16] Mateo 23:27.
[17] Mateo 23:33.
[18] Mateo 7:15.
[19] C. S. Lewis, Dios en el banquillo, capítulo VIII, «El problema del señor “X”» (Ediciones Rialp, 1996).