Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

febrero 23, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

La Ley y los Profetas (4ª parte)

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. The Law and the Prophets (Part 4)]

Antes de meterme de lleno en este artículo quiero reconocer que el tema del divorcio es sumamente complejo y personal, y capaz de suscitar fuertes reacciones emocionales. La infelicidad de que una relación que debía perdurar se dañe y se abandone puede ser dura de sobrellevar. Que un amor profundo y un compromiso serio se transformen con el tiempo en indiferencia y falta de cariño o deriven en conflictos, resentimiento o desesperación, es una cuestión delicada, y más aún cuando se tienen en cuenta las dificultades que tienen los hijos de divorciados.

A medida que iba avanzando con las enseñanzas de Jesús, no me hacía ninguna gracia hablar de este tema, por el hecho de que muchos hemos pasado por un divorcio. El propósito de este artículo es ayudarnos a entender lo que Jesús enseñó sobre el particular y la intención de Sus enseñanzas; no se trata de juzgar a nadie ni de analizar las múltiples razones por las que la gente se divorcia. Es importante que los que hemos pasado por un divorcio recordemos que cualquiera que fuera la función que en él desempeñaron nuestros pecados, errores y malentendidos, hemos quedado limpios gracias al sacrificio que hizo Jesús por nosotros.

En el Sermón del Monte, tras hablar de la cuestión del adulterio —enseñando que no basta con evitar el acto en sí, sino que debemos guardar nuestro corazón de las tentaciones que nos llegan por intermedio de nuestros ojos, manos y pies—, Jesús aborda el tema del divorcio. Siguiendo la misma estructura, comienza declarando lo que dicen las Escrituras del Antiguo Testamento, a las que agrega Su enseñanza, en lenguaje hiperbólico, para dejar bien claro Su mensaje.

Este no es el único pasaje de los evangelios en el que Jesús habla del divorcio. Al estudiar el tema conviene también tener en cuenta otras observaciones Suyas sobre el particular, así como lo que se escribió en otras partes de las Escrituras; así que en este artículo me referiré brevemente a ello.

Jesús comienza diciendo:

También fue dicho: «Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio». Pero Yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere, y el que se casa con la repudiada, comete adulterio[1].

La carta de divorcio a la que se refería Jesús se menciona en Deuteronomio 24:1–4:

Cuando alguien toma una mujer y se casa con ella, si no le agrada por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, se la entregará en la mano y la despedirá de su casa. Una vez que esté fuera de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre. Pero si este último la rechaza y le escribe una carta de divorcio, se la entrega en la mano y la despide de su casa, o si muere el último hombre que la tomó por mujer, no podrá su primer marido, que la despidió, volverla a tomar para que sea su mujer, después que fue envilecida, pues sería algo abominable delante del Señor, y tú no debes pervertir la tierra que el Señor, tu Dios, te da como heredad.

Ese es el único pasaje de la Ley de Moisés en el que se aborda explícitamente el divorcio, y solo con una ley reguladora que explicaba el procedimiento legal a seguir en caso de divorcio. La Ley no dice que el divorcio esté bien ni mal, ni codifica las causas permisibles de divorcio[2].

El pasaje da por sentado que el marido tiene derecho a divorciarse de su mujer; ahora bien, el fundamento de tal derecho no viene explicado ni en este ni en ningún otro pasaje del Antiguo Testamento. La premisa de que uno tiene derecho a divorciarse se evidencia en la siguiente pregunta que le hicieron los fariseos a Jesús:

«¿Está permitido al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?»[3] Observarás que no le preguntaron si era aceptable que ella se divorciara de él. R. T. France explica: «El divorcio era una prerrogativa exclusivamente masculina, y no requería una audiencia ante un juez; bastaba con que el marido lo decidiera. La ley judía no contenía disposición alguna que le permitiera a una mujer iniciar un divorcio»[4].

(En Marcos 10:12 se habla de cuando una mujer se divorcia de su marido[5], caso que quizá se incluyó porque según el derecho romano las mujeres podían iniciar un procedimiento de divorcio, y el Evangelio de Marcos se escribió en un entorno no judío.)

En el pasaje del Deuteronomio se nos dice que el motivo por el que el primer hombre se divorcia de su mujer es que ha hallado en ella alguna cosa indecente. El segundo lo hace porque la rechaza o, según se traduce en otras versiones, porque la aborrece, le toma aversión, la detesta. Como esos versículos del Deuteronomio eran el único pasaje de las Escrituras sobre el divorcio, entre los líderes religiosos judíos había continua controversia sobre cuáles eran los motivos válidos para divorciarse. Las enseñanzas de dos influyentes rabinos que vivieron poco antes de Jesús —Hilel y Shamai— diferían sobre las razones por las que un hombre podía divorciarse de su mujer. La escuela de Shamai enseñaba que la única justificación para el divorcio era una grave ofensa matrimonial, algo «inapropiado» o «indecente». La escuela de Hilel tenía una postura muy laxa, según la cual un hombre podía divorciarse de su mujer por faltas tan triviales como quemar una comida, o inclusive si simplemente se aburría de ella y se interesaba por una más hermosa. Cuando los fariseos, en Mateo 19, le preguntaron a Jesús: «¿Está permitido al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?», querían saber si Él apoyaba la postura de Shamai o la de Hilel en lo relativo al divorcio.

Se le acercaron los fariseos, tentándolo y diciéndole: «¿Está permitido al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?» Él, respondiendo, les dijo: «¿No habéis leído que el que los hizo al principio, “hombre y mujer los hizo”, y dijo: “Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne”? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó no lo separe el hombre». Le dijeron: «¿Por qué, pues, mandó Moisés darle carta de divorcio y repudiarla?» Él les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón, Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Y Yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera»[6].

Marcos 10:2–12 dice lo mismo, solo que no incluye la cláusula «salvo por causa de fornicación»[7]. Lucas 16:18 coincide en lo mismo, y tampoco hace excepciones en casos de adulterio[8].

Volviendo al Sermón del Monte, en Mateo 5:31,32 se observa que, como en los ejemplos precedentes que hay en este mismo pasaje, los comentarios de Jesús sobre el divorcio sirven para demostrar que «si vuestra justicia no fuera mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos»[9].

Jesús comienza señalando lo que decía la ley de Moisés: «Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio». Dicha carta de divorcio, denominada get, es un documento que le da a la divorciada el derecho a volver a casarse. El texto estándar se traduce así: «Eres libre para casarte con cualquier hombre». Sin ese certificado, una divorciada que se volviera a casar sería acusada de adulterio[10].

Parafraseando lo que dijo Moisés en Deuteronomio 24, Jesús está básicamente poniendo de manifiesto la laxitud y permisividad de muchos judíos practicantes, que consideraban que «si quieres divorciarte de tu mujer, simplemente le das una carta de divorcio»[11]. Jesús, en cambio, tenía un concepto más sagrado del matrimonio. En el pasaje citado anteriormente no respondió a la pregunta de los fariseos, sino que los retrotrajo al propósito del matrimonio y les recordó lo que había dicho Dios en Génesis 1 y 2: Dios dispuso que tanto el hombre como la mujer dejaran a sus padres, se unieran y fueran una sola carne. A partir de ese momento constituyen una unidad, y no había ninguna intención de que se separaran.

Su repuesta a la pregunta que le hicieron a continuación fue contundente. «Le dijeron: “¿Por qué, pues, mandó Moisés darle carta de divorcio y repudiarla?” Él les dijo: “Por la dureza de vuestro corazón, Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así”». El Deuteronomio permitía esa conducta como una concesión a la debilidad humana, mientras que los fariseos consideraban como un mandamiento esa concesión.

En Su contestación, Jesús les recordó el propósito original de Dios al instituir el matrimonio y señaló que cuando dos personas se casan, algo cambia: se vuelven una sola carne. Esa unidad, esa fusión, está relacionada con el hecho de que fuimos creados a semejanza de Dios.

Dios es una trinidad, tres personas —Padre, Hijo y Espíritu Santo—, que no obstante constituyen un solo ser. En cierto modo, el matrimonio refleja la unidad de Dios, ya que dos personas se unen y sin embargo no pierden su individualidad. Para Dios, «no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó no lo separe el hombre».

Jesús estaba expresando el profundo significado del matrimonio y mostrando que, desde la perspectiva divina, una pareja nunca debería disolver su matrimonio (según Marcos y Lucas) o solo en caso de fornicación, en el sentido de adulterio (según Mateo).

En la respuesta que dio a los fariseos en Mateo 19, Jesús indicó que el matrimonio es una alianza sagrada entre dos personas, y que Dios no tenía la intención de que se disolviera; pero a causa de la dureza del corazón de las personas, quiso asegurarse de que las divorciadas contaran con algo de protección. Por eso mandó que hubiera un decreto de divorcio.

Según Jesús, lo ideal es que el matrimonio perdure, porque se supone que es un reflejo de Dios. Agregó que no debería disolverse a menos que la unión, la unidad, se desvirtúe a raíz de que uno de los cónyuges cometa adulterio y la eche a perder. Llegó incluso a decir que cuando hay divorcio, si el marido o la mujer se vuelven a casar, cometen adulterio, porque a los ojos de Dios la unión original subsiste.

Al igual que en las otras cinco secciones de Mateo 5 en las que Jesús usa la expresión «oísteis que fue dicho […], pero Yo os digo», aquí Él emplea la hipérbole y una retórica exagerada para comunicar Su mensaje. Al exagerar la prohibición del divorcio y decir que nadie debería divorciarse por ningún concepto (exceptuando el adulterio en Mateo) y que quien lo hace y se vuelve a casar comete adulterio, Jesús no estaba hablando en términos absolutos, como tampoco lo hacía cuando dijo que nos arrancáramos el ojo o que dejáramos nuestro sacrificio delante del altar. Su intención no era «establecer una ley, sino reiterar un ideal y declarar pecado el divorcio, y por ende perturbar la autocomplacencia imperante»[12]. En Mateo, la prohibición del divorcio incluye una salvedad en caso de infidelidad; más tarde, Pablo hizo otra en caso de abandono[13]. De esas excepciones se infiere que en ciertos casos puede haber causas legítimas para divorciarse.

El escritor Craig Keener escribe:

Las excepciones de Pablo y de Mateo (Mateo 5:32; 19:9; 1 Corintios 7:15, 27–29) representan dos tercios de las referencias al divorcio que hay en los textos cristianos del siglo I que han llegado hasta nosotros, y ambas son del mismo tipo: son para personas cuyo matrimonio termina contra su voluntad. En otras palabras, las salvedades que hace Jesús no constituyen una excusa para escapar de un matrimonio difícil; exoneran a los que sinceramente desearon salvar su matrimonio y no lo lograron porque su cónyuge, con su adulterio, abandono o abuso impenitente, destruyó de facto el vínculo matrimonial[14].

Keener resume un argumento del escritor Craig Blomberg, que explica que probablemente haya otras salvedades, pero estas deben regirse por los principios que tienen en común las dos excepciones bíblicas: (1) tanto la infidelidad como el abandono acaban con uno de los componentes básicos del matrimonio; (2) en ambos casos uno de los cónyuges queda sin otra alternativa si su pareja rechaza los intentos de reconciliación, y (3) en ambos casos el divorcio es el último recurso. El hecho de que algunos abusen de esa libertad no nos puede volver insensibles al cónyuge inocente que genuinamente la necesita[15].

Lo que Jesús enseñó antes en el Sermón del Monte sobre la reconciliación se aplica también a este caso. Lo mejor es que los cónyuges se reconcilien, superen sus diferencias y permanezcan casados. Aunque diversas confesiones cristianas tienen posturas distintas frente al divorcio y las segundas nupcias —que no voy a exponer aquí—, todas ellas hacen hincapié en el perdón y la reconciliación como punto de partida cuando un matrimonio atraviesa dificultades.

Jesús vivió en una época en que numerosos judíos repudiaban a su esposa por casi cualquier motivo. Al declarar que el divorcio no se permite en ningún caso (salvo si hay adulterio según Mateo), Jesús confirmó el concepto original de que el matrimonio es una unión permanente dispuesta por Dios. Esa afirmación tajante no debe interpretarse en el sentido de que el divorcio nunca es una opción; por otra parte, este tampoco debe ser un mecanismo para abandonar un matrimonio difícil. La mala comunicación, la incompatibilidad de caracteres, los problemas económicos, la falta de compromiso con la relación, los cambios en las escalas de prioridades y el encontrar a alguien que uno considera más deseable no son motivos válidos para divorciarse.

Existen razones legítimas para hacerlo, y en esos casos, si fracasan todas las tentativas de reconciliación, o si el cónyuge que ha incurrido en falta se niega a cambiar de comportamiento y no se puede salvar el matrimonio, o si la pareja o los hijos corren peligro, el divorcio es permisible. Si se han tomado las medidas adecuadas para reconciliarse y salvar el matrimonio, pero este está muerto y todos los intentos de resucitarlo fracasan, llega un momento en que es necesario reconocer la situación y que conviene dejar de aplicarle la respiración artificial.

Jesús reafirmó que para Dios el matrimonio ideal es una alianza para toda la vida entre dos personas que se han fundido en una. Ese es el verdadero propósito del matrimonio. Sin embargo, cuando el contrato matrimonial se rompe de forma irreparable, la Biblia permite el divorcio como una excepción, después que han fracasado todas las tentativas de reconciliación, restauración y renovación. Eso no es lo ideal, y debe evitarse siempre que sea posible, a fin de cumplir el compromiso matrimonial y las obligaciones que uno tiene para con su cónyuge y los hijos nacidos de la unión matrimonial.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 5:31,32.

[2] France, The Gospel of Matthew, 206.

[3] Mateo 19:3.

[4] France, The Gospel of Matthew, 207.

[5] Si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio (Marcos 10:12).

[6] Mateo 19:3–9.

[7] Se acercaron los fariseos y le preguntaron, para tentarlo, si era lícito al marido repudiar a su mujer. Él, respondiendo, les dijo: «¿Qué os mandó Moisés?» Ellos dijeron: «Moisés permitió dar carta de divorcio y repudiarla». Respondiendo Jesús, les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento; pero al principio de la creación, hombre y mujer los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre».

[8] Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera.

[9] Mateo 5:20.

[10] Hoy en día, los judíos ortodoxos que se divorcian siguen necesitando un get, tanto en Israel como en EE. UU. y en otros lugares. Se trata de un requisito religioso, pues no lo exige la legislación civil del país. Sin embargo, sin él una mujer queda en mala situación, puesto que nadie de la comunidad ortodoxa se casará con ella.

[11] McKnight, Sermon on the Mount, 99.

[12] W. D. Davies y Dale C. Allison, Jr., A Critical and Exegetical Commentary on the Gospel According to Saint Matthew: International Critical Commentary, Vol. 1: Introduction and Commentary on Matthew I-VII (Edimburgo: T &T Clark), 532.

[13] 1 Corintios 7:15,27,28.

[14] Keener, The Gospel of Matthew, 191–92.

[15] Craig L. Blomberg, The New American Commentary: Matthew (Nashville: Broadman Press), citado en Keener, The Gospel of Matthew, 191.