Jesús, Su vida y mensaje: Entrada en escena

mayo 19, 2015

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Coming on the Scene]

El Evangelio de Juan termina con estas palabras:

Hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir[1].

En lenguaje hiperbólico se nos dice que el Evangelio de Juan no contiene sino una selección de los hechos y dichos de Jesús. Lo mismo se aplica a los tres evangelios sinópticos, dado que evidentemente Jesús, durante los años que duró Su vida pública, dijo e hizo mucho más que lo que figura en las limitadas páginas de los evangelios. Teniendo en cuenta que era imposible plasmar en los evangelios cada acto, cada palabra, cada milagro y cada enseñanza de Jesús, sus autores escribieron un resumen general e incluyeron ejemplos concretos que reflejaban muy bien el alcance de Su ministerio.

Cada uno de los evangelistas sinópticos da al principio mismo de su evangelio un resumen y algunos ejemplos de las enseñanzas y milagros de Jesús. De esa manera presentan bien claramente desde el comienzo el poder y la autoridad de Sus enseñanzas y acciones, la reacción favorable hacia Él que tuvo inicialmente la gente y la popularidad de que gozó entre el pueblo al principio de Su vida pública. Marcos y Lucas dan tres ejemplos que, conjuntamente, sirven de resumen general.

El primer ejemplo, presentado por ambos evangelistas, es un incidente ocurrido en la sinagoga de Capernaúm. Lucas nos cuenta:

Los sábados les enseñaba; y se admiraban de Su doctrina, porque Su palabra tenía autoridad. Estaba en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu de demonio impuro, el cual exclamó a gran voz, diciendo: «¡Déjanos! ¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo reprendió, diciendo: «¡Cállate y sal de él!» Entonces el demonio, derribándolo en medio de ellos, salió de él sin hacerle daño alguno. Todos estaban maravillados, y se decían unos a otros: «¿Qué palabra es esta, que con autoridad y poder manda a los espíritus impuros, y salen?» Y Su fama se difundía por todos los lugares de la región[2].

Marcos narra el mismo incidente y termina diciendo:

Todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo: «¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espíritus impuros, y lo obedecen?» Muy pronto se difundió Su fama por toda la provincia alrededor de Galilea[3].

En este primer ejemplo vemos una confrontación entre Jesús y las fuerzas del mal, en la que quedan de manifiesto el poder y la autoridad que tiene Él sobre ellas[4]. El espíritu impuro que poseía al hombre reaccionó bien fuerte ante la presencia de Jesús, y le plantó cara llamándolo Santo de Dios. Esa clase de reacción por parte de los demonios era habitual cuando Jesús les hacía frente. Refiriéndose a otras situaciones similares dice:

«Clamando a gran voz, dijo: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Te conjuro por Dios que no me atormentes!»[5], y: «Clamaron diciendo: “¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?”»[6]

En estos casos, los demonios identificaron a Jesús como el Hijo de Dios/el Santo de Dios. Todas las veces que los demonios proclamaron quién era, Jesús los mandó callar. Aunque los comentaristas proponen diversos motivos por los que Jesús no quería que los demonios proclamaran la verdad sobre Él, Bock expone muy bien el principal:

Jesús no quiso recibir un testimonio tan positivo de un personaje tan ignominioso. Tal confesión podría haber conducido a una conclusión equivocada sobre el origen de Su poder[7].

Otro motivo es que tal vez a Jesús le preocupaba que, si se divulgaba demasiado pronto entre el pueblo que Él era el Mesías, se generaran expectativas y repercusiones políticas posiblemente problemáticas. Aunque Él libró a muchas personas de espíritus impuros, no todos estos proclamaron quién era[8].

El vocablo griego traducido como «¡Déjanos!» se traduce como «¡Ah!» en algunas versiones. Se desconoce el origen de esa palabra, pero se emplea para manifestar sorpresa o desagrado. El espíritu que dijo eso se sintió atacado o amenazado. El motivo de ese temor era el conocimiento de que Jesús era el Santo de Dios. Jesús inmediatamente le ordenó que se callara y saliera del hombre. Es significativo que para expulsar al demonio no empleara más que Sus propias palabras. Stein comenta:

Lo singular de Jesús no es solo que expulsara demonios, sino cómo lo hacía. No empleaba ensalmos ni conjuros. No gritaba, no alzaba la voz. No realizaba ninguna manipulación física especial ni hacía ruegos a Dios. Sus exorcismos no se basaban en ninguna técnica o conocimiento en particular, sino en quién era Él. […] Jesús, por ser quien era, no solo proclamó la llegada del reino de Dios, sino que en Su ministerio también demostró la llegada del reino saqueando con Sus expulsiones de demonios la casa de Satanás[9].

El demonio se fue sin hacer daño al hombre. En ese acto de Jesús se vio el poder de Dios, y los que lo presenciaron se llenaron de asombro y hablaron de su significación:

«¿Qué palabra es esta, que con autoridad y poder manda a los espíritus impuros, y salen?»[10] «¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espíritus impuros, y lo obedecen?»[11]

La gente reconoce que Jesús enseña y obra con autoridad. Tanto aquí como en el resto de los evangelios se nos dice que Jesús enseñaba con autoridad y que Sus enseñanzas hacían que la gente se admirara[12], se asombrara[13] y se maravillara[14]. Sus enseñanzas y Sus actos eran extraordinarios y contundentes, y le dieron popularidad.

El segundo ejemplo que aparece en Marcos y en Lucas[15], y que también está en Mateo[16], es cuando Jesús curó a la suegra de Pedro. Marcos cuenta:

Al salir de la sinagoga, fueron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan. La suegra de Simón estaba acostada con fiebre, y en seguida le hablaron de ella. Entonces Él se acercó, la tomó de la mano y la levantó; e inmediatamente se le pasó la fiebre y los servía[17].

Jesús entra en la casa familiar de los hermanos Simón (alias Pedro) y Andrés. En ella vive asimismo la suegra de Pedro —lo cual nos indica que Pedro está casado— y es de suponer que también su esposa[18]. Es probable que el suegro ya hubiera fallecido, pues en aquel tiempo en Judea los maridos solían ser mayores que sus mujeres y morir en los primeros años de la adultez de sus hijos[19]. Según la tradición, la esposa de Pedro participó activamente en el ministerio de las mujeres, y Pedro tuvo hijos[20].

La suegra de Pedro estaba en cama «con fiebre», que en aquel entonces se consideraba una enfermedad en vez de un síntoma de una dolencia. Muchos comentaristas consideran que la palabra griega empleada aquí es un antiguo término médico para referirse a una fiebre alta[21]. El hecho de que ella estuviera acostada muestra que la enfermedad era lo suficientemente grave para que tuviera que guardar cama y para que se justificara poner a Jesús en conocimiento de su estado. Jesús la tomó de la mano y la ayudó a levantarse, y la fiebre la dejó. Lucas dice que Jesús reprendió la fiebre, y Mateo que le tocó la mano. El que la tocara para sanarla puede entenderse como una indicación de que Él consideraba a las personas más importantes que las tradiciones, dados los prejuicios de la época sobre tocar a alguien con fiebre[22]. Todas las descripciones de ese suceso dicen que la curación fue instantánea, como se evidencia por el hecho de que ella se puso a servirlos. El vocablo griego traducido como servir se refiere a preparar alimentos u ofrecer comida y bebida a los invitados. Es probable que signifique que inmediatamente después de curarse sirvió comida a Jesús y a los que lo acompañaban.

El tercer ejemplo, tal como se narra en Lucas, es este:

Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a Él; y Él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. También salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Él los reprendía y no los dejaba hablar, porque sabían que Él era el Cristo[23].

Este tercer ejemplo nos lleva un paso más adelante. En el primero, Jesús expulsa a un demonio en un espacio público limitado, la sinagoga; en el segundo, sana a una pariente de un amigo en una casa particular; por último, cura públicamente a numerosas personas que tenían diversas enfermedades.

Dice que Jesús, al anochecer, impuso las manos a los enfermos que le habían traído, y se curaron. Con frecuencia —aunque no siempre—, Él expresaba Su interés y Su compasión por los enfermos imponiéndoles las manos uno a uno[24]. Los comentaristas interpretan esa imposición de manos de distintas maneras. Algunos la entienden como una señal de Su interés personal por cada uno; otros, como una bendición; y otros más, como una representación del vínculo entre Jesús y la persona curada[25]. Puede que sea todo eso a la vez. En esta ocasión, aparte de curar a los enfermos, Jesús expulsó demonios de muchos, algo que hizo habitualmente durante Su ministerio[26].

El Evangelio de Marcos termina con estas palabras esta sección que hace las veces de resumen general:

Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Lo buscó Simón y los que con él estaban, y hallándolo, le dijeron: «Todos te buscan». Él les dijo: «Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido». Y predicaba en las sinagogas de ellos en toda Galilea, y echaba fuera los demonios[27].

Lucas agrega que la gente le habría impedido marcharse[28].

Tras sanar al anochecer a todos los enfermos que le trajeron y liberar a muchos de demonios, Jesús se levantó temprano y estuvo un rato a solas comulgando con Su padre en oración. Es lógico que la gente de Capernaúm quisiera que se quedara allí, pero eso habría sido contraproducente para Su misión general, así que inició un recorrido por otras ciudades de Galilea.

Mateo hace un breve resumen de los resultados de que saliera de Capernaúm:

Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Se difundió Su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los sanó. Lo siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán[29].

Es evidente que Jesús estaba muy activo, enseñando frecuentemente en las sinagogas, anunciando el reino de Dios y curando enfermos por toda Galilea. Un resumen como ese no nos da detalles de la vida cotidiana de Jesús. Recorrió caminando toda Galilea. Continuamente le traían personas para que las sanara de diversas enfermedades. A menudo se veía cara a cara con individuos oprimidos por demonios. Muchedumbres acudían a Él para escucharlo y verlo hacer milagros. Disfrutaba de poca privacidad y estaba constantemente asediado por las necesidades ajenas. No solo entregó Su vida en la cruz, sino que lo hizo a diario durante los años que duró Su ministerio.

Marcos y Lucas dan tres ejemplos de los milagros y del poder de Jesús, a modo de introducción a Su ministerio. Mediante esos ejemplos, nos pintan un cuadro general de Su poder y autoridad. En el primero lo vemos plantar cara al mal y derrotarlo con la expulsión de un demonio; en el segundo se produce la curación en privado de la suegra de Pedro; y eso es seguido por la curación y liberación pública de un gran número de personas de Capernaúm. Esos hechos sirvieron de trampolín para Su ministerio por toda Galilea. Su fama creció por Israel, aunque esta no siempre se traduce en amplia aceptación, fe y discipulado. Su popularidad fue la causa de que más adelante los dirigentes religiosos de Israel lo vigilaran de cerca, lo cual condujo a enfrentamientos. Sin embargo, en este punto del relato los evangelistas quieren mostrar el alcance del ministerio de Jesús, la autoridad con la que enseña, Su poder sobre las fuerzas demoniacas y Su capacidad para sanar todo tipo de enfermedades.

Los evangelistas están construyendo sobre la base de lo que han revelado hasta ese momento: el asombro que causó el profundo entendimiento que tenía Jesús a los 12 años[30]; la declaración de Juan el Bautista de que el que había de venir sería más poderoso que él[31]; la voz del Cielo que proclamó: «Tú eres Mi Hijo amado»[32], y el regreso de Jesús a Galilea «en el poder del Espíritu»[33]. Ahora empezamos a ver ejemplos de Su poder y autoridad, con lo que gradualmente Sus discípulos (y los lectores) van entendiendo cabalmente quién es Jesús: el Mesías y Salvador.

A nosotros que estamos familiarizados con los evangelios nos resulta fácil leer esas biografías de Jesús sabiendo de antemano cuál será el desenlace y habiendo experimentado los efectos de Su muerte y resurrección. Ese conocimiento previo puede hacer que no captemos el proceso de descubrimientos que presentan los evangelios y que reproduce la experiencia de los primeros creyentes. Los evangelios se escribieron para ayudar a las personas a descubrir a Jesús y el propósito de Su vida. La idea era que los lectores nos maravilláramos a medida que fuera desvelándose quién era Jesús y se describieran Sus impresionantes milagros y la profunda verdad de Sus enseñanzas. Podemos introducirnos en el relato e imaginarnos, por ejemplo, que estamos en la sinagoga escuchando a Jesús enseñar cuando un hombre lo interrumpe diciendo: «¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno?»

Los evangelios nos presentan hechos y enseñanzas de Jesús. Contienen la base de lo que creemos acerca de Él y nos revelan lo que logró mediante Su sacrificio por la humanidad. También nos dan oportunidad de viajar en el tiempo hasta esa época y participar en la vida de los que lo siguieron durante Su ministerio en la Tierra. Si nos ponemos en el pellejo de los presentes y pensamos en lo que sintieron y en cómo interpretaron lo que sucedía, podemos adquirir una nueva perspectiva de los relatos de los evangelios. Podemos imaginarnos la vida de los primeros discípulos, que caminaron con Él de ciudad en ciudad, se hospedaron con Él, lo oyeron enseñar, escucharon Sus parábolas y tuvieron la maravillosa experiencia de verlo hacer milagros.

Por lo que los discípulos dejaron registrado para nosotros en los evangelios, sabemos que Jesús vino con la misión de dar Su vida por cada uno de nosotros. ¡Qué agradecidos podemos estar por los que se tomaron la molestia e hicieron el esfuerzo de escribir esas biografías! ¡Qué agradecidos también por los que nos hablaron personalmente de Jesús y nos pusieron en contacto con Sus palabras! ¡Y con qué dedicación deberíamos entregarnos todos a la tarea de darlo a conocer y divulgar Sus enseñanzas, para que otros también se beneficien de Su vida y de Su transformador mensaje!


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Juan 21:25.

[2] Lucas 4:31–37. V. también Marcos 1:21–28.

[3] Marcos 1:27,28.

[4] Los evangelios, así como otros textos de la Antigüedad, dan por cierta la posesión espiritual. Si bien el pensamiento occidental, por efecto de la Ilustración, suele rechazar que se pueda producir una posesión espiritual (y en general todo lo sobrenatural), se trata de un concepto aceptado, aun hoy en día, en gran parte del mundo.

V. Craig S. Keener: Miracles, Grand Rapids: Baker Academic, 2011, libro en dos tomos sobre la fe y la incredulidad en lo tocante a los milagros —incluido el exorcismo— a lo largo de la Historia y aun en el siglo XXI.

[5] Marcos 5:7.

[6] Mateo 8:29. V. también Marcos 3:11; Lucas 4:41, 8:28.

[7] Bock, Luke 1:1–9:50, 434.

[8] Mateo 9:32,33; 12:22; 17:18.

[9] Stein, Mark, 90.

[10] Lucas 4:36.

[11] Marcos 1:27.

[12] Mateo 7:28; 22:33; Marcos 1:22; 6:2; 11:18; Lucas 4:32; Juan 7:15.

[13] Marcos 1:27; 10:24.

[14] Mateo 13:54; 22:22; Marcos 12:17; Lucas 4:22,36.

[15] Lucas 4:38,39.

[16] Mateo 8:14,15.

[17] Marcos 1:29–31.

[18] V. 1 Corintios 9:5

[19] Keener, The Gospel of Matthew, 271.

[20] Bock, Luke 1:1–9:50, 436, citando a Eusebio, Historia de la Iglesia, 3.XXX.1.

[21] Ibíd., 436.

[22] Keener, The Gospel of Matthew, 271.

[23] Lucas 4:40,41.

[24] Lucas 13:13; Marcos 5:23; 6:5; 7:32; 8:23,25. En Lucas 7:1–10 se menciona una curación sin imposición de manos.

[25] Stein, Mark, 438

[26] Lucas 4:33–35; 8:2; 9:42; Marcos 1:34; 3:10,11; Mateo 9:32,33; 12:22; 17:18.

[27] Marcos 1:35–39.

[28] Lucas 4:42.

[29] Mateo 4:23–25.

[30] Lucas 2:47.

[31] Mateo 3:11.

[32] Marcos 1:11.

[33] Lucas 4:14.