Jesús, Su vida y mensaje: La Fiesta de los Tabernáculos (5ª parte)

julio 30, 2019

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: The Feast of Tabernacles (Part 5)]

En los cuatro primeros artículos sobre la Fiesta de los Tabernáculos estudiamos las interacciones de Jesús con diversas personas durante dicha celebración, tal como vienen descritas en el capítulo 7 de Juan. Al final de ese capítulo, los fariseos desestiman la defensa que hace Nicodemo de Jesús con una pregunta sarcástica: «¿Eres tú también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado un profeta»[1]. Esto va seguido de un pasaje —del versículo 7:53 al 8:11— en el que se narra que los fariseos y escribas le trajeron una mujer que había sido sorprendida en el acto de adulterio y le preguntaron qué se le debía hacer. La mayoría de los biblistas señalan que este incidente interrumpe el flujo del debate de Jesús con los fariseos, el cual se reanuda en Juan 8:12. Así que seguiremos el hilo de las enseñanzas de Jesús a partir de ese punto y en un futuro artículo estudiaremos lo que le dijo a la mujer sorprendida en adulterio.

A pesar de que los fariseos habían rechazado la sugerencia de Nicodemo de que escucharan a Jesús[2], eso es precisamente lo que los vemos hacer en el capítulo 8. Jesús ha vuelto al Templo y está hablando con ellos.

Otra vez Jesús les habló, diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».

Anteriormente, Jesús había aludido a las libaciones de agua que se hacían durante la celebración, diciendo: «Si alguien tiene sed, venga a Mí y beba»[3]. Un segundo aspecto de la Fiesta de los Tabernáculos estaba relacionado con la luz. Al final del primer día de la fiesta, en el Patio de las Mujeres (situado dentro del templo) se prendían cuatro lámparas doradas (candelabros o menorás). La ceremonia de encendido estaba rodeada de mucho alborozo, y después de esto quedaban prendidas durante las celebraciones. Esas lámparas doradas alumbraban todo el recinto del templo cada noche de las fiestas. Ese fue el contexto en que Jesús dijo: «Yo soy la luz del mundo».

El Antiguo Testamento contiene numerosas referencias a la luz. En el éxodo, Dios envió una columna de nube y una de fuego para conducir al pueblo de Israel en su paso por el desierto[4]. En los Salmos declaran: «El Señor es mi luz»[5]. Según el libro de Isaías, el Siervo del Señor que había de venir sería «luz de las naciones (gentiles)»[6]. Dice asimismo que llegará el día en que «el Señor te será por luz eterna»[7]. El libro de Zacarías también habla de ese tiempo:

Acontecerá que en ese día no habrá luz, ni frío, ni hielo. Será un día único, solo conocido por el Señor, en el que no habrá ni día ni noche, pero sucederá que al caer la tarde habrá luz[8].

Se piensa que tal vez estos versículos formaban parte de los extractos de las Escrituras que se leían durante la fiesta.

Algunos comentaristas escriben que Jesús hizo esa declaración al final de la fiesta, posiblemente poco después de apagarse los cuatro candelabros. Cuando estaban apagados, Jesús anunció que los que lo siguen se libran de la oscuridad. Eso da a entender que el mundo entero está sumido en tinieblas y que solo los que lo siguen se libran de la oscuridad y disfrutan de la luz. La expresión «el que me sigue» alude a los que lo siguen continuamente, a los que son Sus discípulos.

Entonces los fariseos le dijeron: «Tú das testimonio acerca de Ti mismo; Tu testimonio no es válido»[9].

La observación de los fariseos no se centró en lo que había dicho Jesús sobre la luz y las tinieblas, sino en un tecnicismo legal. Su argumento era que, como el propio Jesús era quien daba testimonio de Sí mismo, ese testimonio era inválido, ya que no cumplía los requisitos legales establecidos en las leyes de Moisés.

Un solo testigo no bastará para condenar a un hombre acusado de cometer algún crimen o delito. Todo asunto se resolverá mediante el testimonio de dos o tres testigos[10].

En un pasaje anterior de este evangelio, el propio Jesús había dicho lo mismo: «Si Yo doy testimonio acerca de Mí mismo, Mi testimonio no es verdadero»[11].

Respondió Jesús y les dijo: «Aunque Yo doy testimonio acerca de Mí mismo, Mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; Yo no juzgo a nadie. Y si Yo juzgo, Mi juicio es según la verdad, porque no soy Yo solo, sino Yo y el Padre que me envió»[12].

A pesar de que un testimonio no corroborado carecía de validez legal, Jesús declaró que cuando Él daba testimonio de Sí mismo, Su testimonio era válido. ¿Por qué? Porque aunque daba testimonio de Sí mismo, no lo hacía por Sí mismo. Había sido enviado al mundo por Su Padre, y la presencia de Su Padre estaba con Él. Por esa unidad que había entre Él y Su Padre, todas Sus enseñanzas y juicios eran los de Su Padre.

Antes, a la mitad de la fiesta, había dicho: «A Mí me conocéis y sabéis de dónde soy»[13], refiriéndose al hecho de que sabían que era de Galilea. Sin embargo, aquí declara: «Vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy». En este caso se refiere a Su verdadero origen. El lugar de donde viene y el lugar a donde va son el mismo. En este evangelio, Jesús revela en varias ocasiones cuál es, en el fondo, Su procedencia.

He descendido del cielo, no para hacer Mi voluntad, sino la voluntad del que me envió[14].

Yo soy el pan vivo que descendió del cielo[15].

Nadie subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre[16].

Aparte de declarar Su auténtica procedencia y destino, Jesús también indicó en varios pasajes de este evangelio que había sido enviado por Dios Padre.

He descendido del cielo, no para hacer Mi voluntad, sino la voluntad del que me envió[17].

Jesús les dijo: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió»[18].

No busco Mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió[19].

También el Padre, que me envió, ha dado testimonio de Mí[20].

Mi doctrina no es Mía, sino de aquel que me envió[21].

Jesús no solo había sido enviado al mundo por el Padre, sino que iba a volver con Él tras cumplir Su misión en la Tierra.

Todavía estaré con vosotros algún tiempo, y luego iré al que me envió[22].

Cuesta entender por qué dijo: «Yo no juzgo a nadie»[23], ya que en otros pasajes de este evangelio sí habló de juzgar.

Según oigo, así juzgo, y Mi juicio es justo[24].

El Padre […] todo el juicio dio al Hijo[25].

Algunos comentaristas explican que lo que Jesús quiso dar a entender aquí era que Él no juzgaba por Su cuenta, sino juntamente con Su Padre. «No juzgo Yo solo, sino que el Padre que me envió juzga conmigo»[26]. Hay otras opiniones sobre lo que quiso decir. Por ejemplo, las notas de estudio de la versión inglesa ESV dicen:

Esto es, de acuerdo con la mente natural y según los criterios humanos de este mundo. Cuando Jesús dice: «Yo no juzgo a nadie», quiere decir que en Su ministerio terrenal no ha venido como juez del mundo, sino como su salvador (v. 3:17; 12:47). No obstante, la propia venida de Jesús es origen de división y por tanto de «juicio» en otro sentido (v. 3:19; 9:39), y más adelante Jesús volverá para juzgar al mundo entero (v. 5:22,27,29; 12:48). En aun otro sentido, considerando que «juzgar» significa «valorar rectamente», Jesús sí juzga hechos y comportamientos de personas a lo largo de Su ministerio terrenal (v. 5:30; 7:24; 8:16,26).

En vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos hombres es válido. Yo soy el que doy testimonio de Mí mismo. También el Padre que me envió da testimonio de Mí[27].

Jesús reconoció que la Ley exigía el testimonio de dos testigos para confirmar la veracidad de lo que se atestiguaba, y a continuación se valió de eso para reforzar Su argumento. Él y Su Padre daban testimonio. Presentó un razonamiento de menor a mayor: si el testimonio de «dos hombres» era válido, cuánto más el de un hombre más Dios, Su Padre en el Cielo.

Ellos le dijeron: «¿Dónde está Tu padre?» Respondió Jesús: «Ni a Mí me conocéis, ni a Mi Padre; si a Mí me conocierais, también a Mi Padre conoceríais»[28].

Al preguntarle dónde estaba Su padre, probablemente querían escuchar a un segundo testigo y pensaron que se refería a Su padre terrenal. Jesús les respondió que Su Padre estaba inaccesible para ellos. La única manera de conocer al Padre es por medio del Hijo, como dice un pasaje anterior de este evangelio.

A Dios nadie lo ha visto jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él lo ha dado a conocer[29].

Uno de los principales puntos en que insiste el Evangelio de Juan es que solo es posible conocer al Padre por medio del Hijo. Quien de veras llegue a conocer al Hijo conocerá también al Padre. Los fariseos se enorgullecían de su conocimiento de Dios, pero Jesús afirmó que ellos en realidad no lo conocían en absoluto.

Estas palabras habló Jesús en el lugar de las ofrendas, enseñando en el Templo[30].

Las ofrendas se depositaban en el Patio de las Mujeres, que estaba ubicado entre el santuario interior y el Patio de los Gentiles en la parte exterior. En el lugar de las ofrendas había trece recipientes con forma de trompeta en los que los fieles echaban sus ofrendas. Seis eran para el impuesto del medio siclo[31] —que todos los varones judíos de más de veinte años pagaban anualmente— y otras ofrendas establecidas. Las otras siete trompetas eran para ofrendas voluntarias. El Evangelio de Marcos y el de Lucas también mencionan que se depositaba dinero en la caja de las ofrendas.

Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre que echaba allí dos blancas. Y dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre echó más que todos»[32].

Aunque Jesús estuvo enseñando abierta y públicamente en el Templo, «nadie lo prendió, porque aún no había llegado Su hora»[33]. Ya vimos que algunos de la multitud querían que lo arrestaran[34], pero no lo consiguieron «porque aún no había llegado Su hora»[35]. Su detención no se produjo sino en el momento que Dios determinó. Cuando vino ese momento, Jesús anunció: «Ha llegado la hora para que el Hijo del hombre sea glorificado»[36].

Otra vez les dijo Jesús: «Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde Yo voy, vosotros no podéis ir». Decían entonces los judíos: «¿Acaso pensará matarse, que dice: “A donde Yo voy, vosotros no podéis ir”?»[37]

Jesús volvió a decirles a los fariseos que Él se iba; pero esta vez agregó que ellos morirían en sus pecados. Los fariseos no prestaron atención a esa advertencia de Jesús sobre sus pecados, y Él más adelante la repite dos veces.

De momento solo les preocupaba adónde se iría. Estaban desconcertados y no entendían el significado de Sus palabras; pero en vez de pedirle una aclaración, se pusieron a hablar entre sí y a preguntarse si se iba a matar. Es paradójico que se preguntaran si Jesús estaba pensando suicidarse, cuando antes estaba claro que algunos de ellos querían matarlo. «¿No es a este a quien buscan para matarlo?»[38]

Y les dijo: «Vosotros sois de abajo, Yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, Yo no soy de este mundo. Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; si no creéis que Yo soy, en vuestros pecados moriréis»[39].

Jesús estableció una diferencia entre Él y sus interlocutores: declaró que Él era de «arriba» (del Cielo) mientras que ellos eran de «abajo» (de la Tierra). Él no era de este mundo, mientras que ellos sí. Antes ya había afirmado algo similar:

El que viene de arriba está por encima de todos; el que es de la tierra es terrenal y habla de cosas terrenales. El que viene del cielo está por encima de todos[40].

Como eran del mundo, iban a morir en sus pecados, ya que, tal como dice otro pasaje de las Escrituras, «el mundo entero está bajo el maligno»[41].

Antes, en este capítulo, ya había advertido a los fariseos: «En vuestro pecado moriréis»[42]. Aquí repite dos veces esa advertencia:

Os dije que moriréis en vuestros pecados; si no creéis que Yo soy, en vuestros pecados moriréis.

Esta vez agrega una condición: si «creéis que Yo soy», el resultado será distinto. Las palabras «Yo soy» aluden a lo que está escrito en Isaías 43:

Vosotros sois Mis testigos —dice el Señor—, y Mi siervo que Yo escogí, para que me conozcáis y creáis y entendáis que Yo mismo soy; antes de Mí no fue formado dios ni lo será después de Mí[43].

Se trata de una reivindicación de divinidad de Jesús, similar a la que hace al final de este capítulo.

Jesús les dijo: «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuera, Yo soy»[44].

(Continúa en la sexta parte.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Juan 7:52.

[2] Juan 7:50–52.

[3] Juan 7:37.

[4] Éxodo 13:21,22.

[5] Salmo 27:1.

[6] Isaías 49:6.

[7] Isaías 60:19–22.

[8] Zacarías 14:6,7.

[9] Juan 8:13.

[10] Deuteronomio 19:15 (NVI). V. también Deuteronomio 17:6.

[11] Juan 5:31.

[12] Juan 8:14–16.

[13] Juan 7:28.

[14] Juan 6:38.

[15] Juan 6:51.

[16] Juan 3:13.

[17] Juan 6:38.

[18] Juan 4:34.

[19] Juan 5:30.

[20] Juan 5:37.

[21] Juan 7:16.

[22] Juan 7:33.

[23] Juan 8:15.

[24] Juan 5:30.

[25] Juan 5:22.

[26] Juan 8:16 (DHH).

[27] Juan 8:17,18.

[28] Juan 8:19.

[29] Juan 1:18.

[30] Juan 8:20.

[31] Más detalles sobre ese impuesto en Jesús, Su vida y mensaje: El impuesto para el Templo.

[32] Lucas 21:1–3. V. también Marcos 12:41–43.

[33] Juan 8:20b.

[34] V. La Fiesta de los Tabernáculos (3ª parte).

[35] Juan 7:30.

[36] Juan 12:23.

[37] Juan 8:21,22.

[38] Juan 7:25.

[39] Juan 8:23,24.

[40] Juan 3:31.

[41] 1 Juan 5:19.

[42] Juan 8:21.

[43] Isaías 43:10.

[44] Juan 8:58.