Jesús, Su vida y mensaje: Jesús y Juan (1ª parte)
febrero 3, 2015
Enviado por Peter Amsterdam
Jesús, Su vida y mensaje: Jesús y Juan (1ª parte)
[Jesus—His Life and Message: John and Jesus (Part 1)]
(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)
Al principio del Evangelio de Lucas se nos han narrado los sucesos que rodearon el nacimiento de Juan el Bautista, incluidas la proclamación del ángel Gabriel y la profecía de Zacarías, el padre de Juan. Lo único que sabemos de la juventud de Juan es que «el niño crecía y se fortalecía en espíritu, y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel»[1]. La siguiente aparición de Juan en los Evangelios es unos treinta años más tarde. Lucas nos cuenta que «vino palabra de Dios a Juan hijo de Zacarías, en el desierto»[2].
Lo de que la palabra de Dios vino a Juan es significativo, porque después de los tres últimos profetas judíos —Zacarías, Hageo y Malaquías— no había habido profetas que se dirigieran a la nación de Israel. Cuando Lucas escribe que «vino palabra de Dios a Juan» está diciendo que Dios le está hablando de nuevo a Su pueblo.
Las palabras de Lucas evocan lo que solía suceder siglos antes, cuando Dios todavía se dirigía a Israel. En las Escrituras hay numerosos pasajes con expresiones similares, como: «La palabra del Señor vino por medio del profeta Hageo»[3], «Llegó esta palabra del Señor al profeta Zacarías»[4], «Palabra del Señor contra Israel, por medio de Malaquías»[5]. Tras 400 años de silencio, Dios se está dirigiendo de nuevo a la nación. La gente está emocionada, como se evidencia —tal como veremos— por las multitudes que buscan a Juan.
Dice que «bautizaba Juan en el desierto y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Acudía a él toda la provincia de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados»[6]. «Y él fue por toda la región contigua al Jordán predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados»[7].
Juan, llamado el Bautista en los Evangelios, llevó a cabo Su ministerio en las tierras ribereñas del Jordán. El lugar preciso no está indicado. Puede que predicara en la parte del desierto de Judea que linda con el río Jordán, o en el norte cerca de Perea, o que recorriera de arriba abajo el valle del Jordán, entre varias localidades, siguiendo el río[8].
Numerosas personas acudían a oírlo predicar y eran bautizadas por él. Lo que dice Mateo de que «acudía a él Jerusalén, toda Judea y toda la provincia de alrededor del Jordán»[9] da a entender que Juan se había vuelto muy famoso, tanto que incluso muchos fariseos y saduceos iban a escucharlo[10]. Desde Jerusalén fueron enviados unos sacerdotes y levitas para averiguar quién era[11].
Aparte de su gran poder de convocatoria, Juan tenía un número considerable de discípulos que practicaban y predicaban lo mismo que él[12]. El Evangelio de Juan explica que algunos de los primeros discípulos de Jesús habían sido previamente discípulos de Juan[13]. El libro de los Hechos[14] indica que muchos años después de su muerte todavía tenía seguidores. Es posible que tras su muerte el movimiento no solo sobreviviera, sino que se extendiera[15].
Los Evangelios cuentan que Jesús fue bautizado por Juan[16], que llamó a Juan «aquel Elías que había de venir»[17], y que dijo que era más que un profeta[18] y que no había nacido nadie más grande que él[19]. Tras la muerte de Juan, algunos pensaron que Jesús era Juan resucitado[20]. Desde luego Juan tuvo un gran impacto, así que vale la pena examinar de cerca su vida. ¿Quién fue exactamente y qué función desempeñó con relación a Jesús?
Por los relatos sobre el nacimiento de Jesús y el de Juan sabemos que este último era hijo del sacerdote Zacarías, o sea, que habría podido ser él también sacerdote. Sin embargo, desde su nacimiento Dios lo llamó en una dirección distinta, y en vez de desempeñar en Jerusalén las funciones sacerdotales, Juan salió al desierto. Algunos estudiosos de la Biblia conjeturan que pudo haber formado parte de la comunidad esenia de Qumrán[21], que estuvo situada cerca de donde Juan bautizaba. Entre los rituales espirituales de dicha congregación había ritos de purificación que incluían la inmersión en agua. Creían, más o menos como Juan, que los juicios de Dios caerían pronto sobre Israel. Si bien es posible que Juan estuviera relacionado con ellos o como mínimo influenciado por sus enseñanzas, está claro que cuando él comenzó su ministerio no estaba ligado a ellos: algunas de sus creencias y prácticas, tal como están registradas en los Evangelios, eran contrarias a lo que enseñaban los esenios.
Juan predicó convincentemente un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados. Bautizaba a todos los que decidían arrepentirse. El bautismo representaba una nueva o renovada fidelidad a los designios divinos y el compromiso de vivir como correspondía a unos auténticos hijos de Abraham. Su mensaje era que con la herencia judía, con ser hijos de Abraham, no bastaba: era preciso arrepentirse de los pecados. Decía:
«Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: “Tenemos a Abraham por padre”, porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras»[22].
Evocando una profecía de Isaías[23], Juan expresó la urgencia del arrepentimiento al decir: «El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego»[24]. Los frutos a los que se refiere son los «frutos dignos de arrepentimiento»[25]. El fuego hace pensar en la siguiente profecía de Malaquías: «Ciertamente viene el día, ardiente como un horno, y serán estopa todos los soberbios y todos los que hacen maldad. Aquel día que vendrá, los abrasará, dice el Señor de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama»[26]. Juan quería enfatizar a los oyentes que no debían vacilar, sino arrepentirse inmediatamente[27].
La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer?», y él respondía: «El que tenga dos túnicas, comparta una con el que no tiene ninguna, y el que tenga comida, haga lo mismo»[28]. Ese consejo general debía de recordarles a los oyentes un mensaje más amplio que había dado Isaías y que ya tenían en las Escrituras:
«El ayuno que Yo escogí, ¿no es más bien desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, dejar ir libres a los quebrantados y romper todo yugo? ¿No es que compartas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al desnudo lo cubras y que no te escondas de tu hermano?»[29] «¿Para qué me sirve, dice el Señor, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos […]. No me traigáis más vana ofrenda […]. Mi alma aborrece vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes […]. Lavaos y limpiaos, quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de Mis ojos, dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien, buscad el derecho, socorred al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda»[30].
La breve respuesta de Juan les indica claramente a los oyentes que el arrepentimiento es algo más que seguir rituales u ofrecer holocaustos. Significa conducirse rectamente en la vida cotidiana.
Tras la respuesta general que da Juan a la multitud, pasamos a un caso más particular, pues Lucas cuenta que los publicanos y los soldados le preguntan qué deben hacer ellos. Era sabido que los cobradores de impuestos se aprovechaban del sistema tributario y recaudaban para su propio beneficio más impuestos de los que correspondían. El pueblo por lo general los despreciaba y los consideraba colaboracionistas con Roma[31]. La respuesta de Juan es que en el caso de ellos los «frutos de arrepentimiento» deben hacerse manifiestos en su vida cotidiana y que no deben exigir nada por encima de los tributos que están autorizados a recaudar. Su respuesta a los soldados, que quizás eran judíos que prestaban servicio militar a Herodes, es similar: «No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario»[32]. Estos ejemplos indican el efecto positivo que tenía la prédica de Juan, no solo en el común de la gente, sino también en los miembros de los grupos marginales de la sociedad judía.
Juan complementaba su predicación con el bautismo. El vocablo griego empleado para decir bautizar (baptízo) significa zambullir, sumergir. En otros ritos judíos similares de la época, la mayoría de las personas se sumergían ellas solas en el agua; en cambio, cuando Juan bautizaba, él sumergía a las personas. No se trataba tan solo de un ritual de limpieza o purificación, sino de un bautismo de arrepentimiento, una señal externa que hacían únicamente los que se arrepentían, como expresión de la transformación de su corazón y mente. Representaba la muerte de toda una forma de vida y el nacimiento de otra[33]. Indicaba un nuevo comenzar y la expectativa de que el bautizado cambiara, de que se apreciaran en su vida los frutos de su arrepentimiento.
Además de exhortar a arrepentirse enseguida y de advertir de las consecuencias de no hacerlo, Juan anunciaba: «Viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de Su calzado; Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego»[34]. Al decir que él no era digno de desatarle las sandalias, Juan quería dar a entender que ni siquiera sería digno de hacer de esclavo para ese otro más poderoso que iba a venir. El bautismo de esa otra persona iba a ser un bautismo del Espíritu Santo, con fuego, un bautismo mayor y más fuerte que el de Juan.
Lucas explica que a esas alturas la gente estaba expectante y se preguntaba si Juan era el Mesías[35]. En el Evangelio de Juan, quienes le hacen la pregunta al Bautista son los sacerdotes y levitas enviados desde Jerusalén:
«¿Quién eres tú?» Él confesó […]: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?» Dijo: «No soy». «¿Eres tú el Profeta?» Y respondió: «No»[36].
Como ha declarado explícitamente no ser el Mesías, quieren saber si es Elías o el profeta. J. Ramsey Michaels explica:
La expectativa de que Elías regresaría con el fin de preparar al pueblo para el día del Señor es tan antigua como la profecía de Malaquías, en la que el anuncio «Yo estoy por enviar a Mi mensajero para que prepare el camino delante de Mí» (Malaquías 3:1 NVI) se anticipa a la promesa final: «Estoy por enviarles al profeta Elías antes que llegue el día del Señor, día grande y terrible» (Malaquías 4:5 NVI)[37].
Posteriormente, Jesús mencionó que Juan era Elías, en el sentido de que había sido el precursor del Mesías[38].
La pregunta: «¿Eres tú el Profeta?» alude a Deuteronomio 18:18: «Un profeta como tú les levantaré en medio de sus hermanos; pondré Mis palabras en su boca y él les dirá todo lo que Yo le mande. Pero a cualquiera que no oiga las palabras que él pronuncie en Mi nombre, Yo le pediré cuenta»[39].
En respuesta a la pregunta: «¿Quién eres?», Juan dice: «Yo soy “la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías»[40]. Todos los Evangelios, al describir a Juan, aluden a Isaías 40:3, pero únicamente en el cuarto Evangelio aparecen estas palabras en boca de Juan. Más tarde él reitera: «Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de Él»[41]. Se refiere a sí mismo como «el amigo del esposo, el que está a su lado y lo oye» y «se goza grandemente de la voz del esposo»[42]. Juan entendió su llamamiento como precursor del que había de venir.
Juan dijo que el que vendría después de él, aparte de bautizar con el Espíritu Santo, lo haría también «con fuego»[43]. «Su aventador está en Su mano para limpiar Su era. Recogerá Su trigo en el granero y quemará la paja en fuego que nunca se apagará»[44]. El aventado del trigo es el procedimiento por el que se separa el grano de la paja. En el Antiguo Testamento, se empleaba el fuego como una imagen de castigo[45]. Juan quiere decir que el bautismo del que le seguirá servirá para purgar tanto como para bendecir. Más adelante reaparece ese tema en ciertas parábolas de Jesús, como la del sembrador y la del trigo y la cizaña[46].
Juan indicó la diferencia entre su bautismo y el de aquel que lo seguiría: «Yo a la verdad os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo»[47]. Ese bautismo mayor que iba a venir hace pensar en ciertas profecías que recibió Ezequiel: «Esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis purificados de todas vuestras impurezas, y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros Mi Espíritu, y haré que andéis en Mis estatutos y que guardéis Mis preceptos y los pongáis por obra»[48]. Juan predicó un bautismo de purificación, de arrepentimiento; su sucesor, que era mayor que él, iba a traer un bautismo de salvación.
El mensaje de Juan era popular, y la genta iba a verlo. Como veremos en el próximo artículo, también Jesús fue.
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Lucas 1:80.
[2] Lucas 3:2.
[3] Hageo 1:1 (RVC).
[4] Zacarías 1:1.
[5] Malaquías 1:1.
[6] Marcos 1:4,5 y Mateo 3:1.
[7] Lucas 3:3.
[8] Witherington, «John the Baptist», Dictionary of Jesus and the Gospels, 386,387.
[9] Mateo 3:5.
[10] Mateo 3:7.
[11] Juan 1:19.
[12] Juan 1:35, 3:25 y Lucas 11:1.
[13] Juan 1:35–40.
[14] Hechos 18:24,25, 19:1–7.
[15] Witherington, «John the Baptist», Dictionary of Jesus and the Gospels, 388,389.
[16] Mateo 3:13,16; Marcos 1:9; Lucas 3:21.
[17] Mateo 11:14.
[18] Lucas 7:26.
[19] Lucas 7:28.
[20] Mateo 16:14.
[21] Aunque en las Escrituras no se hable de ellos, en la época de Jesús existió otro grupo de judíos religiosos, los llamados esenios. Se los menciona en los escritos históricos de Josefo, Filón y Plinio, y también en los Rollos del Mar Muerto. Por lo visto cierto número de ellos se estableció cerca del mar Muerto, posiblemente en Qumrán, entre el año 150 y el 140 a. C. Hacia el año 31 a. C. abandonaron el lugar, posiblemente a causa de un terremoto. Algunos regresaron tras la muerte de Herodes el Grande. Desaparecieron de los registros históricos tras la Gran Revuelta Judía de los años 66–70 d. C. Los esenios se oponían a los templos, creían en la preexistencia y la inmortalidad del alma y eran muy legalistas en cuestiones de pureza ritual. Se veían a sí mismos como un remanente de judíos justos viviendo en los últimos tiempos. Esperaban la llegada de un mesías político y el fin de una era. Algunos vivían en comunidad y tenían todos sus bienes en común. Se consagraban al estudio de las Escrituras, los baños rituales, la oración y el copiado de sus propios textos. Los Manuscritos del Mar Muerto, que se hallaron escondidos en cuevas cerca de donde ellos vivían, contenían algunos textos atribuidos a los esenios junto con rollos de porciones del Antiguo Testamento (Tomado de Jesús, Su vida y mensaje: Gobernantes y grupos religiosos, un artículo anterior de esta misma serie).
[22] Lucas 3:8.
[23] He aquí el Señor, Señor de los ejércitos, desgajará el ramaje con violencia; los árboles de gran altura serán cortados, los altos serán derribados. Cortará con hierro la espesura del bosque y el Líbano caerá con estruendo (Isaías 10:33,34).
[24] Lucas 3:9.
[25] Lucas 3:8.
[26] Malaquías 4:1.
[27] Green, The Gospel of Luke, 177.
[28] Lucas 3:10,11 (RVC).
[29] Isaías 58:6,7.
[30] Extracto de Isaías 1:11–17.
[31] Los romanos, que gobernaban Israel en tiempos de Jesús, exigían tres tipos de impuestos: el impuesto territorial, la capitación y los derechos de aduana. Los impuestos se empleaban para pagar tributo a Roma, que había conquistado Israel en el año 63 a. C. En todo el Imperio romano había un sistema de peajes y gabelas que se recolectaban en los puertos, en las oficinas de impuestos y en las puertas de las ciudades. Las tarifas oscilaban entre el dos y el cinco por ciento de los bienes transportados de una ciudad a otra. En viajes largos, una persona que transportara artículos podía ser gravada múltiples veces. El valor de los artículos lo determinaba el cobrador. El sistema aduanero y de recaudación de impuestos funcionaba mediante lo que se conoce como arriendo. Se hacía de la siguiente manera: ciertas personas adineradas hacían ofertas sobre cuánto pagarían a Roma por el privilegio de recaudar impuestos en una zona. El mejor postor se convertía en arrendador y pagaba la suma que había sido aceptada por Roma en la puja; de esa manera Roma percibía los impuestos por adelantado. Luego el arrendador recaudaba los impuestos por medio de cobradores de la localidad. El arrendador y las personas a las que contrataba para recaudar los impuestos se ganaban la vida con los tributos que percibían. Cobraban todo lo que podían en impuestos dentro de ciertos límites legales, pues sus ingresos venían determinados por la cantidad de dinero que lograran reunir por encima de lo que ya habían pagado a Roma. En pocas palabras, la recaudación de impuestos era un negocio. Los arrendadores contrataban a cobradores del lugar para que llevaran a cabo la labor de recaudar los impuestos. Tales cobradores evaluaban la mercancía y seguidamente fijaban la suma a pagar. Aunque existía cierto control, con frecuencia los recaudadores, para obtener ganancias, tasaban los artículos en mucho más de su valor real. Detenían a los viajeros en los caminos y exigían esos tributos, que se podían pagar en moneda o renunciando a una parte de los artículos. Los contribuyentes consideraban que eso era robo institucional. Cuando unos recaudadores de impuestos fueron donde Juan el Bautista para ser bautizados y le preguntaron qué debían hacer, él respondió: «No exijáis más de lo que os está ordenado» […]. Los recaudadores de impuestos eran despreciados. Eran calificados de extorsionistas e injustos. Según la ley judía, no existía obligación de decirles la verdad. Se los consideraba religiosamente impuros; por consiguiente, su casa y toda casa en la que entraran también eran consideradas impuras. Con frecuencia se metía en el mismo saco a los detestados cobradores de impuestos, los pecadores y las prostitutas. Los tildaban de ladrones, y la gente respetable los rehuía (Peter Amsterdam, «El fariseo y el cobrador de impuestos», en Parábolas de Jesús).
[32] Lucas 3:14.
[33] Morris, The Gospel According to Matthew, 56.
[34] Lucas 3:16.
[35] Lucas 3:15.
[36] Juan 1:19–21.
[37] Michaels, The Gospel of John, 98.
[38] Mateo 11:14.
[39] Deuteronomio 18:18,19.
[40] Juan 1:22,23.
[41] Juan 3:28.
[42] Juan 3:29.
[43] Lucas 3:16 (NVI).
[44] Mateo 3:12.
[45] Isaías 66:15; Ezequiel 38:22; Sofonías 1:12.
[46] Mateo 13:8–30. V. también Mateo 25:31–33.
[47] Marcos 1:8.
[48] Ezequiel 36:25–27. V. también Ezequiel 11:19,20.