Jesús, Su vida y mensaje: La entrada en Jerusalén

enero 5, 2021

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Entry into Jerusalem]

En este artículo estudiaremos la descripción que hacen los evangelios del último retorno de Jesús a Jerusalén. Los cuatro evangelios refieren Su entrada en la capital[1]. En este artículo nos centraremos en la narración del Evangelio de Lucas, que comienza con el viaje de Jesús a Jerusalén.

Iba delante subiendo a Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y a Betania, al monte que se llama de los Olivos, envió a dos de Sus discípulos, diciendo: «Id a la aldea de enfrente, y al entrar en ella hallaréis un asno atado en el cual ningún hombre ha montado jamás; desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?” le responderéis así: “Porque el Señor lo necesita”»[2].

Cuando Jesús se encontraba a unos 3 kilómetros de la capital, cerca del pueblo de Betania, en la falda oriental del monte de los Olivos, y cerca de Betfagé (la ubicación exacta de esta aldea es incierta, pero estaba próxima a Betania), dio instrucciones a dos de Sus discípulos. Debían entrar en la aldea, donde encontrarían un asno. En el Evangelio de Mateo dice «pollino», o sea, asno joven, y cita un pasaje del Antiguo Testamento:

Decid a la hija de Sion: «Tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre un asno, sobre un pollino, hijo de animal de carga»[3].

El burro que los dos discípulos iban a encontrar en el pueblo nunca había sido montado. En el Antiguo Testamento, un animal joven que no había sido montado era considerado apto para una tarea sagrada. Este asno estaba a punto de transportar al Hijo de Dios.

Fueron los que habían sido enviados y hallaron como les dijo. Cuando desataban el asno, sus dueños les dijeron: «¿Por qué desatáis el asno?» Ellos dijeron: «Porque el Señor lo necesita»[4].

Cuando los dos discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, se encontraron con que todo se cumplía tal como Él había dicho. En el momento en que se disponían a llevarse el animal siguiendo las instrucciones de Jesús, los dueños les preguntaron qué hacían. La reacción de los dueños indica que no existía un acuerdo previo con Jesús para permitirle que se llevara el pollino. Aun así, cuando les dijeron que Jesús lo necesitaba, no les pusieron ningún inconveniente.

Lo trajeron a Jesús; y habiendo echado sus mantos sobre el asno, subieron a Jesús encima. Y a Su paso tendían sus mantos por el camino[5].

Jesús había emprendido el viaje a Jerusalén a pie, pero ahora iba montado en un pollino. Algunos de los que estaban con Él tomaron sus mantos y los echaron sobre el burro a modo de silla de montar. Otros tendieron sus mantos por el camino delante de Él. Tender sus mantos en el camino era una forma de rendirle homenaje, una expresión pública de honra y respeto. En el Antiguo Testamento hay una persona a la que se le rindió ese mismo honor: Jehú cuando fue ungido rey de Israel. Al enterarse sus hombres de que era rey, dice que «cada uno tomó apresuradamente su manto y lo puso debajo de Jehú en un trono alto. Luego tocaron la bocina y gritaron: “Jehú es el rey”»[6].

La entrada de Jesús en Jerusalén montado en un asno era un acto de gran contenido simbólico. En 1 Reyes hay un precedente de un rey que también montó un asno:

El rey David dijo: «Llamadme al sacerdote Sadoc, al profeta Natán y a Benaía hijo de Joiada». Ellos entraron a la presencia del rey, y él les dijo: «Tomad con vosotros los siervos de vuestro señor, montad a mi hijo Salomón en mi mula y llevadlo a Gihón. Allí lo ungirán el sacerdote Sadoc y el profeta Natán como rey sobre Israel»[7].

La entrada de Jesús en Jerusalén de esta manera fue predicha en Zacarías 9:9, que dice: «¡Alégrate mucho, hija de Sion! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu rey vendrá a ti, justo y salvador, pero humilde, cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna».

Cuando ya se acercaba a la bajada del Monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto. Decían: «¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!»[8]

Al comenzar la bajada desde el monte de los Olivos, Jesús se hallaba a unos 800 metros de la ciudad de Jerusalén y del templo. Los discípulos alababan a Dios más que nada por los milagros que Él había hecho por intermedio de Jesús. El ministerio de Jesús fue una manifestación del poder de Dios: ciegos que recibieron la vista, cojos que podían caminar, leprosos que habían sido limpiados, sordos que ahora podían oír, y muertos resucitados[9]. Cabe señalar que en este evangelio era «toda la multitud de los discípulos» la que se regocijaba y alababa a Dios, no necesariamente la población de Jerusalén[10].

Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: «Maestro, reprende a Tus discípulos». Él, respondiendo, les dijo: «Os digo que si estos callaran las piedras clamarían»[11].

Esta es la última vez que se menciona a los fariseos en el Evangelio de Lucas. El hecho de que le pidieran a Jesús que reprendiera a Sus discípulos indica que estaban ofendidos o inquietos por las proclamaciones mesiánicas que hacían. Pero la respuesta de Jesús muestra que Él se adhería a lo que decían y los elogiaba por su clarividencia. En un pasaje anterior de este mismo evangelio, Jesús pregunta a Sus discípulos: «“¿Vosotros, quién decís que soy?” Entonces, respondiendo Pedro, dijo: “El Cristo de Dios”. Pero Él les mandó que a nadie dijeran esto, encargándoselo rigurosamente»[12]. Ese día, en cambio, no había que callárselo, y los discípulos dieron abiertamente la bienvenida al «Rey que viene en el nombre del Señor»[13].

Cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Pero ahora está encubierto a tus ojos. Vendrán días sobre ti cuando tus enemigos te rodearán con cerca, te sitiarán y por todas partes te estrecharán; te derribarán a tierra y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación»[14].

Al acercarse a Jerusalén, Jesús lloró. Sabía que la población de la ciudad había rechazado el mensaje de Dios que Él había transmitido. El verbo griego empleado para decir que lloró denota intensidad, significa que se puso a sollozar y gemir. En otro pasaje del Nuevo Testamento se usa para referirse a los aguaceros. Jesús estaba profundamente angustiado por las consecuencias que sabía que tendría aquel rechazo.

La expresión «vendrán días» la usaban los profetas del Antiguo Testamento para aludir a acontecimientos futuros de gran trascendencia[15]. Jesús dijo que vendrían días en que Jerusalén sería sitiada, y sus enemigos construirían una barricada a su alrededor, y que eso desembocaría en la destrucción de la ciudad. Históricamente, eso ocurrió en el año 70 d. C., cuando el ejército romano, dirigido por Tito, tuvo a la ciudad asediada unos cinco meses. Al final las fuerzas de Tito entraron en ella, la saquearon y lo destruyeron todo, incluido el templo.

Según Josefo, un historiador judío de la Antigüedad, tras la caída de la ciudad todos los supervivientes judíos fueron hechos prisioneros. Los soldados judíos capturados, así como los ancianos, fueron ejecutados. De los 97.000 ciudadanos que quedaban, los menores de 17 años fueron vendidos como esclavos. De los mayores, algunos fueron obligados a hacerse gladiadores y terminaron muriendo en la arena. Otros fueron forzados a trabajar en la construcción del Coliseo en la ciudad de Roma. Cerca del Coliseo se alza el Arco de Tito, construido para conmemorar el gobierno de Tito como emperador. Uno de los relieves del arco muestra a los ciudadanos capturados en Jerusalén, con una menorá grande, siendo llevados cautivos.

Esta frase de Jesús, «por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación», indica el motivo de la derrota de Israel y de la destrucción de Jerusalén. La nación desaprovechó la oportunidad de acoger la presencia del Mesías prometido, el Hijo de Dios, y a consecuencia de ello Dios la castigó.

Entrando en el Templo comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él, diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa es casa de oración”, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones»[16].

Jesús se dirigió a la parte exterior del templo, conocida como el Atrio de los Gentiles. Era la única zona del templo en la que podían entrar para orar quienes no eran judíos. Este espacio, que se suponía que era un lugar de oración, se utilizaba para la venta de animales para los sacrificios, así como para el pago del tributo del templo. Si bien ambas actividades formaban parte del funcionamiento del templo, no era necesario que se desarrollaran dentro del recinto del templo. Por consiguiente, Jesús los echó. El Evangelio de Marcos da algunos detalles más sobre la reacción de Jesús. Dice que «volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas; y no consentía que nadie atravesara el Templo llevando utensilio alguno»[17].

Enseñaba cada día en el Templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los altos dignatarios del pueblo procuraban matarlo. Pero no hallaban nada que pudieran hacerle, porque todo el pueblo estaba pendiente de Sus palabras[18].

Mientras Jesús seguía enseñando en el templo, había tres grupos separados y prominentes de la clase gobernante que conspiraban entre bambalinas para acabar con Él. Necesitaban una justificación para arrestarlo y así poder eliminarlo, pero en aquellas circunstancias no podían debido a Su popularidad entre la gente, que estaba cautivada por Sus enseñanzas. De momento, Jesús estaba a salvo, mas no por mucho tiempo más.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995 © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 21:1–11, Marcos 11:1–11, Lucas 19:28–48, Juan 12:12–17.

[2] Lucas 19:28–31.

[3] Mateo 21:3–5.

[4] Lucas 19:32–34.

[5] Lucas 19:35,36.

[6] 2 Reyes 9:13.

[7] 1 Reyes 1:32–34.

[8] Lucas 19:37,38.

[9] Lucas 7:22.

[10] En los libros de Mateo (21:9) y de Juan (12:12) es la muchedumbre, no los discípulos, la que se regocija y alaba a Dios.

[11] Lucas 19:39,40.

[12] Lucas 9:20,21.

[13] Lucas 19:38.

[14] Lucas 19:41–44.

[15] 1 Samuel 2:31; 2 Reyes 20:17; Jeremías 7:32–34, 31:38, 33:14, 49:2; Isaías 39:6; Zacarías 14:1.

[16] Lucas 19:45,46.

[17] Marcos 11:15,16.

[18] Lucas 19:47,48.