Jesús, Su vida y mensaje: La sinagoga y el sábado
junio 2, 2015
Enviado por Peter Amsterdam
Jesús, Su vida y mensaje: La sinagoga y el sábado
[Jesus—His Life and Message: Synagogues and Sabbath]
A lo largo de los evangelios se puede leer que Jesús enseñó y realizó curaciones en sinagogas. Él tenía por costumbre ir a la sinagoga el sábado, como solían hacer los judíos practicantes de Su época (y como siguen haciéndolo hoy en día)[1].
La sinagoga
Echemos un vistazo a la historia de la sinagoga y el papel que desempeñaba en la comunidad en tiempos de Jesús. La palabra sinagoga viene del vocablo griego synagogé, que originalmente significaba reunión. Con el tiempo tomó el sentido de asamblea local de judíos, y posteriormente pasó a designar el edificio en que se reunían las congregaciones judías[2]. Si bien se desconoce la fecha exacta en que se comenzaron a usar sinagogas como lugares de reunión[3], se suele aceptar que la práctica nació después de la destrucción del primer templo, cuando una gran parte del pueblo judío fue llevada a Babilonia[4]. El exilio podría haber conducido a una integración total del pueblo judío en la cultura babilónica, que era más amplia; así que las reuniones para orar y estudiar no solo mantuvieron a los exiliados judíos apegados a su fe, sino que también los ayudaron a conservar su identidad nacional y cultural aun viviendo en el extranjero.
En la época de Jesús, aparte de ser un lugar de culto, la sinagoga hacía las veces de centro comunitario del pueblo, sala de reuniones, escuela, tribunal y lugar para estudiar las Escrituras. Los sábados, la comunidad se reunía en ella para orar y leer las Escrituras.
En cada sinagoga había un grupo de ancianos de la localidad que dirigía las actividades. También estaba el jefe de la sinagoga, cuya función era mantener a la congregación fiel a la Torá. Es probable que el jefe de la sinagoga se escogiera de entre el grupo de ancianos. Cuando alguien cometía una infracción de la Ley expresada en la Torá, esos ancianos lo juzgaban y castigaban. Las penas, dependiendo de la gravedad de la falta, podían consistir en recibir treinta y nueve latigazos («cuarenta azotes menos uno»)[5] o ser excomulgado de la sinagoga[6]. A pesar de que la ley mosaica disponía que ciertos delitos se castigaran con la lapidación, en tiempos de Jesús únicamente las autoridades romanas podían ejecutar sentencias de muerte, así que no se permitía el apedreamiento de personas que, según la ley judía, merecían morir. Sin embargo, se daban casos de muchedumbres de judíos que, contraviniendo la ley romana, mataban a pedradas a una persona[7] o intentaban hacerlo[8].
En la sinagoga había también otros cargos, como el de limosnero, que era la persona encargada de recoger y distribuir limosnas entre los necesitados, y el de jazán o asistente, que cuidaba los rollos de las Escrituras y anunciaba el inicio y el final del sábado soplando un cuerno de carnero en cuanto aparecían las tres primeras estrellas en el cielo vespertino[9]. A veces el jazán hacía también de maestro en la escuela de la sinagoga, sobre todo en los pueblos[10]. Era asimismo quien azotaba a quienes merecían algún castigo.
El culto del sábado comenzaba con la congregación recitando el shemá —«Oye, Israel: el Señor, nuestro Dios, el Señor uno es» (la oración completa consiste en Deuteronomio 6:4, 11:13–21 y Números 15:37–41)— y otras oraciones. Luego venía una lectura de fragmentos de los rollos de la Torá (los cinco primeros libros de las escrituras hebreas[11]) y de los Nevi’im (profetas[12]). La persona que leía se ponía en pie y leía unidades de uno a tres versículos en hebreo, que seguidamente se parafraseaban en arameo, puesto que no todos los judíos del siglo i entendían el hebreo. Después de la lectura, se invitaba a alguien a instruir a la audiencia. Eso iba seguido de una bendición. Cualquier hombre adulto podía ser invitado a leer las Escrituras, y cualquier hombre adulto competente a instruir a los asistentes[13].
Dentro de la sinagoga, por lo general había bancos a lo largo de tres de las paredes, reservados para las autoridades. Es posible que el resto de la congregación se sentara en esteras o tapetes[14]. Era costumbre que la persona que enseñaba o instruía permaneciera sentada[15]. Jesús aludió a esa costumbre cuando habló de que los maestros de la Ley y los fariseos se sentaban «en la cátedra de Moisés»[16]. A veces había asientos especiales con ese propósito. En las excavaciones arqueológicas de Corazín se descubrió uno de esos sillones de honor[17].
Jesús, siendo un judío observante del siglo i, enseñó en sinagogas de toda Galilea a lo largo de Su vida pública[18]. Comunicó a bastante gente Su mensaje en las sinagogas, aunque no todos estaban de acuerdo con Él, y conforme fue pasando el tiempo no fue tan bien recibido en ellas. Curó enfermos y expulsó demonios en sinagogas. Resucitó a la hija de Jairo, que era jefe de una sinagoga[19]. También sanó al siervo de un centurión romano que hizo que se construyera una sinagoga en Capernaúm[20].
Las sinagogas eran el centro de la vida en el pueblo, y fue en esas sinagogas donde Jesús presentó Su mensaje sobre el reino de Dios. Años más tarde, el apóstol Pablo difundió el evangelio por Asia Menor y Grecia visitando sinagogas de allá y predicando en ellas.
El sábado
El sábado judío comienza al atardecer del viernes y termina al atardecer del sábado a la misma hora. Durante ese tiempo, todo el trabajo habitual se detiene. Los orígenes del sábado están en el libro del Génesis:
El séptimo día concluyó Dios la obra que hizo, y reposó el séptimo día de todo cuanto había hecho. Entonces bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación[21].
En los Diez Mandamientos, también conocidos como el Decálogo, Dios dijo como tercer mandamiento:
Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para el Señor, tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de tus puertas, porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, el Señor bendijo el sábado y lo santificó[22].
Elwel y Bietzel dan la siguiente explicación:
Lo que Dios bendice se convierte en un vehículo de Su generosidad y en una expresión de Su cálido interés por Sus criaturas. Cuando Él santifica algo, es porque lo pide para Sí, retirándolo de la circulación (ya sea un lugar, un día o un animal para el sacrificio) y declarándolo especial. Eso nos da una pista de cuál fue Su intención al requerir que se observara el sábado. Libres de su trabajo cotidiano que tanto tiempo les ocupa, las personas deberían tomar el séptimo día como una bendición de su Creador (aprovechándolo para hacer memoria de toda la bondad de Dios manifiesta en la creación y para alabarlo por ella) y aceptar la reivindicación sobre su vida que representa. Como día «separado», el sábado es un recordatorio de que todo el tiempo es un don del Creador, hecho que reconocemos cuando conscientemente le devolvemos una parte de lo que en definitiva es Suyo[23].
Aparte de ser un día para descansar, siguiendo el ejemplo de Dios, también evoca redención, como se explica en Deuteronomio:
Acuérdate de que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que el Señor, tu Dios, te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido, por lo cual el Señor, tu Dios, te ha mandado que guardes el sábado[24].
El sábado semanal es un recordatorio de la misericordia de Dios al conceder a Su pueblo redención y reposo de la esclavitud que sufrió en Egipto. Es un recordatorio semanal del amor y la misericordia divina. La intención era que fuera una bendición, no una carga.
Textos judíos del período intertestamentario (del 400 a. C. hasta la época de Cristo) contenían complejas instrucciones sobre la observancia del sábado y explicaban lo que se permitía hacer en ese día y lo que no. Las Escrituras dan ciertas pautas, pero con el tiempo se hizo evidente que había que entrar en más detalles. Aunque se aceptaba que no había que transportar cargas, era preciso definir con precisión qué era una carga. La prohibición de viajar condujo a la necesidad de definir el máximo recorrido que era lícito hacer en un sábado. También se establecieron excepciones. Si había que salvar una vida humana, estaba permitido saltarse las prohibiciones. Los sacerdotes y levitas debían servir en el Templo aunque eso constituía trabajo. La ley que prescribía circuncidar a los niños en el octavo día también tenía precedencia sobre el mandamiento que prohibía trabajar los sábados.
Si bien era una ayuda disponer de esas pautas que aclaraban lo que estaba permitido y prohibido los sábados, con el transcurso de los años eso condujo a sutilezas legales, debido a la complejidad del tema y las distintas interpretaciones de cada uno de los partidos religiosos[25]. Esos pormenores sobre la observancia del sábado, que no estaban en las Escrituras, se convirtieron en parte de la tradición oral, llamada en los evangelios la «tradición de los ancianos»[26]. Con el tiempo, el principal propósito del sábado se fue perdiendo entre minucias legalistas.
Jesús aceptaba que el sábado era un día reservado por Su Padre para descansar y rendirle culto. Sin embargo, se oponía a las tradiciones e interpretaciones que no cuadraban con el propósito del sábado. No hacía caso de las nimiedades, de las tradiciones, que ponían el sábado por encima de las personas para las que este debía ser una bendición. Como bien dijo: «El sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado»[27].
De acuerdo con el verdadero sentido del sábado —un día para hacer memoria de la bondad de Dios, un día de bendición, de descanso, para recordar la misericordia, liberación y redención divina—, Jesús curaba los sábados. Para Él era un día en que estaba bien realizar actos de misericordia, aunque eso le causó conflictos con los fariseos, que consideraban que las sanaciones constituían un trabajo y por lo tanto contravenían las reglas sobre el sábado. Hablaremos de ese conflicto en otros artículos.
A pesar de que los cristianos no guardan el sábado como los que profesan la fe judía, los principios por los que se instituyó sí se nos aplican. Es importante que tengamos un día en que dejemos a un lado nuestras cargas cotidianas, un día para reposar, alabar y adorar al Señor, tener comunión con Él y compañerismo con otras personas. En el acelerado mundo de hoy tenemos que hacer pausas, en medio de nuestra apretada agenda, con el fin de descansar físicamente, recuperarnos y restablecer nuestra conexión con nuestro Creador y Redentor.
Nota
Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Vino a Nazaret, donde se había criado; y el sábado entró en la sinagoga, conforme a Su costumbre, y se levantó a leer (Lucas 4:16).
[2] Green y McKnight, Dictionary of Jesus and the Gospels, 781.
[4] Ibíd. Más información sobre la cautividad en Babilonia en Jesús, Su vida y mensaje: Antecedentes.
[5] Pablo sufrió tales latigazos: «De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno» (2 Corintios 11:24).
[6] Esto dijeron sus padres porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesaba que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga (Juan 9:22).
A pesar de eso, muchos, incluso de los gobernantes, creyeron en Él, pero no lo confesaban por temor a los fariseos, para no ser expulsados de la sinagoga (Juan 12:42).
[7] Lo echaron fuera de la ciudad y lo apedrearon. Los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo (Hechos 7:58).
Vinieron unos judíos de Antioquía y de Iconio que persuadieron a la multitud; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto (Hechos 14:19).
[8] En Juan 8:3–5 y Juan 10:32,33 hay ejemplos de lapidaciones que no llegaron a realizarse.
[9] Green y McKnight, Dictionary of Jesus and the Gospels, 782.
[11] Son también los cinco primeros libros del Antiguo Testamento cristiano.
[12] Las escrituras hebreas no clasifican los libros de la misma manera que el Antiguo Testamento cristiano. En el Antiguo Testamento, los profetas se dividen en dos categorías: los mayores (de Isaías a Daniel) y los menores (de Oseas a Malaquías). Las escrituras judías los dividen también en dos categorías: los anteriores (de Josué hasta 2 Reyes) y los posteriores (de Isaías a Malaquías).
[13] Green y McKnight, Dictionary of Jesus and the Gospels, 783.
[14] Ibíd.
[15] Bock, Luke 1:1–9:50, 411.
[16] Mateo 23:2.
[18] Mateo 4:23.
[19] Lucas 8:41,42,49–56.
[20] Lucas 7:1–10.
[21] Génesis 2:2,3.
[22] Éxodo 20:8–11.
[23] Elwell y Bietzel, Baker Encyclopedia of the Bible.
[24] Deuteronomio 5:15.
[25] Green y McKnight, Dictionary of Jesus and the Gospels, 717.
[26] Mateo 15:2,3,6; Marcos 7:3,5.
[27] Marcos 2:27.