Jesús, Su vida y mensaje: Milagros (15ª parte)

julio 18, 2017

Enviado por Peter Amsterdam

Resucitaciones (1ª parte)

[Jesus—His Life and Message: Miracles (Part 15). Raising the Dead (Part 1)]

Habiendo examinado algunos milagros de Jesús en los que sanó a personas afectadas por diversas enfermedades y habiendo visto Su autoridad para expulsar demonios, en esta serie ahora nos centraremos en Su poder para hacer revivir a los muertos. Los Evangelios narran tres casos en los que Jesús devolvió la vida a personas que habían muerto[1], todos los cuales estudiaremos, comenzando en este artículo y continuando en los siguientes. El primero de ellos, la resucitación del hijo de una viuda, aparece solamente en el Evangelio de Lucas.

Aconteció después, que Él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con Él muchos de Sus discípulos y una gran multitud. Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, que era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad[2].

Naín es una pequeña localidad de Galilea situada a 10 kilómetros al sureste de Nazaret. Jesús se presentó acompañado de todo un séquito de personas, así que hubo numerosos testigos de lo que ocurrió. Al llegar se encontró con un cortejo fúnebre. En Israel, en la época del Nuevo Testamento, los funerales eran una manifestación pública de pesar y fuertes sentimientos. Era habitual que el dolor se expresara gritando, llorando y golpeándose el pecho. Los miembros de la familia rasgaban su ropa exterior; algunos echaban tierra sobre su cabeza, se revolcaban en el polvo o se sentaban abatidos entre cenizas. El luto duraba siete días[3].

Como Palestina es una región de clima cálido, los funerales se solían celebrar poco después de la muerte, generalmente en la tarde, y a menudo el día mismo en que fallecía la persona. Al difunto se le cerraban los ojos y se le vendaba la boca, y el cadáver se lavaba y ungía. El muerto era enterrado o bien con su propia ropa, o bien envuelto en lienzos preparados con ese fin. Luego se lo llevaban en un féretro, un armazón de madera en el que se colocaba el cuerpo para que todos lo vieran[4]. Los cortejos fúnebres terminaban en los cementerios familiares, ubicados fuera de las ciudades.

Lucas menciona dos hechos importantes por los que este funeral era particularmente trágico. La mujer era viuda, y se disponían a enterrar a su único hijo. Aparte de estar llorando a su hijo, se había quedado sola, sin un hombre que la protegiera y mantuviera. Debía de encontrarse en una situación muy vulnerable, habiéndose quedado sin medios de sustento y sin estatus social en su pueblo, de acuerdo con las costumbres de la época.

Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores»[5].

Aquí se nos muestra la personalidad de Jesús. Él era un hombre compasivo, empático, de gran corazón, que se preocupaba por los demás. Sabía que esa viuda, sin su hijo, tendría dificultades. Hay otros pasajes de los Evangelios en los que también se pone de manifiesto la compasión de Jesús[6]. El caso es que fue donde la madre y le dijo que no llorara. Seguidamente, para darle motivos para dejar de llorar, se acercó al ataúd en el que llevaban a su hijo muerto.

Acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: «Joven, a ti te digo, levántate»[7].

Tocar el ataúd no fue ningún acto de curación; Él lo hizo simplemente para parar el cortejo. Al tocarlo, Jesús cruzó los límites de la pureza ritual[8], lo cual solía hacer cuando sanaba enfermos. Cuando el cortejo se detuvo, Jesús se dirigió al hijo muerto. Haciendo uso de Su autoridad personal —«a ti te digo»—, le mandó al joven que se levantara. Como veremos, utilizó esa misma orden en las otras dos ocasiones en que revivió a muertos[9].

Entonces se incorporó el que había muerto y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre[10].

Por efecto de la orden de Jesús, el hijo muerto de la viuda revivió. El hecho de que hablara corrobora que había vuelto de la muerte. Jesús, compadeciéndose de la viuda de luto, sin que se lo pidieran, tuvo un gesto de amor y bondad y revivió a su hijo. ¡Imagínate la alegría que ella debió de sentir! Con su hijo vivo de nuevo, toda su vida y su futuro tomaron un cariz completamente distinto.

Este milagro presenta ciertas similitudes, así como algunas diferencias, con dos pasajes del Antiguo Testamento sobre personas que volvieron de la muerte. En uno de ellos se cuenta que el profeta Elías revivió al hijo de una viuda. En una época de hambre, ella compartió con Elías su última porción de comida, y a raíz de eso tanto ella y su hijo como Elías tuvieron milagrosamente suficiente para comer hasta que pasó la hambruna[11].

Después de estas cosas aconteció que cayó enfermo el hijo de la dueña de la casa. La enfermedad fue tan grave que se quedó sin aliento. Entonces dijo ella a Elías: «¿Qué tengo que ver yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido aquí a recordarme mis pecados y a hacer morir a mi hijo?» «Dame acá tu hijo», le dijo él. Lo tomó entonces Elías de su regazo, lo llevó al aposento donde él vivía y lo puso sobre su cama. Luego clamó al Señor diciendo: «Señor, Dios mío, ¿también a la viuda en cuya casa estoy hospedado vas a afligir, haciendo morir a su hijo?» Se tendió sobre el niño tres veces y clamó al Señor: «Señor, Dios mío, te ruego que hagas volver el alma a este niño». El Señor oyó la voz de Elías, el alma volvió al niño y este revivió. Tomó luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, lo entregó a su madre y le dijo: «Mira, tu hijo vive». Entonces la mujer dijo a Elías: «Ahora reconozco que tú eres un varón de Dios y que la palabra del Señor es verdad en tu boca»[12].

El segundo muerto fue revivido por intervención del profeta Eliseo, el protegido de Elías. Un matrimonio sin hijos había construido un cuarto para Elías en su azotea, para que él tuviera donde quedarse cada vez que pasaba por donde ellos vivían. La mujer era estéril, pero Eliseo le dijo que en menos de un año tendría un hijo. Y así fue[13]. Años más tarde, cuando el niño ya se había hecho mayor, murió en brazos de su madre. Ella lo acostó en la cama de Eliseo, se montó en un burro y recorrió unos 12 kilómetros hacia el sur hasta llegar al monte Carmelo, buscando a Eliseo. Al enterarse de la muerte del chico, Eliseo mandó a su criado que se adelantara y colocara el bastón de Eliseo sobre el muchacho. Eso no lo curó.

Cuando Eliseo llegó a la casa, el niño ya estaba muerto, tendido sobre su cama. Entró él entonces, cerró la puerta detrás de ambos y oró al Señor. Después subió y se tendió sobre el niño, poniendo su boca sobre la boca de él, sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre las manos suyas. Se tendió así sobre él y el cuerpo del niño entró en calor. Luego se levantó y se paseó por la casa de una a otra parte. Después subió y se tendió sobre el niño nuevamente. Entonces el niño estornudó siete veces y abrió sus ojos. Eliseo llamó a Giezi y le dijo: «Llama a la sunamita». Giezi la llamó y, cuando ella entró, él le dijo: «Toma a tu hijo». Apenas ella entró, se echó a sus pies, postrada en tierra. Después tomó a su hijo y salió[14].

En esos dos relatos del Antiguo Testamento, un profeta de Dios hizo revivir a un muerto. Tanto Elías como Eliseo oraron para que Dios hiciera un milagro, ambos se tendieron encima del muerto, y más de una vez, tras lo cual ambos jóvenes volvieron a la vida.

La madre viuda del Evangelio de Lucas recibió ese mismo regalo maravilloso, ya que Jesús le devolvió a su hijo; pero hubo algunas diferencias en cuanto al milagro en sí. Para resucitar al hijo de la viuda, Jesús se limitó a hablarle, y con eso el joven se incorporó y se puso a hablar. A diferencia de los profetas del Antiguo Testamento, Jesús no realizó ninguna acción física, ni le rogó a Su Padre que reviviera al chico. Simplemente le mandó a este que se levantara con las palabras: «Joven, a ti te digo, levántate». Eso indica que el poder de Dios Padre era parte integral de Dios Hijo. Hay diferencias entre Jesús y los grandes profetas de la Antigüedad, ya que Él no solo fue un instrumento en manos de Dios, sino que era el Hijo de Dios.

En esta etapa de Su ministerio la gente aún no captaba la relevancia de Su misión como Mesías y Salvador. No obstante, los que presenciaron este milagro compasivo lo tuvieron por un gran profeta ungido por Dios.

Todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a Su pueblo»[15].

Los actos de Jesús inspiraron temor y asombro, y los presentes reconocieron que lo que había ocurrido era por intervención divina. Entendiendo que el joven había vuelto a la vida por la mano de Dios, lo glorificaron. Se entusiasmaron al ver que Dios estaba actuando entre ellos.

Y se extendió la fama de Él por toda Judea y por toda la región de alrededor[16].

El resultado final, como en otros milagros que hizo Jesús, fue que Su fama se difundió por toda la región. Si bien la gente no entendía plenamente lo que Él representaba, la noticia de que «un gran profeta se ha levantado entre nosotros» se divulgó.

En los dos artículos siguientes estudiaremos las otras dos ocasiones en que Jesús hizo revivir a un muerto.

Observación: Los evangelistas no llamaron resurrecciones a esos actos realizados por Jesús en el curso de Su ministerio en que hizo revivir a personas muertas. Hacer revivir a un muerto es una resucitación. Una persona revivida terminará muriendo. La resurrección consiste en la vuelta a la vida de una persona muerta que ya nunca volverá a morir.

(Continuaremos con este tema en Resucitaciones, 2ª parte.)


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] La hija de Jairo (Mateo 9:18–26; Marcos 5:21–43; Lucas 8:40–56), el hijo de la viuda de Naín (Lucas 7:11–15) y Lázaro (Juan 11:1–44).

[2] Lucas 7:11,12.

[3] T. C. Butler, Luke, Vol. 3 (Nashville: Broadman & Holman, 2000), 114–115.

[4] Green, The Gospel of Luke, 291.

[5] Lucas 7:13.

[6] Mateo 9:36, 14:14, 15:32, 20:34; Marcos 1:41; 6:34, 8:2.

[7] Lucas 7:14.

[8] «El que toque un cadáver de cualquier persona, quedará impuro siete días» (Números 19:11). «Cualquiera que en campo abierto toque a algún muerto a espada, o algún cadáver o hueso humano o sepulcro, siete días quedará impuro» (Números 19:16).

[9] Lucas 8:54, Juan 11:43.

[10] Lucas 7:15.

[11] 1 Reyes 17:10–16.

[12] 1 Reyes 17:17–24.

[13] 2 Reyes 4:8–17.

[14] 2 Reyes 4:32–37.

[15] Lucas 7:16.

[16] Lucas 7:17.