La Epístola a los Gálatas: Capítulo 3 (versículos 15-29)
octubre 10, 2023
Enviado por Peter Amsterdam
La Epístola a los Gálatas: Capítulo 3 (versículos 15-29)
[The Book of Galatians: Chapter 3 (verses 15–29)]
En la primera parte del capítulo 3 de Gálatas, el apóstol Pablo estableció claramente que los creyentes de Galacia no tenían que practicarse la circuncisión para formar parte del pueblo de Dios, la familia de Abraham. Lo que se requería para acceder a la bendición de Abraham era tener la fe de Abraham. Los que creen como creyó Abraham son sus hijos e hijas y han recibido la bendición abrahámica. Los que pretenden ser justos por las obras de la ley incumplen lo que exige la ley, ya que la justificación procede de la fe y no de obras[1]. La única manera de obtener la bendición de Abraham —la promesa del Espíritu— es confiar en que Cristo puso Su vida por los creyentes y que por Su muerte redimió a los creyentes de la maldición de la ley[2]. Pablo continúa con el versículo 15.
Hermanos, hablo en términos humanos: Aunque un pacto sea de hombres, una vez ratificado, nadie lo cancela ni le añade[3].
En esta parte Pablo emplea un lenguaje más amable. No califica de «insensatos» a los creyentes gálatas, como lo hizo en Gálatas 3:1; más bien los llama «hermanos». Deja claro que los seres humanos consideran inquebrantables los pactos. Una vez ratificados, nadie les puede añadir ni los puede anular. Se los considera vinculantes, y una vez que han sido acordados, no pueden alterarse.
Ahora bien, las promesas a Abraham fueron pronunciadas también a su descendencia. No dice: «y a los descendientes», como refiriéndose a muchos, sino a uno solo: y a tu descendencia, que es Cristo[4].
El pacto con Abraham contenía promesas a las que Dios daría cumplimiento. El uso de la palabra «promesas» es indicativo de la obra de Dios en lugar de lo que se labra por esfuerzo humano. Las promesas hechas a Abraham incluían tierras y bendición, otorgadas a su «descendencia». Si bien las promesas iban dirigidas a los descendientes de Abraham, también favorecían al mundo entero. Al conectar a Jesús con las promesas de Abraham, Pablo deja sentado que la era del cumplimiento ha llegado. Las promesas hechas a Abraham cobraron realidad en Cristo.
Esto, pues, digo: El pacto confirmado antes por Dios no lo abroga la ley, que vino cuatrocientos treinta años después, para invalidar la promesa[5].
Pablo prosigue, señalando que la ley mosaica, instaurada 430 años después del pacto de Abraham, no podía invalidar las promesas contenidas en este. El pacto abrahámico tiene precedencia y la ley por tanto no puede abolirlo. Si los creyentes vivieran bajo la ley mosaica, las promesas concedidas a Abraham se anularían. En su lugar, la obediencia humana sería fundamental para recibir la promesa, lo que significaría que se impondría la circuncisión. No obstante, dado que la ley vino después de la promesa y es inferior a esta, la circuncisión y la observancia de la ley no son necesarias para pertenecer a la familia de Abraham.
Porque si la herencia fuera por la ley ya no sería por la promesa; pero a Abraham Dios le ha dado gratuitamente la herencia por medio de una promesa[6].
La diferencia entre el pacto mosaico y el abrahámico es que el primero se centraba en la obediencia a la ley para obtener la herencia, mientras que en el abrahámico esta se concede a través de una promesa. La promesa de obtener una herencia no depende de la observancia de la ley mosaica ni de la circuncisión. La promesa es un don de la gracia divina y se otorga gratuitamente por medio de Jesús. Quienes forman parte de la familia de Abraham no se integran a ella siguiendo la ley; más bien llegan a ser hijos de Abraham cuando se unen a Cristo, la descendencia de Abraham. Como tales, reciben gratuitamente la promesa.
Entonces, ¿para qué existe la ley? Fue dada por causa de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a quien había sido hecha la promesa. Y esta ley fue promulgada por medio de ángeles, por mano de un mediador[7].
Los exégetas (intérpretes de textos bíblicos) esgrimen una amplia gama de argumentos para explicar este versículo, la mayoría de los cuales resultan difíciles de seguir. El comentario más claro señala que: «al demostrar que la ley no podía poner freno al pecado, Dios reveló que la única solución al poder del pecado era la venida del Mesías»[8].
El fin de la ley tuvo lugar al llegar la «descendencia» prometida (Cristo); por medio de Él se obtuvo el cumplimiento de la promesa. Lo que Pablo dice en este pasaje resulta sorprendente, ya que el concepto general del judaísmo era que la ley duraría para siempre. Lo más probable es que el mediador aludido aquí sea Moisés, pues fue él quien transmitió la ley a Israel.
Y el mediador no es de uno solo, pero Dios es uno[9].
Pablo compara la unidad de Dios con un mediador (como Moisés) que intercede entre dos partes (Dios y el pueblo). El pacto acordado con Abraham es superior porque fue dado por Dios y se lo compara con la mediación entre dos partes. Pablo considera superior el pacto con Abraham, toda vez que Dios lo hizo directamente con él.
Por consecuencia, ¿es la ley contraria a las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Porque si hubiera sido dada una ley capaz de vivificar, entonces la justicia sería por la ley[10].
En los versículos anteriores Pablo había establecido que la ley quedó subordinada a la promesa, ya que la ley se promulgó 430 años después del pacto con Abraham. Además, la promesa y la ley funcionaban conforme a principios disímiles. Bajo el régimen de la ley, la promesa se obtenía por medio de la obediencia; en cambio, bajo la promesa, la herencia se obtiene como don de la gracia divina. La ley se dictó a causa de las transgresiones de la humanidad y reveló el modo en que debía vivir la gente; sin embargo, no dotó a la gente de poder para ayudarla a vivir de tal manera que agrade a Dios. De haber sido los seres humanos capaces de cumplir con todas las exigencias de la ley, la justicia y la integridad habrían sido posibles a través de la ley.
Pablo aclara que la ley no proporciona vida o justicia, mientras que la promesa sí. La justicia (vivir de conformidad con los principios divinos) se da por medio de la promesa. Lo que sí revela la ley es que la única manera de adquirir justicia es por medio de la muerte de Jesús en la cruz y de la gracia. Como dijo Martín Lutero, uno de los principales propósitos de la ley es compungir a la gente del pecado para impulsarla a acudir a Cristo.
No obstante, la Escritura lo encerró todo bajo pecado para que la promesa fuera dada por la fe en Jesucristo a los que creen[11].
La Escritura ha subyugado todo al poder del pecado; de ahí que la promesa de la herencia sea únicamente para los que confían en Cristo. Pablo escribió algo similar a los romanos: Porque Dios encerró a todos bajo desobediencia para tener misericordia de todos[12]. Lo que Pablo dice aquí confirma el versículo anterior; la ley y la promesa obran juntas según los propósitos divinos. La ley conduce a las personas a la promesa, de manera que sean virtuosas por la fe en Jesús.
Pero antes que viniera la fe estábamos custodiados bajo la ley, reservados para la fe que había de ser revelada[13].
En este pasaje Pablo se refiere con las palabras antes que viniera la fe a todo el periodo de la historia salvífica hasta la venida de Cristo. No quiso decir que la fe no existía hasta que vino Cristo, pues manifestó claramente que Abraham fue justificado por la fe (3:6-9). Todo el que estaba bien con Dios a lo largo de la Historia fue justificado por la fe. La venida de la fe en este versículo se refiere al principio de una nueva era y al cumplimiento que Dios hizo de Sus promesas en Cristo.
Lo que distingue a esta nueva era en la historia de la redención es la fe personal en Cristo. En la era del Antiguo Testamento, Abraham y todos los santos de entonces creyeron en la promesa de Dios; después, no obstante, el pueblo de Dios puso su fe en Jesucristo.
Cuando Pablo escribió que estábamos custodiados bajo la ley, se refería a la historia de la salvación de Israel, el periodo en que Israel vivió bajo la ley mosaica. Asimismo, vivir bajo la ley es vivir bajo el pecado. La conexión entre estar «bajo pecado» y «bajo la ley» se aprecia en que Pablo se mueve entre una y otra en los versículos 3:22 y 23. Los que viven «bajo la ley» (la antigua era de la historia de la redención) también están bajo el dominio y el poder del pecado; por contraste, los que viven en la nueva era instaurada por Cristo están «bajo la gracia». Los que tienen a Cristo tienen el Espíritu Santo, y por el poder del Espíritu no viven en la vieja era de muerte y pecado y de la ley.
La segunda parte de este versículo dice reservados para la fe que había de ser revelada. Pablo sigue haciendo hincapié en el papel temporal que cumple la ley en la historia de la salvación. Israel vivió bajo la ley hasta la venida de Cristo. La frase había de ser revelada indica que ha venido una nueva era y que los creyentes ya no viven en la época malvada[14]. Una nueva era llegó con la venida de Cristo.
De manera que la ley ha sido nuestro tutor para llevarnos a Cristo, para que seamos justificados por la fe[15].
Pablo se ha enfocado en la función temporal que cumplió la ley en la historia de la salvación. La ley jugó un papel intermediador en la historia de la salvación. Funcionó como tutor o guardián hasta que vino Cristo. Tutor (o custodio en algunas traducciones) aludía a alguien encargado del cuidado de los niños, que los custodia durante sus años más tiernos. Los tutores enseñan a los niños buenos modales y principios morales y los asisten en su vida diaria.
Sin embargo, solo durante la infancia se necesita un tutor. Paralelamente, la ley se proyectó para que estuviera en vigor por un tiempo limitado en la historia de la salvación. Los judaizantes, que promovían la circuncisión, no entendían que la ley mosaica no se estableció con carácter permanente. Al expresar que la ley fue nuestro tutor hasta que vino Cristo, Pablo demuestra el papel temporal que desempeñó la ley. Funcionó hasta que llegó la plenitud de los tiempos; a partir de ahí dejó de ser necesaria.
Pero, como ha venido la fe, ya no estamos bajo tutor[16].
Enseguida Pablo saca una conclusión. Habiendo llegado la fe en Cristo en ese momento de la historia salvífica, la era de la ley ha tocado a su fin. En esta nueva era, los que estaban bajo el cuidado de un tutor no están ya bajo la ley.
Así que, todos son hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús[17].
Los creyentes no están ya bajo tutor, por cuanto la era anterior pasó y a partir de ese momento están justificados por la fe. Llamarlos hijos de Dios equivale a decir que han alcanzado la madurez y que desde ahí han recibido la herencia prometida. No son hijos de Dios porque hayan guardado la ley, sino porque están en Cristo.
Porque todos los que fueron bautizados en Cristo se han revestido de Cristo[18].
Pablo afirma que los creyentes están revestidos de Cristo desde que se bautizaron. En otros pasajes de sus epístolas alude a los creyentes como revestidos del «nuevo ser» o la «nueva naturaleza»[19]. Los que se bautizaron se sumergieron en Cristo cuando creyeron en Él y ahora se hallan revestidos de Él. En consecuencia, son hijos de Dios desde que pertenecen a Cristo y poseen una nueva identidad. Pertenecer a Cristo no depende de la circuncisión, puesto que la antigua era ya pasó. Ahora depende de si estamos aunados a Cristo.
Pablo no habla en contra de la circuncisión. No dice que el bautismo sustituya a la circuncisión como rito iniciático. Aunque ambos sean ritos de iniciación, no se parecen en todo aspecto. Se da al mismo tiempo una continuidad y una discontinuidad entre la circuncisión y el bautismo.
De haber pensado que el bautismo sustituía a la circuncisión, Pablo lo habría dicho en Gálatas, pues con eso habría resuelto el debate que tiene lugar sobre la circuncisión en dicha epístola. En lugar de poner la atención en el bautismo, Pablo recalcó que la fe en Cristo es la que lo hace a uno parte integrante del pueblo de Dios.
Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús[20].
Todos los creyentes están unidos en Cristo independientemente de su etnicidad, origen, formación, posición social o sexo. Esas condiciones son intrascendentes para determinar si uno es hijo de Abraham. Las primeras dos, judío y griego, sí eran pertinentes para la situación gálata, ya que una persona llegaba a formar parte del pueblo judío recibiendo la circuncisión.
Para los judaizantes, estaba trazado un círculo alrededor del pueblo de Dios: sus integrantes estaban constreñidos por la ley y la circuncisión. Por ende, desde su punto de vista, los hijos de Abraham eran esencialmente judíos. Pablo, en cambio, tenía una visión muy distinta. Para él, lo hijos de Abraham eran los que creían en Jesús, los cuales constituyen la única descendencia verdadera de Abraham (Gálatas 3:16). Los que están aunados con Cristo por la fe y revestidos de Él a través del bautismo, esos son Sus hijos.
Como tales, existe una unidad entre quienes son miembros del pueblo de Dios. Los judíos no son superiores a los gentiles; los libres no son más importantes que los esclavos; los hombres no valen más que las mujeres. Todo el que está unido a Cristo es miembro, en igualdad de condiciones, de la familia de Abraham.
Y ya que son de Cristo, ciertamente son descendencia de Abraham, herederos conforme a la promesa[21].
Aquí Pablo les recuerda a los gálatas la cuestión de fondo de este capítulo. Plantea la pregunta retórica: ¿quiénes son los que pertenecen a la familia de Abraham, quiénes son sus verdaderos hijos e hijas, quiénes son su verdadera descendencia? Anteriormente (v. 16) el apóstol expresó que el único verdadero hijo de Abraham es Cristo. Por tanto, la única manera de ser un verdadero descendiente de Abraham es pertenecer a Cristo y la única manera de pertenecer a Cristo es por medio de la fe.
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.
[1] Gálatas 3:10–12.
[2] Gálatas 3:13,14.
[3] Gálatas 3:15.
[4] Gálatas 3:16.
[5] Gálatas 3:17.
[6] Gálatas 3:18.
[7] Gálatas 3:19.
[8] Schreiner, Thomas R., «Comentario exegético-práctico del Nuevo testamento: Gálatas» (Editorial Andamio, 2020).
[9] Gálatas 3:20.
[10] Gálatas 3:21.
[11] Gálatas 3:22.
[12] Romanos 11:32.
[13] Gálatas 3:23.
[14] Gálatas 1:4.
[15] Gálatas 3:24.
[16] Gálatas 3:25.
[17] Gálatas 3:26.
[18] Gálatas 3:27.
[19] Efesios 4:24 (PDT/NVI); Colosenses 3:10.
[20] Gálatas 3:28.
[21] Gálatas 3:29.