La Pascua: lo determinante es la resurrección (primera parte)

abril 7, 2014

Enviado por Peter Amsterdam

En la Pascua se festeja el suceso más importante de la fe cristiana: la resurrección de Cristo. ¿Y por qué tiene tanta importancia? Porque sin la resurrección, nuestra fe sería ilusoria. El apóstol Pablo expone claramente las razones. De no haberse producido la resurrección no habríamos sido redimidos y por tanto todavía tendríamos que rendir cuentas por nuestros pecados.[1] Sin la resurrección, nuestra fe carece de sentido y somos falsos testigos cuando nos dirigimos a los demás.[2] Gracias a que Dios levantó a Jesús de los muertos sabemos que tenemos la salvación.[3]

El hecho de que Jesús resucitó de los muertos corroboró todo lo que había afirmado sobre Su mesiazgo y Su divinidad.

Expectativas sobre el Mesías

De no haber resucitado de los muertos, Jesús simplemente habría engrosado la lista hombres judíos del siglo primero que adujeron ser el Mesías o que fueron considerados como tales por algunas personas, pero que resultaron ser impostores mesiánicos, mesías frustrados. En aquellos días se entendía que un mesías era un hombre ungido por Dios para liberar a Su pueblo de los opresores extranjeros y que ocuparía el trono en el restablecido reino de David.

Existen referencias en el Nuevo Testamento y otros escritos históricos que dan cuenta de mesías fallidos. En el libro de los Hechos, un fariseo, Gamaliel, aludió a ellos cuando habló de hombres que se sublevaron con sus seguidores y fueron liquidados. Dijo: «Antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A éste se unió un número como de cuatrocientos hombres, pero él murió, y todos los que lo obedecían fueron dispersados y reducidos a nada. Después de éste se levantó Judas, el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que lo obedecían fueron dispersados».[4]

Cuando Pablo fue detenido en Jerusalén, el tribuno lo confundió con un alborotador egipcio.

Cuando estaban por meter a Pablo en la fortaleza, éste le dijo al tribuno: «¿Me permites decirte algo?» Y el tribuno respondió: «¿Sabes griego? ¿Acaso no eres tú aquel egipcio sedicioso, que hace poco se sublevó y llevó al desierto a cuatro mil sicarios?»[5]

Flavio Josefo —el historiador judío del siglo primero— mencionó varias figuras históricas que podían considerarse falsos cristos: (1) Teudas, que apareció cuando era procurador Cuspio Fado (44-46 d.C.) y convocó al pueblo a orillas del Jordán con la promesa de que partiría las aguas del río como antiguamente lo había hecho Josué, emprendiendo con ello la reconquista del país; (2) varios «impostores» durante el periodo en que ejerció [de procurador] Félix (52-59 d.C) que condujeron muchedumbres al desierto prometiéndoles prodigios y maravillas; (3) un farsante durante el periodo en que ejerció Festo [de procurador] (60-62 d.C.) y que prometió liberar de las amarguras y sufrimientos de Roma a quienes lo siguieran al desierto; (4) Manahem ben Judá —alias «el galileo»— durante el periodo de Floro [procurador] (64-66 d.C.) que arribó a Jerusalén «pasándose por rey» y sitió la ciudad.[6]

Los dirigentes judíos rechazaron a Jesús, porque lo consideraron un embaucador mesiánico, un falso mesías. Según ellos, Jesús era uno de tantos otros que reivindicaban su mesiazgo. De no haber resucitado Jesús de entre los muertos se habría demostrado que ellos tenían razón. Lo más probable es que Sus discípulos hubieran regresado a sus hogares, se hubieran reintegrado a sus antiguos oficios y hubieran resuelto que habían sido presa de un engaño y tomados por tontos.

Sin embargo, Dios levantó a Jesús de los muertos, y eso marcó la diferencia. Dios se sirvió de la resurrección para demostrar que lo que Jesús había declarado sobre Su persona era cierto. El hecho de que resucitó de los muertos luego de morir por nosotros demostró que Jesús:

  1. Actuó y habló con una autoridad que solo era atribuible a Dios.
  2. Era el Mesías cuya venida estaba predicha a lo largo del Antiguo Testamento.
  3. Era el Hijo del Hombre aludido en el libro de Daniel, al cual se le había otorgado gloria y un reino… un dominio eterno, que nunca pasaría.
  4. Juzgará a cada individuo al final de los tiempos.
  5. Es el divino Hijo de Dios, en igualdad con el Padre.

Repasemos brevemente lo que se nos enseña en los Evangelios acerca de estos cinco aspectos de Jesús.

Jesús actuó investido con la autoridad de Dios

Jesús habló y actuó con autoridad. Lo demostró en Sus enseñanzas y en Sus acciones, en los milagros que realizó, al exorcizar demonios y al perdonar los pecados de las personas.

Cinco veces en el Sermón de la Montaña Jesús expresó la correcta interpretación de partes del Antiguo Testamento cuando dijo: «Ustedes han oído que se ha dicho a los antiguos… Pero Yo les digo». Es decir que rectificó la interpretación errónea de la Escritura que difundían los jerarcas religiosos de la época. Cuando Jesús terminó de hablar, todos los que escuchaban quedaron admirados de Sus enseñanzas, porque Jesús hablaba con toda autoridad, y no como los maestros de la Ley.[7] En el evangelio de Juan, Jesús emplea la frase «de cierto, de cierto os digo —o te digo—» 25 veces, una locución que recalca el talante de autoridad y la importancia que conllevaban Sus pronunciamientos.[8]

Refiriéndose a las leyes de Moisés, los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, Jesús dijo:

Es más fácil que desaparezcan el cielo y la tierra, que caiga una sola tilde de la ley.[9]

En otra ocasión, aludiendo a Sus propias enseñanzas, les atribuyó la misma autoridad y continuidad que la Ley Mosaica cuando dijo:

El cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán.[10]

Podemos apreciar la autoridad de Cristo sobre la naturaleza cuando aplaca la furia de la tormenta:

Vinieron a Él y lo despertaron, diciendo: —¡Maestro, Maestro, que perecemos! —Despertando Él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron y sobrevino la calma.[11] Según el libro de los Salmos, calmar la tormenta es un acto propio de Dios: Llenos de angustia, oraron a Dios, y Él los sacó de su aflicción; calmó la furia de la tormenta, y aplacó las olas del mar.[12]

La autoridad de Jesús sobre Satanás se manifiesta cuando expulsa demonios y concede autoridad a Sus discípulos para hacer lo mismo.

Jesús lo reprendió, diciendo: —¡Cállate y sal de él! —Entonces el demonio, derribándolo en medio de ellos, salió de él sin hacerle daño alguno. Todos estaban maravillados, y se decían unos a otros: —¿Qué palabra es ésta, que con autoridad y poder manda a los espíritus impuros, y salen?[13]

Regresaron los setenta con gozo, diciendo: —¡Señor, hasta los demonios se nos sujetan en Tu nombre![14]

La autoridad de Jesús para perdonar pecados —un atributo de Dios— se hizo manifiesta cuando le señaló al paralítico que se le perdonaban sus pecados, tras lo cual lo curó, demostrando que efectivamente poseía autoridad para eximir de pecados.

—¿Qué es más fácil? ¿Decir: «Tus pecados quedan perdonados», o decir: «Levántate y anda»? Pues voy a demostrarles que el Hijo del Hombre tiene autoridad en este mundo para perdonar pecados.

Se volvió entonces al paralítico y le dijo: —Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa.[15]

En el curso de Sus enseñanzas Jesús se declara mayor que el templo, que el profeta Jonás y que el Rey Salomón, demostrando con ello que Su persona y Su mensaje eran superiores a las tres entidades más importantes de Israel: el sacerdote, el profeta y el rey.[16]

Pues Yo les digo que aquí está uno más grande que el templo...aquí tienen ustedes a uno más grande que Jonás... aquí tienen ustedes a uno más grande que Salomón.[17]

También afirmó que ser mayor que Abraham, el padre de la fe; Jacob, el padre de Israel, y Moisés, que recibió la ley de Dios.

—¿Eres Tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió?

Jesús les dijo: —De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuera, Yo soy.[18]

—¿Acaso eres Tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?

Jesús le contestó: —Cualquiera que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que Yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.[19]

Si le creyeran a Moisés, me creerían a Mí, porque de Mí escribió él. Pero si no creen lo que él escribió, ¿cómo van a creer Mis palabras?[20]

Luego de Su resurrección, Jesús habló de la autoridad que poseía.

Jesús se acercó y les habló diciendo: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.[21]

Al resucitar de los muertos la primera mañana de Pascua, Jesús demostró que Sus reivindicaciones de autoridad eran válidas.

Jesús, el Mesías

A lo largo del Antiguo Testamento la Escritura predice la venida de un hombre que conduciría a Israel, un rey que cumpliría las profecías que Dios había revelado a David y a otros. Dichas predicciones hablaban de un profeta y rey de la tribu de Judá, de la casa de David, del pueblo de Belén, que tendría un reino eterno. Esa persona sería un ungido, un mesías, un siervo sufriente que cargaría sobre sí las transgresiones del pueblo, un rey llamado «nuestro justo salvador».

Un profeta como tú les levantaré en medio de sus hermanos; pondré Mis palabras en Su boca y Él les dirá todo lo que Yo le mande.[22]

[Refiriéndose a David:] Cuando tu vida llegue a su fin y vayas a descansar entre tus antepasados, Yo pondré en el trono a uno de tus propios descendientes, y afirmaré su reino. Será Él quien construya una casa en Mi honor, y Yo afirmaré Su trono real para siempre.[23]

De ese tronco que es Jesé [padre de David], sale un retoño; un retoño brota de sus raíces. El espíritu del Señor estará continuamente sobre Él, y le dará sabiduría, inteligencia, prudencia, fuerza, conocimiento y temor del Señor.[24]

Tú, Belén Efrata, eres pequeña para estar entre las familias de Judá; pero de ti me saldrá el que será Señor en Israel. Sus orígenes se remontan al principio mismo, a los días de la eternidad. Se levantará para guiarlos con el poder del Señor, con la grandeza del nombre del Señor su Dios; y ellos vivirán tranquilos porque Él será engrandecido hasta los confines de la tierra.[25]

Vienen días —afirma el Señor—, en que de la simiente de David haré surgir un vástago justo; Él reinará con sabiduría en el país, y practicará el derecho y la justicia[...]. Y este es el nombre que se le dará: «El Señor es nuestra salvación».[26]

Ciertamente Él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre Él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a Sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el Señor hizo recaer sobre Él la iniquidad de todos nosotros.[27]

Después de décadas de exilio en Babilonia y de vivir bajo la supremacía de grandes imperios como el griego y el romano, el pueblo judío empezó a emplear el término mesías en explícita referencia al caudillo que restablecería la independencia de Israel en cumplimiento de las profecías veterotestamentarias. En la época de Jesús, la aspiración judía era que el mesías fuera un soberano político-militar que liberara al pueblo judío de la opresión romana.

Los romanos que gobernaban Israel en tiempos de Jesús eran muy escrupulosos en sofocar toda rebelión y eliminar a todo el que pudiera considerarse un mesías en potencia. Dado el peligro que acarreaba, en la primera parte de Su ministerio Jesús no solía hacer pública su reivindicación mesiánica. Estando en Israel propiamente dicho, Jesús rara vez se autodenominó Mesías; en cambio, sí lo hizo cuando se encontraba en Samaria y lugares fuera de las fronteras de Israel.[28]

Con frecuencia indicaba a quienes había sanado que no se lo contaran a nadie, pues no quería ser foco de atención. Lo podrían haber confundido con un agitador que pretendía exaltar los sentimientos nacionalistas judíos, y los romanos estaban al acecho de cualquiera que concitara demasiadas simpatías entre el pueblo y tuviera un halo mesiánico, lo que podría constituir una amenaza para su régimen.

Estando Jesús en una de las ciudades, había allí un hombre lleno de lepra, y cuando vio a Jesús, cayó sobre su rostro y le rogó: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: «Quiero; sé limpio». Y al instante la lepra lo dejó. Y Él le mandó que no se lo dijera a nadie.[29]

Luego de dar de comer milagrosamente a cinco mil almas, Jesús se apartó de la muchedumbre al percatarse de que la gente pretendía coronarlo rey, lo que le hubiera acarreado antes de tiempo la ira de Roma.

Pero Jesús, dándose cuenta de que querían llevárselo a la fuerza y declararlo rey, se retiró de nuevo a la montaña Él solo.[30]

Durante toda Su misión Jesús trató de apartar a la gente de la creencia generalizada de que el Mesías sería un rey soldado, un libertador. Más bien, procuró hacerle comprender que la misión del Mesías entrañaba sufrimiento, rechazo y humillación. A la gente le costó entender eso, incluidos Sus más cercanos seguidores. Ni Sus discípulos, ni los dirigentes judíos ni Juan el Bautista comprendían la verdadera naturaleza del mesiazgo. Esto se aprecia claramente cuando dos de Sus discípulos, Santiago y Juan, preguntaron si podían sentarse a su derecha y a su izquierda cuando Él llegara a ser rey. Esperaban que llegara a ser rey en sentido literal, dotado de grandeza, poder y fortuna.

Le dijeron: —Concédenos que nos sentemos junto a Ti en Tu gloria: el uno a Tu derecha y el otro a Tu izquierda.[31]

Hasta el propio Juan Bautista, precursor de Jesús y enviado para preparar Su camino, dudaba de si Jesús realmente era el que habría de venir, o sea, el mesías prometido. El concepto que Juan tenía de lo que haría el mesías desentonaba de lo que había oído que estaba haciendo Jesús. Este le respondió señalando que Su labor cumplía las profecías pronunciadas por Isaías sobre el mesías y que coincidía con lo que según Isaías 35 y 61 haría el mesías.

Juan estaba en la cárcel, y al enterarse de lo que Cristo estaba haciendo, envió a sus discípulos a que le preguntaran: —¿Eres Tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?

Les respondió Jesús: —Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas.[32]

Al principio de Su ministerio Jesús había citado textualmente partes de ese mismo pasaje de la Escritura y declarado que estas se cumplían en Él.

«El Espíritu del Señor está sobre Mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor.»[...] Entonces comenzó a decirles: —Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.[33]

Hacia el final de Su misión, cuando se hallaba cerca de Cesarea de Filipo —importante ciudad romana situada al norte del Mar de Galilea, cuya población siria y griega era pagana—, Jesús preguntó a Sus discípulos quién decía la gente que era Él. Ellos le respondieron que algunos decían que Juan el Bautista, otros que Elías, Jeremías o alguno de los profetas. El hecho de que la gente lo reseñara como uno de aquellos profetas coincidía con el anhelo expresado en el Antiguo Testamento de que habría de venir un gran profeta.

Cuando Jesús preguntó a Sus discípulos quién pensaban ellos que era Él, Pedro repuso:

—Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.

—Entonces Jesús le dijo: —Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló Mi Padre que está en el cielo. Entonces mandó a Sus discípulos que a nadie dijeran que Él era Jesús, el Cristo.[34]

La palabra Cristo es la traducción griega del vocablo hebreo mashíaj, que significa mesías.

Poco más de una semana después Jesús subió a un monte con tres de Sus discípulos y se transfiguró.

Como ocho días después de estas palabras, Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Mientras oraba, la apariencia de Su rostro cambió y Su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Y dos varones hablaban con Él, los cuales eran Moisés y Elías. Estos aparecieron rodeados de gloria; y hablaban de Su partida, que Jesús iba a cumplir en Jerusalén.[35]

Moisés y Elías representan la Ley y los Profetas, y su aparición demostró que el Antiguo Testamento daba fe de que Jesús era el Mesías.

Cuando Jesús preguntó a los fariseos de quién sería hijo el mesías, estos le respondieron que «de David», conocedores de que según las Escrituras el mesías descendería del linaje real de David. Jesús les planteó entonces una segunda pregunta, citando el Salmo 110:1:

Entonces les dijo Jesús: —¿Pues cómo es que David, inspirado por el Espíritu, lo llama Señor? Porque David dijo: «El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que Yo ponga a tus enemigos debajo de tus pies». ¿Cómo puede el Mesías descender de David, si David mismo lo llama Señor?[36]

Con ello Jesús demuestra claramente que el mesías, «hijo» de David, será señor de David; es decir, que tendrá un papel más destacado que David.

Al comparecer ante el concilio, le preguntan a Jesús si es «el Cristo».

El sumo sacerdote insistió preguntándole: —¿Eres Tú el Mesías, el Hijo del Bendito?

Jesús respondió: —Sí, lo soy. Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado junto al Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.[37]

Esa respuesta convenció al sumo sacerdote de que debía sentenciar a muerte a Jesús. Atribuirse que era el mesías permitió a los líderes judíos llevar a Jesús ante Pilato para que lo sometiera a juicio, toda vez que el mesías representaba una amenaza para Roma y las autoridades romanas ejecutaban a los que presumían de ser mesías.

Al nacer Jesús, los ángeles lo llamaron Mesías:

Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor.[38] Pilato hizo lo propio antes de condenarlo a muerte: —¿Y qué voy a hacer con Jesús, al que llaman Cristo?[39]

Jesús, que a lo largo de los Evangelios declaró explícitamente ser el Mesías y al que otros habían llamado Cristo (Mesías), fue colgado cruelmente en una cruz hasta que expiró. Los dirigentes judíos y Pilato pensaron que con Su muerte se demostraría que había sido un falso mesías. Su resurrección, no obstante, evidenció que decía la verdad. Al resucitarlo de entre los muertos, Dios demostró que Jesús era el anunciado a lo largo de las Sagradas Escrituras, el Mesías que cargó con nuestras penas y soportó nuestros dolores, que fue molido por nuestras iniquidades y que nos ha traído paz, el denominado «Señor de nuestra justicia».

(En la segunda parte de esta serie veremos otros aspectos de la naturaleza de Jesús.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria y todavía están en sus pecados (1 Corintios 15:17 [NVI]).

[2] Y si Cristo no ha resucitado, tanto nuestro anuncio como la fe que ustedes tienen carecen de sentido. Es más, resulta que somos testigos falsos de Dios, por cuanto hemos dado testimonio contra Él al afirmar que ha resucitado a Cristo, cosa que no es verdad si se da por supuesto que los muertos no resucitan (1 Corintios 15:14–15, BLPH).

[3] Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo (Romanos 10:9).

[4] Hechos 5:36,37.

[5] Hechos 21:37,38 (RVC).

[6] Calcada, L.; Brand, C.; Draper, C; England, A; Bond, S, y Clendenen, E. R.: «Falsos Cristos», del Diccionario Bíblico Ilustrado, Broadman & Holman Publishers (1 Oct. 2008).

[7] Mateo 7:28,29 (TLA).

[8] Juan 1:51 (ESV Study Bible).

[9] Lucas 16:17 (NVI).

[10] Mateo 24:35.

[11] Lucas 8:24.

[12] Salmo 107:28,29 TLA.

[13] Lucas 4:35,36.

[14] Lucas 10:17.

[15] Mateo 9:2–8 (BLPH).

[16] The ESV Study Bible (Wheaton: Crossway Bibles, 2008), 1846.

[17] Mateo 12:6,41,42 (NVI).

[18] Juan 8:53,58.

[19] Juan 4:12–14.

[20] Juan 5:46,47 (NVI).

[21] Mateo 28:18.

[22] Deuteronomio 18:18.

[23] 2 Samuel 7:12,13 (NVI).

[24] Isaías11:1,2 (DHH).

[25] Miqueas 5:2,4 (RVC).

[26] Jeremías 23:5,6 (NVI).

[27] Isaías 53:4–6 (NVI).

[28] Le dijo la mujer: —Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando Él venga nos declarará todas las cosas.

Jesús le dijo: —Yo soy, el que habla contigo (Juan 4:25,26).

[29] Lucas 5:12–14 (NBLH).

[30] Juan 6:15 (NVI).

[31] Marcos 10:37 (BLPH).

[32] Mateo 11:2–5 (NVI).

[33] Lucas 4:18,19, 21.

[34] Mateo 16:15–17, 20.

[35] Lucas 9:28–31.

[36] Mateo 22:43–45 (DHH).

[37] Marcos 14:61,62 (BLPH).

[38] Lucas 2:11 (NVI).

[39] Mateo 27:22 (NVI).