Lo esencial: La salvación

noviembre 6, 2012

Enviado por Peter Amsterdam

Sacrificio sustitutivo y reconciliación

En el último artículo hablamos de propiciación y redención (rescate), dos de los cuatro conceptos de la Escritura que nos ayudan a entender por qué la muerte de Jesús nos salva del castigo por nuestros pecados y nos reconcilia con Dios. El tercero y cuarto conceptos —sacrificio sustitutivo y reconciliación— contribuyen aún más a entender cómo la economía (plan divino) de salvación nos proporciona el perdón de nuestros pecados.

Sacrificio sustitutivo

Un tercer concepto que puede arrojar más luz sobre la salvación es el del sacrificio sustitutivo, también llamado sacrificio vicario o sustitución penal. Vicario significa el que toma el lugar de otro o lo representa; por ende, la inmolarse por nosotros Jesús fue nuestro vicario. La sustitución penal o pena sustitutiva se refiere a la sanción que Jesús pagó por el pecado en nuestro lugar. Este concepto era el pilar del rito sacrificial levítico que explicamos en el primer artículo de la presente serie, por el cual se ofrecía un sacrificio en lugar del oferente. Dicho sacrificio por el pecado requería el derramamiento de sangre que, Dios dijo, era necesario para la expiación de dicho pecado.

La vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas, pues la misma sangre es la que hace expiación por la persona.[1]

La sangre de Jesucristo, Su Hijo, nos limpia de todo pecado.[2]

El concepto de que un vicario cargue con nuestros pecados y asuma el castigo por ellos en nuestro lugar se enuncia en Isaías 53, capítulo al que a veces se lo denomina La canción del siervo doliente. (En los casos en que no se emplea sino una porción de un versículo, el texto íntegro del mismo se encuentra en las notas a pie de página.)

Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores.[3]

Él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre Él el castigo, y por Sus llagas fuimos nosotros curados.[4]

El Señor cargó en Él el pecado de todos nosotros.[5]

Por la rebelión de Mi pueblo fue herido.[6]

[Puso] Su vida en expiación por el pecado.[7]

Por Su conocimiento justificará Mi Siervo justo a muchos, y llevará sobre Sí las iniquidades de ellos.[8]

Derramó Su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo Él llevado el pecado de muchos y orado por los transgresores.[9]

Jesús dijo que entregaba Su vida en rescate por muchos. El término por en este versículo es traducción del vocablo griego anti, que significa en lugar de o en sustitución de.

El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por todos.[10]

Aunque no empleen el término griego anti, otros muchos versículos también expresan el concepto en lugar de o en sustitución de.

[Jesús] les dijo: «Esto es Mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada».[11]

Se dio a Sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre.[12]

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí.[13]

 Primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras.[14]

El cual se dio a Sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a Su debido tiempo.[15]

Vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios experimentara la muerte por todos.[16]

La muerte de Jesús fue un sacrificio sustitutivo. Él tomó nuestro lugar y recibió el castigo. Sufrió en lugar de nosotros para que pudiéramos ser perdonados y alcanzáramos la vida eterna.

Reconciliación

La muerte de Jesús en la cruz, el derramamiento de Su sangre, es lo que nos limpia de todo pecado y hace posible que nos reconciliemos con Dios. El cuarto concepto —reconciliación— normalmente se refiere al fin de la hostilidad entre dos personas que han tenido diferencias. Significa volver a unir a quienes se apartaron uno del otro o se volvieron enemigos. El pecado separa a la humanidad de Dios. Sin embargo, la muerte de Jesús abolió esa separación y por ende cambió nuestra relación con Dios.

Ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en Su carne las enemistades (la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas), para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.[17]

Al Padre agradó que en Él habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de Su cruz. También a vosotros, que erais en otro tiempo extraños y enemigos por vuestros pensamientos y por vuestras malas obras, ahora os ha reconciliado en Su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprochables delante de Él.[18]

Si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.[19]

El acto de reconciliación entre Dios y nosotros es obra Suya, no nuestra. En Su gran amor y misericordia, nos reconcilió consigo mismo.

Propiciación, sustitución, reconciliación, redención y salvación son diversos términos para describir el acto de un Dios misericordioso que nos ama. La salvación es un don gratuito que nos concede, un obsequio inmerecido, que no hemos hecho nada ni podríamos hacer nada para obtener. Si bien es concedido gratuitamente, al Dador le costó mucho. Ofrendó a Su Hijo, que asumió como propios los pecados del mundo con Su lacerante muerte en la cruz y el sufrimiento de verse separado de Dios, los cuales aceptó en lugar de nosotros.

La muerte de Jesús fue un sacrificio sustitutivo por nosotros. Su sangre fue derramada por nuestra salvación. Él pagó el precio de nuestro rescate para que pudiéramos ser liberados, reconciliándonos así con Dios.

Por analogía con el mandamiento de la ley de Dios que decretaba que solo podían ofrecerse en sacrificio animales sin defecto, Jesús, el Salvador sin pecado, era el único que podía ser sacrificado en propiciación por nuestros pecados. Vivió una vida humana de obediencia a Dios, una vida sin pecado. De haber pecado habría tenido que morir por Sus propios pecados en lugar de inmolarse por los nuestros. Sin embargo, no pecó. De ahí que Jesús fue la víctima sacrificial inmaculada.

Conservó la santidad de Dios en Su vida encarnada y por consiguiente no merecía castigo alguno en reparación por el pecado. Cargó sobre Sí mismo nuestros pecados, como chivo expiatorio, y se convirtió así en el portador de nuestros pecados. Se le imputaron nuestros pecados, se le atribuyeron a Él, toda vez que se puso en el lugar de cada uno de nosotros. Dado que sufrió la muerte y el castigo de todos los pecadores, así también Su justicia se imputa a quienes creen en Él. Asumió nuestra culpa y castigo, y al hacerlo hizo posible que cada uno de nosotros se reconciliara con Dios.

¿A qué costo?

Hemos sido redimidos por el sacrificio que hizo Dios con la muerte de Jesús. Pagó el precio de nuestros pecados en la cruz. ¿Qué le costó a Jesús cargar con nuestros pecados y recibir nuestro castigo?

Comenzó con Su encarnación, cuando la segunda Persona de la Trinidad se hizo «como un hombre cualquiera» y vivió tres décadas en la tierra, humillándose a Sí mismo hasta la muerte.[20] Sufrió al ser tentado y aprendió obediencia por medio de ese sufrimiento.[21] Sufrió el dolor físico extremo y una muerte horrible por crucifixión. Fue brutalmente torturado y clavado en una cruz.

Además del dolor y el sufrimiento físico, soportó la angustia de cargar con los pecados de la humanidad. Se le imputó la culpa de nuestros pecados. Dios hizo de cuenta que la culpa de los pecados de la humanidad era de Jesús en lugar achacárnosla a nosotros. Dado que llevó sobre Sí los pecados de todos, «al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado».[22] El pecado nos separa de Dios. Al ser considerado culpable de todos los pecados de la humanidad en el momento de Su muerte, Jesús padeció esa separación. Tuvo el mismo sentimiento de separación del Padre que siente alguien que muere en pecado. Eso se hizo patente en el clamor de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?»[23] Aparte eso, sufrió también el dolor de ser objeto de la ira de Dios, la sentencia justa de Dios pronunciada sobre Él por los pecados de cada ser humano. Sufrió en nuestro lugar el castigo que cada uno de nosotros se merecía. Cargó con la paga del pecado en nuestro lugar.

El autor John Stott expresó el costo de la cruz en los siguientes términos:

Se cargaron sobre Él los pecados acumulados de toda la historia de la humanidad. Los sobrellevó voluntariamente en su propio cuerpo. Los hizo Suyos. Asumió plena responsabilidad por ellos. Y en la desolación de aquel abandono espiritual brotó de Sus labios el clamor: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado». […]Cargaba con nuestros pecados. Y Dios, que es «de ojos tan puros que no puede contemplar el mal» ni puede «mirar el pecado», apartó Su rostro. Nuestros pecados se interpusieron entre el Padre y el Hijo. […]Al llevar sobre Sí nuestros pecados experimentó el tormento de un alma alienada de Dios. Murió nuestra muerte. Soportó en nuestro lugar la penalidad que merecemos por nuestros pecados: morir separados de Dios.[24]

El teólogo J. I. Packer escribió:

En Getsemaní, «comenzó a entristecerse y angustiarse», y dijo: «Es tal la angustia que me invade que me siento morir» (Marcos 14:34 [NVI]). El fervor con que oró —por lo cual «se postró en tierra» en lugar de hacerlo de rodillas o de pie— nos da una idea de la repulsión y desolación que lo embargaron al avistar lo que le esperaba. [...] Más tarde, ya en la cruz, Jesús dio testimonio de la oscuridad interna, equiparable a las tinieblas que reinaban en el exterior, al clamar en Su abandono: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado» (Marcos 15:34). […]Jesús tembló en el huerto porque iba a encarnar el pecado y sufrir el castigo que correspondía. Precisamente porque debió someterse a aquella sentencia divina, afirmó que había sido abandonado por Dios en la cruz. [...] Lo singularmente pavoroso de Su muerte es que en el Calvario soportó la ira de Dios que nos correspondía a nosotros, haciendo así propiciación por nuestros pecados.[25]

J. Rodman Williams señala el costo que ello implicó:

El peso de la ira divina dirigido contra el pecado en la cruz es humanamente inconcebible. Pues en el Calvario las copas de la ira de Dios se vertieron sobre todos los pecados del mundo. Únicamente Cristo podía sobrellevar aquel espantoso castigo y experimentar el tormento y la angustia indescriptibles que producía. [...] Habiendo encarnado Él mismo el pecado, de tal manera que el Padre no podía ni posar Sus ojos sobre Él, el Hijo de Dios experimentaría luego el horror infernal que significa ser abandonado por Dios. [...] Con ello, sin embargo, Dios en Cristo reconciliaba al mundo consigo mismo, sufriendo nuestra condenación y castigo al morir por los pecados de la humanidad. [...] Fue una expiación sustitutiva que supera toda medida humana. Cristo experimentó todo el peso de nuestra condición pecaminosa: el abandono y el desamparo por parte de Dios, la perdición misma. Tomó nuestro lugar, soportó el castigo, fue hasta las últimas consecuencias.[26]

El camino a la cruz tuvo un costo muy alto para Cristo. Pagó el precio y sufrió por cada uno de nosotros la pena que acarrea el pecado. Su dolor y agonía propiciaron el perdón de nuestros pecados, nos liberaron del castigo debido y nos reconciliaron con Dios. Ese es el don más sublime: el de la vida eterna. Y dado que somos beneficiarios de ese don —que para nosotros es gratuito pero que para Jesús resultó muy costoso—, Dios nos pide que nos convirtamos en embajadores de Cristo, que llevemos Su mensaje de reconciliación a otros y les imploremos que se reconcilien con Él.

Todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación: Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.[27]


[1] Levítico 17:11.

[2] 1 Juan 1:7.

[3] Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero nosotros lo tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios! (Isaías 53:4).

[4] Isaías 53:5.

[5] Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Señor cargó en Él el pecado de todos nosotros. (Isaías 53:6).

[6]  Por medio de violencia y de juicio fue quitado; y Su generación, ¿quién la contará? Porque fue arrancado de la tierrade los vivientes, y por la rebelión de Mi pueblo fue herido (Isaías 53:8).

[7] El Señor quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento. Cuando haya puesto Su vida en expiación por el pecado, verá descendencia, vivirá por largos días y la voluntad del Señor será en Su mano prosperada (Isaías 53:10).

[8] Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho; por Su conocimiento justificará Mi Siervo justo a muchos, y llevará sobre Sí las iniquidades de ellos (Isaías 53:11).

[9] Por tanto, Yo le daré parte con los grandes, y con los poderosos repartirá el botín; por cuanto derramó Su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo Él llevado el pecado de muchos y orado por los transgresores (Isaías 53:12).

[10] Marcos 10:45.

[11] Marcos 14:24.

[12] Gálatas 1:4.

[13] Gálatas 2:20.

[14] 1 Corintios 15:3.

[15] 1 Timoteo 2:6.

[16] Hebreos 2:9.

[17] Efesios 2:13–16.

[18] Colosenses 1:19–22.

[19] Romanos 5:10–11.

[20] Aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a Su igualdad con Él, sino que renunció a lo que era Suyo y tomó naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz (Filipenses 2:6–8 DHH).

[21] Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados (Hebreos 2:18).

Aunque era Hijo, a través del sufrimiento aprendió lo que es la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que lo obedecen (Hebreos 5:8–9).

[22] Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado (2 Corintios 5:21).

[23] Mateo 27:46.

[24] John Stott, Basic Christianity (Downers Grove, Illinois: Intervarsity Press, 1971), 117–118.

[25] J. I. Packer, Knowing God (Downers Grove, Illinois: Intervarsity Press, 1973), 192–193.

[26] J. Rodman Williams, Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective, Volume 1 (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 1996), 358.

[27] 2 Corintios 5:18–20.

Traducción: Felipe Mathews y Gabriel García V.