Más como Jesús: Gratitud (2ª parte)

enero 17, 2017

Enviado por Peter Amsterdam

[More Like Jesus: Gratitude (Part 2)]

En el Nuevo Testamento, y en toda esta serie, se repite que para asemejarnos más a Cristo es preciso que nos revistamos de ciertos rasgos y nos despojemos de otros. La gratitud es un elemento clave para volvernos más como Jesús, así que aprender ciertos pasos para cultivar la gratitud, así como algunas medidas para combatir la ingratitud, puede servirnos para izar nuestras velas, a fin de que el Espíritu de Dios nos vaya impulsando hacia el objetivo de ser más como Cristo. Este artículo y los dos siguientes versan sobre cinco aspectos del cultivo de la gratitud. Dos de ellos —el contentamiento y la generosidad— son cualidades de las que debemos vestirnos, mientras que los otros tres —la codicia, la envidia y la avaricia— son claramente afanes de los que nos interesa despojarnos.

Un aspecto de una actitud agradecida es el contentamiento. ¿Qué es el contentamiento en las Escrituras? Es una satisfacción interna que nos llena de paz a pesar de las circunstancias que nos rodean. Se pone de manifiesto en lo que escribió el apóstol Pablo sobre sus experiencias:

He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece[1].

Pablo dijo que, en cualquier situación en que se encontrara, por dentro estaba tranquilo en lo tocante a la provisión por parte de Dios de todo lo que necesitara.

Hay otros versículos en los que aparece el término griego con el que se expresa el concepto de contentamiento u otras palabras de la misma familia:

Si tenemos ropa y comida, contentémonos con eso[2].

Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora, pues Él dijo: «No te desampararé ni te dejaré»[3].

La misma palabra griega se traduce también como suficiente:

Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, a fin de que teniendo siempre todo lo suficiente en todas las cosas, abunden para toda buena obra[4].

Él me ha dicho: «Con Mi gracia tienes más que suficiente, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad»[5].

Cuando estamos contentos, estamos satisfechos con lo que Dios nos ha dado y agradecidos, sean cuales sean nuestras circunstancias.

Cierto autor describe de esta manera el contentamiento:

La persona contenta conoce la suficiencia de Dios para proporcionarle lo que necesita y la suficiencia de la gracia divina cualesquiera que sean sus circunstancias. Está convencida de que Dios satisfará todas sus necesidades materiales y obrará para su bien en toda situación. Por eso Pablo dijo: «Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento». La persona que vive cerca de Dios ha hallado lo que los codiciosos, envidiosos y descontentos andan siempre buscando y nunca encuentran: satisfacción y descanso para el alma[6].

Contentarnos es sentirnos satisfechos con cómo están cubiertas nuestras necesidades básicas, con los cuidados y la provisión de Dios en determinado momento. No es la aceptación pasiva de nuestra situación. El contentamiento no nos impide perseguir metas ni sofoca en nosotros el afán de mejorar. No es sinónimo de complacencia y autosatisfacción, de falta de ganas de progresar. Tampoco es fatalismo, que es la aceptación de las cosas tal como son y la renuncia a esforzarse por tratar de mejorarlas. El contentamiento es la firme convicción de que Dios ha provisto adecuadamente para nuestras necesidades y seguirá haciéndolo. Tiene sus raíces en la confianza y la fe en Dios, en el conocimiento de que Él vela por nosotros; y porque vela por nosotros, debemos estar conformes con lo que Él nos ha dado durante esta fase de nuestra vida. Al igual que Pablo, que aprendió a contentarse cualquiera que fuera su situación, tuviera mucho o poco, también nosotros podemos hallar esa paz y contentamiento.

Cabe señalar que Pablo dice que aprendió a contentarse. A lo largo de su vida conoció muchas dificultades: naufragó, estuvo en la cárcel, fue azotado y apedreado; pero aprendió a cultivar en sí mismo los recursos para estar agradecido por la gracia, los cuidados y la provisión de Dios, cualquiera que fuera su estado. También nosotros, sea cual sea nuestra situación, por la gracia de Dios podemos estar agradecidos por Su provisión. Y nuestro contentamiento no tiene por qué depender de circunstancias y sucesos. Nuestra alegría proviene de algo que trasciende la pobreza y la prosperidad: deriva principalmente de nuestra fe en Dios, de la confianza en Su amor y Sus cuidados.

En los orígenes de la humanidad, en el libro del Génesis, ya hubo descontento. Dios dio a Adán y Eva todo lo que necesitaban y los puso en un huerto donde «hizo el Señor Dios nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer»[7]. Se les dijo que podían comer de todo árbol del huerto menos uno. No les faltaba nada, pero tuvieron la tentación de sentirse descontentos cuando la serpiente les hizo ver que había un árbol del que no podían comer. Tuvieron la tentación de cuestionar la bondad de Dios, lo cual es la raíz del descontento.

Los creyentes que vivimos en la actual sociedad de consumo nos enfrentamos a ciertos obstáculos para sentirnos contentos. Es fácil adoptar la actitud materialista de que consiguiendo más cosas, más grandes y mejores, alcanzaremos la felicidad. Los anuncios nos bombardean continuamente con el mensaje de que comprando tal o cual producto nos sentiremos realizados. La inferencia subyacente es que, sin esas cosas, seremos infelices y nos sentiremos insatisfechos. Si nos tragamos ese mensaje, podemos volvernos disconformes con lo que tenemos y desear tener más o mejores cosas. Podemos adoptar la actitud de que las bendiciones que nos ha dado Dios son insuficientes, y sentirnos descontentos. Claro que lo que nos causa descontento no es solo la impresión de que nuestros bienes materiales son insuficientes. A veces nos ponemos a pensar que si consiguiéramos tal o cual trabajo, o un aumento de sueldo, un diploma, un novio, una novia, un marido o una mujer, entonces sí que seríamos felices.

A veces el origen de nuestro descontento está en nuestra condición social o rango laboral. Por ejemplo, quizá nos sentimos infelices porque nos vemos obligados a trabajar para otros y cumplir órdenes, porque no podemos mandar, porque los demás ascienden más rápido que nosotros. Cuando nos sentimos descontentos, tendemos a buscar satisfacción en lo que vendrá más adelante, en lo que pueda haber después de la siguiente loma, el siguiente logro o la siguiente meta, y entretanto no nos damos cuenta de las bendiciones que ya disfrutamos en nuestra situación actual.

Cuando estamos contentos con las bendiciones que Dios nos ha dado y agradecidos por lo que Él nos concede, nos liberamos del amor al dinero, de la obsesión por adquirir riquezas, del ansia permanente de acumular más y más. Por supuesto que sentir contentamiento no significa que uno no compre nunca nada y no progrese económicamente. Las cosas se gastan, las familias crecen, y lo mismo sus necesidades. En ocasiones lo que antes bastaba deja de ser suficiente en las circunstancias actuales, y es preciso sustituirlo por algo mejor. En tales casos, esa sustitución satisface una legítima necesidad, y si Dios ha provisto los medios para ello, es una bendición Suya.

Por otra parte, a veces las circunstancias cambian de una manera que podría considerarse un descenso de categoría. Son difíciles las situaciones en que se reducen los ingresos y no podemos mantener nuestro estilo de vida, fuera cual fuera. Una vez que alcanzan cierto nivel de ingresos y gastos, muchas personas se endeudan porque toman prestado dinero con el fin de mantener un modo de vida que ya no se pueden permitir, en lugar de hacer los ajustes precisos para vivir con arreglo a sus posibilidades. Aprender a contentarnos es una exhortación a dejar de lado la ansiedad y no tener miedo de perder bienes materiales, sino adaptarnos positivamente a nuestra actual situación, confiando en Dios, llenos de gratitud hacia Él. El apóstol Pablo, que vio cambiar numerosas veces sus circunstancias e incluso sufrió muchas penalidades, escribió:

He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación[8]. Parecemos pobres, pero enriquecemos a muchos; parecemos no tener nada, pero somos dueños de todo[9].

Contentarnos es liberarnos de la sensación de que nos falta algo, de que deberíamos tener más o estar en mejor situación. Cuando nuestras carencias se convierten en el centro de nuestra atención, es fácil que nos sintamos contrariados, que seamos menos capaces de reconocer todo lo bueno que hay en nuestra vida y que tengamos continuamente la impresión de que las cosas deberían estar mejor. Por otra parte, cuando nos fijamos en lo bueno que ya disfrutamos, en las muchas bendiciones que el Señor nos ha concedido, nos volvemos más agradecidos, satisfechos y contentos. Dejamos de sentirnos ansiosos e infelices, y nuestro corazón se llena de paz y gratitud. Nos sentimos contentos no solo por lo que tenemos, sino también por lo que no tenemos.

Entonces, ¿cómo se cultiva el contentamiento? Algo que podemos hacer es tener presente que no somos dueños de lo que poseemos. Todo ello nos ha sido confiado, y es nuestro deber utilizarlo sabiamente. Tengamos mucho o poco, todo le pertenece a Dios[10]. Como administradores de Sus bienes, debemos sentirnos agradecidos por lo que nos ha dado y buscar Su orientación para saber cuál es la mejor manera de aprovechar lo que nos ha confiado. Asimismo, viene bien recordar que todo lo que tenemos nos ha sido dado como una expresión de Su amor y Su gracia.

Las riquezas y la gloria proceden de Ti […]; en Tu mano está […] el dar grandeza y poder a todos[11].

Si entendemos que todo lo que tenemos es un regalo y una bendición del Señor, es más probable que le estemos agradecidos por lo que nos ha dado.

Las Escrituras hacen mucho hincapié en tener una sana relación con nuestros bienes materiales. Casi la mitad de las parábolas de Jesús hablan de cómo administrar lo material, y en los Evangelios hay más de doscientos versículos que aluden al dinero[12]. Puede hacernos bien familiarizarnos con versículos que nos ayudan a alinear nuestros pensamientos con las enseñanzas de las Escrituras, e incluso memorizar algunos como:

Mirad, guardaos de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee[13].

Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento, porque nada hemos traído a este mundo y, sin duda, nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos ya satisfechos[14].

Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora, pues Él dijo: «No te desampararé ni te dejaré»[15].

Al meditar sobre esos versículos, quizá nos interese pedirle al Señor que nos indique si hay aspectos en los que estamos descontentos, y esforzarnos por cambiar de actitud, rogándole que nos ayude a estar contentos por obra del Espíritu Santo en nosotros.

Otra forma de cultivar el contentamiento es reflexionar sobre lo que dice la Palabra de Dios acerca de los auténticos valores.

¿De qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?[16]

¡Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría y obtiene la inteligencia, porque su ganancia es más que la ganancia de la plata, sus beneficios más que los del oro fino! Más preciosa es que las piedras preciosas: ¡nada que puedas desear se puede comparar con ella![17]

Me he gozado en el camino de Tus testimonios más que de toda riqueza. Aparta mis ojos para que no se fijen en cosas vanas; avívame en Tu camino. Mejor me es la Ley de Tu boca que millares de oro y plata[18].

Versículos como estos nos muestran lo que Dios considera importante y lo que quiere que valoremos por encima de los bienes materiales.

Dios concede Sus bendiciones de formas que escapan a nuestra comprensión. Él es dueño de todo, y está en Su derecho de dispensar Sus bendiciones como quiera. A nosotros nos corresponde confiar en que Él sabe lo que hace, y no cuestionar Su buen juicio ni envidiar lo que ha dado a otros.

Otra manera de cultivar el contentamiento es reconocer que, si el Señor nos ha bendecido en lo material, somos responsables de usar bien lo que nos ha dado, y Él espera que seamos generosos. (En un futuro artículo hablaremos más de la generosidad.)

A los ricos de este mundo manda que no sean altivos ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos y generosos[19].

En este mundo, nada nos satisface para siempre, ya que fuimos hechos para Dios. Hallamos nuestra máxima satisfacción, alegría y realización en el Señor, que nos ama, nos creó y nos sostiene. Aunque disfrutamos de las bendiciones materiales que Dios nos ha concedido, no son ellas las que nos definen, nos llenan o nos proporcionan alegría duradera. Si nuestra meta última es asemejarnos a Cristo, debemos manifestar nuestra gratitud por las bendiciones divinas que hemos recibido, aprendiendo a contentarnos con ellas, sean muchas o pocas.

(En la tercera y cuarta parte seguiremos con el tema de la gratitud.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Filipenses 4:11–13.

[2] 1 Timoteo 6:8 (NVI).

[3] Hebreos 13:5.

[4] 2 Corintios 9:8 (NBLH).

[5] 2 Corintios 12:9 (RVC).

[6] Jerry Bridges, The Practice of Godliness (Colorado Springs: NavPress, 2010), 95.

[7] Génesis 2:9.

[8] Filipenses 4:11.

[9] 2 Corintios 6:10 (RVC).

[10] El principio de que somos administradores de nuestros bienes se presenta más a fondo aquí.

[11] 1 Crónicas 29:12.

[12] Randy Frazee, Think, Act, Be Like Jesus (Grand Rapids: Zondervan, 2014), 146.

[13] Lucas 12:15.

[14] 1 Timoteo 6:6–8.

[15] Hebreos 13:5.

[16] Marcos 8:36.

[17] Proverbios 3:13–15.

[18] Salmo 119:14,37,72.

[19] 1 Timoteo 6:17,18.