Parábolas de Jesús: El sembrador y la semilla (1ª parte), Mateo 13:2–23

febrero 2, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

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[The Stories Jesus Told: The Sower and the Seed (Part 1), Matthew 13:3–23]

La parábola del sembrador es una de las cuatro que figuran en los tres evangelios sinópticos[1]. Se encuentra en Mateo 13, Marcos 4 y Lucas 8. Si bien entre las tres versiones hay algunas diferencias de redacción, todas dicen lo mismo. Yo basaré mi explicación en la versión de Mateo y aludiré sobre la marcha a algunos detalles de Marcos y Lucas.

Esta parábola es única por el hecho de que Jesús se la contó a una gran multitud y en ese momento no ofreció ninguna interpretación. Más tarde Sus discípulos le hicieron una pregunta sobre la parábola, a la que Él contestó con una respuesta más bien críptica. Luego les explicó el significado de la parábola.

Veamos la parábola tal como aparece en Mateo 13:

Versículos 3–9

El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra, y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero cuando salió el sol, se quemó y, como no tenía raíz, se secó. Parte cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga.

Los que le escuchaban habrían podido visualizar fácilmente la escena. Probablemente habían presenciado numerosas veces esa actividad o habían incluso participado en ella. La mayoría de los judíos de Palestina, como la mayoría de los pueblos mediterráneos de la época, residían en aldeas y ciudades agrarias y se dedicaban a la agricultura[2]. El sembrador se colgaba en bandolera la bolsa con las semillas de manera que quedara delante de él. Luego recorría el campo metiendo la mano en la bolsa a intervalos regulares, sacando un puñado de semillas y repartiéndolas lo más uniformemente posible por el lote.

La temporada de siembra de cultivos como la cebada y el trigo —los dos principales cereales que había en Palestina en aquel entonces— era generalmente a final del otoño o principio del invierno, de octubre a diciembre, que es también la estación lluviosa. Las semillas brotaban en primavera, hacia abril o mayo, y la cosecha era a finales de junio[3]. El Antiguo Testamento menciona dos métodos de siembra que se usaban en Palestina. En algunos casos, los agricultores araban el campo, sembraban las semillas y luego volvían a arar para dejar las semillas cubiertas. Otras veces se sembraba en terreno duro, sin arar, y luego se araba la parcela.

Aunque esta parábola se conoce como la del sembrador, en realidad no tiene casi nada que ver con el sembrador, ni con la semilla que siembra. El énfasis está en los cuatro tipos de terrenos que se mencionan: el primero es duro, el segundo pedregoso, el tercero ya contiene semillas de espino, y el cuarto es bueno. Lo que se pone de relieve es el desarrollo de la semilla en cada tipo de suelo.

Jesús comienza la parábola diciéndole a la muchedumbre:

Versículos 3 y 4

El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y la comieron.

Uno puede imaginarse un sendero que discurre por un costado del campo o que lo atraviesa. Al lanzar las semillas a puñados, algunas caían donde no interesaba, en este caso sobre el camino o junto a él. El sendero era de tierra dura, sin arar, y por consiguiente la semilla se quedaba en la parte superior y no llegaba a echar raíces. Se convertía en comida para los pájaros. Lucas añade que la semilla, aparte de servir de comida a las aves, «fue pisoteada»[4]. En fin, que fue un desperdicio.

Versículos 5 y 6

Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra, y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero cuando salió el sol, se quemó y, como no tenía raíz, se secó.

Al hablar de terreno pedregoso, no quiere decir que hubiera partes del lote con muchas piedras, sino más bien que tenían una capa fina de tierra con un lecho de roca caliza justo debajo, algo frecuente en las colinas de Palestina[5]. La roca firme estaba tan cerca de la superficie que no había un buen espesor de tierra encima de ella. A causa de eso, al aumentar la temperatura en primavera la tierra poco profunda se calentaba y la semilla germinaba. Al principio el efecto era prometedor, porque las plantas brotaban pronto y crecían durante un tiempo; pero al llegar la estación más cálida, se quemaban y morían. Su sistema radicular estaba poco desarrollado debido al lecho de roca. Lucas dice: «Después de nacer, se secó, porque no tenía humedad»[6]. Esta semilla tampoco sirvió para nada.

Versículo 7

Parte cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron.

En este caso, la tierra sí podía proveer para el crecimiento de la planta, así que las semillas germinaron y las plantas crecieron; pero no dieron fruto porque quedaron ahogadas por espinos que crecieron a su lado. Esas malas hierbas pueden alcanzar hasta 1,8 m de alto y suelen dar flores. Extraen tantos nutrientes del suelo que a su alrededor no crece nada.

En esas tres categorías de semillas se advierte una progresión. La primera no creció nada; la segunda germinó y tuvo un crecimiento inicial prometedor, pero luego la planta se marchitó y se murió; y la tercera creció, pero no dio fruto.

Versículo 8

Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta y cuál a treinta por uno.

En contraste con la incapacidad de los tres primeros tipos de terreno, las plantas que se dieron en buena tierra produjeron grano. Lo más probable es que la mayor parte de las semillas cayeran en buena tierra y fueran productivas, aunque no todas en la misma medida. Se calcula que una cosecha promedio en Palestina rendía de siete y medio a diez veces la cantidad de semillas sembradas. De modo que cosechas que dieran de treinta a cien veces las semillas sembradas eran extraordinariamente rendidoras para esa zona[7]. En el libro del Génesis se menciona que, a consecuencia de la bendición de Dios, «sembró Isaac en aquella tierra, y cosechó aquel año el ciento por uno»[8]. En otras regiones más fértiles del Mediterráneo, una cosecha que rindiera al ciento por uno no era tan poco común[9].

Jesús termina la parábola diciendo:

Versículo 9

El que tiene oídos para oír, oiga.

Jesús dice esa frase siete veces en los evangelios sinópticos y ocho en el libro del Apocalipsis[10]. La idea que se pretende transmitir en todos esos pasajes es que no basta con el acto físico de oír. Es preciso tomar lo que se oye, comprenderlo y asimilarlo[11]. Esta frase constituye una invitación a indagar el significado de la parábola. Evidentemente, no todo el mundo tiene «oídos para oír», tal como Jesús más tarde les aclaró a Sus discípulos cuando le preguntaron sobre la parábola en privado.

Echemos un vistazo a la pregunta de los discípulos y la respuesta de Jesús.

Versículos 10–15

Entonces, acercándose los discípulos, le preguntaron: «¿Por qué les hablas por parábolas?» Él, respondiendo, les dijo: «Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no les es dado, pues a cualquiera que tiene, se le dará y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.

»Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: “De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis, porque el corazón de este pueblo se ha entorpecido, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, ni oigan con los oídos, ni con el corazón entiendan, ni se conviertan y Yo los sane”».

Los evangelios de Marcos y Lucas presentan una versión abreviada de la respuesta de Jesús, aunque abarca los mismos puntos[12].

Los discípulos querían saber por qué Jesús se valía de parábolas para transmitir Su mensaje. ¿Por qué hablaba crípticamente en vez de decirle las cosas claras a la gente?[13] Jesús comienza Su respuesta explicando que a Sus discípulos les ha sido dado conocer los misterios (secretos en algunas traducciones) del reino de los Cielos, pero no a los que no son discípulos.

En este contexto, hay dos grupos de personas: los que son discípulos y hacen la voluntad de Dios, y los que no. El Evangelio de Marcos lo expresa así: «A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; pero a los que están fuera, por parábolas todas las cosas»[14]. Los que están «fuera» son los que no forman parte de la nueva familia a la que uno accede cuando toma como Señor a Jesús[15], como Él mismo describió en un pasaje anterior de Mateo, cuando extendió la mano hacia los discípulos y dijo: «Estos son Mi madre y Mis hermanos, pues todo aquel que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos, ese es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre»[16].

Algunos consideran que lo que Jesús quiso decir es que hablaba en parábolas para evitar que quienes estaban fuera de Su círculo de seguidores entendieran Sus enseñanzas, a fin de que no establecieran una relación con Dios. Pero esa interpretación da a entender todo lo contrario de lo que generalmente se sabe sobre Jesús, Su misión y la intención de las parábolas. Por medio de Sus enseñanzas, parábolas, exorcismos y milagros Él quiso mostrar la naturaleza y personalidad de Su Padre y revelar el plan divino de perdón y restauración a cualquiera que le escuchara y lo aceptara. Parábolas como la de la oveja perdida, la moneda perdida, el hijo perdido, el patrón compasivo y otras revelan el amor de Dios, Su interés en nosotros, Su misericordia y Su deseo de que las personas entablen una relación con Él. Es improbable que Jesús utilizara para transmitir Su mensaje un método que lo ocultara a propósito y dificultara su comprensión.

En la respuesta de más arriba, Jesús citó un pasaje del libro de Isaías que contiene información útil con referencia al mensaje que quiso transmitir en esta parábola. Isaías fue un profeta; y Jesús, aun siendo más que un profeta, se presentó como uno, y la gente así lo consideraba[17]. Para entender lo que dijo Jesús a Sus discípulos sobre las parábolas y entender la parábola misma hay que comenzar por reconocer el papel de Jesús como profeta. El mensaje de Isaías y de la mayoría de los profetas del Antiguo Testamento fue que Israel se había apartado demasiado de Dios y este ya había decretado su castigo. La nación había rechazado los ruegos divinos, y el llamamiento de Isaías da por sentado que el endurecimiento del corazón de la gente ya ha tenido lugar, y el castigo está en camino[18]. Ni Jesús ni Isaías antes de Él hablaron a propósito de una manera que ocultara el mensaje de Dios. Más bien hicieron declaraciones exageradas empleando duras palabras con la esperanza de que la gente escuchara, entendiera y obedeciera, a pesar de tener ya el corazón endurecido. No es que la parábola fuera tan difícil de comprender; lo era por el hecho de que requería una decisión, un compromiso que muchos no estaban dispuestos a asumir.

Al citar Isaías 6:9,10, Jesús se estaba refiriendo a los que, aun habiendo oído y entendido, optan por no obedecer porque tienen el corazón endurecido. En las Escrituras, ese pasaje se cita otras cinco veces para describir la dureza del corazón de las personas[19].

Brad Young explica:

El texto de Isaías habla de que la gente oye y no entiende. Un cuidadoso examen de las palabras que él emplea muestra que la gente comprendía el mensaje, pero no estaba dispuesta a arrepentirse. Jesús quería que todos aceptaran Su mensaje sobre el reino de Dios. La gente le escuchaba y entendía, pero no todos estaban dispuestos a aceptar Su mensaje sobre la autoridad de Dios. Muchos siguieron a Jesús. Él logró muchos discípulos por fuera del círculo íntimo, como se advierte claramente en el libro de los Hechos y en los relatos sobre Su primer grupo de seguidores. No obstante, no todos aceptaron la palabra con corazón bueno[20].

Jesús estaba haciendo hincapié en la responsabilidad de las personas y en la importancia de que quisieran oír y entender. Quería evitar que repitieran lo que había hecho en el pasado Israel, que se negó a prestar oído y reaccionar a los mensajes comunicados por los profetas del Antiguo Testamento.

Cuando Jesús habló de los secretos o misterios del reino de los Cielos, el vocablo griego del texto original que se tradujo como secretos no se refiere a cosas misteriosas y desconocidas, sino a la revelación, a lo que sería desconocido si Dios no lo hubiera revelado[21]. Se refiere a la revelación divina comunicada a los piadosos. Jesús dijo que a aquellos que, como los discípulos, oían, creían y se comprometían les era «dado saber los misterios del reino de los cielos». Sin embargo, a los que se niegan a creer, «no les es dado». Los discípulos que creían y a los que, por consiguiente, se les había confiado el secreto se hallaban en condiciones de acceder a más verdades y revelaciones espirituales, mientras que a los rechazadores no se les habían comunicado más enseñanzas y habían desperdiciado las que habían oído. «Pues a cualquiera que tiene, se le dará y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado»[22].

R. T. France escribe:

En el terreno de la percepción espiritual, tanto las ganancias como las pérdidas se amplifican. Son los discípulos a quienes ya se les ha confiado el secreto quienes están en condiciones de beneficiarse de más enseñanzas. Una vez que tomamos la senda de la iluminación espiritual, las bendiciones se multiplican; en cambio, los que no acepten el mensaje del reino lo perderán todo[23].

Jesús termina Su explicación con estas palabras:

Versículos 16 y 17

Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. De cierto os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.

Los discípulos son bienaventurados porque ven, oyen, comprenden y se comprometen. Son bienaventurados en el sentido en que se emplea la palabra bienaventurados en las Bienaventuranzas del capítulo cinco de Mateo[24].

Leon Morris expone:

Lo que ven y oyen es justamente lo que las profecías han venido anunciando a lo largo de los siglos. A muchos grandes personajes de Dios les habría gustado participar en los sucesos que están teniendo lugar. […] Esos gigantes de la fe de antaño habrían disfrutado viendo y oyendo lo que los discípulos ven y oyen, pero no alcanzaron esa bendición. Jesús está diciendo que Su misión en el mundo es la culminación del plan de Dios delineado en las profecías antiguas. Es posible que los siervos de Dios de épocas anteriores anhelaran esos tiempos y ansiaran participar en ellos, pero no gozaron de ese privilegio[25].

Habiendo explicado a los discípulos por qué enseña en parábolas, Jesús procede a interpretarles la parábola. Comentaremos la interpretación en la segunda parte.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Las otras tres son la de la semilla de mostaza (Mateo 13:31,32, Marcos 4:30–32, Lucas 13:18,19), la de los labradores malvados (Mateo 21:33–43, Marcos 12:1–11, Lucas 20:9–18) y la del siervo fiel (Mateo 24:42–51, Marcos 13:33–37, Lucas 12:35–48).

[2] Craig S. Keener, The Gospel of Matthew: A Socio-Rhetorical Commentary (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2009), 375–76.

[3] Darrell L. Bock, Luke Volume 1: 1:1–9:50 (Grand Rapids: Baker Academic, 1994), 723.

[4] Lucas 8:5.

[5] Bock, Luke Volume 1: 1:1–9:50, 724.

[6] Lucas 8:6.

[7] Keener, The Gospel of Matthew, 378.

[8] Génesis 26:12.

[9] Keener, The Gospel of Matthew, 378.

[10] Mateo 11:15, 13:9,43; Marcos 4:9,23; Lucas 8:8, 14:35; Apocalipsis 2:7,11,17,29; 3:6,13,22; 13:9.

[11] Leon Morris, The Gospel According to Matthew (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1992), 284.

[12] Cuando quedó solo, los que estaban cerca de Él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: «A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; pero a los que están fuera, por parábolas todas las cosas, para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan y les sean perdonados los pecados» (Marcos 4:10–12).

Sus discípulos le preguntaron: «¿Qué significa esta parábola?» Él dijo: «A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios, pero a los otros por parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan» (Lucas 8:9,10).

[13] R. T. France, The Gospel of Matthew (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2007), 510.

[14] Marcos 4:11.

[15] France, The Gospel of Matthew, 511.

[16] Mateo 12:49,50.

[17] Mateo 13:57; Marcos 6:4,15; Lucas 4:24, 7:16, 13:33, 24:19; Juan 6:14, 7:40, 9:17.

[18] Klyne Snodgrass, Stories with Intent (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2008),159.

[19] Jeremías 5:21, Ezequiel 12:2, Juan 9:39, 12:39,40, Hechos 28:26,27.

[20] Brad H. Young, The Parables, Jewish Tradition and Christian Interpretation (Grand Rapids: Baker Academic, 1998), 264.

[21] Snodgrass, Stories with Intent, 163.

[22] Mateo 13:12.

[23] France, The Gospel of Matthew, 512.

[24] V. Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte: Las Bienaventuranzas (1ª parte)

[25] Morris, The Gospel According to Matthew, 344.